Número 67

32 34 dedicada al Boca Juniors por la barra brava del San Lorenzo nos dice mucho al respecto: Boca. . . yo no lo niego. . . vos sos roñoso porque naciste bostero. . . / con el vinito y el chamamé, todas las noches vos en pedo te ponés. . . / señores yo fui a la Boca y son todos bolivianos. . . / se cagan en la vereda y se limpian con las manos [. . .] hay que ma- tarlos a todos, mamá que no quede ni un bostero. . . 10 Pero no es un caso aislado el de las barras bravas de Buenos Aires. Un estudio sobre la “barra crema” del equipo limeño Universitario de Deportes presen - ta una construcción parecida sobre su oponente, en este caso el Alianza Lima. Los “cremas” llaman a los aliancistas “negros cagones” y “basura” a través de sus muchas de sus narrativas, reiterando o ampliando sus tonos racistas y escatológicos [Castro, 1999:184 y 199 ]. La respuesta de los hinchas del Alianza Lima y los del Boca Juniors a sus detractores se sitúa en el mismo universo de metáforas e imágenes escatoló - gicas. Uno de los sentidos fuertes de este lenguaje escatológico de las barras bravas, aunque también de las tribus juveniles, asume explícita carga homo - fóbica, de tal manera que el enmierdado y negado resulta por añadidura ser gay. Invitaríamos a los lec - tores a realizar una revisión de los foros virtuales que tienen en internet las barras bravas o colectivos ju - veniles del continente, ello les permitiría abundar en descarnados ejemplos de lo expuesto. Estos mismos atributos son proyectados con mayor sutileza por los medios de comunicación de masas sobre el ala más marginal de las tribus juveni - les urbanas. El legado de las guerras internas de los años setenta y ochenta en América Latina sigue gra - vitando de manera fragmentaria y contradictoria en el campo de la violencia ejercida por el sector margi - 10 http://www.ciclon.com.ar/indice/canciones/ino-do - ro.html nalizado de tribus juveniles urbanas sobre su propio campo y fuera de él. Pero además de ello, los jóve - nes comparten la visión de que tienen que lidiar, más allá de la vuelta a los regímenes democráticos, con la cáscara dura de un sistema policíaco y un conjunto de dispositivos jurídicos que criminalizan con rigor creciente sus conductas disidentes o transgresoras. En Tegucigalpa, la capital hondureña, a fines de 1998 entró en vigencia el toque de queda para los jóvenes menores de 18 años, para enfrentar los desbordes nocturnos de medio millar de bandas juveniles: los infractores serán detenidos por la policía y sus pa - dres multados [ La Prensa , 5/9/1998 y 21/10/1998]. En otras ciudades latinoamericanas, aunque no exis - ten tales ordenanzas municipales, la acción policial parte de su visión prejuiciada sobre las presencias juveniles en los espacios públicos para justificar sus “limpias” y excesos represivos. Sin lugar a dudas, la violencia tiene muchos rostros para los jóvenes de los barrios marginales de las ciudades latinoameri - canas. Un cantante de rap colombiano nos pinta lo “aspero” y primario de las violencias que atraviesan su entorno local: En el barrio nadie cree en la paz, porque hay otro tipo de violencia que es la invisible. La violencia de Bogotá es diferente: está en la esquina, está en el chofer, está en las miradas, están en los ladrones que viven en la esquina de mi casa, y está en los policías, y está en mil cosas, y está en mi mismo porque yo no soporto el mundo que tengo. Si me vienen a tratar agresivo, me paro agresivo, porque es la forma de sobrevivir en el barrio [en Castro Caycedo, 1999:267] La agenda pública del orden urbano en América Latina de cara a los jóvenes marginales y los pobres está a la orden día. Una revisión de la última década nos revela los esfuerzos convergentes de los gobier - nos latinoamericanos de desplazar en cierta medida su atención a los programas de combate a la pobreza hacia las políticas de juventud, consideradas como un vector clave para alcanzar y sostener la maquilla - da gobernabilidad neoliberal. En la ciudad, el orden coexiste con el caos, mientras la represión se pinta

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