Número 67

33 35 de sucio para reordenar lo espacios urbanos a costa de los urbanitas de lo bajo. En ciertas circunstancias, la protesta social urbana puede ensanchar su base social y trocar los valores político-culturales del caos y el orden autoritario. Dice la antropóloga Mary Douglas que: “La su - ciedad ofende el orden”, y no le falta razón [Dou - glas, 1973:14], pero habría que matizar cuando el poder apela a sus veladas o abiertas lógicas de ex - clusión y a veces de exterminio. La suciedad enten - dida como una construcción cultural es filtrada por los procesos de diferenciación y polarización social o etnoclasista, expresando un campo de confron - tación en todos los órdenes. Desde el mirador de las elites y clases hegemónicas el estigma de la “su - ciedad” opera como la coartada legitimadora de las políticas de control y represión social, respaldada por la configuración de un discurso jurídico donde la ideología de lo limpio se anuda con la ideología de la propiedad [Laporte, 1998:35]. En cambio, del lado de las clases y grupos subal - ternos, la suciedad y el excremento son carnavaliza - dos y asumidos lúdicamente, o proyectados como vehículo de confrontación simbólica. A veces lo bajo y lo escatológico puede asumir una crítica elaborada desde el relato literario o fílmico. Pier Paolo Pasolini apoyándose en su recreación sadiana nos lo recordó en Saló o los 120 días de Sodoma (1975). La intelec - tualidad neoconservadora es muy sensible a estas ve - nas críticas que emergen del campo popular. Por ello no resulta casual que Álvaro Vargas Llosa enfilase sus dardos contra la pretendida sin razón o “idiotez” de esa canción que circuló durante más de dos décadas por los escenarios latinoamericanos: “ Cuando querrá el Dios del cielo , / Que la tortilla se vuelva ; / Que los pobres coman pan / Y los ricos coman mierda mierda ”. Sin lugar a dudas, lo bajo y lo sucio constituyen dos campos simbólicos desde los que se ejerce la vio - lencia de uno y otro lado de la sociedad latinoameri - cana y las artes plásticas son sensibles a ello. Francisco Toledo, el prestigiado pintor mexicano, acaba de inau - gurar su más reciente muestra de 24 pinturas bajo el elocuente título de Los Cuadernos de la mierda. To - ledo paga así en especie simbólicamente significada las rígidas presiones de la nueva política neoliberal en materia fiscal sobre los derechos de autor en el campo de la plástica, pero que afecta también a otros campos artísticos e intelectuales. La réplica irónica de Toledo se inscribe dentro de lo que acertadamen - te Certeau ha denominado argucias para enfrentar o interpelar el sistema aprovechando los intersticios de sus propias reglas. El acto de defecar apela a la cons - trucción pictórica y carnavalesca de figuras zoomor - fas, antropomórficas y que abren no pocas veces el juego a la violencia simbólica: cerdos que persiguen a los hombres cagando, escenas placer o dolor anofalo con personajes disímiles, fragmentos corporales de lo sexual escatológico que se extienden al propio auto - rretrato del pintor. El reciclaje de la mierda aparece como vehículo relevante de simbolización de la propia existencia e interacción cotidiana al interior de la es - pecie humana pero también frente a otras de la esca - la zoológica [Espinosa, 2002: 8]. La estética rebelde transita indistintamente de una a otra práctica artística. Cristian Paredes, un jo - ven poeta peruano, de manera un poco más elusi - va se ubica en la zona escatológica liminar pero sin renunciar a la razón irónica: “Heme aquí/ indefenso en la cola/ de la sociedad/ agente de bolsa, / pues la solución es gradual/ y tiene origen en los/ fondos mutuos [ Escozor , N° 5, septiembre de 2001,p.11] Los medios de comunicación no son ajenos al exitoso ingreso del simbolismo de lo bajo y lo sucio. Resulta significativa la impactante recepción que en los últimos años viene teniendo en Chile el quince - nario The Clinic . Este vocero de una corriente de la izquierda intelectual apela al humor grotesco para embarrar a la derecha pinochetista y a algunas otras figuras del gobierno, su sección “Merculo” fue toma - da con preocupación por los editores del Mercurio al punto que compraron la patente para desactivar ese espacio que no sólo los caricaturizaba sino que les restaba eficacia discursiva. La columna escatológica del quincenario mutó de nombre por la de paja , pero

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