Número 67
34 36 ésta y otras notas siguen siendo redactadas con el humor de lo bajo y las metáforas del enmierdamien - to político y social [ The Clinic , N° 67, 27/12/2001; N° 68, 10/1/2002] En otros casos, algunos medios televisivos, como la mexicana Televisa, comienzan a ofertar en clave orweliana programas como el Gran Hermano, don - de la última frontera de la libertad, es decir, el de la renuncia temporal a ella, consiste en ser confina - do en un conflictuado espacio físicamente reducido y controlado por cánones reactivos de coexistencia primaria. El ojo mediático sobre lo privado rebasa con creces el adiós a la vergüenza de los Talk Shows y lleva a sus extremos a los Reality Shows. Aquí el televidente goza observando la construcción de sus miserias en el espejo del otro. La degradación o em - pobrecimiento de la vida privada, del lenguaje, de la interacción humana y de género se vuelve un acto de cínica complicidad de los televidentes que ade - más votan a favor de la exclusión de los débiles o de los que consideran fuera de juego. Sucede que esta renuncia supone otras más : la de la propia intimidad y privacidad, aquella que no deja resquicios ni para lo bajo y lo escatológico: todo debe volverse grotes - camente público. La implicación política de rearmar por vía mediática una base social totalitaria está pre - sente en la agenda latinoamericana. El panóptico de las mil un transparencias que permiten las cámaras y los micrófonos del espectáculo televisivo potencia - ran inocultables aristas neofascistas. La relación sucio/limpio en su complementaridad y contradictoriedad incide en diversas formas no sólo de distanciamiento etnoclasista sino también de jerar - quización social, la cual no escapa a las diversas lectu - ras críticas de la nueva genración. Así por ejemplo, Su- cio lucro, un fanzine peruano que anima un Taller del mismo nombre cuestiona el orden social donde reina la “USURRA” pugnando por la “la desmierdización de las personas” [ Sucio lucro N° 2, marzo 2002,p.2]. El par binario sucio/limpio tiene otras entradas que van más allá de los espacios públicos, nos lo re - vela el modo en que la limpieza doméstica revela la diferenciación y la jerarquía social desde el género, según lo documentan varios estudios brasileños [ Da - matta, 2001: 24]. De otro lado, la “pepena” y la “bus - ca” de basura, más allá de la recolecta municipal, evidencia la existencia de sórdidas redes y jerarquías de esta expansiva economía subterránea en las ciu - dades latinoamericanas. La “mancha” como categoría emic, es decir, enun - ciada por los urbanitas de extracción popular, puede significar indistintamente a la tribu juvenil, al graffiti, a la marca ritual o natural del cuerpo, a la seña de la segunda piel, al género, al lugar o territorio. La vieja topología de la ciudad colonial entre lo alto y lo bajo, el adentro y el afuera, el centro y la periferia, dieron juego a una valoración asimétrica de los espacios, de los actores y de sus prácticas culturales. Alain Touraine ha subrayado, a partir del caso chileno, la tensión existente entre sus dos imágenes de la juventud: “instrumento de la modernización o elemento marginal y hasta peligroso”, pero que jus - tificadamente puede hacerse extensivo a casi todos los países del continente, como él mismo lo precisa más adelante: “de Toronto o Nueva York a Río o San - tiago” [Touraine, 1998:72-73]. Nuestro sociólogo ve con preocupación cómo la imagen dominante cons- truida en los últimos años en el Chile de la transición y la democracia es la segunda, es decir, la más preca - ria. Y esa imagen tiene una fisonomía muy urbana: la imagen de la juventud campesina o indígena carece de visibilidad, salvo que la asociemos con las imáge - nes fantasmagóricas de sus focalizados desbordes locales o regionales. Esta imagen negra sobre los jó - venes excluidos en Santiago de Chile construida por los medios, las élites y el gobierno, permea negativa - mente su propio imaginario y sus opciones de vida. El cuadro que nos presenta Touraine es tan deprimente como familiar. Sus espejos están por doquier: A los jóvenes de los medios pobres que viven en las “poblaciones” periféricas de Santiago les afecta sobremanera esa imagen. Tienen la impresión de que nadie les quiere, ni siquiera sus allegados. No es sin duda alguna casual que, en un encuentro con
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