Número 67
15 La guerra de exterminio fue la forma global como el poder enfrentó a la revolu- ción social. Se aplicó sobre la población za- patista, predominantemente indígena, so - bre los jefes rebeldes, sus familias y arrasó la economía del maíz. Tal estrategia operó sobre la sangre, los afectos y la milpa. El cadáver de Zapata fue exhibido en Cuautla y a través de fotografías. Miles de personas desfilaron delante del cuerpo. “Dice un guacho: ora sí cabrones, ya que - daron huérfanos, ya su padre se lo llevó la chingada. Despídanse de su jefe”. En ese momento, para la resistencia zapatista, la cuestión no era producir un emblema sino, salir del callejón sin salida que se impuso con el rostro de la muerte. Y sucedió lo extraordinario. La gente salió del encuadramiento y desplazó la mirada; buscó en la mano, en las piernas o en el pe - cho, señales que autentificaran su propia verdad: “No es Zapata, cabrones”. En me - Herald de la muerte de Zapata”, El Universal, 19 de abril de 1919. dio del dolor y la rabia, la resistencia logró restaurar su propia movilidad: Zapata vive, la lucha sigue. Y la lucha sigue: de un lado, los aca- paradores de tierras, los ladrones de montes y aguas, los que todo lo mo- nopolizan, desde el ganado hasta el petróleo. Y del otro, los campesinos despojados de sus heredades, la gran multitud de los que tienen agravios o injusticias que vengar, los que han sido robados en su jornal o en sus in- tereses, los que fueron arrojados de sus campos y de sus chozas por la codicia del gran señor, y que quieren recobrar lo que es suyo, tener un pe- dazo de tierra que les permita traba- jar y vivir como hombres libres, sin capataz y sin amo, sin humillaciones y sin miserias. El general en jefe Emiliano Zapata. Tlaltizapán, Morelos, 29 de mayo de 1916. 67
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