Número 67

21 dad, se hablaba de autonomía; en cambio, el Estado niega la autonomía y regala la interculturalidad, eso ya es motivo de preocupación, y lo mismo ocurre en los otros ámbitos. Por eso, creo que desde un punto de vista antropológico y quizá más académico tenemos la tarea de distinguir continuamente entre lo inter- cultural tal como lo definimos desde la academia y lo intercultural como lo definirían nuestros interlocutores, que pueden ser actores colectivos, movimientos sociales, pero por lo menos en el contexto mexicano a me- nudo es el Estado. El segundo desafío aparte de esa omnipresencia del Estado, consiste en que por determinadas tradiciones institucionales, discursivas y académicas, acabamos trabajando sobre determinados portadores de interculturalidad y silenciamos completamente, invisibilizamos completamente otros portado- res de experiencias de interculturalidad; tenemos una especie de corto cir- cuito intercultural tanto en educación como salud, donde lo “intercultural” se ha ido convirtiendo casi en sinónimo de “indígena”, en sinónimo de pueblos originarios, y esto es preocupante no por el hecho de que estemos trabajando interculturalidad con pueblos originarios, sino sobre todos los demás con- textos en donde no trabajamos y se trata es un contexto de sociedad como aquí en América Latina, donde sigue vigente el diagnóstico que hacía Boa- ventura de Sousa Santos, de que somos sociedades donde están incrustadas la memoria y la amnesia, la memoria y el olvido. Boaventura decía en la epistemología del sur en algún momento: las sociedades latinoamericanas se caracterizan por estar constituidas de relaciones asimétricas y desiguales entre aquellos que no quieren recordar y aquellos que no pueden olvidar y ésto es un contexto del que tenemos que partir; esto nos da un sentido de gramática intercultural con la que nos tenemos que enfrentar. A veces nuestros discursos de interculturalidad permanecen en la su- perficie pero no atacan este problema básico. Si revisamos la bibliografía en el ámbito educativo, hemos hecho el estado del arte sobre intercultura- lidad y educación y tenemos como resultado que los únicos que necesitan interculturalidad en México son los pueblos originarios o los migrantes indígenas en la ciudad. Así, no requiere de interculturalidad el grupo he- gemónico, no requieren de interculturalidad quienes van a escuelas parti- culares, las clases medias, criollas, mestizas, sino los pueblos originarios, y ésto por supuesto es paradójico, hablando de un sujeto que histórica- mente ha sido condenado a una interculturalidad impuesta, colonial como Paul mencionaba en la mesa anterior. Estos sesgos generan ausencias, generan ausencias en nuestras miradas; yo no estoy reivindicando que abandonemos el intento de construir la red en- tre académicos que trabajamos en interculturalidad y hablemos de los pueblos originarios y otros movimientos en la lucha por transformar estructuras, estoy de acuerdo con ese tipo de redes, pero lo que estamos confundiendo es esa alianza con nuestro propio trabajo empírico, que a menudo se limita a trabajar con pueblos originarios y sobre pueblos originarios; creo que encuentros como estos significan que tenemos que transitar a una constelación en la que los jó - venes que están surgiendo de las universidades interculturales indígenas ya no requieren de antropólogos que los estudien, sino de antropólogos que juntos, 79

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