Número 67

22 hombro a hombro, estudien las estructuras de desigualdad que generan estos fenómenos tan raros y tergiversados de interculturalidad; en nuestro caso, se trataría de estudiar al Estado desde una perspectiva intercultural. En este sentido, quisiera hacer un muy breve resumen de cómo se está definiendo la interculturalidad en el ámbito académico, y cuáles son así algunas perspectivas para investigaciones futuras e insisto que no es necesariamente desde la educación intercultural, la salud intercultural o el derecho intercultural, sino desde una mirada más holística a estos fenómenos. En primer lugar, una cuestión que sigue siendo paradójica en cuestión de diversos campos es que hay un uso a menudo muy prescripti- vo, muy normativo, del término interculturalidad. Cuanto más desiguales son nuestras sociedades parece que más descripción de armonía, de fun- cionalidad, de integración se quiere expresar con el término intercultu- ralidad. Me imagino que una de las razones por las que en América Latina los Estados no utilizan el término “multi”, sino el término intercultural, aparte de que no se quieren asemejar a sus antecesores anglosajones, creo que reside en este hecho de hacer énfasis en interacciones positivas, una cuestión que Jorge acuñó como “interculturalidad angelical”, un discurso angelical que viene de determinados agentes hegemónicos para conven- cer a los actores subalternos de que con un poco de “buena onda” y soli- daridad se resuelve la situación fundamentalmente colonizadora, y resul- tado de esto es que hay muchas propuestas normativizantes, prescriptivas y hay pocos análisis de qué hay detrás de ellas; hay mucha prescripción y poca descripción; hay muchas soluciones y no sabemos a qué problemas va a proveerse de soluciones. Entonces ese es un sesgo en todos los estudios sobre la educación in- tercultural, pero tengo la sensación de que en otros ámbitos también ten- demos a prescribir más como “debería ser”, que a entender realmente cómo son las relaciones interculturales. Creo que necesitamos una mi- rada crítica, analítica, respecto a interacciones grupales de distinta iden- tificación en nuestra sociedad, y ahí nuevamente no sólo reducirlo a las interacciones históricas entre Estado-nación y pueblos originarios, sino también incorporar otros grupos que se definen por determinadas iden- tidades, culturas, espiritualidades, etcétera, que hasta ahora no forman parte del discurso sobre lo intercultural. Lo segundo, termino, aparte de esta interculturalidad prescriptiva e interculturalidad descriptiva, hay otra dicotomía preocupante: gran parte de quienes trabajamos desde la antropología en estos ámbitos, hacemos énfasis como bien lo menciona Yolanda, en la necesidad de una noción más dinámica, más procesual de cultura, que no folclorice, que no esen- cialice, que no vuelva cultural algo superficial; sin embargo, persiste en documentos oficiales, desde la UNESCO hasta el nivel municipal, persiste una noción estática de la cultura, una noción esencializante, como si la cultura fuera parte de nuestro ADN y no una noción dinámica, proce- sual, contemporánea, que parta de la cultura contemporánea; entonces, esto significa que rápidamente, cuando el Estado habla de un “currícu- lo intercultural” o habla de una “solución intercultural de salud”, acaba prescribiendo: “quédate con tu propio folklor, porque esa es tu solución”, 80

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