Número 67

25 como las que ocurren en una escuela metropolitana, con tantas lenguas maternas y ese tipo de interacción entre diversos ha ido en aumento, por lo menos en cuanto a su visibilidad. Tal vez siempre fuimos heterogéneos, quiero pensar que sí, pero ahora ha ido en aumento precisamente porque los actores se vuelven visibles, son conscientes de sus derechos. Entonces estos son tres paradigmas, pero los tres utilizan el adjetivo inter- cultural para referirse a ello, y desde un punto de vista más analítico tenemos que hacer, identificar a qué se refiere con, para ver el potencial, y esa es otra distinción que quisiera mencionar: el potencial funcional o “emancipatorio” con que se usan estos modelos y enfoques, que se mencionaban hoy por la mañana, creo que es muy importante distinguir estrategias de uso del mode- lo, del enfoque intercultural para mantener las cosas como son, para amor- tiguar los conflictos, solamente para reconocer estas fuentes de identidad reconociendo esta riqueza intercultural de todos nosotros, o transformamos a esta sociedad en una sociedad con mayores niveles de participación, de identificación, cohesión, o como se le quiera llamar, y eso requiere de una mirada siempre crítica, pero también autocrítica de cómo analizamos deter- minados modelos, con qué tipo de actores entramos en alianza. En México es un gran problema que los que trabajamos sobre educa- ción intercultural financiamos todas nuestras investigaciones a partir de ese Estado que es el problema; la educación intercultural entonces da cor- to circuito. En cuanto a la identificación, a veces acabamos estudiando al indio, a la comunidad, por encargo del Estado, en vez de por encargo del movimiento indígena y ver qué es ese estado: ahí es donde necesitamos un cambio, un cambio de mirada. Viñeta de Andrés Rábago, El Roto (reproducida con su autorización) 83

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