Número 67
38 nes gubernamentales”, también puede, como recién ha sucedido en México, poner de relieve es el que “usurpa funciones”, si esas funciones son de ju- risdicción gubernamental exclusiva y qué tanto el desastre revela el grado de legitimidad de ese gobierno. La dimensión política de un terremoto Explicar causas e inquirir sobre ellas es un ejercicio propio de las “fuerzas del entendimiento humano”, a las que Almeida convocaba hace 267 años en Lisboa y aplicable hoy en México. Adoptar mecánicamente las explica- ciones normadas desde el poder y la inercia es, en cambio, muestra de un entendimiento precario. Y sin embargo, si en la Europa de hace dos siglos y medio el elemento radical era dirimir en ese ejercicio sus causas naturales y no contentarse con causas divinas, el entendimiento hoy requerido nos ori- lla paradójicamente a dejar de naturalizar la damnificación , tanto la propia de los terremotos y de otras catástrofes en sí como en particular la preexis- tente que los potencializa en nuestro país. Y ese reto hoy no sólo es enten- der, explicar o comprender la dimensión múltiple de la damnificación , sino el de explorar la sinergia entre factores generadores de daño evitable, y en particular el de obrar en consecuencia, es decir, incidir en esa evitabilidad, dado que ni los efectos de los terremotos ni las damnificaciones evitables son asuntos de retórica, sino de organización social y de acción política. El ya citado Teodoro de Almeida concatenaba causas de diverso orden. Dos siglos y medio después del terremoto de Lisboa cabe hacer lo mismo, pues desde una perspectiva epidemiológica incluyente, que es eminente- mente política, sí que existe hoy en México una Causa Suprema en esa damnificación naturalizada de los terremotos recientes de septiembre de 2017, y es de orden antropogénico; es decir, aunque existan otras causas de estricto orden físico y natural, esa causa de daño sobreañadido es la que hoy demanda prioritariamente una atención que emane precisamente de “las fuerzas de nuestro entendimiento humano” (Cardoso, 2007: 175-176). A esas palabras de Almeida habría que añadir, y no en segundo plano sino en toda su relevancia, las fuerzas determinantes del afecto y de la solidaridad hu- mana, puestos en evidencia recientemente en México. Y es que soslayar la realidad de conjuntos de población damnificados a permanencia es precisamente invisibilizar el sustrato evitable, pues ellos no sólo constituyen los sectores poblacionales más damnificados en los terremo - tos, sino que lo son en función de estar sometidos en el ordenamiento jerar- quizante de la colonialidad (Restrepo y Rojas, 2010), a procesos diversificados y eficaces de ausencia programada , recurriendo a un término muy pertinente planteado por Santos en el marco de las epistemologías del sur (2005). En ese sentido, en términos epidemiológicos, en esos ausentados opera una damni- ficación diferencial programada, bajo eufemismos como los de “efecto colate- ral”, “costo del desarrollo”, “externalidad” o “voluntad divina”. Retornando una vez más al ejemplo portugués, el célebre marqués de Pombal, Sebastián José Carvalho, se aplicó hace dos siglos y medio en me- didas que incluyeron el envío de soldados para cerrar caminos, de modo que nadie sano huyese de la Lisboa desastrada, a fin de que se incorporase a trabajar en su reconstrucción, y también comisionó tribunales móviles 96
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