El mito popular de los Pilanchichincles y su ritual en Coatetelco, Morelos

Resumen

Considerando las bases teóricas de Lawrence Krader y Jesús Montoya, en este artículo etnográfico se trata de interpretar el ritual que acompaña al mito de los Pilanchichincles o “airecitos”. Se describen las características del pueblo de Coatetelco, donde se celebra y a manera de comparación, se comentan los trabajos que se han escrito sobre este mito y ritual desde 1981 a la fecha. Finalmente, describimos el ritual a los Pilanchichincles en Coatetelco, en 2018, al que asistimos, y lo comparamos con los anteriormente estudiados en la bibliografía.

Palabras clave: mito, ritual, Pilanchichincles, etnografía.

 

Abstract

In this ethnogical paper we consider the theoretical basis of Lawrence Krader and Jesús Montoya to interpret the myth and the ritual of the Pilanchichincles or little aires. We also write about the Coatetelco town, where they celebrate the ritual and we also talk about the works written upon these myth and ritual from 1981 up to date. Finaly, we describe the actual ritual and we compare it with the known works and we the last ritual to the Pilanchichincles in Coatetelco, in 2018, and contrast it with the ancient one presented in the bibliography.

Key words: Myth, Ritual, Pilanchichincles, Ethnography.

 

Consideraciones teóricas

En este artículo interpretamos el mito de los Pilanchichincles bajo la teoría de Lawrence Krader del mito popular, en la que éste se define como una expresión no religiosa ni política, sino como una creencia de la gente. Lo que hace a un mito es su arraigo en la gente que lo ha recibido, que lo ha tomado y lo ha trasmitido. La gente se siente ligada al mito con un profundo compromiso; el mito es un acto de fe… (Krader, 2003).

Krader dice: “Lo que resulta común a todas las formas de mito es que son abrazadas por los miembros de un grupo social que, en sí mismo, es variable; puede tratarse de una comunidad, de una secta religiosa, de un partido político o de un pueblo entero cuyos mitos tienen gran antigüedad…” (Krader, 2003:29).

La principal característica de un mito es que está arraigado en la gente, que se siente ligada con él y cree en él; los creyentes del mito lo abrazan acríticamente. El grupo se adueña del mito y lo vuelve parte de sus tradiciones. “El mito tiene sentido para quienes lo aprecian, lo aman, creen en él o están convencidos de su existencia…” (Krader, 2003:32). Así es la creencia de los campesinos del pueblo de Coatetelco en los airecitos o Pilanchichincles.

Asimismo, estamos de acuerdo con la propuesta teórica de Montoya que señala al respecto de las comunidades campesinas: “…dotando de vida antropomorfa a todo lo que le rodea, nos enfrentamos al hecho milenario de la personificación de las fuerzas naturales y por tanto a la personificación de los elementos considerados como fundamentales (aire, agua, fuego, tierra) de tal manera que en todos los tiempos y culturas se han conocido espíritus y númenes del aire o del viento, del agua, del fuego y de la tierra…” (Montoya, 1981:4-5). Es el caso de la creencia en los Pilanchichincles, o niños del viento, cuyo mito y ritual se reproduce cada día 23 de junio en Coatetelco, Morelos, hasta el día de hoy.


Foto 1. Mujer envolviendo tamales con hoja verde de maíz, trabajo de campo, 2018

 

El pueblo

Coatetelco está ubicado al suroeste del Estado de Morelos, en el municipio de Miacatlán. Tiene una población de más de 25 mil habitantes, de los cuales la mayoría son campesinos que trabajan la tierra, algunos todavía tradicionalmente, y otros ya utilizan riego. El clima es caliente y seco y la flora y fauna corresponden a la selva baja caducifolia (Maldonado, 2005). Justo en el centro del pueblo está la iglesia, que actualmente se encuentra en proceso de reconstrucción debido a que el sismo del año 2017 la destruyó casi en su totalidad.

Como elemento importante, en el pueblo se encuentra una zona arqueológica, un centro ceremonial de los siglos XIII y XIV, perteneciente al señorío de Cuauhnahuac; seguramente en época anterior fue subsidiario de la antigua gran ciudad de Xochicalco (siglos VIII al XII). Consta de una pirámide o momoxtle un juego de pelota y otras estructuras alrededor de una plaza. Como parte de la zona arqueológica, hay un museo que guarda las reliquias que allí se encontraron. Hoy día, la zona constituye un área turística y sigue siendo espacio de rituales campesinos.

El pueblo está ubicado a orillas de una laguna que se alimenta con las aguas del río Tembembe. La laguna es el centro organizador de las distintas actividades religiosas y económicas del pueblo. Los peces (tilapias), que abundan en ella, son parte importante de la alimentación de los habitantes de Coatetelco, y son ofrecidos y vendidos a los turistas que visitan el lugar los fines de semana, en las palapas que se levantan en sus orillas.

En Coatetelco, muy poca gente habla náhuatl y, aunque sus habitantes emplean tecnologías modernas, como computadoras, teléfonos móviles y electrodomésticos, mantienen su cosmovisión y tradiciones culturales de origen prehispánico, esa tradición está presente asimismo, en la comida y su preparación, en sus cultivos —como el maíz, el frijol, el chile, la calabaza, el amaranto y el camote— y también en su concepción del territorio y de las estaciones en que se divide el año: la lluviosa y la seca. Un elemento clave en la preservación de las tradiciones prehispánicas es el uso del antiguo calendario, a través del cual se organizan todas las ceremonias y rituales religiosos, curativos y de petición de lluvia que se realizan en el pueblo. Allí prevalecen los valores, las creencias y los símbolos comunitarios que no han cambiado sustancialmente desde la época prehispánica.


Foto 2. Haciendo los tamales para los Pilanchichincles, trabajo de campo, 2018

 

Antecedentes

Desde hace años se tiene información sobre este mito y ritual, que poco ha cambiado a través del tiempo. La primera referencia bibliográfica que se encuentra es de 1981, cuando Raúl Arana, arqueólogo del INAH, trabajó en el Centro Ceremonial de Coatetelco. Él asistió al ritual de los aires y lo describe así: “La víspera de la fiesta de San Juan Bautista (Patrón de la población) se celebra el 23 de junio por la tarde. En ella se realiza la ofrenda que un grupo de personas hacen a los que ellos llaman “los aires”…Esta ofrenda, llamada “Huentle” se deposita también (además de en la pirámide principal) en otros sitios, como son piedras labradas, oquedades, y en la parte superior del Cerro de Moctezuma, donde existe también una zona arqueológica, y en otros lugares conocidos donde se supone que viven espíritus que, en este caso, son los protectores del campo y a los cuales se les ofrece comida para pedirles buena temporada de lluvia y por consiguiente buenas cosechas…” (Arana, 1984:221-222).

En el texto de Arana se habla de que la ofrenda, o huentle, la organizan personas mayores, y la acompañan de cantos y rezos en mexicano. Habla de los elementos que componen la ofrenda, que son dos palitos de ocote untados con chapopote y adornados con estambres de colores rojo, blanco y verde, así como una comida a base de mole verde, chocolate y tamales, acompañados con cigarrillos y bebidas alcohólicas; a todos ellos finalmente se les ahúma con carbón y copal y se prenden velas de cebo para agradar a los espíritus; en ocasiones se baila y se prenden cuetes. (Arana, 1984)

Según esta descripción, poco ha cambiado el ritual. Las únicas diferencias son que antes se hablaba a los airecitos en mexicano, y ahora hay poca gente que habla náhuatl, y que además se ofrendaba chocolate, Ya no, tampoco se baila. Pocos cambios ha habido en 37 años.

En 2001 Druzo Maldonado publicó, en la Revista Cuicuilco, un trabajo en el que se encuentra la descripción del ritual y del huentle, u ofrenda, que lo acompaña. “El 23 de junio –víspera de la fiesta patronal de San Juan Bautista– señala la fecha más importante dentro del calendario ritual y agrícola, marca la llegada o “visita” de los “aires” al territorio ejidal de Coatetelco… constituye el principal rito agrario de propiciamiento del buen temporal y de la siembra del maíz…” (Maldonado, 2001:77).

En 2005 Druzo Maldonado escribe extensamente sobre las características del pueblo de Coatetelco, de su composición étnica, de sus tradiciones, de sus leyendas y costumbres, así como de las fiestas religiosas y populares, y dedica dos capítulos al ritual a los aires (Maldonado, 2005).


Foto 3. Comiendo y bebiendo antes de ritual, trabajo de campo, 2018

Relata en este trabajo que los campesinos de Coatetelco conciben a los aires o Pilanchichincles como seres pequeños, invisibles, con características humanas: “los aires son de otro espacio, son de otro mundo, no son del de nosotros. Pero luego se revuelven con nosotros. Son como niños pero a veces negritos, o güeritos, su nombre quiere decir “aires pequeños’, como niños que traen la lluvia. Se les habla en mexicano. Ahora en castilla. Todo en castilla, ya no hay mexicano’, dicen. “En Coatetelco, a los airecitos se les categoriza como entes que poseen apariencia y atributos humanos…éstos poseen un sustrato de origen prehispánico, los ehecatotontin, los tlaloque y los tepictoton… ellos viven en las montañas altas y en los cerros.” (Maldonado, 2005:70).

Maldonado menciona y describe cuidadosamente el tipo de comida que se ofrece en el huentle, y la manera en que se prepara, y lo reconoce como de origen prehispánico. También se refiere al papel que juegan en este ritual las dos velas de cebo que se ponen en cada una de las ofrendas “ahí en la vela dice… la vela te da a saber de todo…si viene el viento y parece que la apaga, no se ha apagado, ahí están los aires, están jugando, están contentos… A veces están enojados y apagan las velas, y las lluvias vienen tristes.” (Maldonado, 2005:72). Los Pilanchichincles son caprichosos y voluntariosos, así los catalogan los campesinos.

En 2015 se publicó un trabajo de Alicia Juárez Becerril en el que describe cuidadosamente en qué consisten el ritual y las ofrendas a los aires en San Andrés de la Cal, al norte del Estado de Morelos y lo equipara con el ritual y ofrenda a los aires en Coatetelco. Es un ritual muy diferente. Se realiza en el mes de mayo e incluye una serie de elementos que no están presentes en Coatetelco, como frutas envueltas en papel de china y amarradas con estambres de colores, muñequitos, animalitos; lo que sí es parecido es que también visitan diversos parajes del municipio para colocar las ofrendas y pedir la lluvia a los aires, y también ofrecen mole con pollo y tamales nejos. En San Andrés la conductora del ritual es una mujer, lo cual es muy diferente; en Coatetelco los encargados son hombres siempre.


Foto 4. El Guiador Ambrosio Pirieno en el ritual, trabajo de campo, 2018

En San Andrés de la Cal los preparativos de las ofrendas se hacen en el atrio de la iglesia, no en una casa particular, y de allí salen a los diferentes parajes donde se deposita la ofrenda. No se menciona la comida que se da a los participantes en el ritual, quizá porque es en la iglesia y no hay el protocolo que se debe en casa de alguna familia.

La autora Juárez Becerril realiza una comparación entre el ritual de San Andrés de la Cal y el de Coatetelco, aunque en este último no tuvo experiencia directa y sus observaciones están basadas en los trabajos de Druzo Maldonado. Enuncia las siguientes semejanzas entre ambos rituales: los colores de la ofrenda, el uso de cuetes, los cigarros y el humo del copal, y la comida y bebida rituales; el mole verde y los tamales, acompañados de ciertas bebidas como el pulque o el vino, constituyen la comida principal para los aires. Asimismo comenta: “De todos estos alimentos, los aires se llevan el aroma impregnado en su color y en su esencia.” (Juárez, 2015:297).

En 2017 (Cervantes et. Al.) y 2018 (Cervantes y Gómez) publicamos nuestra experiencia etnográfica en tres pueblos de Morelos, Cuentepec, Xoxocótla y Coatetelco, en relación con el huentle, u ofrenda a los aires, a los santos y a los muertos. El énfasis se dio en la preservación de los elementos del huentle u ofrenda de comida –mole verde, tamales nejos y alguna bebida alcohólica, como tepache o pulque– que no contiene ningún elemento moderno o de la época colonial; por esta razón pensamos que desde la época prehispánica hasta la fecha se conserva la tradición. Estas ofrendas se presentan a los aires, a los santos y a los muertos. El protocolo está dentro de la tradición con pocos cambios en su historia. En los artículos se describen los rituales llevados a cabo en esos pueblos.

 

El mito y su ritual

El 23 de junio, la víspera de la fiesta a San Juan Bautista, celebran los campesinos de Coatetelco el ritual del mito dedicado a agradar a los airecitos, o Pilanchichincles, para que haya buen temporal y se obtenga una buena cosecha. La gente del pueblo abraza al mito y, por más que el ritual implique altos costos y mucho trabajo para la familia a la que le corresponde realizar el ritual –cada dos años cambia de familia–, éste continúa vigente. Cada año se celebra y asisten un grupo de personas creyentes en el mito. El compromiso de los campesinos con los airecitos está vivo, y se hace el ritual que implica la comida y los elementos del huentle u ofrenda para los Pilanchichincles y también la comida para todos los que participaron en su preparación.

Los campesinos creen en los Pilanchichincles, a los que se les imagina –porque nunca los ven, son invisibles– como niños que viven en las montañas y en los cerros, y que vienen al área de Coatetelco a recibir el huentle u ofrenda que les hacen los agricultores en 19 parajes, con la petición de buen temporal. Quizá estos personajes corresponden a los ehecatotontin del prehispánico dios del viento Ehecatl que, se dice, tenía una multitud de pequeños ayudantes para acarrear el agua de lluvia y los truenos. Este es un mito y ritual que se realiza desde hace muchos años en el pueblo de Coatetelco, quizá desde la época Colonial, ya que hay en él un claro sincretismo entre los dioses prehispánicos y los de la religión católica.

El ritual que se ofrenda a los airecitos, como el de otros rituales, “…corresponde a una expresión normada por reglas específicas que obedecen a un conjunto de principios y normas que garantizan su eficacia, demostrada empíricamente por haberse practicado reiteradamente por generaciones. Es la repetición cíclica que da sentido al tiempo. Los rituales son siempre iguales, pero siempre diferentes.” (Cervantes, 2017:84). Este ritual es exclusivo de hombres, sólo ellos pueden participar llevando los elementos de la ofrenda a los diferentes parajes donde se coloca el huentle. Algunas mujeres pueden acompañar a los guiadores del ritual, pero no participan en la ceremonia.

“Nosotros hacemos este festejo para que nunca nos falte el agüita, por eso se le pone el huentle. Esto no lo tenemos de hoy, viene desde nuestros antecesores”, dice don Pablo Pérez Octaviano, campesino de Coatetelco.

“En el ritual y la ofrenda de comida, o huentle, por ser la expresión de un mito, sus componentes permanecen estables, casi sin cambios a través del tiempo…la comida del huentle y el rito que la acompaña son pervivencias culturales prehispánicas.” (Cervantes y Gómez, 2018). Por ejemplo, la hechura del mole verde no conlleva ningún elemento colonial ni moderno, se hace con semilla de calabaza, chile y originalmente con guajolote cocido, ahora con el llamado pollo de rancho. Este alimento es sólo para los airecitos, la gente no lo puede comer, si algo sobra se tira en la tierra para que lo coman los animales que pasan por allí.


Foto 5. Banderitas multicolores para la ofrenda, trabajo de campo, 2018

 

Nuestra experiencia del 2018

En Coatetelco, el 23 de junio de 2018, el casero fue don Agustín Carrillo; él, junto a su esposa e hija, fueron los encargados de coordinar, por segundo año consecutivo, el ritual. Este es el fin del ciclo para ellos, pues en el festejo que se lleva a cabo, la responsabilidad pasa a manos del siguiente casero.

Al llegar a la casa de don Agustín nos encontramos con 10 mujeres que preparaban los tamales nejos, que son tamales pequeños, hechos con masa de maíz nixtamalizada con ceniza, y envueltos en hojas verdes de maíz; una vez cocidos se reparten en paquetes de 24 tamales colocados en hojas de totomoxtle. Las mujeres nos enseñaron como envolverlos, de manera que quede un círculo con la hoja. Las mujeres también preparan las tortillas que se darán a los participantes.

El mole verde que también se ofrenda a los Pilanchichincles en pequeñas cazuelas se cocinó con semilla de calabaza tostada y molida en “formas” de madera con un metlapil hasta volverla polvo. En una cazuela se cuece el pollo, se sacan las piezas y al caldo se le añade el polvo de las semillas de calabaza, se le agrega el chile verde y las piezas del pollo.

Entre las mujeres se cuentan los acontecimientos de los rituales de años pasados, con comentarios como: “Ay, ese día los aires nos dijeron que no iba a llover, y pues no llovió, ese año estuvo muy seco.” La creencia está presente entre los asistentes; a pesar de que no es un grupo grande de personas el que participa en el ritual, se organizan anualmente tratando de mantener viva la tradición.

Mientras tanto, los hombres comían carne de puerco en salsa verde, y bebían refrescos y tepache para “agarrar fuerzas para ir a los parajes”, como nos comentó Vicente Macedonio, uno de los participantes. Se nos ofreció carne frita, que se cocinaba en las afueras de la casa. El destazamiento y la cocción de esa carne está a cargo exclusivamente de los hombres.

Se nos invitó a comer y platicamos con Pablo Pérez Otaviano. Él tiene veinte años de acompañar el ritual de los pilanchichicles, y nos explicó el porqué del ritual. Una de las principales interrogantes que teníamos era si les había costado trabajo hacer la fiesta, es decir, encontrar quién participara y fuera creyente, o si simplemente este ritual tendrá continuidad. A ello contestó: “Pues a mí me tocó el año pasado, y luego a mi ahijado, esto no se va a perder, al contrario lo vamos levantando, nosotros vamos de salida pero ellos, los jóvenes, van para arriba y ellos también creen.”

Este año fue el segundo en el que le correspondió a Agustín Carrillo encargarse de la fiesta, y le preguntamos si le había costado trabajo hacerla, a lo que respondió: “Este año no, porque ya estaba el anterior y son dos años que se comprometen, pero ya tenemos para el próximo, porque se van renovando; hoy se decide quien sigue. Aquí los jóvenes siguen participando, parece que no porque algunos se van, pero siempre hay quien sigue llegando; mi sobrino, por ejemplo, tiene como tres años participando, pero lo hace con fe.” Se nos hizo mucho hincapié en que la fe es importante para acompañar al ritual y, si no hay fe, o por lo menos respeto, serán castigados por los airecitos.

Ambrosio Pirieno es guiador, es decir, conduce las entregas del huentle a los pilanchichincles en los diferentes parajes que él conoce bien, y nos comentó: “uno tiene que ir con ganas a ver a los airecitos, si no, mejor no vayas.” Le preguntamos cuántos guiadores como él quedan, a lo que contestó: “quedamos pocos, como cuatro, pero los chavos que vienen abajo quieren aprender y eso es bueno porque quiere decir que los nuevos no van a dejar que esto acabe, aunque sea caro.”


Foto 6. Caminando hacia el momoxtle, trabajo de campo, 2018

Una vez que las mujeres anunciaron que los tamales estaban listos, los dos grupos de hombres comenzaron a preparar y a repartir lo que cada uno de los dos grupos llevaría: banderitas de colores, velas, el mole verde con pollo, la bebida de tepache. Al tener todo listo, se formó una fila de hombres que, con un copalero, esparcían el humo en el altar de la virgen de Guadalupe, se persignaban, hacían alguna petición y prendían un cigarro; todos los hombres pasaron haciendo lo mismo.

Al poco tiempo, se nos indicó que iríamos en una camioneta con Ambrosio, el guiador. Íbamos alrededor de 10 personas en la camioneta; se nos llevó al momoxtle, o pirámide principal. Una vez ahí, se caminó por la zona arqueológica y nos subimos a lo alto de la pirámide. Se prendieron algunos cuetes y Ambrosio colocó la ofrenda encima de un papel de estraza, detenido con cuatro banderitas. Al intentar encender una vela se le apagó, y dijo: “Aquí andan los aires”, mientras los saludaba y les decía: “te venimos a ver, y a traerte mole, con pollo.” Mientras, tiraba un poco de mole en la tierra, y dejaba ahí también los tamales; al mismo tiempo, un joven tocaba música con una flauta y un tamborcito. Se unieron al ritual los cuidadores de la zona arqueológica, y nos pasaron un trago de tepache y un cigarro a cada uno; es obligación fumar y tomar tepache. El guiador repetía cosas en voz baja y estuvimos unos instantes más ahí, en silencio. Luego se nos dijo que era hora de ir al siguiente paraje. Al preguntarle cómo vio las velas, dijo: “Viene bien el temporal, viene bueno el tiempo.” Todo el ritual se repite a lo largo de los parajes. Cuando terminan de poner el huentle en los diferentes lugares, regresan los dos grupos a comer y a festejar un año más del ritual.


Foto 7. Ofrenda dejada en el momoxtle. trabajo de campo en Coatetelco, 2018

 

Recapitulando

Las descripciones de Raúl Arana, 1981, las de Druzo Maldonado, 2001 y 2005, así como las de Alicia Juárez Becerril de 2015, y las nuestras, de 2017 y 2018, coinciden; en realidad no se observan cambios en el ritual. El único cambio es que Arana incluye chocolate en el huentle, y los discursos en náhuatl. En las observaciones de los otros autores ya no se ofrenda el chocolate, quizá por el costo y ya no se habla en nahuatl.

Lo interesante de estas experiencias es que por años y años el ritual, y por tanto el mito, continúa vigente. La creencia de un grupo grande de habitantes de Coatetelco continúa la tradición, aunque cada vez es más caro y cada vez hay menos gente que colabore con los gastos y con trabajo en la preparación de los elementos del ritual. Este año de 2018, el casero calculó que se gastaron $10 mil pesos en ello, lo que es un monto importante para los pobladores. Ellos, por ser quienes reciben en su casa, tienen que dar de comer a los participantes y dar también comida para llevar a todos ellos. Básicamente, para llevar se utiliza carne de puerco; este año se mataron tres puercos para convidar la comida a los visitantes. “Los participantes hombres matan al marrano, hacen las banderitas, hacen el tepache, y son los encargados de dejar la ofrenda en los parajes. Los caseros cuando la gente va ayudar, en reciprocidad, ellos tienen que dar poquita comida, ellos dicen poquita comida pero eso incluye cinco o seis pedazos de carne con frijoles y tortillas; entonces se van cinco pedacitos para acá, cinco para allá, aparte de comer ahí, más la que se llevan, entonces la que se llevan es bastante, medio litro de frijoles, su respectiva salsa, un kilo de tortillas, a cada uno que va a ayudar; casi siempre hay frijol y marrano; si hay arroz, pues se hace.” (Información de Héctor Jiménez).

Es por problemas económicos y de falta de interés en muchos de los campesinos del pueblo que quizá el ritual vaya desapareciendo, en esta ocasión asistieron 15 hombres, de los cuales cuatro eran de la tercera edad, incluidos los guiadores, hombres de mediana edad y jóvenes. 19 mujeres se ocuparon de las tareas de cocinar los tamales y el mole verde.

A pesar del costo y del trabajo que implican los preparativos del ritual, y de que quizá desaparezca la festividad, el mito continuará vigente porque ha estado arraigado en los campesinos por siglos y la situación social y económica de ellos no ha cambiado.

 

Bibliografía

  • Arana Raúl (1984) “Ritos simbólicos practicados sobre los monumentos arqueológicos de Coatatelco” en Investigaciones Recientes en el Área Maya, XVII Mesa Redonda SMA, tomo IV México, pp. 219-228
  • Cervantes Mayán, Gómez Diana y Jiménez Héctor (2017) “El Huentle como pervivencia de antiguos rituales” en Alimentación, Cultura y Territorios, Acercamientos Etnográficos, Coords. Ernesto Licona, Isaura C. García, Alejandro Cortés, Benemértia Universidad Autónoma de Puebla, pp.83-95.
  • Cervantes Mayán y Gómez, Diana (2018) “El Huentle en tres pueblos de Morelos. Análisis Biocultural” en Biodiversidad, Patrimonio y Cocina, Procesos bioculturales sobre alimentación-nutrición, Coord. Edith Yesenia Peña y Lilia Hernández,
  • Colección Interdisciplina, Serie Enlace, Secretaría de Cultura, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, pp. 131-151
  • Krader, Lawrence (2003) Mito e Ideología Obra Varia del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.
  • Juárez Becerril, Alicia (2015) “Observar, pronosticar y controlar el tiempo. Apuntes sobre los especialistas meteorológicos en el Altiplano Central” en Serie Antropológicas (Digital) del Instituto de Investigaciones Históricas, no. 25 U.N.A.M, México, pp. 269-297
  • Maldonado Druzo (2001) “Territorialidad y Espacio Ritual en Coatetelco, Morelos (el dato etnográfico)” en Cuicuilco, Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Nueva Época, vol. 8 no. 21, México, pp.69-88
  • Maldonado, Druzo (2005) Religiosidad Indígena. Historia y Etnografía Coatetelco, Morelos, Colección Científica, Instituto Nacional de Antropología e Historia. México.
  • Montoya José de Jesús (1981) Significado de los aires en la cultura indígena, Cuadernos del Museo Nacional de Antropología, INAH, México.