Identidad político-cultural y parricidio latinoamericano durante el periodo de entreguerras

Resulta un reto para la historia intelectual en América Latina atender los procesos generacionales de parricidio intelectual, los cuales, en muchos casos, poseen impactos diversos en otros campos de la existencia social. Las impugnaciones de un canon literario o estético, coinciden con la emergencia de una joven intelectualidad de relevo pero también con las condiciones políticas y culturales reinantes que les pueden ser favorables o no. No es casual, que la intelectualidad vanguardista, por razones de exilio o de búsqueda, se haya descentrado temporalmente de sus espacios nacionales.

La dialéctica que guía a los jóvenes intelectuales es compleja, supone negaciones, afirmaciones y no siempre visibles, algunos enlaces o mediaciones. Por un lado,  los  movimientos de deslinde y ruptura con las obras, ideas y conductas de los integrantes de la vieja intelectualidad se justifican por considerárseles un lastre para su propio desarrollo. Por el otro lado, los jóvenes intelectuales, de manera simultánea aunque zigzagueante, se van afirmando positivamente a través de sus primeras y balbuceantes obras, ideas y prácticas, preanunciando un posible e inédito paradigma o canon. A veces, estos procesos, pretenden ser iluminados por algunas obras que pretenden mostrarnos de manera panorámica la arena del campo intelectual en que el autor y sus afines están involucrados frente a sus adversarios o enemigos. Podemos encontrar casos en los que los vanguardismos intelectuales y políticos convergen en ciertos puntos y acciones.   

Ilustraremos un proceso de este género desde sus bordes, a través de un libro síntesis, parcializado y combativo, parricida al fin de cuentas.

Luis Alberto Sánchez con su obra Balance y Liquidación del Novecientos. ¿Tuvimos maestros en nuestra América, abrióespacio a uno de los debates más interesantes acerca de la intelectualidad en nuestro continente. Las preguntas no eran nuevas, la confrontación sí. Las interrogantes tuvieron filo acerado al dinamizar el proceso de concentración y polarización de dos campos, el intelectual y el político, que borronearon sus fronteras durante el periodo de entreguerras en el siglo XX.

Las opciones que trazaron las preguntas dibujaron de parte a parte a los antagonistas: ¿Compromiso del intelectual con las urgencias y mayorías nacionales o subordinación al poder oligárquico o en sus bordes caída en el torremarfilismo? ¿Retórica vacua o congruencia ética e ideológica? Mucho antes qué Sánchez, Mariátegui trazó con punzante ironía el ideal reaccionario de la torre de marfil, caro a la intelectualidad oligárquica:

En una tierra de gente melancólica, negativa y pasadista, es posible que la Torre de Marfil tenga todavía algunos amadores. Es posible que a algunos artistas e intelectuales les parezca aún un retiro elegante. […]Vetusta, deshabitada, pasada de moda, albergó hasta la guerra a algunos linfáticos artistas. Pero la marejada bélica la trajo a tierra. La Torre de Marfil cayó sin estruendo y sin drama. Y hoy, malgrado la crisis de alojamiento, nadie se propone reconstruirla.

[…]El «torremarfilismo» formó parte de esa reacción romántica de muchos artistas del siglo pasado contra la democracia capitalista y burguesa. Los artistas se veían tratados desdeñosamente por el Capital y la Burguesía. Se apoderaba, por ende, de sus espíritus una imprecisa nostalgia de los tiempos pretéritos. (Mariátegui, 1959: 25)

 Sánchez por su lado y durante su estación del exilio en Santiago de Chile, se involucró en participar activamente en un sonado proceso a la intelectualidad oligárquica. Este intelectual despuntó por esta y otras batallas como uno de los representantes intelectuales más destacados del movimiento aprista. Por lo anterior, proponemos una revisión parcial de esta obra parricida en el seno mismo del campo intelectual, cubriendo en lo fundamental la primera mitad del siglo XX, aunque algunas de sus notas ulteriores se deslicen hasta 1973. Trazaremos un recorrido bifronte con escogidos movimientos de enlace entre las condiciones de producción de la obra, las de vida en el exilio del autor, la coyuntura política latinoamericana y la trama misma del libro.

La obra posee varias ventanas, considerando los criterios estéticos, literarios, ideológicos y políticos que la fueron modelando.

 

El «zorro» Sánchez 

El referente «zorro» tiene muchas entradas culturales en el Perú. Recuperamos el mote que le asignó la intelectualidad de izquierda al entonces Rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pocos años antes de que editase la cuarta edición del libro que nos ocupa. El Sánchez que conocimos fue uno de los más sagaces abanderados de la guerra fría, antimarxista cabal en los campos intelectuales y políticos. Más allá del antagonismo, apodarlo «zorro», fue un reconocimiento a su probada habilidad política. Sabía negociar, golpear y distraer a sus oponentes y adversarios.

La propia escritura de Sánchez nos revela su astucia intelectual y política[1]. Nos invita a rastrear sus movimientos y sus blancos; también sus silencios y concesiones. Su lectura permite constatar la densidad simbólica o ideológica de sus agudos o hirientes señalamientos personales y/o  de grupo. El recurso de la memoria acerca del otro intelectual, significado como adversario u oponente, fue sustantivo en sus obras. Particularmente en el libro que venimos analizando, dicha memoria, fue un ingrediente casi demoledor. Tuvo la coartada necesaria para legitimar bajo arropamiento ético el proceso parricida en el que tomó parte durante los años veinte y treinta del siglo pasado. En lo general, la escritura y la palabra de este intelectual formaron parte de la astucia y del pathos de quien se sentía ser parte del proceso,  y aún juez, a pesar del destierro al que lo condenaron con su complicidad y silencio, algunos viejos intelectuales oligárquicos. Por lo anterior, los escenarios intelectuales que trazó nuestro protagonista, no estuvieron exentos de esa lógica de cargar y/o borrar rasgos en sus oponentes o en sus contornos, sin olvidar sus blancos.  

Los lectores deberán estar prevenidos sobre nuestro mirador, nuestras propias huellas, mostrarán otra paradoja. Nos tocó participar en el movimiento juvenil universitario que pretendía «procesar» a Sánchez por crímenes hacia el movimiento universitario de izquierda, y a través de él a la vieja guardia intelectual aprista que se batía en retirada en los claustros universitarios peruanos.[2] Hubo en nuestro bando, la producción de una cascada de artículos críticos, tesis, manifiestos, acción e intencionalidad ideológica y política anti-aprista[3]. En dicha coyuntura, la izquierda intelectual había encontrado a una Apra intelectualmente alicaída y en repliegue, le pesaban como plomo algunos hitos y movimientos de fuga intelectual: 1948 (el desencanto por la fallida insurrección aprista); 1956 (la alianza impensable con el dictador Odría, el perseguidor); 1959 (la recepción de la Revolución Cubana) y 1964 (la formación del Apra rebelde y su conversión en MIR). Casi al momento de nuestra confrontación, Carlos Delgado, figura emergente de la intelectualidad aprista, fue cooptado por el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado.

El embate marxista juvenil de finales de los años sesenta, traducía además de un desborde de izquierda, una fractura, un nuevo parricidio. Este momento, fue perspicazmente recordado por Sánchez en el prólogo de 1973, cerrándolo con un tono cansado, conciliador y quizás profético o previsor:

El lector tiene ante sus ojos lo que logramos de tanto como ambicionamos entre otras cosas una ruptura directa con la generación inmediatamente anterior, ruptura que ha disminuido sin suturarse, como ocurrirá mañana con la que separa a nuestros juveniles detractores, felices de sus deficiencias y recelosos de las excelencias de los demás. Ni más ni menos que nosotros, como con nuestros antecesores lo tratan de reflejar este libro. (Sánchez, 1973: 24)[4]

Pero volvamos a nuestro personaje, más allá de esta digresión necesaria. Luis Alberto Sánchez (1900-1994), connotado escritor y político peruano, debe ser recordado a través de algunas señas de vida. Sigámoslas hasta el momento en que se aboca a redactar su polémico ensayo de crítica a la intelectualidad oligárquica o filo oligárquica del novecientos, parcialmente conocida por algunos de sus signos filosóficos, estéticos y literarios como positivista, arielista y modernista. 

En 1917, Sánchez ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en la ciudad de Lima para estudiar Letras y Jurisprudencia. Fue en el claustro universitario que nuestro personaje trabó relación amical con Víctor Raúl Haya de la Torre, quien dos años más tarde destacaría como la principal figura del movimiento de reforma universitaria y animador del Conversatorio Universitario en torno al tema de la Independencia del Perú, vísperas de su primer Centenario. Junto a Haya destacó la participación Luis Alberto Sánchez, al lado de figuras significativas como Jorge Basadre Raúl Porras Barrenechea, Jorge Guillermo Leguía, José Luis Llosa,  Carlos Moreyra, Ricardo Vegas (Núñez, 2006).

Luis Alberto Sánchez durante sus exilios de los años treinta del siglo pasado redactó varias obras, muchas de ellas respondieron a las urgencias terrenales que debía afrontar en sus países refugio, entre los que sobresalió Chile. Sin lugar a dudas, supo ganarse la vida como intelectual dentro y fuera de su país. Le ayudó tener la pluma fácil y una cultivada erudición en tópicos literarios, históricos y políticos de América Latina.

Prescindiendo de las obras dedicadas a temas peruanos, resaltaremos los hitos de la construcción de una sostenida lectura continental con ostensibles huellas bolivarianas y apristas. Sobre las huellas del libertador [1925] nos reveló su temprana adhesión bolivariana, respaldada por un itinerario de viaje sin desperdicio por los países sudamericanos por los que Simón Bolívar transitó y dejó obra y memoria, controversias aparte. Las motivaciones suscitadas por su participación en el Conversatorio Universitario y el clima celebratorio del Centenario de la Independencia, fueron decisivos en su ánimo y quehacer intelectual.

Le siguieron bajas condiciones excepcionales para el trabajo intelectual - signadas por la clandestinidad y el exilio- : América: novela sin novelistas [1933], Vida y pasión de la cultura en América (1935),  Historia de la literatura americana [1937] y  Balance y liquidación del Novecientos, iniciada en 1936, concluida en 1939 y publicada en 1941 por editorial Ercilla en Santiago de Chile.

Los viajes y los exilios, aunados a sus experiencias de lector y sus expandidas redes intelectuales y políticas, fueron modelando en Sánchez, sucesivas y mutantes miradas acerca de América Latina.

 

Huella y variaciones liminares 

El prólogo del ensayo Balance y liquidación del Novecientos, dice telegráficamente el corpus de la obra, y el autor sabe o intuye que el lector espera algo más que un guiño, una idea, un mapa. El prólogo implicó también la  valoración de lo escrito y en casos como este, de lo vivido. Cierto que la entrada autoral dependió en grado sumo tanto de la calidad argumental del texto como de la forma en que fue redactado, revisado, reescrito. Y uno y otro aspecto se complementaron bien, la recepción del libro fue exitosa sin dejar de ser polémica.

Cierto es también, que el prólogo de Sánchez, puede ser tratado analíticamente como una unidad, como un fragmento significativo, sin desdeñar los otros paratextos a los que se encuentra vinculado. Hay pues suficientes razones para justificar una estación, un apartado.

Recordemos que en su libro, tras el título de portada le sigue en la primera página, la presentación de un epígrafe extraído del Fausto de Goethe. Su lectura nos advierte acerca de la presencia  de un sentido fuerte caro a la retórica arielista: su poder de fascinación. «Ariel anima el canto con sonidos de celestial pureza: su eco atrae a los muñecos y también a las hermosas. » El prólogo dirá algo más dejando al corpus el proceso crítico de desencantamiento de la retórica del intelectual novocentista. 

El prólogo como texto autoral nos proyecta en sus cuatros rostros y tiempos, a dos ciudades: Santiago (1939, 1955) y Lima (1968 y 1973). El despliegue seriado de los mismos, trazó el itinerario de sus permanencias y reescrituras. Dicha obra fue remozada en diversos momentos, entre 1939 y 1973, entre su primera y cuarta edición. Nosotros, por razones de estricta economía textual y limitaciones de fuentes, nos remitiremos a la última.

En lo general, diremos que Balance y liquidación... no es propiamente un palimpsesto aunque algo tiene de ello, en la medida en que las reescrituras y añadidos cumplidos por Luis Alberto no llegaron a borrar las huellas de sus tesis primordiales de 1939, y ello nos basta para justificar la pertinencia y límite de nuestra lectura en torno a la cuarta edición. Sin embargo, dejamos constancia que el autor apuntó en sus diversas revisiones a dotar a la obra, de una visión más documentada sobre la producción de cada uno de los integrantes del modernismo y del arielismo. También hacemos constar que el autor trató de academizar la obra, depurándola de algunos juicios lapidarios. Sánchez ha confesado sin ambages, que:

 El libro tuvo un origen polémico, pero, en el camino, cambió su tono y trató de ser simplemente expositivo. Si no logró evitar cierto aire de fronda, no sé si ello se debe al destino del libro o al mío propio. (Sánchez, 1973: 23).

Efectivamente, el primer prólogo denominado por Sánchez «Drama de la orientación» fue signado por su intencionalidad intelectual y política, por su tono polémico y de combate: «Me es imposible enjuiciarlo, sin participar, yo mismo -como acusado, como relator y como fiscal –en tan apasionante asunto.» (Sánchez, 1973: 9). Además, al significar como «dramática» la orientación, dotándola de referentes autobiográficos le confirió a su escritura fuerza y veracidad.

Pero ¿quiénes fueron los actores intelectuales de este  drama caro a los inicios del siglo XX? Por un lado, los «maestros» novocentistas (arielistas y modernistas) y por el otro, sus discípulos: estudiantes adolescentes, encandilados con sus retóricas. Obviamente, Luis Alberto se encontraba entre los segundos. Un tiempo y horizonte nuevo facilitó el quiebre del «espejismo novocentista», y con ello el reposicionamiento de los intelectuales en su segunda juventud. Sánchez habla a dos voces, por sí mismo, pero también como vocero de la intelectualidad aprista. 

Sánchez como muchos otros de sus coetáneos, transitaron del desencanto arielista a la adhesión al aprismo. Sin lugar a dudas, no se trató de una operación ideológica aséptica, considerando el proceso de polarización del campo intelectual y político peruano y latinoamericano. Por esos años, la crisis crónica de la cultura oligárquica no tuvo fácil ni rápida resolución. Fisuras, grietas, intersticios, rellenos y parches, presentaban un edificio cultural de arquitectura envejecida y precaria, que se resistía a ser demolido. El poder dictatorial apuntalaba sus paredes y fachada en parte por interés y en parte por inercia.

«El novocentismo» como hecho intelectual, como expresión epocal al decir de Sánchez, fue elitista y no se equivocó. Filiar el cuadro de la intelectualidad como oligárquica y tendencialmente pro dictatorial fue demoledor. Terrenalizar las motivaciones del yo superlativo del intelectual oligárquico, fue una operación de desnudamiento, de mostrar su vejez en pelotas. Es decir, presentar la carencia de escrúpulos. Los novecentistas en menos de una década, se mostraron en vitrina pública sin reparos. Sánchez trata de proponer una explicación:

...el mero culto egolátrico, condujo al inevitable desgaste del vivo ímpetu ideal transformado en materialismo. En 1914, los insurgentes y audaces modernistas de 1906 se convirtieron casi todos en conservadores y formalistas. Con eléctrica velocidad Atenas devenía en Bizancio.  (Sánchez, 1973: 38)

Los ornamentos de la palabra del intelectual novocentista, fueron rasgados por el bisturí ético de la radicalizada juventud universitaria cerraba filas juntos a las  clases subalternas. Dicha obra no podía dejar de dar cuenta del polarizado campo intelectual peruano, allende las fronteras estatales. Francisco García Calderón (1881-1953) es cuestionado por sus concepciones acerca de América Latina, en particular por su exaltación del caudillo (Sánchez, 1973: 101-102) Y en lo que compete a Mariano Cornejo (1866-1944) sostuvo que: «...trató de construir un ideario de la autocracia para el uso del gobierno de Leguía. Gran vocero del ‘ideal’...de cincelado fraseario a lo Guizot y de cazurrrería de criollo Tayllerand, él también encarna también a Proteo, ‘el inasible’. » (Sánchez, 1973: 105)

.... Mucho más duro se mostró con Riva Agüero y con Chocano. El primero, el  intelectual más prominente del régimen dictatorial bajo Benavides, representaba «la reacción disfrazada de intelligentzia», y no se equivocaba, la cita que eligió fue abiertamente a favor de Mussolini y de Hiltler corriendo el año de 1936 (Sánchez, 1973. 126 y 187). Y el segundo, poeta, aventurero y publicista continental de las dictaduras fuertes. 

Sánchez encontró en José Santos Chocano (1875-1934), las huellas que filiaban a la intelectualidad modernista y acomodaticia. Sánchez afirmó que en el poeta:

“...asoma igual desaprensión por la conducta, idéntico amor a la forma literaria, a lo suntuario: al confort. No fue bohemio ni héroe de boulevard y boudoir, sino una especie de ‘bandolero divino’ más cerca de Cecil Rodhes y Basil Zaharoff que de Casanova. (...) (Sánchez, 1973:52)

Aproximar a Chocano al colonialista Rodhes  dedicado al tráfico de diamantes en África, o al griego Zacharias Basileios más conocido como Basil Zaharoff, el más inescrupuloso traficante de armas, no fue precisamente un elogio.

El torremarfilismo del intelectual, su aparente neutralidad, fue presentada como una impostura, como una anémica coartada difícil de ser aceptada por los jóvenes universitarios, que apostaban a ir más allá de la extensión universitaria en pos de la reforma social, otros, en aras de la revolución libertaria o socialista. Sin embargo, el texto de Sánchez, también supo develar las mediaciones, más allá del derrumbe del paradigma del intelectual oligárquico, más allá de la fractura en el campo intelectual. Algunos de los fragmentos legados por el modernismo, el arielismo y el positivismo se sedimentaron en el imaginario de la juventud intelectual.

El segundo prólogo (1955) iluminó el tiempo del exilio que incidió en la  redacción intermitente del libro, entre 1936 y 1939. Igualmente, le confirió a la obra un «fundamental carácter literario» a contracorriente del tenor multidimensional anunciado en el prólogo de 1939, aunque al final del segundo  matizó al decir: «confesamos que nos interesa mucho más el aspecto ético y social del fenómeno». También inscribió su personal motivación política en el marco de la lucha antifascista de la época, atendiendo al peligro que representaba «el divorcio entre la palabra y la acción» para los jóvenes. Obviamente, el espejo era presentado retrospectivamente. Por último, nuestro escritor anunció que la nueva versión impresa, había depurado «parte de los juicios y comprobaciones estéticos», agregado y reforzado, «los aspectos social, ideológico y étnico.» (Sánchez, 1973: 19). El tercer prólogo (1968) fue un párrafo brevísimo, el cual comunicaba a los lectores que la obra, salvo «algunas precisiones y condensaciones en relato y juicios y unas pocas adiciones bibliográficas», difería de la versión anterior, fuera de recuperar su título original.   

 

La coordenada generacional

Balance y liquidación… tiene “algo de autobiográfico” en la medida en que narró y evaluó el posicionamiento estético, moral y político de los arielistas, así como el que correspondió al movimiento antiimperialista al que Sánchez se adscribió entre los años veinte y treinta del siglo XX. No está dicho de manera explícita en la obra pero los contrastes estaban ya en el contexto, en la atmósfera ideológica que respiró Sánchez y varios como él. En la obra el contraste que a veces es también polaridad, ha cumplido una función legitimadora de primer orden a favor del movimiento al que se adscribió. Por lo anterior, dichas operaciones argumentativas, han cumplido también funciones identitarias y valorativas. Si el modernismo practicó «una especie de nativismo visible, decorativo y exterior» (Sánchez, 1973: 89), la nueva promoción universitaria participó en el lanzamiento de las vanguardias literarias, algunas de ellas de nativismo fuerte y profundo, emergido en tiempos de flujo de los movimientos indígenas y campesinos.  

De época a época, de contraste en contraste y de antagonismo en antagonismo, Sánchez dibujó las identidades intelectuales y políticas. La identidad emergida de las clases medias urbanas y solidaria con las clases subalternas, se afirmó y retrató frente a su contraparte intelectual oligárquica, más por posición ideológica y clasista que por estricta y genérica extracción social. Afirma que el proceso de la reforma universitaria delineó en perspectiva su propio campo de adscripción intelectual y política:

Así de esa insurrección de estudiantes, brota el movimiento más auténtico y en el que cuajan mejor que en ninguno las aspiraciones de la nueva América: el ‘Apra? (Alianza Popular Revolucionaria Americana) fundada por Haya de la Torre en México, el 7 de mayo de 1924.  (Sánchez, 1973. 115)

El enlace entre el movimiento de la reforma universitaria y el emprendimiento indoamericano de esta agrupación populista fundada en 1926 (Melgar, 2005)[5], tuvo parecidas réplicas en diversos países latinoamericanos.

Desde otro ángulo podemos afirmar que la otredad novecentista, en tanto que blanco ideológico y político, narró la identidad colectiva reformista y/o revolucionaria. Exploremos en palabras de Sánchez otra de las expresiones ideológicas de los pretendidos y controversiales discípulos de Rodó, contrastada frente a la postura de la nueva promoción intelectual de la que formaba parte:

Los arielistas adorarán el panamericanismo decorativo, bajo la égida de Yanquilandia; los nuevos orientadores constituirán ligas de “Unión latinoamericana” o Indoamericana. Aquéllos manifestaron vagos impulsos; éstos desembocan en fórmulas más realistas. (Sánchez, 1973: 114)  

Hemos de resaltar el hecho ideológico que hace al autor deslindarse del concepto orteguiano de generación. Percibió que tal uso, escamoteaba la heterogeneidad ideológica y política del sujeto social, así como la diferenciación social y el tejido de contradicciones que le correspondía.

Sánchez optó por delinear dos conjuntos de intelectuales contrapuestos por algo más que sus franjas de edad, en la medida en que consideraba ciertos condicionantes sociales, económicos e ideológicos, que prefirió denominar «promociones» o «sectores». En dirección convergente creemos oportuno citar al historiador Pablo Macera para quién el concepto de generación intelectual no puede disociarse del de pertenencia de clase social, operación sociológica que rompe con el sentido unitario y biologicista. Macera nos aclara que la generación:

...no está constituida en este contexto por la totalidad de miembros de una clase sino únicamente por aquellos que dentro de ella desempeñan el papel de intelectuales orgánicos o funcionarios ideológicos suyos o que al menos se preparan para serlo. (Macera, 1977: XVI)

Sánchez no compartía la tesis muy en boga de Ortega y Gasset acerca de la generación, y no tanto por los tintes biologicistas con que la había conceptuado el filósofo español[6], sino por fundadas razones de corte sociológico e histórico. El filósofo español había sostenido que la generación «angosta» estaba marcada por la  heterogeneidad y la dispersión, dos síntomas presuntamente negativos [Ortega, 1965]. Sin embargo, esta forma devaluada de generación en el pensamiento orteguiano, parecía acercarse más a las expresiones concretas e históricas.

Quede claro que la lectura de Sánchez iba en dirección antiorteguiana, sabía que José Ingenieros y José Enrique Rodó por ejemplo, «nacidos en una misma época», no podían ser metidos en el mismo saco, en el mismo bando. El ensayista peruano consideraba que:

...es indispensable corregir el vicio del lenguaje que importa el término «generación». Podríamos hablar de «promocione«, mas no de «generaciones». Cada grupo de hombres enmarcados por la cronología de una generación  no tiene iguales propósitos. [Sánchez, 1973:13]

Sánchez subrayó como criterio relevante para medir la cohesión de la promoción, el haber pasado por significativas experiencias. Estas vivencias  convergentemente compartidas en los espacios públicos, cumplieron una función modeladora en los pensamientos y quehaceres de cada promoción. Consideraba que la generación signó a todos los coetáneos dentro de un escenario y tiempo dado, regional, nacional o continental, pero diferenciados y confrontados entre sí, reagrupados en «sectores» o «promociones». Nuestro crítico y polemista nos previene nuevamente, iluminando su problemática entre lo general y lo particular:

Repito: es peligroso hablar de generaciones; más vale, de promociones o sectores. Existe, cierto, un clima de cada tiempo, social y a su modalidad individual. Mientras el tono de la época indica que los Calibanes habían adoptado el disfraz de Ariel, hubo un sector que, por el sendero de la ciencia y de la ética, desdeñando la retórica, ahondó en el tema de la justicia y dirigió sus pasos hacia un concepto social de la vida. No fueron quizá los más brillantes; pero, si, los más constructivos. De ellos han aprendido mucho las gentes que han venido después. (Sánchez, 1973: 113)

Y aunque a lo largo de la obra, Sánchez no logró escapar de cierta antinomia discursiva sea debido al uso lábil de los conceptos de generación y promoción. Es posible que sea  atribuible a los virajes de sus propias reescrituras. De nuestra parte, coincidimos con el historiador Flores Galindo, quien hablando a propósito de la generación a la que pertenecemos, formuló una acertada y fecunda reflexión de alcance más general. Permítasenos citarla in extenso:

La idea de ‘generación’ puede remontarse al convencimiento  -resumido en un proverbio árabe- de que los hombres se parecen más a sus amigos que a sus padres. La época se impondría sobre la familia o la clase social. Las generaciones no surgen automáticamente al igual que la historia no es un mecanismo de relojería. De allí que resulte inútil discutir su periodicidad: diez, quince o más años. También es absurdo escoger una fecha arbitraria y tomarla como un hito fronterizo inamovible. Las generaciones tampoco resultan de la decisión de un grupo que se autotitula como tal, en busca de una identidad literaria. No tienen que existir necesariamente. El término ha sido demasiado empleado, hasta el maltrato. Las generaciones aparecen cuando se producen el peculiar encuentro entre determinados acontecimientos y vivencias, por un lado, y proyecto y actitudes que cohesionan a un grupo de coetáneos. No a cualquier grupo: el uso de esta palabra se limita, por lo común, a los profesionales de la ideología, es decir, a los intelectuales.  (Flores Galindo, 1987: 103)

Salvo el punto no resuelto en Flores Galindo de clase y generación, ha subrayado algunos puntos medulares sobre los usos o excesos del concepto de generación en el campo intelectual. En otro pasaje de su ensayo sobre la generación del 68 afirma con tono concluyente y polémico que: «Por lo general, las ideas se sostienen mejor en las clases que en las generaciones: son menos pasajeras y elitistas. » (Flores Galindo, 1987: 116). Autonomizar la generación y su ideario de una pertenencia de clase social no resulta muy convincente, tampoco su propuesta acerca de las lógicas diferenciadas de las permanencias ideológicas. 

Volviendo al texto disparador de este debate inconcluso, diremos que Balance y liquidación nos ha motivado a revisitarlo, a recordarnos que coexisten varios  usos historiográficos e ideológicos del concepto de generación en el Perú y la América Latina. Además de todo ello, cabe reconocer que el autor del libro, Luis Alberto Sánchez, nunca perdió el hilo conductor que sostenía su crítica a la intelectualidad novocentista, también llamada promoción “arielista” en el continente.

 

Entre permanencias y  desgastes

Los ecos polémicos de la obra Sánchez se hicieron sentir todavía en 1977. Recordemos que en aquel año, un estudioso del arielismo defendió la lectura orteguiana de generación sin mayor consistencia al criticar la obra de Sánchez por su manera frágil y banal de caracterizar al arielismo (Real de Azúa, 2001). Pocos años después, una conocida crítica literaria dejó fuera de referencia a Sánchez en sus estudios sobre el modernismo y el arielismo (Franco, 1983).

No es difícil adivinar que la obra de Sánchez había perdido actualidad como historia literaria. Nuevas exigencias teóricas y metodológicas en boga, demandaban una relectura ampliada de las fuentes y nuevos modos de interpretación, varios de ellos, más próximos al marxismo y a  la sociología de la literatura que a la incipiente semiología cultural. Sin embargo, el texto de Sánchez en muchos sentidos escapó a los límites de la crítica literaria emergente, sus reticencias al uso lábil del concepto de generación siguen teniendo más pertinencia de lo que sospechaba su crítico uruguayo.

La obra de Sánchez, desde otros ángulos disciplinarios, tampoco ha permanecido incólume a las críticas de sus desgastadas lecturas sociológicas, económicas e históricas. Lo que pervive de esta obra, es que sigue siendo un documento epocal, un texto con densa carga ideológica y política, es digno de ser releído y discutido. Incluso, su retrato de la intelectualidad oligárquica sigue siendo valioso para los historiadores y cientistas sociales, críticas más, críticas menos.  

Destacaremos el hecho de que el escritor aprista hizo hábil maniobra argumentativa, entre testimonial y documental, acerca de la existencia de un campo de mediaciones que signaron las ligas ideológicas entre la vieja intelectualidad oligárquica cuya hegemonía fue ostensible hasta los años de la Primera Guerra Mundial y los jóvenes universitarios adheridos a las banderas de la reforma universitaria y más tarde militantes o adherentes a la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). El antagonismo real distó de dejar incontaminados a sus polos, los rastros del pasado en la obra de Sánchez son mostrados sin vergüenzas, señalando las fronteras y el movimiento que llevaron a la ruptura histórica. Quiebre no absoluto, pero si sustantivo y visible.

Un agrupamiento de coetáneos no representa en sentido estricto una generación, salvo que sea adjetivada por su rasgo más distintivo. La relatividad de la fecha de nacimiento, obliga a hablar más de quinquenios o decenios para trazar el horizonte de los adherentes a tal movimiento o los identificables como tales.

Sánchez desde el título anunció su deslinde, los términos contables de balance  y liquidación portan cierta ironía alusiva al mullido tren de vida de los arielistas bajo el paraguas protector de los estados oligárquicos. Un epígrafe recuerda en palabras de Haya de la Torre el espíritu iconoclasta del movimiento universitario reformista: «Nuestra generación no tuvo maestros, porque los vio a todos claudicar».

El posicionamiento político neoconservador de la mayoría de los intelectuales novecentistas quedó en entredicho para la joven intelectualidad mesocrática que apostaba a favor de la reforma y/o la revolución social. La primera posguerra mundial, hizo más visible la crisis de la cultura oligárquica y del torremarfilismo intelectual. A la pérdida de legitimidad del positivismo cientificista y del modernismo literario, le sucedió un clima de búsqueda de un nuevo paradigma, así como de debate sobre el compromiso social y político del  intelectual. 

Cada trayectoria individual de los intelectuales emergentes, dejó la huella de su  momento de ruptura. Sánchez fue enfático al evocar: «En 1925 quemé definitivamente los ídolos de mi 1914.» [1973:9] El texto en sí no da más luces sobre su viraje ideológico por «nuevos senderos». El movimiento reformista en la universidad peruana se inició en 1919 liderado por Haya de la Torre. Contados fueron los «profesores de idealismo», los «devotos del ideal», que brindaron algún tipo de solidaridad con los jóvenes reformistas. La mayoría reclamó «jerarquía intransigente e inmutable» [Sánchez, 1973: 115]

Más allá de la críptica evocación del autor, tenemos la  certeza sobre el impacto vital de cuatro acontecimientos de 1925 que le dejaron huella indeleble: el primero, con la publicación de su libro de viaje por las repúblicas bolivarianas llevándolo a una configurar una lectura y preocupación supranacional; el segundo, su estreno como colaborador activo de la revista Mundial con una serie de artículos sobre la obra de Rodó; el tercero, su afiliación al «mundo nuevo» de la masonería, convirtiéndolo según sus memorias, en «más humano y bastante ritualista» [Sánchez, 1987:204]. El cuarto, el asesinato de Edwin Elmore – joven escritor vanguardista- a manos del poeta José Santos Chocano, que profesaba en esa coyuntura su adhesión a las dictaduras fuertes.

A pesar de lo dicho, 1925 operó como un distractor considerando que 1930 marcó la fervorosa filia del autor por el APRA, «síntesis de valores humanos y sociales» a contramano del viraje de la «promoción del novecientos», que manifestó repentina y tenaz sed de mando, ansia de poder y de goce” [Sánchez, 1973:16]. Los años treinta escalaron la confrontación entre los intelectuales reformistas adheridos al aprismo y los novocentistas beneficiarios y defensores de las dictaduras de Sánchez Cerro (1931-1932)  y de Benavides (1933-1939). 

Un sector de la intelectualidad novocentista había asumido el discurso autoritario y Sánchez, aproxima con razón sus obras. Una familia de eufemismos delinea la exaltación dictatorial: «pastor del rebaño» (Pedro Emilio Coll), el «hombre providencial» (Manuel Domínguez), El «oligarquismo» De Torres, el «gendarme necesario» (Francisco García Calderón), el «Cesarismo democrático» (Laureano Vallenilla), la plutocracia colonialesca de Riva Agüero , etc. (Sánchez, 1973: 87, 100-105).

 

Reflexión final

Cada proceso parricida, sea en el campo intelectual o político merece un debate mayor, quizás un estudio comparativo. La doble identidad de Luis Alberto Sánchez, como intelectual y como cuadro dirigente del aprismo nos obliga a plantear algunas sugerencias. Pensamos por ejemplo, que Balance y liquidación del novecientos es para el campo intelectual lo que El Antiimperialismo y el Apra (1936) de Haya de la Torre lo fue para el campo político. Y entre uno y otro espacio de fronteras porosas, de ideas y actores compartidos,  recomendamos seguir la ruta de la intertextualidad convergente u oponente por ser potencialmente útil y fecunda. 

En lo general, la obra de Sánchez nos muestra más allá del caso particular que narra, que la fractura y la mediación son inseparables en el análisis de los relevos intelectuales propios a los nuevos periodos históricos y culturales. Relevo de ideas, de formas expresivas, de prácticas culturales y compromisos con las clases subalternas o las élites en el poder.

La figura mítica y trasgresora del parricidio intelectual signó en lo general, momentos de aguda beligerancia ideológica, punto de colisión y fractura, de visible violencia simbólica. Sin embargo, puede velar otro movimiento de mayor positividad vinculado a la modelación de la nueva identidad intelectual que se va afirmando no sólo en oposición a sus mayores, mentores o no, sino también a través de sus productos ideológicos, estéticos, políticos, en sus propias prácticas y compromisos, en sus disensos y convergencias. La obra de Sánchez es algo más que un alegato interpares, interpromociones, fundó una lectura mayor sobre el antagonismo y el relevo intelectual epocal, discutible sin lugar a dudas, pero sugerente y funcional en su tiempo y en su mirador crítico y militante.

La ruptura como las mediaciones tiene sus matices. No obstante la beligerancia de Sánchez para juzgar en lo particular a sus mentores novocentistas peruanos, hizo  concesiones especiales, los favores y afectos suscitan algo más que matices. Los espejos en el campo intelectual, en aras de un estudio en profundidad, obligan a leer las apreciaciones de los mayores que vienen siendo interpelados por los más jóvenes por razones más valederas que las de sus franjas de edad. Y cómo dejar fuera el campo de la recepción popular de los momentos de fractura y mediación, de uno y otro actor intelectual. Y recordemos también que la presencia de los intelectuales en los espacios públicos, marcó la diferencia en cuanto a compromisos, proyectos y ecos frente a las urgencias nacionales, frente a las demandas y/o expectativas de las clases subalternas.  

Recordemos por último, que para los intelectuales el capital letrado, vía el libro  o la revista cultural o política, trascendieron el campo intelectual gravitando en horizontes más amplios de la población.

 

Bibliografía

FRANCO, Jean (1983) La cultura moderna en América Latina, México, Grijalbo.

MACERA, P. (1977). Trabajos de historia I. Lima, Instituto Nacional de Cultura.

MARIATEGUI, JOSÉ CARLOS (1959) El artista y la época, Lima: Empresa Editora Amauta. 

MELGAR BAO, Ricardo (2005) «Redes y espacio público transfronterizo: Haya de la Torre en México (1923-1924)», en Redes intelectuales y formación de naciones en España y América Latina 1890-1940 de Marta Casáus Arzú y Manuel Pérez Ledesma (Editores), Madrid, Universidad Autónoma Metropolitana, pp.65-105.

MONTORO, Janet, «Luis Alberto Sánchez, periodista”, www.unmsm.edu.pe/Destacados/contenido.php?mver=8 - 21k – consultada el 30/9/2007.

NUÑEZ HUALLPAYUNCA, Efraín (2006) «Pensamiento político en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (primera mitad s. XX)» peru.indymedia.org/news/2006/06/29860.php - 39k, consultado el 20 de septiembre de 2007.

ORTEGA Y GASSET, J. (1965). En torno a Galileo: esquema de las crisis. Madrid, Espasa-Calpe. (Volumen V de Obras Completas, ver “Ideas de las Generaciones”) 

¯¯¯(1988) El Tema de nuestro tiempo, Madrid,  Espasa-Calpe (Colección. austral núm. 28).

Sánchez, Luis Alberto [1973] Balance y Liquidación del Novecientos, Lima, Editorial Universitaria, (colección Autores Peruanos núm. 48).

Real de Azúa, Carlos (2001) Medio siglo de Ariel, Montevideo, Academia Nacional de Letras.



[1]    «Sobre el espíritu crítico de Sánchez, el historiador Vallenas recuerda que por tener una opinión discrepante, milimétricamente calculada para que no pareciera que favorecía a un rival u opositor, se ganó el apelativo de «astuto como el zorro». «En eso era muy cauteloso, hacía la crítica con una puntería muy bien calibrada para que no se convierta en algo contraproducente». (Montoro, 2004).

[2]    En las filas de la izquierda universitaria, el rector Sánchez aparecía como autor intelectual o por lo menos beneficiario político de las tropelías, desmanes y algunos homicidios cometidos por la brigada de choque aprista conocida como los “búfalos” liderada por el «ranger» Arturo Pacheco Girón. En realidad, el grupo fue bautizado por el propio Pacheco como “Comando Indoamericano”. Poco años más tarde, este personaje apareció vinculado al grupo paramilitar «halcones» en México, según reportó un número especial de la revista ¿Por qué?

[3]    Corriendo el año de 1968 compartía la peregrina idea de Roberto Oyague, un entrañable compañero y amigo, que pretendía retomar el ejemplo del Tribunal Russel para montar uno propio y de pequeño alcance. El tribunal deseado, circunscrito a  los claustros universitarios, juzgaría los «crímenes» del rector Sánchez. La idea era procesar ideológica, moral y simbólicamente al zorro Sánchez, declarado «enemigo del movimiento estudiantil” de izquierda. El golpe militar de octubre de 1968 y la renuncia oportuna y profética de Sánchez (“después de mí, el diluvio”)  cambiaron el norte de la desbordada izquierda universitaria capitalina de la que entonces formábamos parte, sin ser todavía sanmarquino. Recuerdo también los desplantes de la joven intelectualidad de izquierda a los emisarios de Sánchez, clausurando la posibilidad del diálogo. El antagonismo era abierto y los espacios de mediación pequeños y erráticos. Las “búfalos”, cuerpos de choque del Apra, habían hecho mella, potenciando la memoria y la beligerancia de la izquierda universitaria.

[4]    La puesta en cursivas es nuestra.

[5]    La mitología fundacional del Apra en México a la que alude Sánchez como real no nos puede distraer en este apartado, sugerimos consultar nuestro texto de 2005.

[6]    «Los miembros de ella vienen al mundo dotados de ciertos caracteres típicos, que les prestan una fisonomía común, diferenciándolos de la generación anterior.» (Ortega, 1988: 16)