13, Septiembre de 2012

El exilio sudamericano en el México revolucionario: claves de autoctonía e identidad política en 1927

 

México fue políticamente significado como un país refugio por esa diaspora de perseguidos y desterrados latinoamericanos, norteamericanos y europeos gracias al influjo cultural de la Revolución mexicana. Otra cosa era la realidad. El gobierno mexicano de vez en vez, recurrió a la deportación de aquellos exiliados que consideraba perniciosos, en otros casos, se sirvió de ellos en función de su política exterior. El caso que nos ocupa situado en el agitado año de 1927, el quehacer periodístico de los sudamericanos que hemos estudiado, favorecía en cierto sentido la política exterior de Calles al poner su énfasis en la lucha contra la amenaza norteamericana sobre la soberanía de los pueblos del continente. Nuestros protagonistas expresaron sus ideas a través de diversos medios periodísticos mexicanos y latinoamericanos, pero también a través de La Batalla, su vocero, objeto de nuestro interés.

 

Los lectores se preguntarán ¿qué sentido tiene rescatar del olvido una revista intelectual publicada en 1927 sobre temas continentales? El título de la publicación en parte responde a la pregunta. La Batalla fue editada en México a lo largo del año 1927. Sin lugar a dudas, se trataba de una publicación animada por algunos integrantes del exilio intelectual sudamericano. Fue dirigida por el intelectual  venezolano Carlos León y el argentino Alejandro J. Maudet, más conocido por su pseudónimo de Alejandro Sux.[1] Esta publicación operó como un espacio de articulación de diversas corrientes ideológicas: nacionalistas revolucionarios, antiimperialistas, anarquistas, socialistas y cominternistas.  La defensa de México y Nicaragua desde banderas bolivarianas frente a los Estados Unidos fue el eje articulador de intelectuales y corrientes que dentro de México, América Latina y Europa aparecían escindidas y enfrentadas.

 

El perfil de La Batalla

En abril de 1927, el intelectual venezolano Carlos León (1868-1942) y el escritor argentino Alejandro Sux (1888-1959), convocaron en la ciudad de México a una reunión fundacional de un organismo antiimperialista. Fue así como se constituyó la Unión Centro-Sud-Americana y de las Antillas (UCSAYA), registrando como su local público un despacho ubicado en la Avenida Madero Nº 1, en el corazón del centro histórico de la Ciudad de México.[2] Paralelamente se usaba para la correspondencia de La Batalla la dirección del propio Sux, en Plaza Miravalle Nº 13, muy cerca de la anterior.[3]

 


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La Batalla fue una publicación de formato tabloide de 10 páginas, con escasos avisos publicitarios que no daba cuenta de su equipo de redactores, tampoco de su red de corresponsales y suscriptores y menos de su tiraje. Tenía una columna central que reproducía el nombre y que era subtitulado conforme al tópico tratado. Esta columna marcaba la línea editorial y  fue suscrita por diversos miembros, no siempre de la directiva de la UCSAYA. El espíritu antiimperialista de sus editores no encontró nada mejor que el simbólico y beligerante nombre de Batalla. No parece que haya sido un título escogido al azar considerando su presencia recurrente en la prensa anarquista. Lo refrenda  el periódico libertario argentino del mismo nombre editado por González Pacheco y Antilli,[4] la cual no debió pasar desapercibido en su momento para Alejandro Sux. Tampoco se puede olvidar el vocero de un colectivo libertario español residente en la ciudad de La Habana que comenzó a editar el suyo en 1911.[5] Sin embargo, hubo otro mucho más conocido continentalmente editado desde Santiago de Chile a partir de 1912 y que se sostuvo con vida hasta 1928.[6]

Sux, al redactar la presentación de La Batalla, revindicó el lugar estratégico de México frente a la amenaza de que venía siendo objeto por parte de los Estados Unidos. Llamó a México “el centinela” de los territorios continentales de la “raza indolatina”, “la avanzada de las realizaciones atrevidas”, “la avanzada de la revolución transformadora que terminará con el oprobioso sistema que reina en la sociedad actual”.[7] Por esos años la categoría de raza gravitaba en el fraseario de varias matrices ideológicas. El concepto de raza indolatina era novedoso para repensar la identidad continental. Se distanciaba de la tradición positivista y social darwinista que estigmatizaban a las poblaciones autóctonas del continente considerándolas incapaces de asir su futuro, elevar sus niveles de vida y apropiarse de las excelencias tecnológicas, científicas y humanistas de Occidente. En cierto sentido, el concepto de raza indolatina o su equivalente indohispana, traducía una variante de la mestizofilia en boga en las filas de los nacionalismos culturales de México y América Latina.

En el texto inaugural de Sux se atisban con claridad las vetas utópicas que todavía podía suscitar el escenario mexicano en las izquierdas. La mitología de la Revolución mexicana distaba de estar agotada: representaba para el escritor argentino un “dique” de contención del imperialismo, y también el porvenir deseable para los pueblos de América Latina. Por todo ello, Sux instó a la movilización y la lucha continental para hacerle frente a “las fuerzas reaccionarias del mundo que se han coaligado contra México”.

“…los pueblos de raza indo-hispánica deben ayudar a México, por eso los hombres que tienen un ideal noble y grande en la cabeza, deben acudir a empeñar las antorchas de la Revolución mexicana, que todavía no ha terminado (…)

“Deber de latinos, de hispanos, de ibero-americanos, de revolucionarios, es el de acudir al pie de la muralla mexicana para reponer las piedras que el enemigo común derribe con sus poderosos elementos de corrupción y destrucción”.[8]

Este organismo, al igual que sus similares que le precedieron, pretendía tener alcance continental a través de la fundación de filiales nacionales que abogasen por una política a nivel de sus respectivos países, centrada en la propaganda sobre las "acechanzas, intromisiones y atropellos" del imperialismo. Su principal animador y organizador, el exiliado venezolano Carlos León, estableció muchos puentes y acuerdos con el obregonismo y el callismo, favorables para ambas partes. La condición de asilado en México que León ostentaba desde 1922, no lo inhibió de participar activamente en la fundación y actuación del Bloque de Obreros Intelectuales de México, el cual congregaba a un sector de la intelectualidad orgánica del estado posrevolucionario.[9]

Alejandro Sux en su calidad de director de La Batalla (1927), merece unas líneas de presentación. La seña ideológica de Sux parece aclararse por su ubicación en los espacios editoriales anarquistas mexicanos. Alejandro aparecía con dos referencias bibliográficas en la relación de publicaciones realizada por el colectivo editorial anarquista mexicano Biblioteca Mundial. El hecho de que las obras de Sux figurasen al lado de obras de Bakunin y Flores Magón, evidencia que su obra era tenida en alta estima entre los libertarios mexicanos.[10] En dicha lista figuraba también el escritor José María Benítez, autor de Gesto de Hierro y colaborador de La Batalla. Los textos de Sux, por sus títulos, sugieren ser inscritos en su ya conocida vena literaria: El asesino sentimental y Del reino de bambalina. Sux desde 1906 había puesto su pluma al servicio de la causa libertaria, siendo conocido en los circuitos de habla castellana por la amplitud de su obra. Así, por ejemplo, Cantos de Rebelión (1909) salió en una edición especial para México, Barcelona y Buenos Aires. Durante la estancia del escritor argentino en México, sus filias anarquistas se tradujeron parcialmente en las redes intelectuales que promovió a favor de la UCSAYA, y de su vocero La Batalla. Destacó en lo particular el vínculo de Sux con el libertario español Emilio López Arango (1894-1929), quien, tras una breve residencia en Cuba, radicó en Buenos Aires, adhiriendo a partir de 1912 al ideario anarquista. Los vínculos de López Arango con la UCSAYA fueron mediados por Alejandro Sux cuando se desempeñaba como director de La Protesta, el más importante periódico anarquista de América Latina.[11] El propio Sux había formado parte del equipo de redacción de La Protesta en 1909, lo que refrenda la hondura de este vínculo libertario. Sux, durante su estancia en México, se casó con Ruth Corral y tuvo una hija de nombre Alejandra Alays.[12] En 1929, el escritor argentino devino en ocasional publicista latinoamericano del gobierno de Portes Gil[13] a través de su revista La Patria Grande (1929). En La Batalla hubo otro colaborador de filiación libertaria, anarco individualista, que firmaba como E. Armand, presumiblemente vinculado a Sux.[14]

 

La Batalla: un espacio de convergencia y de lucha

La Batalla fue algo más que un vocero de la UCSAYA.[15] Alejandro Sux, a pesar de sus filias libertarias, se movió a la altura de la organización unionista y antiimperialista que decía representar. La Batalla configuró un escenario donde convergieron cuatro corrientes ideológicas en torno a la defensa continental de las agresiones múltiples del imperialismo norteamericano. Todavía en el curso del año de 1927, era posible pensar en frentes intelectuales y políticos amplios. En febrero de 1927, a pesar de ciertas fricciones, el Congreso Antiimperialista Mundial celebrado en Bruselas forjó un espacio significativo de encuentros y aproximaciones. Más allá del escenario europeo, en nuestro propio continente, nuestros intelectuales de izquierda, a pesar de sus divergencias, podían reconocerse en algunos lugares de encuentro y puntos de convergencia política. Nacionalistas revolucionarios, anarquistas, socialistas, apristas y cominternistas podían todavía coexistir en La Batalla, caminar juntos un cierto trecho, y hasta enarbolar una misma bandera antiimperialista. Pero eso no sería posible sin el reconocimiento de los intelectuales que supieran cumplir una función de mediación y articulación. Nos referimos a Alejandro Sux y Carlos León. Más allá de los textos que dieron vida y forma a la UCSAYA, los colaboradores de La Batalla pocas veces asumieron de manera explícita el ideal bolivariano. Amado Chaverri Matamoros fue una excepción. En uno de sus artículos, Chavarri se explayó sobre el legado unionista de Simón Bolívar, al que revistió de actualizados tonos cooperativistas y militaristas para garantizar “la igualdad y la fraternidad”:

“..hoy menos que nunca puede ser una utopía el ideal máximo de Bolívar, indicando como fórmula salvadora, como camino providencial, una estrecha liga de nuestras repúblicas, a base de dos o tres grandes confederaciones de naciones.

El libertador había ideado una especia de gran cooperativa continental qué, sin restar autonomía interior a los países aliados, significara una férrea asociación defensiva en cualquier emergencia de agresión exterior. (…)

…que les permitan constituir, de hecho, UNA GRAN POTENCIA, con todos los recursos y toda la fuerza política necesaria para poder contar en un futuro próximo, v.y gr. Con mil o dos mil aeroplanos de bombardeo, capaces de contestar airosamente cualquier posible agresión de los Estados Unidos del Norte.” [16]

El lenguaje guerrero de nuestros antiimperialistas logró su mejor síntesis en el propio lema de la UCSAYA: “Unión o muerte”. En lo general, los colaboradores de La Batalla convergieron en el uso de una retórica beligerante. Algunas de las imágenes y sentidos fuertes que utilizaron venían de sus no concensuadas adhesiones antiimperialistas, obreristas y revolucionarias. Una lectura del primer número de La Batalla puede ser útil para graficar este aserto.

El vocero de la UCSAYA salió ni más ni menos, que en un combativo primero de mayo, corría el año de 1927. La elección de una fecha tan simbólica para el movimiento obrero no podía pasar desapercibida para sus editores. El propio nombre de La Batalla revelaba el espíritu beligerante de la naciente red neoboliviariana; también la oportunidad del mismo, considerando el proceso que centraría sus principales desvelos y acciones, es decir, el inicio de la guerra de liberación nacional en Nicaragua.[17] Entre los artículos de fondo figuraba en primer lugar “La declaración de Principios” de la UCSAYA y por ende de La Batalla.

Revisando sus páginas llamó nuestro interés la publicación de un texto del venezolano Eduardo Machado fechado en abril de 1927 y remitido desde La Habana, en el cual daba cuenta de la conformación de la sección venezolana de la Liga Antiimperialista.[18] En el primer número de La Batalla no se anunciaba la fundación de una sección venezolana de la UCSAYA como se hubiese esperado, pero sí el más reciente logro de la Liga Antiimperialista. La UCSAYA se mostraba así incluyente y cooperante con la Liga Antiimperialista de las Américas y lo refrendaría más adelante. El artículo de  Machado nos merece dos comentarios: el primero sobre la Liga, el segundo sobre las redes del exilio venezolano. En realidad, la anunciada sección de la Liga Antiimperialista Venezolana fue, más un deseo del ala más radical del exilio que una realidad, por lo que su propósito principal fue denunciar al régimen entreguista y pro-norteamericano de Juan Vicente Gómez. A partir de 1927, los exiliados de izquierda habían optado por abocarse a los quehaceres conspirativos y propagandísticos del recién constituido Partido de la Revolución Venezolana. Las redes antigomecistas del exilio venezolano convirtieron en cajas de resonancia a cuatro ciudades: la Ciudad de México, La Habana, Nueva York y San Juan. Lo que no quiere decir que los ecos de sus protestas no se difundieran en otras ciudades latinoamericanas o europeas. Carlos León, Salvador de la Plaza, Carlos Aponte y los hermanos Machado, jugaron un rol de primer orden en la construcción de estas redes y sus proyectos revolucionarios.[19]

 

El prisma orientalista y la esquiva clave de autoctonía

Entre los intelectuales latinoamericanos de izquierda estaba en proceso de construcción y debate las lecturas sobre el continente con tendencial carga identitaria. En el imaginario intelectual esa búsqueda fue presidida por la gravitación del prisma orientalista desde el que se debatían los procesos revolucionarios y las luchas antiimperialistas en los continentes periféricos, incluyendo el nuestro. Este prisma podía asumir una vertiente espiritualista y/o reaccionaria o una de corte anticolonialista  y revolucionaria. Alejandro Sux frente a la primera vertiente ideológica que atraía a un sector de la intelectualidad latinoamericana, reaccionó reivindicando el valor de la imaginación occidental activa frente a las quietistas fantasías orientalistas, en la misma dirección que Paul Le Cour y Mássimo Bontempelli. Sux escribió una advertencia al lado de Le Cour frente a lo que consideraba una desviación occidental a favor de la atención vía los juegos del atletismo de moda. Creía que el futuro de las nuevas generaciones no podía estar en el culto de la atención y del juego deportivo, sino de la imaginación y la creatividad. Por último, el capital simbólico latino que Sux reivindicaba para la UCSAYA fue dotado de occidentalismo. Así concluyó:

“Mi alma latina se regocija ante las perspectivas que se abren anchurosamente gracias a esta noble cruzada en pro del resurgimieno del prestigio de la imaginación occidental”.[20]

En cambio, Sux y la dirigencia de la UCSAYA fueron más abiertos a las ideas revolucionarias que abrevaban de las experiencias anticolonialistas en la India bajo el liderazgo de Gandhi y del Kuomintang fundado por Sut Yat Sen en China. El dinamismo anticolonialista y revolucionario podía reconciliarse a su modo, con la imaginación. Pero sobre estas experiencias hubo disensos en el seno de la UCSAYA y de la izquierda latinoamericana y mundial. En 1927 podemos encontrar varias lecturas encontradas en el seno de la Internacional Comunista sobre la cuestión china, también posicionamientos orientalistas nativizados en la región, como el formulado por Víctor Raúl Haya de la Torre, quien postulaba hacer del APRA un Kuomintang latinoamericano. La UCSAYA no fue ajena a estas preocupaciones.

Fue en este contexto en que el mexicano Luis Sánchez Pontón en su artículo “Oriente contra Occidente”, recuperó para la agenda de la UCSAYA y de los lectores de La Batalla la cuestión china. La encaró en una coyuntura candente del proceso revolucionario signado tanto por los bombardeos de Nankin por parte de las potencias europeas, como por el viraje de Chiang Kai Shek hacia la derecha. Sánchez Pontón condenó la agresión imperialista a la ciudad de Nankíng, así como las maniobras diplomáticas de las potencias europeas para concertar un pacto con Chiang Kai Shek a condición de que rompiese el frente unido con los rojos. Chiang So Ling, quien tenía el mando en la capital china, quedó sorpresivamente sin el respaldo de las potencias europeas. Pragmáticamente vieron en el liderazgo de Chian Kai Shek y sus tropas del Kuomintang un mejor prospecto en el corto plazo, siendo prontamente correspondidos. Lo relevante de la lectura de Sánchez Pontón son las conclusiones que extrae de su análisis de la cuestión china a principios de 1927, comparando al líder chino con Kerensky. “No debe extrañarnos demasiado; en todas partes hay Chiang Kai Sheks de esta clase.” Y agregó:

“Y esto, que puede parecer política hábil, es lo que precisamente calificamos de torpe. Porque la escisión del partido nacionalista dará mayor vigor a sus elementos radicales y porque, si va huyendo de la influencia rusa, más pronto caerá en ella, cuando el pueblo desconfié de sus propios líderes y vea que en sus manos está en peligro la misma revolución”.[21]

El prisma oriental no se revelaría como tal en el escrito de Sánchez Pontón si éste no hiciese un puente con la cuestión latinoamericana. Efectivamente, el autor intuyó en perspectiva que las fuerzas imperialistas y reaccionarias en China serían derrotadas, de manera análoga a como él y los latinoamericanos deseaban y veían posible el éxito del “movimiento libertador de nuestra hermana Nicaragua”.[22] La clave de autoctonía político-cultural buscada por el mexicano anclaba en tierras nicaragüenses bajo el liderazgo de Sandino.

El peruano Jacobo Hurtwitz (1901-1973) también dijo lo suyo sobre el nuevo curso de la revolución en China tras la toma de Cantón por el ala roja del Kuomintang. La toma de Cantón no la percibió como un experimento “bolchevique”, sino como una etapa avanzada del proceso antiimperialista chino, independientemente de que los rojos tuviesen su liderazgo. No obstante que el peruano militaba en las filas del APRA desde su fundación en 1926, se distanció de Haya en su manera de leer el papel de la pequeña burguesía en el seno del Kuomintang. Coincidía con Sánchez Pontón en que la escisión del Kuomintang fue inducida por las potencias imperialistas en las vulnerables filas de la dirección pequeño burguesa de Chiang Kai Shek. Veía en la fractura de esa mixtura entre partido y frente, que era el Kuomintang, la confirmación de una tesis cominternista:

“La pequeña burguesía de China, igual a la pequeña burguesía de todos los países del mundo, se ha desencaretado una vez más. El temor de un posible gobierno proletario les hace volver las armas contra los propios nacionales. Así la burguesía capitalista y la pequeña burguesía traban alianza constituyendo el frente único contra la justicia. (…)

Creemos que si los rojos lograsen triunfar, se iniciaría una era de verdadera construcción. Pero entonces, por el ejemplo, peligraría la dominación de las potencias imperialistas en los demás piases sojuzgados”.[23]


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Hurtwitz en otro artículo, aunque se previno de caer en fáciles aplicaciones transcontinentales, propuso a los latinoamericanos extraer una lección del viraje chino de 1927, pensando en el papel del “enemigo común” en cualquier lucha antiimperialista. Por lo que remitiéndose al caso nicaragüense,  calificó al general Moncada tras suscribir el pacto que le ofrecieron con los norteamericanos, del nuevo Chiang Kai Shek de Nicaragua. [24] Las simpatías de la UCSAYA hacia Sandino fueron abiertas participando en diversos medios y actos públicos a favor de la lucha antiimperialista en Nicaragua, además de promover activas campañas económicas para la adquisición de armas durante los años de 1927 y 1928. [25]

Si el prisma orientalista descansaba en el rol protagónico de los campesinos, los mexicanos y latinoamericanos podían darle tonos nativistas, considerando la gravitación fascinante de la Revolución mexicana. Fue José María Benítez quien rescató el legado zapatista de la lucha campesina por la tierra, al mismo tiempo que criticaba la subsistencia de “la propiedad rural acumulada en unas cuantas manos”, gracias a los vericuetos legales y reglamentarios en que se escudaba con la complacencia de los líderes agraristas. Benítez rearmó el legado zapatista situándolo en las coordenadas revolucionarias de la Internacional Campesina y de las Ligas de Comunidades Agrarias de Veracruz, cuestionando implícitamente las políticas agraristas de Obregón y Calles:

“…los campesinos no necesitan leyes de estira y afloja, leyes de equilibrio, porque esas leyes favorecedoras en primer término de la clase capitalista, no podrán producir más que periodos de equilibrio bélico más o menos peligroso; porque en el fondo de esta espera campesina, en el fondo de este embaucar a los trabajadores del campo, está latente la revolución proletaria, que no dará leyes de progresiva concesión capitalista, sino que tomará de un golpe lo que le corresponde a las masas campesinas”.[26]

La sensibilidad político-cultural de Benítez prefirió rescatar el legado zapatista de la Revolución mexicana más allá de sus fronteras y de su accidentado y controvertido proceso. Los caminos de la autoctonía política por los que transitaron nuestros intelectuales latinoamericanos en el exilio y de los mexicanos que compartían con ellos sus preocupaciones antiimperialistas y revolucionarias, indicaban que la búsqueda persistía más allá de sus disensos. No eran todavía tiempos hacer viable un consenso, el debate necesitaba nuevos aires y algo más de tiempo.

 

Últimas palabras

Debemos decir que las fuentes consultadas no permitieron afinar el registro de las redes intelectuales mixtas, tampoco el de sus disensos y menos la trama que explica  la suspensión de la edición de La Batalla y más tarde, en la segunda mitad de 1928, la extinción de la UCSAYA. Prescindimos, por economía textual, de narrar las miradas y acciones solidarias para con los exiliados, a fin de atender su fervorosa adhesión a la causa sandinista, sin dejar de articularla al juego geopolítico que envolvía al propio México y su gobierno.

 


Notas:

[1] Llamaremos a Maudet por el pseudónimo de Alejandro Sux, con el que el personaje se presentó en los espacios públicos. Tal autoadscripción identitaria fue aceptada por afines y adversarios. Esta opción del historiador pretende ser más respetuosa de la perspectiva del actor, que de la formal filiación personal que se desprende de los registros estatales.

[2] La Batalla (México) Año 1, Nº 4, 1-5-1927.

[3] “A la prensa liberal norteamericana”, La Batalla (México), Nº 3, 21/5/1927, p. 8.

[4] Ángel Cappelleti, “Anarquismo latinoamericano” en El Anarquismo en América Latina de Carlos M. Rama, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1990, p. L.

[5] Amparo Sánchez Cobos, Sembrando ideales: Anarquistas españoles en Cuba, 1902-1925, Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones cientificas, 2008. p. 188.

[6] Pablo Artaza Barrios, A cien años de la masacre de Santa María de Iquique, Santiago de Chile: LOM Ediciones, 2009.p. 264; Antonio Checa Godoy, Historia de la prensa en Iberoamérica, Sevilla: Ed. Alfar, 1993, p. 328.

[7] S, A. (Sux, Alejandro), “Lucha antiimperialista. Debemos reforzar el dique”, La Batalla (México), Nº 1, 1/5/1927, p. 1.

[8] Ídem.

[9] Juan de Dios Bojorquez, presidente del Bloque de Obreros Intelectuales de México en el homenaje a los desaparecidos miembros fundadores, dijo: “El esforzado luchador venezolano, que dejó tanta huella en el BOI, Dr. Carlos León. Hombre amable, dedicado a la investigación histórica...”, en el Bloque de Obrero intelectuales de México, Honra la memoria de sus compañeros desaparecidos, ediciones de Bloque de Obreros Intelectuales de México, México, 1957, p. 4.

[10] La Batalla (México), año 1, Nº 4, 21-5-1927, p.9.

[11] “Emilio López Arango. En recuerdo del compañero y del amigo”, La Protesta (Buenos Aires), Nº 316, pp. 585-589.

[12] Tarcus, Horacio, “Alejandro Sux” en Diccionario de la izquierda argentina, Emecé, Buenos Aires, 2006.

[13] Tras el asesinato de Álvaro Obregón, Emilio Portes Gil asumió la presidencia interina de México entre el 1º de diciembre de 1928 y el 5 de febrero de 1930.

[14] Armand, E., “Los individualistas y el sentimiento”, La Batalla (México), Nº 3, 21/5/1927,p.5

[15] En 1983 consultamos una colección de los primeros seis números de La Batalla publicados entre mayo y junio de 1927 en la Biblioteca de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Lamentablemente dicha colección que no sabemos si es parcial ha desaparecido de su fondo hemerográfico, por lo que no pudimos completar nuestro estudio. Nos apoyaremos en las en las fichas de algunos artículos que motivaron nuestro interés en aquel entonces. Según hemos podido verificar en 2006, no aparece ningún registro de La Batalla ni en el Archivo General de la Nación ni en las Bibliotecas públicas de la ciudad de México. No hemos perdido la esperanza de volverla a leer, incluso aclararnos si los números que en otro tiempo consultásemos parcialmente, correspondían o no a la colección completa de dicha publicación.

[16] Cheverri Matamoros, Amado, “La batalla antiimperialista”, La Batalla (México) Nº 6, 25/6/1927,p.8.

[17] La Batalla salió tres días antes de la infamante firma del acuerdo de paz entre Stimpson, el delegado norteamericano de las fuerzas de ocupación que intentaban sostener al golpista Adolfo Díaz, y el general Moncada, jefe de las fuerzas liberales que habían salido en defensa del derrocado presidente Sacasa, dando inicio a la llamada “Guerra Constitucionalista”. Sandino cuestionó el acuerdo de paz y dio inicio a la guerra de liberación nacional.

[18] Eduardo Machado, secretario de la Liga Antiimperialista, Sección Venezolana,” Manifiesto a los Venezolanos”, La Batalla (México),Nº 1, 1/5/1927, p. 6.

[19] Melgar Bao, Ricardo, “El Exilio venezolano en México”, Memoria (México), Nº 110, Abril de 1998, pp.37-45.

[20] Sux, Alejandro, “La Batalla de las ideas”, La Batalla (México) Nº 3, 21/5/1927, p. 3.

[21] Sánchez Pontón, Luis, “Oriente contra Occidente”, La Batalla (México), Nº 2, 11/5/1927, p. 6.

[22] Idem.

[23] Hurtwitz, Jacobo, “China contra el imperialismo”, La Batalla (México), Nº 3, 21/5/1927, p. 8.

[24] Hurtwitz, Jacobo, “La esperanza amarilla”, El Libertador (México) Nº 12, 1/6/1927, pp.27-28.

[25] Recinos, Luis Felipe, Sandino; hazañas del héroe, San José, Costa Rica: La Hora, 1934, p.26.

[26] Benítez, José María, “La sangre campesina inútilmente derramada”, La Batalla (México), Nº 2, 11/5/1927.

En el artículo “Haciendas y ríos”, Rafael Gutiérrez hace referencia