La crisis ocasionada por la pandemia del covid19, ha sacado a la superficie y puesto en evidencia una serie de lacras e insuficiencias ocasionadas por los gobiernos neoliberales, como ha sido en el sector hospitalario y de salud, además de la alta tasa de desempleo a la que tuvo como consecuencia. Pero con ello, se han puesto de manifiesto también, las contradicciones del propio capitalismo, del que, el neoliberalismo es su expresión más acabada, repercutiendo en el ámbito de la vida simbólica y espiritual de la población indígena, afrodescendientes y sectores populares[1].
Desde tiempo atrás, la UNESCO ha destacado la situación de afectación y pérdida creciente del patrimonio cultural en el mundo, especialmente en las últimas décadas, pero resulta necesario además, identificar las causas, así como los agentes y factores que ocasionan esos daños. Hasta donde se ha podido ver, estos agentes son de la más diversa índole: guerras, desastres naturales, entre los cuales están los ocasionados por el cambio climático; la modernización y urbanización, así como el crecimiento exponencial del flujo turístico, todo lo cual nos coloca por un lado en medio de un mundo que se descubre inseguro y en el que se experimenta una vulnerabilidad particular que se caracteriza por la accidentalidad, como una condición a la que se halla uno expuesto de forma permanente.
La patrimonialización de la cultura: algunas consecuencias
El patrimonio cultural ha sido definido reiteradamente como una construcción social. En ese sentido, el fenómeno -antropológico- consistente en la instauración de los referentes simbólicos y más significativos de un grupo humano o un pueblo, erigidos como ejes centrales de la vida colectiva, es común a todas las sociedades y no debe confundirse con una política específica de “patrimonialización” que se impulsa por parte de la UNESCO y los gobiernos de los países miembros en las décadas recientes.
La importancia que adquirió el patrimonio cultural desde la década de los 70´s y los 80´s, tuvo su origen en los cambios acelerados de la modernización impulsada por el desarrollo de las nuevas tecnologías y la experimentación de una reducción de la noción de temporalidad que tuvo un alcance en el plano ontológico, ante la sensación de un presente densificado y un pasado que crece incesantemente pero que a la vez fluye y se escapa. En contrapartida, la postmodernidad ha inducido a una invasión y banalización presentista del pasado. Por ello mismo, el concepto del patrimonio cultural, se vió impactado. Así, la obsesión memorial que se ha puesto de manifiesto es la contrapartida de una sensación intensa de pérdida.
A ello contribuyeron en el ambiente historiográfico planteamientos como la tesis acerca del fin de la historia que popularizó F. Fukuyama y del fin de los grandes retos de F. Lyotard, en alusión a la crisis de un sentido del progreso y de un fin predeterminado del acontecer.
Todo ello coincidió con la constatación de la UNESCO con respecto a la situación de riesgo y deterioro en que se halla el patrimonio cultural en el mundo debido a los más diversos factores y agentes. Puede recordarse la destrucción de sitios que habiendo perdurado milenios, tomó apenas unos instantes bajo las bombas de la aviación norteamericana en Irak. La capacidad de destrucción de los bienes, se acelera en una proporción infinitesimal, es decir en fracciones de tiempo decrecientes, en comparación con el que ha tomado su construcción y preservación.
Sin duda, la pérdida de sentido en el mundo actual, incluye el valor que se le da al patrimonio cultural. Sólo que la reacción a esta situación, ha conducido a una paradoja: la desmesurada obsesión por la recuperación del pasado, ha redundado en una saturación de la memoria (como señala Régine Robin); una inflación patrimonial (Andreas Huyssen)[2], en contrapartida con un efecto de aceleración de de la actividad general en correspondencia con la obsolescencia de los bienes en el centro de todo.
En ese panorama, la tradición misma, se revela como espuria en lo que E. Hobsbawn y T. Ranger[3] han denominado como invención de la tradición. En efecto: la inconsistencia de fondo que se revela y la arbitrariedad que se descubre en la base de diversas identidades y tradiciones cuyos promotores suelen ostentar como ancestrales. En contrapartida, esa constatación parece corresponder con el hecho de que, por otro lado, se enfoque de forma más pragmática la atención en que: “el pasado solo tiene significado si responde a los problemas e inquietudes más acuciantes del presente”. La frase misma sobre la invención de la tradición mueve a pensar que, lo que es una construcción histórico-social puede “inventarse” sin más, de forma caprichosa y arbitraria. El hecho es que, para que en un plano social algo pueda inventarse, se requiere también que existan ciertas condiciones (históricas, sociales, ideológicas y psicológicas) favorables haciéndolo posible.
Mural de Banksy basado en la pintura de Johannes Vermee, la joven de la perla. Foto tomada de bristolpost.co.uk
Aquello en lo que se identificaba un núcleo duro de la cultura; las identidades[4] o lo que se ubicaba como fundamento de la autenticidad, pero también las representaciones que han servido de argamasa de la nación, debido a lo cual, diversos elementos emblemáticos se han desplazado de esa referencia, para ponerse a cobijo de la diversidad cultural y su singularización en el patrimonio de los pueblos, comunitario o inmaterial, fueron puestos en entredicho. ¿Qué concepto de patrimonio cultural podía haberse fundado en ellos?
En la actualidad, la mercantilización de los bienes culturales es un hecho recurrente y fehaciente. Estos siguen oscilando entre la mercantilización y su preservación pública. No se ha podido evitar por ejemplo la privatización de los bienes arqueológicos nacionales que han sido objeto del saqueo. Estos se trasladan sin obstáculo alguno (casi podría decirse que por la vía regular) a museos y galerías de arte en Europa y Estados Unidos. La cotización que se remitía al mercado negro de la cultura (como sucedió en el caso de los bienes sustraídos durante la guerra contra Irak) se ventila ahora abiertamente y sin escrúpulos en las casas de subasta de obras de arte en París[5] bajo el amparo y la tolerancia de las leyes francesas. En esta esfera, no parece haber mayor distancia entre la propiedad y el robo, por más que se hay demostrado su diferencia[6]
En la idea de que se transita hacia una sociedad líquida (Bauman) se produce el desplazamiento de un concepto paradigmático del patrimonio cultural, centrado en los bienes construidos (monumentos, edificaciones, artefactos) hacia una desmaterialización del concepto de patrimonio, cifrado en el componente simbólico de tales bienes, así como a su existencia fenoménica como manifestaciones vivas encarnadas en los sujetos. Lo que representa un verdadero giro, un cambio radical y transcendental en el modo de concebir la cultura, pues tiene repercusiones en el sentido de que esta ya no se concibe solo como un objeto que se posee, protege y guarda, sino como un proceso por el que se despliega, transmite y circula como una atmósfera comunicativa entre los sujetos.
Es importante evitar la confusión entre dos sentidos de la patrimonialización: uno se refiere a un aspecto fundacional, referido a la historia y la identidad de una comunidad y otro más reciente y que se presenta como una superposición, añadido al carácter original de tales bienes. Este se vincula en el ámbito internacional: a la tendencia a generar una normatividad de orden global en materia cultural.
La política de salvaguarda que se preconiza, se halla directamente alineada con una política mundial de patrimonio que induce la sobre-patrimonialización o sustitución simbólica de numerosas expresiones culturales, desemboca con ello en una suerte de institucionalización de los diversos referentes culturales que no habían sido considerados por los Estados.
Paradójicamente, el Estado asume una función que desde luego compete a su responsabilidad, solo que en una etapa en la que se retira dejando de cumplir varias de sus funciones. Ello induce a pensar que lo que el Estado hace a través de las proclamaciones y las listas de la UNESCO, es transferir el conjunto de este patrimonio, convertido en objeto de una normatividad en el plano mundial, para su gestión a cuenta de un organismo supranacional como es la UNESCO, y a su colocación en la esfera del mercado a través de su visibilización y puesta en valor. En ese sentido puede decirse que la Convención de la UNESCO vendría a fungir como instrumento jurídico para asegurar la incorporación del patrimonio cultural en la globalización económica de la cultura.
La globalización de la cultura se acelera, a partir de que se inscribe en los sistemas de comunicación y las nuevas tecnologías. Lo que se ha visto facilitado por el hecho de concebir al patrimonio cultural desde la perspectiva de su inmaterialidad y poner el acento en el aspecto simbólico y fenoménico del mismo (visual, auditivo, performativo) toda vez que se destaca por su papel dinámico y formas socializadas de apropiación y transmisión, pero también, al traducirse en aplicaciones y destrezas subjetivadas, así como en el predominio de los procesos más que en objetos, desplegándose en sus diversas gamas performativas y acorde con las tendencias de desmaterialización del trabajo –y toda suerte de procesos- a escala mundial.
De hecho, la Convención de 2003 cumple con el papel de acuñar una concepción y formulación jurídico-conceptual de la cultura y el patrimonio cultural que permiten su adecuación (e integración) en el esquema comunicacional (las tecnologías digitales) de la globalización. Se puede aventurar la hipótesis de que esto es lo que se halla en el fondo de la categoría de patrimonio cultural inmaterial que se adopta en la Convención de 2003 de la UNESCO
Podría decirse que, la promoción para salvaguardar ciertas expresiones desde las políticas institucionales, ha producido un encumbramiento prestigioso de sus exponentes para una habilitación sui generis que los hace aptos para su manejo y usufructo.
De ello resulta que lo que ya era un patrimonio social, viene a ser objeto de una forma de consagración, reubicación y valoración que sitúa a dichas manifestaciones y formas de expresión en una disposición particular, formando parte del universo de un patrimonio cultural y un mercado mundializados de este tipo de bienes..
Sede de la UNESCO. Foto de Francois Mori/Associated Press. Tomada de nytimes.com
La patrimonialización, que es principalmente de las culturas vernáculas (tanto de los pueblos indígenas, así como de la cultura campesina y popular) incluye la selección y la salvaguarda, en la que no se agota, sino que continúa hacia su administración y gestión hasta su inclusión en las matrices económicas del desarrollo, para lo cual ya se ha desarrollado y perfeccionado un profuso campo de estudio planeación y aplicación. Dicho proceso es una forma de integrar a las culturas vernáculas que habían quedado fuera o de manera incompleta en la mundialización
En resumidas cuentas, se instaura un paradigma de la cultura en el que destaca su papel dinámico, formas socializadas de apropiación y transmisión, pero también de personificación, que se traduce en aplicaciones, destrezas y procesos por los que se despliegan en diversas gamas performativas. Sin embargo, la promoción para salvaguardar estas expresiones se hace desde las políticas institucionales o mediante esquemas mixtos de participación empresarial y de gobierno (como es el caso del centro temático de Takilsukut en el Tajín).
El patrimonio cultural en el proceso de integración del Estado en la Globalización
La patrimonialización como política de Estado, implica formalmente un reconocimiento por medio del cual –y principalmente[7]- se confiere a la vez, un atributo excepcional a las expresiones culturales instituidas, proclamadas y promocionadas por ese motivo. Y es resultado de la aplicación de un modelo mundial de clasificación, organización e integración de las expresiones simbólicas vivas por parte de la UNESCO y los gobiernos[8].
Mediante ese acto de consagración, se dota a los bienes proclamados de un estatuto particular y se les declara desde una perspectiva y una instancia supranacional que modifica de manera radical lo que han representado en sus contextos originales. Con ello, dichas manifestaciones vernáculas, se ven proyectadas hacia un locus virtual (sin lugar preciso pero visible en todas partes) prototípico de la globalización. De esa manera se produce una especie de desprendimiento o sustracción de las manifestaciones escogidas, hacia la mirada propiamente global que es la de un espectador mundial, muy distinta de la que corresponde a la función patrimonial de las mismas.
Y es que, en ese proceso y en dicho ámbito, el objetivo parece ser el de alcanzar una meta que es la globalización cultural, donde lo que importa es contar con un repertorio de manifestaciones universalizadas y susceptibles de exhibición (mostrando así la diversidad cultural) más que su consolidación intrínseca, por lo que la salvaguarda vendría a ser el medio para mantener activa la fuente de esa capacidad de proyección. Por ello se insiste tanto desde la UNESCO en la importancia de la visibilidad, requerida principalmente desde el exterior. Pero la sobreposición de un objetivo global en el afán de colocar las expresiones en un orden de representatividad y selectividad conspicua para generar un efecto de universalidad[9] de nuevo tipo, denota una preocupación muy distinta de lo que parece ser el espíritu de la Convención de 2003.
La Lista Representativa del patrimonio, se asemeja a un catálogo o muestrario de las más enjundiosas muestras que son fuente de estímulo para el mercado turístico. Prefiguran mercancías culturales, pero no tienen que ser canalizadas a la circulación y en eso se asemejan a otros bienes en el grupo de los consagrados como simbólicos. De este modo parece resolverse el eterno dilema entre los bienes que, o bien se lanzan al mercado, o bien son retirados de la circulación para convertirse en bienes sacralizados. Aquí, en cambio estas manifestaciones, participan de ambos dominios, lo que se resuelve en tiempos y espacios diferidos.
Además, sucede que tanto la expectativa de mercantilización como de consagración cultural, figuran solo en un plano virtual: no hay a la vista un bien concreto por enajenar o un bien cultural por encumbrar sacado materialmente de su contexto para ser inscrito en las listas. El proceso culmina y se consuma mediante un desdoblamiento facilitado por las nuevas tecnologías.
Posturas encontradas en relación con el patrimonio cultural
El patrimonio cultural, abarca un conjunto de referentes históricos y simbólicos en función de los cuales se definen las relaciones y emplazamientos de diversos actores sociales y políticos. En la etapa neoliberal, este ámbito se perfila como un campo problemático en el que se ponen de manifiesto contradicciones de diversa índole.
Las posiciones que se adoptan en torno del patrimonio cultural son muy diversas, especialmente a partir de la importancia que adquirió como resultado de la aprobación de las convenciones de la UNESCO desde los años 70’s hasta el 2005 en que se aprueba la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales. En esa perspectiva, el patrimonio cultural es visualizado como el conjunto de exponentes más sobresalientes de la cultura y expresiones de la creatividad de los pueblos y, por ende como referentes de su identidad. En su dimensión histórica, el patrimonio adquiere el papel de un vínculo de sentido y valor heurístico entre el pasado y el presente en proyección al futuro
Sin embargo, no han faltado las posturas críticas con respecto a su papel como instrumento y efecto ideológico del Estado en el proceso de producción de un discurso sobre su legitimidad histórica y su hegemonía política. El discurso patrimonial[10], ha sido caracterizado como un recurso de lo que Michel Foucault denominaba como gubernamentalidad[11]. Lo que ha implicado un acaparamiento de ciertos bienes por parte del Estado en el plano cultural, mediante un proceso que recuerda la forma como las burguesías han venido acumulando capital en su fase temprana, como la tesaurización y la llamada acumulación primitiva, con la diferencia de que la acumulación que lleva a cabo el Estado en esa esfera es principalmente de acuerdo con bienes prestigiosos y de orden histórico-simbólico. Lo que Pierre Bourdieu denomina: capital simbólico o cultural[12].
No deja de resultar desconcertante el contraste que se produce entre estas dos posturas sobre el patrimonio cultural. En el medio de la UNESCO no se hace alusión nunca a la postura crítica, siquiera de la parte de verdad que esta pudiera contener. Y en la otra, tampoco se reflexiona sobre el grado de extensión que alcanza la promoción de su modalidad paradigmática y los motivos por los cuales se ha convertido en hegemónica. Asimismo, resulta notable la inexistencia de una arena de debate sobre este elemento en común, aunque hay posturas críticas[13] que proceden discursivamente, que adoptan sin embargo la jerga o lenguaje particular y especializado que se utiliza en los organismos internacionales, las delegaciones diplomáticas de las esferas estatales y ciertas ONG´s.
En México, esta divergencia de posturas, lejos de desaparecer, se va a reflejar en las instituciones de cultura donde las Convenciones de la UNESCO suscritas por el gobierno se convierten en ley, y se traducen en políticas culturales que se aplican en instituciones como el INAH. Con ello, las diferencias aludidas emergen en su propio interior, abarcando una gama de posiciones que van desde la desconfianza hasta las decididamente críticas[14].
En ese nivel, el patrimonio cultural se transfigura o reifica, de modo similar a lo que sucede cuando se alude a la Cultura de forma esencializada como una abstracción y no a las culturas vivas, concretas. Es quizá por ello que Barbara Kirshenblatt Gimblett afirma que el patrimonio cultural es una categoría metacultural e incluso un auténtico modo de producción[15], no sólo porque trata de las culturas en general, sino porque -como suponemos- se levanta en torno de la misma todo un aparato institucional (programas, comités, museos) y diversos procesos discursivos con vida propia y un campo de relaciones en el que se definen políticas y resuelven situaciones de poder, independientemente y al margen de lo que sucede en el ámbito de las culturas vivas y sus sujetos.
Una situación paradójica, es la que se da, a partir de que la idea de cultura ha venido a ocupar un lugar central en la gestión cultural. Un ejemplo del intento para convertir esta idea en una política nacional, fue la iniciativa de la política nacional de gastronomía establecida a mediados del sexenio de Enrique Peña Nieto en la que el patrimonio cultural gastronómico vendría a ser un elemento de transversalidad que competería de modo obligatorio a todas las Secretarías de Estado, como lo ha sido en su caso la gastrodiplomacia como instrumento protocolario para desarrollar una diplomacia suave o persuasiva en las relaciones internacionales[16].
Pero, como lo deja notar su expansión a los ámbitos extraculturales, ha servido también y ante todo (y el propio patrimonio cultural) en su papel ideológico instrumental, como el medio para justificar, legitimar y disimular los verdaderos motivos de las acciones emprendidas a través suyo.
Contradicciones y paradojas
Los Estados modernos, preconizan la protección y conservación del patrimonio cultural como un objetivo principal. Sin embargo, una característica de la modernidad capitalista desde el siglo XIX y el XX, ha sido la de avanzar en términos de una innovación permanente rompiendo con el pasado, considerado como un anacronismo, como un síntoma thanatofóbico en virtud del cual el pasado es lo muerto. Ya desde la Revolución Francesa se hizo visible y patente esa contradicción cuando, en un mismo impulso se procedió a la destrucción de los monumentos representativos del viejo régimen feudal, mientras que, con la diferencia de unos cuantos años se emitieron leyes y decretos dirigidos a su protección por parte del Estado.[17]
La patrimonialización presenta ciertas contradicciones y paradojas. Está el hecho por ejemplo, de que los bienes que se promueven desde la UNESCO, corresponden, principalmente por sus características, a las culturas tradicionales indígenas y campesinas (lo que se entendía -antes de su connotación despectiva- por “folklore”, aunque este se visualizaba desde una perspectiva etnográfico-museística) propias de las sociedades pre industriales o no capitalistas, cuyos valores difícilmente serían el ideal cultural de la sociedad moderna. Esto podía dar la impresión de un anacronismo nostálgico o vuelta a un nuevo conservadurismo en el afán de celebrar las manifestaciones tradicionales. Sin embargo, más recientemente, se ha aclarado que las expresiones de reciente cuño (por ejemplo de culturas juveniles y en contextos urbanos) también están contempladas en las Listas de la UNESCO.
El denominado patrimonio cultural inmaterial es el sucedáneo de lo que se conoce como folklore en la Recomendación sobre Folklore y Cultura Popular de 1989 de la UNESCO y se ha reintroducido, sólo que con otro nombre en la nueva Convención. La diferencia consiste en la manera de enfocar este tipo de bienes, el modo de visualizarlos, así como al hacerlos extensivos más allá del paradigma dicotómico de cultura hegemónica/cultura subalterna o popular y con la mayor cobertura de lo que abarca el concepto de producción de significados.
Mediante la patrimonialización, lo que ya era un patrimonio social para los pueblos, viene a ser objeto de una forma de consagración, reubicación y valoración que sitúa a las formas culturales de expresión en una disposición particular (como un reordenamiento de sus elementos) para pasar a formar parte de un mercado mundializados de los bienes culturales.
No se menciona que la política de patrimonialización es una superposición de sentido sobre un bien preexistente desde instancias supranacionales y de gobierno. De hecho, ya se han dado casos en que no se toma en cuenta en cuenta el principio de consulta previa, libre e informada[18] con respecto a: si los depositarios están de acuerdo, no solo con el procedimiento que conduce de la formación del expediente a la propuesta para formar parte de las Listas y su proclamación, sino con el hecho de que se les dé a sus bienes una nueva y distinta significación por parte de terceros y se genere todo un aparato para para difundir esa visión. Eso nunca lo consultan.
Dicha política ha generado expectativas en numerosas comunidades que buscan que sus manifestaciones locales sean reconocidas como un patrimonio, porque ello constituye un aspecto muy importante de su propio reconocimiento. Este fenómeno adquiere en muchos casos una dimensión sociopolítica que se refleja en la lucha por el prestigio y los derechos que ello implica.
Surge empero una cierta discrepancia por el hecho de que estas expresiones emergentes no concuerdan con el concepto habitual del patrimonio como un bien que se distingue por su antigüedad, persistencia y por lo tanto, su decantación con el paso de los años (la ancestralidad como un valor que se incrementa con el paso del tiempo) ya que muchas manifestaciones promovidas son relativamente recientes y llegan a darse casos de “tradiciones inventadas” por cuanto ello resulta políticamente conveniente. Se pone entonces en entredicho la autenticidad, que ha llegado a cuestionarse incluso como un criterio y un valor vigente, por lo que resta entonces apelar en su lugar a la legitimidad que ostentan o pretenden los grupos a partir de sus identidades y continuidad histórica especialmente frente al Estado.
En la actualidad, el patrimonio no es simplemente fagocitado por el Estado para formar parte de su respaldo simbólico, puesto que surge también como una reivindicación comunitaria que debe ser reconocida. La naturaleza del patrimonio vivo y el papel que se otorga a la memoria social, facilitan ese descentramiento y dispersión de bienes que detentan las comunidades como nuevos sujetos[19]. Si bien se trata de un fenómeno incipiente, con ello se cuestiona hasta cierto punto el “monopolio legítimo”[20] y exclusivo del patrimonio cultural, y en general de los medios de simbolización que resultaba de la estrategia del Estado para que -por mediación suya- se le asociara e identificara con la nación.
La promoción patrimonial que se perfila hacia una etapa posterior la de su centralización y acaparamiento estatal, es disipativa y multicentrada. Y ya se anuncia a partir de las manifestaciones de apropiación que llevan a cabo numerosos grupos y comunidades por lograr el acceso a posiciones ventajosas y beneficios (incluso económicos) pero también como la ocasión de ejercer derechos. Esto implica una forma institucionalmente distinta de relacionare con los depositarios del patrimonio cultural, haciéndose extensivo de modo notable, al propio patrimonio arqueológico, por el derecho de acceso al mismo y a su manejo por parte de la población asentada en la proximidad de las zonas. ya que el sentido de ciertos derechos que se hacen patentes el ámbito de las culturas vivas, se extienden a los bienes arqueológicos reivindicados y resignificados.
Paradójicamente, la patrimonialización, como acción institucional para poner en valor los atractivos culturales del país, ha dado la entrada y abierto la posibilidad para que -en el mismo acto- los pueblos hayan retomado la iniciativa a su favor, apuntando en la dirección de un proceso que conducirá a la modificación de la relación del Estado y sus instituciones con los pueblos indígenas y mestizos del país, teniendo como eje al patrimonio cultural.
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Otras contradicciones en torno del Desarrollismo
No obstante que el Estado es un organismo de la modernidad secularizada, se vale de recursos simbólicos para desplegar sus acciones y consagrar en cierto modo todo aquello que de forma recurrente, instituye en su campo de acción en lo que podría denominarse como una paradójica sacralización profana. Con ello denota un tipo de contradicción entre su papel como agente de la secularización moderna, mientras que por otra parte interviene como el sujeto de un discurso autorizado (Laurajane Smith)[21] con la capacidad para nombrar y consagrar como la que sólo se le confiere a una entidad hipostasiada con atribuciones excepcionales.
La globalización y la crisis del Estado nación propia de la modernidad, dejan sentir sus efectos en el campo de la cultura. Entre ellos figuran: el repliegue del Estado en lo que compete a sus responsabilidades en materia patrimonial, debido a las políticas de “adelgazamiento”; el hecho de prescindir del componente ideológico-cultural que ha sido fundamental para el mantenimiento de hegemonía durante el periodo del nacionalismo; la permisividad y tolerancia ante la mercantilización de los bienes culturales de la nación y su administración en manos privadas
El régimen político vigente no ha roto con las reglas del mercado mundial, siendo aún las de la economía neoliberal. Aún así, se perfilan políticas de tinte desarrollista. Sin embargo, estas chocan con los modelos de sustentabilidad que buscan recuperar -en sentido fuerte y positivamente- la aportación de economías y formas de organización tradicionales. El desarrollismo que se quiere impulsar, presenta varios inconvenientes. Hoy en día la sustentabilidad no deja de ser un principio insoslayable que en el ámbito cultural adquiere una dimensión sistémica, donde la cultura y el medio ambiente se conciben en términos de su relación estrecha. En Calakmul por ejemplo, declarada como zona mixta por la UNESCO, la preservación de la reserva de la biosfera incluye a la zona arqueológica. Sin embargo, en el contexto desarrollista se espera un incremento masivo y exponencial de visitantes una vez puesto en funcionamiento el tren maya, lo cual pone en peligro la sostenibilidad no solo de la zona sino de las localidades del entorno como Xpujil.
En efecto, el desarrollismo: 1) se presenta como la única vía posible y viable para lograr el desarrollo de la sociedad; se descarta que puede haber otras vías (civilizatorias, como las tecnologías alternativas) y conceptos de mejoramiento y superación humana; 2) que su sentido sólo puede ser -inexorablemente- hacia “adelante” (proléptico) y anticipatorio con respecto al progreso; 3) es un evolucionismo económico, en la idea de que se tiene qué transitar fatalmente por las mismas etapas que han recorrido los países industrializados; 4) se basa en un principio caro a la dimensión del poder y el Estado: que “el fin justifica los medios”. Es decir, la convicción de que el “progreso” y la modernización, bien valen el sacrifico de la naturaleza, así como del ámbito de las culturas y el medio tradicional; 5) Denota un síntoma cronofóbico que aparece en la modernidad como un rechazo por el pasado como sinónimo de lo muerto. No puede obtener y aprender de las lecciones del pasado. Este último rasgo, es especialmente adverso para la conciencia social sobre la necesidad de preservación del patrimonio. Su posibilidad de aproximación al mismo, es sólo como un objeto inerte o musealizable[22]
La situación del INAH
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha jugado un papel decisivo para la proclamación de prácticamente todas la iniciativas presentadas como las candidaturas de México para las listas de patrimonio cultural monumental e inmaterial. Sin embargo no cuenta con un respaldo a nivel de legislación en materia de patrimonio cultural inmaterial y es muy probable que de crearse una iniciativa de este tipo, le sea adjudicada a la Secretaría de Cultura como entidad responsable para el cumplimiento y aplicación de la misma, Esto puede suceder, no obstante el papel protagónico que ha tenido el INAH en todo el proceso que incluso antecede a la aprobación de la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003.
Las situaciones que hemos señalado más arriba, representan verdaderos retos institucionales, no solo para la Secretaría de Cultura sino para el propio INAH. El desarrollo de megaproyectos, pero también de las actividades de la delincuencia organizada con afectaciones a sitios y zonas arqueológicas, así como a comunidades y territorios de pueblos indígenas, muchos de los cuales se hallan situados en contextos de biodiversidad, constituyen una amenaza real sobre la cual se tiene que tomar posición y actuar asumiendo la responsabilidad que compete a las instituciones. Ello evitaría que los trabajadores e investigadores se hallen ante el falso dilema entre la lealtad institucional y la ética y el compromiso social.
En cuestión de patrimonio cultural, prevalece la pérdida de control de los actores sociales sobre el manejo de sus recursos, lo que obstaculiza la posibilidad de aplicar los conocimientos sobre la biodiversidad; el abandono de los oficios tradicionales y la pérdida de territorios asociados a concepciones del mundo y la naturaleza. Se trata de realidades fehacientes y no existe una estrategia de la magnitud que se requiere, así como institucionalmente respaldada para enfrentarlos. El programa de Culturas Comunitarias de la Secretaría de Cultura representa apenas un esfuerzo inicial que está por arrojar sus primeros frutos.
En el caso del INAH, se requiere contar con mayores recursos para proteger y conservar un patrimonio que se acrecienta con nuevos descubrimientos, así como la posibilidad de que sus investigadores establezcan espacios y formas de gestión compartidos con las comunidades, siendo ese un aspecto fundamental para una política comunitaria de salvaguarda, garantizando que éstas puedan ser a su vez escuchadas y atendidas en las instancias gubernamentales y culturales en particular.
En las condiciones prevalecientes, las acciones de salvaguarda, si bien indispensables, constituyen un esquema a todas luces insuficiente para contender en un terreno extremadamente hostil en el que se presentan escenarios y situaciones donde se precisa tomar medidas dirigidas a la protección y defensa del patrimonio sin desvincularlo de la participación y las prioridades sociales, pero también respetar sin intromisión las dinámicas sociopolíticas en las que el INAH llega a ser requerido.
Es indispensable en primer lugar que los responsables de las instituciones reconozcan la magnitud del problema (de despojo territorial, de saberes que forman parte del patrimonio y dispersión poblacional) brindando el apoyo necesario, o por lo menos a quienes estén dispuestos a hacerlo de forma más directa, ya sea desde dentro o fuera de las instituciones, desde distintas vías, tipos de proyectos y acciones que se pueden emprender. Pero, pero también con la opinión y crítica de iniciativas de ley que pueden ser lesivas.
En el panorama actual, se enturbian las perspectivas de un futuro que, lejos de ser prometedor se cierra y percibe más bien sombrío y amenazador[23].Siendo así ¿qué le queda a una institución como el INAH, cuyo objeto de atención y preocupación ha sido precisamente el estudio y discernimiento del pasado y a cuya recuperación ha dedicado además el mayor tiempo y empeño? ¿Atraerá sobre sí, -como un pararrayos- las consecuencias de la crisis de sentido que se ciernen actualmente arrojando nuevos elementos y sacando a la luz -como siempre- lo valioso de nuestras culturas y nuestra historia?
[1] La UNESCO ha dado a conocer la actualización semanal de las cifras de contagios y fallecimientos por municipio en donde se han declarado manifestaciones de patrimonio cultural inmaterial. Puede consultarse: Patrimonio Mundial-Patrimonio Cultural Inmaterial. México, Presencia del covid-19 por Municipios. Fuente: secretaría de Salud. UNESCO.
[2] ROBIN, Régine. La Memoria Saturada. Edit, Waldhuter, Buenos Aires, 2012. HUYSSEN, Andreas. En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización, México, FCE, En otros casos se ha visto en el patrimonio cultural una suerte de reanimación artificial de un cadáver de la modernidad (una zombificación) inducida por quienes lo promueven para su aprovechamiento lucrativo.
[3] HOBSBAWM, Eric y RANGER, Terence. La Invención de la Tradición.
[4] John y Jean COMAROFF. Etnicidad S.A.. Edit. Katz.
[5] “Otra subasta de piezas arqueológicas en París; muchas, ‘‘fraudulentas’’: La casa subastadora francesa Millon pone de nuevo a la venta obras de arte prehispánicas, INAH. Mónica Mateos-Vega y Daniel López Aguilar Diario La Jornada, jueves, 09 ene 2020 09:18
[6] Marx criticaba en Proudhon la falta de distinción entre la propiedad lograda mediante el despojo de la legalmente adquirida cuando este decía que: “la propiedad es el robo”. Lo que impedía ver la especificidad de la producción capitalista. Véase K.. MARX. Miseria de la Filosofía. Respuesta a la Filosofía de la Miseria de Proudhon Edit. Siglo XXI, 1987.
[7] De este reconocimiento emana un tipo de derechos (como los que aparecen en la Recomendación 35 de la CNDH y la Declaración sobre los Pueblos Indígenas de la ONU.
[8] De ahí que algunos autores aludan a toda una organización que comprende un régimen patrimonial (Jean Davallon); Fabrica patrimonial, Natalie Heinich. La fabrique du patrimoine. (De la cathedrale a la petite cuillère”)..
[9] Correlato del monopolio de lo universal del Estado al que alude Pierre Bourdieu. Espíritus de Estado. Génesis y Estructura del Campo Burocrático. Conferencia pronunciada en Amsterdam en junio de 1991
[10] Véase por ejemplo las posturas de autores como: KINGMAN, Garcés Eduardo. El Patrimonio Políticas de la Memoria e Institucionalización de la Cultura ICONOS No.20, Flacso-Ecuador, Quito, pp.26-34. SALGADO Gómez Mireya. El Patrimonio Cultural como Narrativa Totalizadora y Técnica de Gubernamentalidad Centro-h núm. 1 Agosto de 2008 pp.13-25. ACOSTA, Castro Adrián. Gubernamentalidad, Políticas de la Memoria y Patrimonio Cultural. (Notas sobre el Discurso Patrimonial en el Marco del “Buen Vivir” Ecuatoriano) .
[11] FOUCAULT, Michel. La Gubernamentalidad. Exposición en el Colegio de Francia, enero de 1978.
[12] BOURDIEU, Pierre. Espíritus de Estado. Génesis y Estructura del Campo Burocrático. Conferencia pronunciada en Amsterdam en junio de 1991. Sobre el Estado. Curso en el College de France. (1989-1992). Edit. Anagrama, Barcelona, 2014.
[13] Están por ejemplo los análisis de autoras como Chiara Bortolotto o Barbara Kirshenblatt Gimblett con un pie en el ámbito académico y otro en la interlocución con los propios organismos internacionales.
[14] Véanse por ejemplo las posiciones sindicales de los investigadores y otras posturas en trabajos como los de Isabel Villaseñor. Isabel Villaseñor y Alonso, Emiliano Zolla Márquez. Del patrimonio cultural inmaterial o la patrimonialización de la cultura Vol. 6, núm.12, 2012.
[15] KIRSHENBLATT GIMBLETT, Barbara El Patrimonio Inmaterial como Categoria Metacultural Museum Internacional UNESCO.
[16] Término que se debe a NYE, Joseph.
[17] GONZALEZ VARAS-IBAÑEZ, Ignacio. Las Ruinas de la Memoria (Ideas y Conceptos para una (Im)posible Teoría del Patrimonio Cultural) Edit. Siglo XXI México, 2014 (pgs. 17-18) Ante la mutilación de las esculturas de Notre Dame de París y la destrucción casi completa de la abadía de Cluny, se emite el 3 de marzo de 1791 una suite d´ínstructions que impone la conservación de los monumentos en función de nueve criterios de valor (de interés por la trascendencia histórica de la nación, así como por su valor pedagógico además de su belleza) pero poco después la Asamblea Legislativa emite decretos que daban curso legal a las demoliciones . El fechado del 4 de agosto de 1792 ordenaba la “supresión de los monumentos del feudallismo”.
[18] Es el caso de los pireris, músicos tradicionales de Michoacán que se inconformaron con la forma como se llevó a cabo la proclamación de su patrimonio, al poner de manifiesto reiteradamente este hecho ante la UNESCO debido a la falta de consulta sobre la pirekua como parte de la lista representativa de patrimonio cultural inmaterial.
[19] Para un autor como Pierre Nora (Lugares de Memoria, trilce, Montevideo), esa diferencia marca una nueva etapa en la evolución de la relación entre Estado y patrimonio en la que este deja de ser objeto de centralización como patrimonio del Estado-nación.
[20] Max Weber aludía al monopolio de la violencia.
[21] SMITH, Laurajane. El Espejo Patrimonial. ¿Ilusión Narcisita o Reflexiones Múltiples? Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. The Australian National University
[22] El patrimonio cultural (aún como un bien público) se halla inmerso en un proceso donde el capital turístico transnacional recoge elevadas ganancias en la forma de renta-servicios. El desarrollismo y el neoliberalismo crean las condiciones para el acceso al patrimonio cultural como una mercancía y con ello una “mirada turística” predispuesta al consumo.
[23] Véase HARTOG, Francois. Regímene de Historicidad Universidad Iberoamericana, México, 2007.