20, Abril de 2013

Dedicado a las mujeres Ixiles víctimas del genocidio

Salgo de Guatemala después de una breve visita para declarar en le juicio por genocidio contra General Efraín Ríos Montt y  Mauricio Rodriguez Sanchez, salgo con el corazón encogido, con una mezcla de sentimientos encontrado, por una parte de dolor profundo por las voces de los testigos contando las crueldades y atrocidades a las que fueron sometidos por el ejército, sobre todo a las mujeres, ancianos y niños indefensos y por otra con la sensación de alivio del deber cumplido, por haber podido contribuir, con un granito de arena, con mi testimonio, a fundamentar las causas profundas por las que se produjo el genocidio y su relación directa con el racismo histórico-estructural de nuestro país.

Pero a su vez me invade un profundo dolor y rabia por no haber sido capaces de denunciar estas atrocidades antes y por haber callado o guardado silencio durante tantos años con tanto sufrimientos y dolor de las victimas que tuvieron que callar durante 36 años, antes de tener la oportunidad de narrar las atrocidades, torturas y vejaciones a las que fueron sometidas. A este sentimiento me acompaña un profundo agradecimiento y admiración por el esfuerzo incansable de miles de guatemaltecos/as, ladinos indígenas, extranjeros, ONGS nacionales e internacionales quienes han dedicado su vida y sus esfuerzos para que éste juicio histórico, por genocidio y etnocidio, se llevara a cabo en Guatemala y con autoridades guatemaltecas, sin injerencias externas.

A pesar de la magnitud de éste genocidio, que no tiene otro parangón, más que el del Holocausto y el de Ruanda y Bosnia, hemos tardado 36 años en poder llevar a estos militares a los tribunales, cuando buena parte de ellos ya se han muerto o están gravemente enfermos y esta tardanza solo es  imputable al grado de impunidad de nuestro estado de derecho y a la fragilidad de nuestras instituciones, lo que ha provocado una falta de confianza y legitimidad en las instituciones públicas, especialmente del sistema judicial.

Sin embargo, el Ministerio Público, después de una denostada labor de años de recopilación de datos y pruebas, CALDH como organización querellante que lleva años denunciando la violencia y el genocidio de los pueblos indígenas, pero sobre todo, la constancia, serenidad y paciencia de todas las víctimas del conflicto armado, han producido y hecho posible que este juicio se llevara a cabo, cuando muchos de loso responsables directos de las masacres ya están muertos o gravemente enfermos y no pueden comparecer o simplemente se han escapado del país .

Mientras voy tomando mi avión de vuelta a Madrid me viene a la imagen todas esas mujeres Ixiles, sentadas en las primeras bancas del tribunal y en el suelo, esperando justicia y pienso que cuando eran jóvenes y niñas, y tenían entre 8 y 15 años, fueron violadas, torturadas y vejadas y que ahora tienen entre 45 y 50 años y han tenido que esperar, todo este tiempo, para hacer valer su voz, dar su testimonio y pedir que se haga justicia y se condene , de una vez por todas,  a los responsable directos e indirectos del genocidio y del feminicidio y me pongo a pensar lo injusta y arbitraria que es la vida porque una de esas niñas violadas y torturadas en presencia de sus familiares o la madre de esas niñas, podría haber sido yo o mis hijas y no fue así, porque la vida me deparó nacer en el otro lado de Guatemala, en la Guatemala urbana, del bienestar y de la riqueza, en la Guatemala mestiza ladina o de aquella que se considera ” blanca” y que sigue ignorando el sufrimiento de los otros. Si hubiera nacido del otro lado, en la Guatemala profunda, rural e indígena, probablemente estaría sentada allí, junto a esas bellas mujeres, con sus huipiles rojos, con sus caras ajadas por el sufrimiento y el recuerdo del dolor, esperando pacientemente una sentencia que le asegure que, ellas no tuvieron la culpa de nada, que ellas no hicieron nada, que fueron violadas, humilladas y vejadas sin saber por qué y sin culpa alguna y que ahora solo quieren que se haga justicia y que se cuente al mundo la verdad de los hechos, esa no es una verdad absoluta es simplemente la verdad basada en los terribles hechos acaecidos durante ese negro periodo de nuestra historia.

Conforme me voy alejando de mi patria me invade una mezcla de tristeza, rabia y culpabilidad, yo vuelvo a España a mis clases, a mi mundo cómodo y seguro, ellas se quedan sentadas, pacientes, esperando un veredicto justo que les permita sanar sus mentes y sus corazones y que les permita olvidar o al menos recuperar la paz interior y como dicen algunas de ellas, sentirse tranquilas porque por fin se han desahogado, por fin han podido contar su verdad, por fin van a poder descansar e intentar recuperar las riendas de sus vidas truncadas por algo de lo que no tenían culpa alguna.