Número 15

36 ría de los casos, una experiencia silenciosa y difícil de expresar. “Sufrir es sentir la precariedad de la propia condición personal, en estado puro, sin poder movi- lizar otras defensas que las técnicas o las morales”. 2 La intensidad del dolor varía de acuerdo con el sen - tido que pueda dársele a esta experiencia. Los que sufren experimentan la misma necesidad: tratar de encontrar un significado al sufrimiento requiere del apoyo y comprensión de los no dolientes. Localizar el sentido del dolor; ¿por qué existe el dolor?, es asun - to urgente dado que constituye el núcleo moral de todo aquel que sufre: el doliente; el cual requiere el apoyo y comprensión de las personas que están a su alrededor y que no están sufriendo, sobre todo en las sociedades que no integran el sufrimiento ni la muerte como hipótesis de la condición humana. Parecería que el dolor es una puerta de ingreso a la realidad, puesto que “El dolor no es un hecho fisiológico, sino existencial”. 3 El autor explica que el dolor no es una función orgánica sino la consecuencia de una función, la cual avisa acerca de una herida o de una enfermedad, pero no siempre es así. Incluso en algunos enfermos el dolor es acallado por un desajuste neurológico, o padecen el dolor sin una causa aparentemente pa- tológica. Entonces, ¿para qué puede servir el dolor, desde el punto de vista orgánico? El autor ofrece al - gunas propuestas: Para algunas personas el sufrimiento supone un camino de “acceso al ser”. 4 ¿Acaso el dolor oscurece la experiencia del ser? Una forma de “instalarse físi - camente en el mundo” 5 es el caso de los hipocondría- cos que configuran una identidad mediante sensa - ciones dolorosas o vergonzosas, o el de los histéricos para quienes el dolor físico es la representación fiel del dolor moral por el que esperan haber logrado el amor y la compasión (y generalmente se victimizan) 2  Ibid, p. 212 3  Ibid, p. 50 4  Ibid, p. 55 5  Ibid, p. 55 al grado de exigir la comprensión y el afecto de los otros; los que aparentemente no sufren. Pero sucede que el sufrimiento amenaza nuestra identidad, y puede llegar a transformarnos en per - fectos desconocidos, especialmente en los casos de sufrimiento crónico. “El hombre sufriente ya no es el mismo, pero se le considerara a la luz de sus com - portamientos pasados. Se le reprocha ese cambio sin considerar circunstancias atenuantes”. 6 Se llega inclusive a poner en duda la intensidad de su sufri - miento o la disposición para cooperar en su resta- blecimiento, lo cual hace más intolerable el dolor del doliente. Lo que en un principio puede ser un acto solidario, se transforma al final en desconfianza y, to - davía más: en rechazo. Entonces, el doliente cuenta con opciones que van desde la ocultación, el aisla- miento, o el chantaje afectivo. De ahí que algunas personas generan una can- tidad tal de sufrimiento que les ayuda a presentar - se ante los demás. Sin él les sería imposible existir: “para colmar una deuda infinita de la infancia o de otra época, o mantener su lugar en el seno de un sistema relacional donde el dolor es la moneda de cambio” 7 , “pagando el precio de la pena, la privación, la aprehensión”, se “satisface en parte la defensa de sí mismo, evita exponerse a una posición que le sería aún más amarga”. 8 Son éstos los casos en que la en - fermedad (real o imaginaria) es útil como demanda y remplazo de compasión, así como de la necesidad de ser aceptados por el grupo social: la palabra sufrien - te implica una demanda de amor, expresa un aullido, un grito para estrechar los vínculos afectivos. En la mayoría de los casos, el ejercicio religioso puede ser capaz de otorgar un significado al dolor, especialmente sí entendemos la religión como vincu- lación y dependencia. Desde esta perspectiva puede ser comprensible que el sacrificio del dolor logre el significado de ofrenda de amor, de anhelo, de afecto 6  Ibid, p.190 7  Ibid, p. 232 8  Ibid, p.52

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