Ante la “naturalización” de la necropolítica y su orientación depredadora de la vida, de los derechos y del patrimonio histórico-cultural de nuestros pueblos, es que oportunamente este equipo de trabajo abre el debate en torno a las perspectivas políticas de nuestro país, frente al hecho de que en el transcurso de este año 2017 tendremos cada vez más cercanas las próximas elecciones federales. No existe hasta el momento en México un frente político amplio de izquierda generado en un trabajo organizativo desde la base de la población, sin el cual resulta muy difícil poner un alto a la ominosa perspectiva de otro sexenio de degradación política y gubernamental, de inercia, anulación de soberanía, agudización de la desigualdad, impunidad e inseguridad, en una situación producida por el modelo actual dominante en la economía y la política, y por el crimen organizado que opera dentro y fuera del gobierno, siempre fincados en una inercia poblacional, sistemáticamente construida y mantenida mediante los medios de desinformación y moldeamiento de las consciencias, tan fundamentales para las élites del poder.
Nuestro debate no pone en duda la inoperancia y complicidad de todos y cada uno de los partidos políticos en esta situación, ni la corrupción en los tres poderes, ni la venalidad y el cinismo de legisladores, jueces y funcionarios. Se trata de realidades cada vez más evidentes para amplios sectores de la población. Más bien, el punto de discusión radica en lo que procede hacer, en la identificación de aquellos procesos y propuestas que apunten a una salida, y no a la continuidad de la debacle, y con ello el inicio de una nueva etapa histórica de nuestra comunidad ampliada.
En la gama de posicionamientos políticos y sociales que figuran en el horizonte, el referente ubicado en el partido político de MORENA, y particularmente en la figura protagónica de Andrés Manuel López Obrador, se encuentra hoy muy lejano del referente que corresponde al EZLN y sus bases de apoyo, quienes han propuesto al Congreso Nacional Indígena la postulación presidencial de una candidata indígena. Son profundas las diferencias entre esas dos agrupaciones, las cuales tienen en común, sin embargo, como otros procesos, en el discurso o en la práctica, una gran responsabilidad en este momento histórico de México.
Para algunos compatriotas de buena fe, MORENA representa una alternativa real. Su candidato presidencial anteriormente ha ganado elecciones presidenciales y el triunfo le ha sido arrebatado a los electores mediante trampas y fraudes de muy diversa índole, y con el beneplácito de los sectores económicos acomodados en el poder y el de sus respectivos partidos políticos. En el sur y con eco importante en otras regiones del país y del mundo, la propuesta del EZLN y el CNI nos plantea una posibilidad que sintetiza las exigencias fundamentales ante el régimen de explotación, la opresión del racismo y la exclusión de género, tan persistentes como insostenibles.
Así, entran en foco la legitimidad del voto, vulnerado siempre, de millones de mexicanos, y al mismo tiempo, su absoluta insuficiencia como síntesis de participación política, pues al final, aun en la remota posibilidad necesaria de que se le respete como tal, la figura misma del “votante”, en su protagonismo, caricaturiza y subvierte la participación política, reduciéndola hasta anularla; entra también en foco la crítica situación del país, puesto de rodillas por los políticos de profesión y por quienes los toleramos, y, al mismo tiempo, la constante emergencia de diversos sectores de población agraviados e insumisos; entra en foco la ominosa agresión sostenida de Trump contra México, secundado por un sector importante de la sociedad conservadora de su país, y al mismo tiempo, lo que ese personaje delirante ha puesto de relieve aunque fuese ya notorio: la sumisión y cobardía de la clase política mexicana.
Visto el célebre muro desde México, pensamos que el quid del asunto no es su construcción o su existencia, y quién lo va a pagar, sino cuáles han sido las políticas públicas y económicas que han generado el flujo de tantos millones de mexicanos hacia Estados Unidos. Opinar sobre el execrable muro se vuelve un ejercicio común; sin embargo, carecemos de la toma de consciencia respecto a cuáles son las condiciones que han llevado a las y los trabajadores del campo y la ciudad a jugarse la vida en busca de una vida mejor y más decorosa para sí y para sus familias, allende la frontera norte. El muro tiene utilidad no sólo electorera como expresión del clasismo racializado y patriarcal del otro lado de la línea divisoria: resulta útil para soslayar esas incómodas preguntas que remiten a nuestra responsabilidad como sociedad para con sus habitantes. Asimismo, el muro muestra la necesidad que la industria militar norteamericana tiene para que con su construcción se incentive la inversión de capital y permita su acumulación en dicho ramo, so pretexto de la homeland security (seguridad interna de Estados Unidos).
Y no es menos preguntarnos acerca del despreciable papel que ha tenido el gobierno mexicano ante el flujo de migrantes provenientes de Centroamérica, al servir como policía migratoria de sus patrones del Norte y al vulnerar la vida y la dignidad de quienes emprenden esa odisea buscando su sobrevivencia, expulsados a vez de sus propios países por motivos similares que impulsan a los connacionales a emigrar.
En este marco, las preocupaciones entre nosotros(as) difieren: algunos compartimos la inquietud por el alcance de la postulación proveniente de los pueblos indígenas ante la realidad de un país que ya no es mayoritariamente pueblo originario, no porque se dude que una mujer indígena carezca de capacidad y calidad humana para ejercer esa presidencia, sino por la necesidad de concitar la adhesión de vastos sectores de la población ante la idea básica de entrar en una contienda electoral… para ganarla, por más insensato que ello parezca. Empero, algunas certezas nos aclaran el ángulo de visión, las que refieren, a partir de experiencias de primera mano, a la escasa capacidad de diálogo y autocrítica de López Obrador, de lo cual tuvimos en Cuernavaca una deplorable muestra, cuando apoyó la postulación a presidente municipal del dueño de una red de agencias de automóviles, acostumbrado a cambiar de bandera política como de calzones, pasando por alto el parecer de la militancia de base de MORENA. Y no menos preocupante es que López Obrador proponga textualmente en el punto seis de su “decálogo”, recién presentado, nada menos que “suscribir compromisos para lograr una mayor inversión de las empresas mineras canadienses en México, con salarios justos y cuidado del medio ambiente” como si esa actividad no generara por definición depredación y despojo inevitables. Tampoco es poca cosa, el integrar ahora a su equipo –y al rubro de “desarrollo social”– a Esteban Moctezuma, procedente de Televisión Azteca, nada menos que ex-secretario de Gobernación de Zedillo y participante protagónico en la trampa que tendió entonces dicho gobierno a la dirigencia del EZLN, citándola para llegar a “acuerdos” con el fin de emboscarla. ¿Cuál es el mensaje con todo ello?
Mientras tanto, regresando a este momento crítico en que se vierten, a menudo desapercibidas, tantas lágrimas de niños en nuestro país, migrantes y no migrantes, ¿cuáles son entonces las exigencias de autocrítica para estos y otros movimientos sociales significativos, si se han de recordar las palabras de Dostoievsky?:
¿Puede haber lugar, para la absolución de nuestro mundo, para nuestra felicidad o para la armonía eterna, si para conseguirlo, para consolidar esta base, se derrama una sola lágrima de un niño inocente? No. Ningún proceso, ninguna revolución justifica esa lágrima. Tampoco una guerra. Siempre pesará más una sola lágrima…
¿Cuánto más vamos a esperar? Además de lágrimas infantiles por contabilizar, irrelevantes hoy para tantos, ¿quiénes de los aún vivos compondrán las siguientes remesas de víctimas en los años venideros, si prevalece la criminal falta de organización que necesitamos para generar una alternativa política justa y viable, basada en la indignación frente al sufrimiento humano y en la reverencia por la vida? ¿Qué bandera política puede ser más importante que esa?
Y si de contar se trata, ¿cuántas lágrimas infantiles más, cuántos cuneros quemados más, cuántas obreras y cuántos estudiantes normalistas asesinados más, cuántos muertos en la desorientación y la sed en el desierto o cuántos mutilados por “la bestia” o mujeres violadas en su paso por México, o cuántos abandonados a su suerte, cuántos ausentados, cuánta depredación ambiental más, cuánto robo, saqueo, mentira, simulación y crimen es necesario añadir aún para sacudirnos la inercia, para actualizar la indignación y para pasar de ahí al compromiso participativo y directo?, ¿otro día más?, ¿otros seis años de marchas, de giras, de encuentros, de retórica y de preparación?
Lo que sucede en México, y de lo cual tenemos manifestación en todo el orbe, es sintomático de un modelo civilizatorio herido de muerte y el cual, desde sus políticos profesionales, pretende –a toda costa- absolutizarse al decretar con la ley del libre mercado en mano, el fin de la historia humana, de las ideologías y de la lucha política. Que pretende hacernos creer que es posible humanizar al sistema capitalista, volverlo “socialmente responsable”, “compatible con la naturaleza” que a su paso depreda, pero sobretodo, la idea de que dicho sistema es insuperable.
Por ello, llamamos a intensificar el debate, a ampliar la discusión, a colocar en la palestra todos y cada uno de los temas que nos parezcan imprescindibles, oportunos, pertinentes, vitales. Pero en particular, a contar con un mayor grado de acuciosidad para estar en posibilidad de trascender en nuestra crítica y nuestra acción el problema del síntoma manifiesto en lo nacional y, entonces, asumir una participación antagónica ante las empresas transnacionales que imponen su necropolítica.
En cuanto al número que presentamos a continuación, nos hemos dado a la tarea de mirar hacia el norte mexicano y poner particular atención en el pueblo rarámuri o tarahumar; para eso, hemos convocado a un grupo de colegas antropólogos que en buena medida mantienen la formación antropológica promovida por el Mtro. Augusto Urteaga Castro Pozo en aquellos lugares “lejanos de Dios pero tan cercanos a Estados Unidos”.