Editorial 56: De consultas y pollos rostizados

En el marco de la arraigada subcultura de la sumisión y de la representatividad virtual, florece el modelo del individuo que antepone sistemáticamente sus propios intereses a los de la colectividad, la de aquel que, desde la burbuja en que vive, delega su responsabilidad y su destino en otros, y a menudo lo hace incluso sin reparar en ello, de manera inercial.

En ese escenario, la misma figura de la consulta, desfigurada por una perspectiva instrumental, llega a resultar tan exótica como la del ciudadano. Los siervos no son consultados, pero ahora, más bien, son sometidos a la ficción de una consulta, que pasa a convertirse, en una suerte de paradójica transfiguración, en un pase mágico acompañado de sólo palabras, en un muy burdo mecanismo de imposición.

Antaño, el siervo, por definición no susceptible a dar su opinión o su parecer, tenía al menos el privilegio de no ser sometido a la burla de aquel que lo considerase tan estúpido como para creerse consultado en una farsa, sometido a una simulación.

El caso reciente de la “consulta” respecto al destino de la planta termoeléctrica de Huexca y del Proyecto Integral Morelos al que se inscribe, heredados de un régimen que no da visos de ser superado como no sea discursivamente, ilustra con claridad este embrollo. La “consulta” en Morelos ha sido efectuada, pero en realidad no fue una consulta, sino una advertencia sobre el destino fatal de la siempre incipiente democracia mexicana. Y el problema no es técnico, porque los absurdos técnicos de esa entrecomillada consulta resultaron ser más bien la cereza más ridícula del pastel, su rasgo más patético.

El problema es de motivos. Numerosos. El motivo para imponer ese proyecto. El motivo para despreciar a los directamente afectables y afectados. El motivo para imponer a ese impresentable representante estatal del ejecutivo, tal vez, en efecto, su cabal representante. El motivo para encubrir un crimen con un fiscal dando conclusiones inmediatas sin fundamento. El motivo para descalificar a los opositores y agraviarlos así doblemente. El motivo para decidir de antemano el resultado de lo que se consultará. El motivo para no honrar la propia palabra, reiterada y clara, ante los pueblos. El motivo para creer que los pueblos son serviles.

El cobarde asesinato de un líder ejemplar como Samir, seguido de la presurosa acción encubridora de un burócrata que atribuye ocurrentemente ese asesinato a una peculiar acción del genérico “crimen organizado” es una pieza emblemática de nuestro nacional-surrealismo.

Y se oyen voces adocenadas en un cúmulo de obedientes, de feligreses: “Andrés Manuel no es capaz de hacer el mal a nadie”, “necesitamos un líder a quien seguir y proteger, es Andrés Manuel, es como el Papa, no se nos va a equivocar”. No, no se va a equivocar: se está equivocando. Esa “consulta” ha sido un insulto, una afrenta, como lo ha sido la traición a la palabra empeñada públicamente. No ha sido por supuesto una consulta, sino una advertencia. No es de olvidar. Vienen más en un modelo ya patentable.

Y claro, cualquier marciano de paseo turístico (que los hay, faltaba más) diría: “mira éstos peculiares alienígenas terrícolas: no se les consulta y se quejan, y ahora que se les consulta se quejan… yo venía a visitar un pueblo mágico, y me encuentro metido en una vecindad de quejosos”

¿Pero de qué consultas estamos hablando?  ¿de las que se pueden hacer en las condiciones actuales, o de las que se deben de hacer en las condiciones actuales?, o bien, ¿qué caso tiene preguntarle al pollo a qué temperatura quiere ser rostizado? Si quiere su asadura más del costado derecho o en la rabadilla…

Y es que las consultas, en toda su precariedad, por años eludidas o desvirtuadas, degradadas a utilería de teatro, se han tenido que parchar con apellidos añadidos: que si libres, informadas, vinculantes, previas, con pertinencia cultural, moral, decentes… es como cuando empieza a rebosar de explicaciones una relación entre personas: algo anda ya mal.

Así, las consultas, cuando cargan tanto apellido, revelan una lucha no resuelta para enfrentar su degradación recurriendo al palabrerío.  Por eso vemos luego al rostizador de rodillas ante el pollo, ya radicalmente transformado cuatro veces, consolándolo entre lágrimas: “mira, pero si yo te consulté, no lo niegues”.

El problema es que el pollo no quiere ser rostizado. Y si lo miramos mejor, resulta que el pollo no es pollo, sino un ciudadano en potencia, o mejor, un ser humano con todo su potencial, y para colmo hasta ocurrente, pues llega a creerse hasta como alguien digno e irrepetible. Es decir, capaz de generar él las preguntas, porque entonces serán muy otras, sin duda; tal vez basta sólo una y para toda la vida, como la de ¿cuál es mi proyecto?, o ¿cuál puede ser nuestro horizonte como colectividad?, o ¿a qué vienen todos éstos babosos con sus soluciones? ¿Para quién son esas “soluciones”? y, en particular, ¿dónde están las nuestras?

El sujeto formula preguntas propias. Son la médula de su desenvolvimiento. Al objeto se le imponen, ajenas. Son la médula de su subordinación.

Así que ese mandato bíblico del rostizáos los unos a los otros ya no debiera tener pertinencia alguna.

Sin embargo, la rosticería es una herencia: es el legado vivo de un orden colonial plenamente vigente. Luego de siglos de hacer que la gente responda “mande Usted” ¿ahora ha de ser consultada en serio? ¿de la noche a la mañana?

Este momento del país nos encuentra en una condición vulnerable, y un origen de esa vulnerabilidad estriba en una realidad ya conocida: la de la exigua exigencia organizada. Así, se naturaliza un juego bien articulado de simulaciones y precariedades: una ciudadanía precaria implica procesos precarios de consulta. Una ciudadanía plena, en cambio, se consulta a sí misma. No está para ser consultada para móviles ajenos. Una ciudadanía plena se consulta a permanencia sobre su propio futuro, sobre su potencial, sobre su integridad, su identidad y su sentido.

Sin mediaciones, sin procesos continuados, sin aproximaciones sucesivas, las aspiraciones genuinas no derivan en realidades concretas. A los funcionarios políticos en turno les hace muchísima falta vigilancia, orientación y exigencia.  Y si retomamos el origen de la palabra consultar, no del latín rostizare, sino consultare, se vienen abajo por reiterativos todos los apellidos que se le han tenido que endilgar como parche, porque le son inherentes, aunque hoy se tienen que usar, precisamente para reiterar lo que se elude en el uso degradado del término “consulta”, que de hecho no sólo implica “pedir consejo o información”, sino deliberar, discutir. Y a su vez, deliberar, es decir “considerar cuidadosamente”, “reflexionar”, viene de “pesar bien”. Y ¿qué se necesita para “pesar bien”? una balanza. Se requieren sujetos para eso.

Ello lleva implícito un componente dialógico superior, sólo posible mediante información objetiva, pues ¿cómo se puede deliberar sin información? ¿cómo se puede deliberar sobre posibles implicaciones por venir, de una iniciativa que ya se decidió? ¿para qué se delibera si no emanan de ello acciones coherentes con ese ejercicio? 

Y es que con el pobre pollo no se puede deliberar, y menos si se trata de rostizarlo. Ensartado y distraído en su rueda de la fortuna, es difícil que pueda considerar cuidadosamente su condición. Pues en esta sociedad de juegos mecánicos hay quien rostiza y hay quien es rostizado, como en este mundo hay capitales que rostizan, y pueblos, y mundos, y pollos que son rostizados.

 

En tanto, y en lo que respecta a este número del Volcán Insurgente, Pavel Leiva, a partir de una importante colección de esculturas de jaguares del museo “Vicente Rasetto” en Huancayo, Perú, analiza las representaciones socioculturales sobre este felino, uno de los animales más representativos en las sociedades prehispánicas. Desde una perspectiva etnoarqueológica, el autor articula el análisis arqueológico de las esculturas con elementos etnográficos, mostrando cómo los pueblos originarios han transmitido oralmente, hasta el día de hoy, sus representaciones del jaguar, en una relación intrínseca del ser humano con la naturaleza, elemento fundamental en la cosmovisión de los pueblos indígenas. Para complementar el análisis, hace una comparación en términos ideológicos y religiosos con las esculturas de jaguar del sitio arqueológico de Chalcatzingo, en Morelos, en torno a la concepción y representación del felino en dos sociedades lejanas en el espacio y tiempo.

A su vez, Antonio Sarmiento, partiendo del consumo actual de carne y sus implicaciones, proyecta una reflexión que enlaza la conducta alimentaria personal con la crisis ecosocial que estamos atravesando. Los hábitos dietéticos no remiten ya solamente al ámbito de los comportamientos individuales como si fuesen ajenos a la realidad sistémica de la vida.

Le siguen una reflexión de Paul Hersch a propósito de “El Tesoro del Pueblo”, un folleto de divulgación producido por la Secretaría de Educación Pública en 1974 dedicado a los vestigios arqueológicos, su sentido y su relevancia, el cual también reproducimos. ¿Cuál es hoy la posible lectura de ese material?

Vinculado con lo anterior y en claro contraste con ese material que no pierde pertinencia aunque date de casi medio siglo, Raúl García y Jatziry Velázquez narran el proceso en el cual la zona de vestigios arqueológicos defendida por los pobladores del histórico Tlaltizapán en Morelos, fue arrasada el 22 de julio de 2015 con la venia y complicidad del Consejo Nacional y la Dirección Nacional de Arqueología, en un peculiar caso de subordinación a intereses particulares contrarios precisamente al cometido de ambas instancias. A casi cuatro años del asunto, el atropello sigue eludido e impune.

En un extenso trabajo que combina el aporte de datos con el análisis, Víctor Hugo Villanueva se ocupa del Concejo Indígena de Gobierno en el marco de la crisis estructural del capitalismo en México. Es en esa confluencia que presenta un análisis del momento político actual del país, incluida la gestión presidencial que, con pocos meses en curso, va delineando con bastante desenvoltura sus claroscuros, más oscuros que claros en el análisis contextual del autor.

Finalmente, presentamos la declaratoria que a propósito del ochenta aniversario del Instituto Nacional de Antropología cumplido el pasado 3 de febrero, presentó el Sindicato Nacional de Profesores de Investigación Científica y Docencia de dicha institución, donde puntualiza su posición y su compromiso en este momento político del país.