¿Está la izquierda predestinada a continuar desempeñando el papel
de aquellos que convencen, pero, a pesar de todo, siguen perdiendo
(y que son especialmente convincentes en explicar
retroactivamente las razones de su propio fracaso)?
— Slavoj Žižek1
La llegada de un gobierno de izquierda en cualquier latitud implica el problema de cargar tras de sí con expectativas y esperanzas que, con mucha seguridad, se verán sobrepasadas por el lento avance que, en el mejor de los casos, dicho gobierno pueda lograr en el entramado de intereses privados, conflictos armados, poderes mediáticos y demás fuerzas que están diseñadas para oponerse a la democratización de la tierra, los recursos y los derechos.
Frente a este desafío, hay un espectro de posibilidades que se extienden entre dos puntos y que se han visto manifiestos en gobiernos de mayor o menor tendencia progresista en todo el mundo: o bien los honestos esfuerzos por modificar los esquemas de despojo promovidos por entidades internas o externas se ven abrumadoramente golpeados por la agresiva resistencia de quienes viven de tal despojo, o bien, ya sea por ingenuidad, por ignorancia, por cumplimiento de favores, falta de voluntad o falta de respuestas respecto a problemas urgentes, estos gobiernos, que han sido arropados en sus nuevos puestos con tan grandes muestras de apoyo, terminan por ejercer una política demasiado parecida a la de sus antecesores, sin rumbo claro, sin planificación a largo plazo y sin saber cuáles son los problemas a atender. Y así, el campo de acción que estaba a su alcance para modificar aspectos críticos de justicia social y ambiental, y cuyo abordaje era con ansias esperado por quienes les llevaron al poder, termina por desvanecerse con enorme decepción y rapidez.
Cuitzeo seco. Foto: Ernesto Martínez, La Jornada.
Un deficiente desenlace de una administración de este tipo no hace sino fortalecer, en las fuerzas políticas conservadoras, la idea de que, por más que se lo quiera creer, no existe alternativa alguna al extractivismo, al despojo, la privatización, la segregación y la militarización. En ese caso, un gobierno de izquierda falla por dos frentes: por no cumplir las expectativas y por no tener claro cómo gobernar desde la izquierda. El primero de los fallos es casi inevitable, dado el cúmulo de expectativas que engendra; y el segundo puede tener su origen tanto en la ignorancia como en el oportunismo. Esto coloca a la oposición en una situación de enorme ventaja, no solo porque en lo económico el poder sigue siendo mayoritariamente suyo, sino porque al desaparecer las expectativas que se tenían ante un gobierno progresista, se reducen también considerablemente las expectativas de lo que tendría que ser una oposición realmente democrática. Así, la oposición puede cómodamente colocarse en el lugar de la descalificación, difamación o el oportunismo, sirviendo de obstáculo constante y haciendo uso de la desinformación. A fin de que la confusión generalizada termine por dar lugar a la desmemoria y por tanto, a la propuesta de que todo vuelva a ser como antes.
Hay, pues, un problema propio de la vida política de cualquier nación: un cierto paralelismo anímico entre la fe religiosa y la convicción política. Este acecho de mesianismo en la política, exalta los aspectos que más agradan de su discurso y perdona, o simplemente ignora, los errores o abusos que de él se engendran. En el caso de gobiernos de izquierda, que pueden con facilidad perder el rumbo por la poca claridad de los pasos a seguir (a diferencia de los gobiernos de derecha, que tienen muy claros sus intereses y la manera de alcanzarlos), este mesianismo representa un peligro igual o mayor a cualquier oposición. Con él muere la autocrítica en el discurso antes incluso de que tenga oportunidad de nacer y fundar el discurso mismo. Surge entonces la pregunta, ¿qué proporción del discurso oficial surge de la autocrítica y la reflexión en torno a la reinterpretación de los problemas que importa atender, y qué proporción surge del afán mesiánico de protagonizar el discurso colectivo (ya sea con buenas intenciones o por mero oportunismo)? Estas distinciones no importan a quienes se oponen a ceder privilegios, pero tendrían que importar a quienes poseen la auténtica oportunidad de volcar la política de la impunidad de los privilegios hacia la democratización de los derechos.
Aguacate y deforestación. Red 113.
En el caso de México, el entusiasmo que arropó la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia, y que consigo trajo una enorme cantidad de victorias a miembros de Morena, no parece haber mermado significativamente en lo que va de su gestión. Y, sin embargo, encontrar el sentido progresista, de justicia social o ambiental que se esperaría de un gobierno así, resulta más bien complicado. La incuestionable obsesión con los tres megaproyectos insignia de su gobierno opaca por mucho al resto de su política interna, no solo porque en poco se distinguen de otros proyectos fundados en el despojo y construidos por cualesquiera antecesores suyos, sino porque dan muestras de que la noción de progreso que tiene el presidente no dista mucho de la de quienes, en sus palabras, conforman el período neoliberal que con él termina simbólicamente.
A pesar de haber estado en un estado de cuasi campaña electoral permanente durante doce años, las prioridades del gobierno de AMLO no parecen haberse modificado o enriquecido con el aprendizaje y conocimiento de los problemas socioambientales que, en el mismo periodo de tiempo, han aumentado y se han agravado exponencialmente. La designación de Víctor Manuel Toledo Manzur como Secretario de Medio Ambiente, a mediados de 2019, fue la más directa oportunidad que tuvo el gobierno federal de cambiar el rumbo, o por lo menos de trazar un rumbo a su política ambiental. Sin embargo, el reconocido académico se enfrentó con la incapacidad de autocrítica del ejecutivo, misma que llevó a otros conflictos y discrepancias con otros miembros del gabinete durante su primer año de gestión. Y a pesar de ser innegable el efecto de la política de corte neoliberal en el medio ambiente, las posibilidades de acción de la SEMARNAT estaban, y están, limitadas además por un ajustado presupuesto que no permite plantear proyectos de largo alcance y a largo plazo en materia de reparación, reforestación, atención a la contaminación, etc. Ese ajustado presupuesto habla por sí solo.
Tras presentar su renuncia a finales de agosto de 2020, Toledo Manzur expresó su frustración con el discurso superficial del presidente que denuncia al neoliberalismo, pero se niega a enfrentar y atender sus efectos en la tierra misma que dice defender.[2]
A lo largo del año 2020, por poner un caso, la desertificación del lago de Cuitzeo (el segundo más extenso del país y de cuyas aguas dependen en gran medida los municipios que lo rodean), aumentó a un ritmo sin precedentes, con una reducción de al menos 15% de su extensión, sólo durante dicho año.[3] Caso similar es el del Lago de Pátzcuaro[4], que ha sufrido una constante disminución de sus aguas desde hace décadas, por la sobreexplotación de mantos acuíferos, contaminación y deforestación, en gran medida provocada por empresas madereras y por cambios de uso de suelo irregulares para la plantación de huertos de aguacate[5]. A pesar de las voces de protesta de los pobladores que rodean ambas cuencas, poca o nula respuesta ha habido a nivel municipal, estatal y federal. Resulta así especialmente preocupante que la SEMARNAT esté enfocada en dar luz verde al arrasador proyecto del Tren Maya y que, por otro lado, no haya hecho todavía al menos una sola declaración respecto a la situación de las cuencas lacustres antes mencionadas.
Ciertamente, la prohibición a corto plazo del uso de glifosato es un paso que tenía que darse, al igual que la cancelación definitiva de la construcción de la cervecera de Constellation Brands en Mexicali. Sin embargo, distan éstas de ser las únicas soluciones que tiene que dar México a los problemas ambientales que lo aquejan desde hace décadas. Por definición es insostenible la explotación infinita de recursos finitos, ¿de qué manera puede llegar a entenderse esto a nivel de Estado?
Punta Larena, Yucatán. Lotificación peninsular
Así, ¿Qué es exacta (o aproximadamente) lo que entiende el presidente por “neoliberalismo”? ¿Se cree él la crítica que le dirige en sus discursos, a fin de justificar la autoproclamada “Cuarta Transformación”, eludiendo una perspectiva más amplia del objeto de su crítica? Y así, con los poco menos de cuatro años restantes de su administración, ¿se puede esperar un cambio de enfoque en cuanto a política ambiental? ¿Se puede imaginar, por ejemplo, la regulación de la producción de aguacate en Michoacán? ¿Se puede imaginar la reforestación intensiva del centro-sur del país? ¿Se puede imaginar una política ambiental de corte social que fortalezca las figuras de los ejidos, en lugar de forzarles a la privatización de la tierra, como ya ocurre en Yucatán y, ahora, en la ruta misma del Tren Maya?[6] ¿Se puede imaginar que se reconozca el error? ¿Qué entiende el presidente de su propio gobierno?
[1] Zizek, S. (2011). Primero como tragedia, después como farsa. España: Akal. p. 8
[2] En una entrevista brindada a la Revista Proceso el 3 de Noviembre de 2020: https://www.proceso.com.mx/nacional/2020/11/3/la-4t-se-declara-contra-el-neoliberalismo-pero-reproduce-sus-practicas-ocasiona-retrocesos-victor-toledo-252029.html
[3] https://www.jornada.com.mx/ultimas/estados/2020/11/08/a-punto-de-desaparecer-el-lago-de-cuitzeo-15-ya-se-encuentra-seco-3833.html
[4] https://www.jornada.com.mx/notas/2021/02/10/estados/fracasan-por-corrupcion-planes-para-salvar-el-lago-de-patzcuaro/
[5] https://www.mexicoambiental.com/en-michoacan-la-deforestacion-para-huertas-aguacate-o-berries-es-un-problema-alarmante-antonio-gonzalez-de-la-unam/
[6] https://www.ccmss.org.mx/mas-de-500-mil-hectareas-de-tierras-ejidales-han-pasado-a-manos-privadas-en-anos-recientes-en-la-peninsula-de-yucatan-ccmss/