11, Julio de 2012

Dimensión epidemiológica de las elecciones

 

La noción de riesgo es determinante en la epidemiología clásica, como lo es también en nuestra época y para la población en general, en su sentido social, compartido. Gracias al riesgo y a su percepción social, por ejemplo, las compañías de seguros existen, y por medio de la promoción de la conciencia de riesgo, incrementan su clientela. Así, por ejemplo, las empresas venden “seguros de vida” o más exactamente, “seguros de muerte” que en realidad se basan en la certeza de ese evento inevitable, inherente a la vida misma.

Pero acerquémonos a la actualidad que estamos atravesando o que nos está atravesando. La posibilidad de ocurrencia de un desastre se ha concretado hoy en las recientes elecciones habidas en nuestro país. El riesgo, en una de las connotaciones etimológicas del término, provendría de una imagen náutica: la de risicum como un arrecife o una piedra que no se ve, pero que existe debajo de la línea de flotación de una nave, amenazando su integridad, y con ello planteando la posibilidad de un naufragio (véase Almeida Filho, 2000: 241).  Y he aquí que hemos topado con esa piedra filosa y aparentemente imperceptible, náufragos de una ilusión compartida.


“Dinero”.
Fuente: El Roto (Rábago, Andrés, 2006, pág. 72)

Se supone que el pasado primero de julio elegimos presidente y otra serie de funcionarios “representativos” en virtud de un proceso en el cual la población decide quién ha de ocupar esos cargos públicos, proceso que devendría una especie de justa cívica que concreta, sintetiza, minimiza o caricaturiza al ejercicio de la democracia.

A verdaderamente “duras penas” saliendo de un sexenio de pesadilla que ha significado objetivamente un retroceso en el avance de la democracia o de su espejismo, con sesenta y más mil muertos a cuestas, matados de manera por demás atroz (pregúntenos a quienes vivimos en Cuernavaca), nos asomamos a un periodo de incertidumbre, pero tal vez armados con una energía reactiva y saludable que proviene no de los partidos políticos, por cierto, sino de la indignación del pueblo o de una fracción numéricamente nada despreciable del mismo.

¿Qué implicaciones epidemiológicas tiene todo este fenómeno? ¿Cómo puede afectar a la salud de la población en términos colectivos la certeza de una burla más, mayúscula, al sentido común y a la sensibilidad más elemental?

Saliéndonos de un concepto limitado de la salud pública y de la epidemiología como campos estáticos y acotados en manos de funcionarios especializados, estos dominios hoy aparecen crecientemente como terrenos de reflexión y de práctica social cada vez más esenciales.

La epidemiología, al analizar la frecuencia y la distribución de las enfermedades en una determinada población, devela a menudo dinámicas de exclusión y desigualdad que demandan acciones y programas de salud pública acordes con esa clarificación. Como lo afirma una placa colocada -o tal vez recolocada- en la Escuela de Salud Pública de Santiago de Chile, “la salud pública es la ley suprema”, y lo es en el sentido de que permea, a partir de una definición incluyente de la misma, la vida de las colectividades en su sentido más amplio y trascendente, que refiere además a la esfera de lo vivencial compartido. Y algo vivencialmente compartido es la sensación de millones de mexicanos de ser burlados, o de pretender ser burlados, nuevamente, por quienes se han apoderado del país y de sus recursos. Por quienes ocupan los medios de comunicación para proyectar la banalidad y la vulgaridad sin límites, por quienes instrumentan el ejercicio de gobierno y las estructuras del Estado para beneficio de intereses mezquinos, por quienes han hecho de la política un repulsivo pantano donde medrar a costa del presupuesto, a menudo escudados por partidos políticos que operan como estructuras venales parasitando a nuestra sociedad. Nada nuevo ciertamente.

Parecen, las anteriores, expresiones reactivas y emocionales. Lo son. Pero por desgracia no solamente son eso, sino que tienen un componente fundado en la experiencia inmediata de millones de mexicanos. Para buena parte de los contendientes y de las estructuras que los crean y apuntalan, el asunto de las elecciones constituye un ejercicio meramente mercantil. Se trata de comprar la conciencia de la gente, con el voto como una mera letra de cambio en ese proceso comercial. El cinismo ha sido llevado a su apogeo, impulsado por recursos tecnológicos y estrategias cada vez más sofisticadas dirigidas a la protección de la impunidad y a la preservación de un sistema de deshumanización cada vez más afinado y eficaz.

 


“Pantalla”
. Fuente: El Roto (Rábago, Andrés, 2007, pág. 131).

Tuve oportunidad, a propósito de las elecciones, de conocer y colaborar con un representante del Movimiento de Regeneración Nacional, un cuadro importante de su estructura en el estado de Morelos. Su compromiso y el de su familia toda con el proceso electoral son a mi parecer ejemplares. Apuestan a un México mejor. Vertidos en un ideal –ese término que para muchos es un simple rasgo de anacronismo o de ingenuidad- conformaron un grupo de trabajo nutrido por jóvenes, amas de casa, profesionistas, trabajadores diversos hermanados por el hartazgo ante la política venal que hemos conocido y sufrido hasta el extremo. Núcleos como ese, como los movimientos indígenas autonómicos y de resistencia y como los generados por los jóvenes del movimiento #Yosoy132 constituyen hoy la esperanza de nuestro país. Pero la sombra, ciertamente previsible, del fraude anunciado, preparado, operado y justificado cayó de todas maneras en el ambiente. La sombra ominosa de un fenómeno que tiene consecuencias colectivas que vale la pena analizar, también, desde la perspectiva epidemiológica.

Si la epidemiología se ocupa del fenómeno de la salud y de la enfermedad a nivel colectivo y lo percibe como una realidad dinámica que permea la vida social y la cultura, por la misma amplitud de su cometido incorpora necesariamente diversas percepciones y vivencias relativas a la salud, incluidas, por supuesto, las que provienen de diversos conjuntos de población. El asunto de las recientes elecciones, con su costoso proceso preparatorio y con su cauda inacabable de consecuencias, no es ajeno a ella.

La indignación de millones de mexicanos no es una nimiedad sanitaria. A nivel individual, involucra estados de ánimo, emociones y afectos que generan consecuencias orgánicas y fisiológicas, todo lo cual, a su vez, tiene una dimensión colectiva. Esa energía incide generando desasosiego y desesperanza cuando se cierran los canales que permiten su expresión en la búsqueda de mejores condiciones de vida. Pero esa energía, a su vez, constituye un punto de partida fundamental en la construcción de una nueva sociedad.

¿Qué pasa cuando una persona se siente burlada o en condición de afrenta? Ya nuestras culturas originarias han dado cuenta de ello cuando reparamos en la existencia de una enfermedad de raigambre mesoamericana reconocida entre los nahuas y otros grupos como vergüenza (Hersch y González, 2011: 183-213). Y es que la vergüenza como enfermedad en ese ámbito cultural conlleva simultáneamente una connotación doble: por un lado implica una afectación de la salud que incluso se manifiesta como daño físico, pero por otro, denota el valor de la dignidad como elemento esencial en la experiencia de vida de los seres humanos. Así, la vergüenza, en el sentido positivo, está íntimamente vinculada con la dignidad.

A propósito por ejemplo de las recientes elecciones, la constatación del pueblo mexicano de saberse objeto de instrumentación de los poderes económicos y políticos puede llevar al desasosiego y al conformismo, pero puede también derivar en una toma de conciencia y en el ejercicio de la dignidad como único camino para enfrentar a esos poderes. Esa es la lección que nos brindan hoy muchos mexicanos, que no necesariamente siguen a una sola figura política que puede representar o no sus aspiraciones por un México mejor, sino que siguen, en el fondo, su propia certidumbre de que las cosas pueden ser y hacerse de una manera infinitamente mejor de como son y de como se están haciendo.

No nos dejemos amedrentar por la imposición y la mentira sistemáticas. No son nada al lado de nuestra dignidad y de la magnitud de nuestro coraje, entendido como temple y como ímpetu transformador. Todos los poderes que necesitamos erradicar -sea porque han operado en contra del bien común abiertamente o porque lo han hecho en la complicidad de su silencio- están ahí, a la espera de nuestra capacidad organizativa y de nuestra resolución.

El riesgo de las elecciones, de estas elecciones, estaba anunciado y no nos debe de llamar a sorpresa. Era el riesgo de develar la realidad.

Las aflicciones ameritan atención. Demasiado estrés en la vida acaba por desgastar las glándulas suprarrenales, favoreciendo desequilibrios endócrinos que derivan en enfermedades degenerativas, incapacitantes y mortales. A su vez, tal como sucede con la almibarada y nauseabunda realidad de estereotipos que nos quieren recetar los medios de comunicación, las dietas azucaradas hasta lo grotesco acaban por degradar las funciones exócrinas y endócrinas del páncreas con similares consecuencias, como es el caso creciente de la diabetes, enfermedad ligada también con el estrés, y a su vez, metáfora de nuestra sociedad actual. Son demoledoras las evidencias acerca del carácter patogénico del desasosiego, de la desesperanza y de la rabia contenida, y las recientes elecciones constituyen sin duda, para muchos mexicanos bien nacidos, una agresión múltiple, no por la impresionante participación de la ciudadanía que pudimos atestiguar, sino por la trama de elaborados cochupos subyacente en ellas desde mucho antes del primero de julio.

Pero nuestra capacidad de enfrentar la adversidad, que algunos hoy denominan “resiliencia” (resistencia al impacto) ha sido un puntal civilizatorio y es hoy, a su vez, susceptible de ser nutrida si canalizamos esa conciencia, cuando a pesar de todo nos preguntamos ¿cómo sería la política si la gente importara? ¿Cómo serían los medios de comunicación, los ejercicios de gobierno, la organización social si la gente importara?. ¿Cómo serían los tribunales si la gente importara?

¿Hemos de dejar el futuro del país en manos de instancias jurídicas si sus comprados operadores pasan por alto las evidencias armados con evasivas legaloides, y no reparan en la existencia del sol aunque se estén asando con sus rayos?

Epidemiológicamente, la dignidad de hoy, traducida en compromiso, es ese puntal de nuestro México.

 

Referencias

  • Almeida Filho, Naomar, La ciencia tímida. Ensayos de deconstrucción de la epidemiología. Lugar Editorial, Buenos Aires, 2000.
  • El Roto (Rábago, Andrés), Vocabulario Figurado, Círculo de Lectores, Reservoir Books Mondadori, Barcelona, 2006.
  • El Roto (Rábago, Andrés), Vocabulario Figurado 2, Círculo de Lectores, Reservoir Books Mondadori, Barcelona, 2007.
  • Hersch Martínez, P. y L. González Chévez, Enfermar sin permiso. Un ensayo de epidemiología sociocultural a propósito de seis entidades de raigambre nahua en la colindancia de Guerrero, Morelos y Puebla. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2011.
En el artículo “Haciendas y ríos”, Rafael Gutiérrez hace referencia