Cautivos mayas: el discurso del poder

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Los estudios epigráficos, iniciados hace ya varias décadas, han permitido tener un conocimiento relativamente amplio sobre el papel de la guerra entre los mayas prehispánicos. Hoy se tienen lecturas más o menos precisas de los eventos registrados y representados en su escultura; es decir, tenemos acceso a la historia oficial que narraron los vencedores.

Gracias a ello, sabemos, por ejemplo, qué ciudades pelearon entre sí, cuáles eran aliadas políticas y cuáles subordinadas. Sabemos, también, qué grupos resultaron victoriosos y cuáles fueron derrotados; sin embargo, el curso de la guerra, sus tácticas, estrategias y resultados concretos no han sido descifrados. Esta información ha debido ser inferida a partir del registro arqueológico. Aquí nos proponemos dar a conocer algunas de las inferencias hechas a partir de la conjugación de ambas disciplinas: la función que cumplieron las esculturas de cautivos durante el Clásico Tardío (600-900 d.n.e.).

 
Figura 1. Relaciones entre algunas ciudades del Usumacinta. Tomado de González (2013).

 

Sobre la guerra y las capturas

Antes de comenzar a hablar de aliados y cautivos es importante precisar que los conflictos bélicos entre las distintas entidades políticas, no se referían a la expansión territorial per se, sino a la extensión de las redes de intercambio y tributo. Uno de los principales objetivos era la apropiación de mayor fuerza de trabajo. En otras palabras, no importaba adquirir tierras, sino mano de obra y el producto de su trabajo (Bate 1984; Martin y Grube 2008). Como señala Grube (2011), las ganancias inmediatas para la élite vencedora fueron la posibilidad de disponer de recursos materiales y nueva fuerza de trabajo para la construcción de edificios públicos y privados, para la manufactura de bienes y la extracción y transformación de materias primas; de igual manera, le brindaba el poder de exigir tributos o forzar redes de intercambio, además de disponer de más gente para las siguientes batallas.

El resultar victorioso también inspiraba la sensación de inseguridad en aquellas poblaciones gobernadas por élites menos exitosas, ante el posible ataque de ciudades más poderosas. Este temor debió infundir la necesidad de ser protegidos por un grupo más grande y más temido que desalentara a los grupos rivales (Martin y Grube 2008).


Figura 2. Dintel 16 de Yaxchilán. Tomada de Schele y Miller (1986: 235).

Durante las guerras, varios individuos fueron capturados y llevados de vuelta a la ciudad que había resultado vencedora. Estos personajes fueron exhibidos en espacios públicos, después de haber sido sangrados y torturados, para ser sacrificados en alguna ceremonia relevante. Schele (1979) señala que estos cautivos tuvieron dos funciones primordiales: por un lado, la función política de celebración pública de la derrota del oponente y, por otro, la ritual, en la que se llevaba a cabo el sacrificio del cautivo y el derramamiento de su sangre que, a través de la religión, se planteaba como necesario para la perpetuación y equilibrio del cosmos (Schele 1979; Stuart 2003).

 
Figura 3. Cautivos en los murales de Bonampak.
Tomada de internet (http://zoommexico.net/wp-content/uploads/2014/10/bonampak.gif)

Sin embargo, el sacrificio humano no fue el objeto primordial de la guerra sino el resultado político de la misma (Kaneko 2009). Es decir, los objetivos principales de éstas fueron la obtención de materiales (en bruto o transformados) y, sobre todo, de fuerza de trabajo, mientras que la toma, exhibición y sacrificio de prisioneros constituía un mecanismo ideológico de intimidación y legitimación, sostenido y justificado a través de la ritualidad y la religión. Esto es, que aunque el sacrificio fuera regulado y prescrito por la religión, ello no significa que dicha muerte no fuera relevante en términos políticos y sociales.


Figura 4. Estela 15 de Yaxchilán. Fotografía: Gabriela P. González del Ángel.

Debido a su preeminencia y al papel político que jugaban, no todos los adversarios eran muertos en batalla: los individuos de mayor rango eran llevados al centro vencedor para ser exhibidos y humillados públicamente en distintos rituales (Schele y Miller 1986). Ser capturado implicaba una serie de humillaciones, torturas y sangrados voluntarios antes de ser ejecutado por decapitación, abrasamiento o rodamiento escaleras abajo (Martin y Grube 2008; Schele 1979). Las formas más recurrentes de humillación consistían en despojar a las víctimas de sus ropajes y dejarlos mínimamente vestidos, con ataduras de cuerda o tela en las extremidades y el cabello atado con tiras de tela en la parte superior de la cabeza; esto último parece haber proporcionado el significado principal de control del cautivo, pues facilitaba arrastrarlo por el cabello (Schele 1979).


Figura 5. Monumento 99 de Toniná. Tomada de Baudez y Mathews (1978: 34).

Sin embargo, no todos los cautivos recibieron el mismo tratamiento: no todos fueron humillados de igual forma ni todos fueron sacrificados. Si el cautivo era el gobernante de alguna otra ciudad, podía mantenerse con vida como una clase de rehén; en otros casos, incluso, se le permitió regresar a su lugar de origen, pero como vasallo del vencedor. En el caso de las mujeres de la élite, éstas eran aprisionadas, secuestradas y forzadas a establecer alianzas matrimoniales con los captores para, a través de ellas, aumentar el estatus de quien se unía con ellas, favorecer la creación de alianzas políticas y subordinar a las élites de las que fueron raptadas[2] (Grube 2011).

 

Las esculturas de cautivos

La escena más frecuentemente representada en la escultura maya es la exhibición de cautivos, especialmente en los sitios pertenecientes a la cuenca del Usumacinta. En ellas la forma de sacrificio más comúnmente plasmada es la ejecución por decapitación (Baudez 2000). En estas esculturas donde están presentes los cautivos, sus figuras aparecen siempre en lugares visibles, como escalones, tronos o a los pies de un miembro de la élite (Schele y Miller 1986).

En términos iconográficos, las figuras de cautivos son relativamente fáciles de reconocer, pues son mostradas con marcas de humillación. Estas representaciones resultan de una serie de combinaciones de atributos, en donde ninguno de ellos es indispensable, pero las distintas combinaciones de elementos dan lugar a una multiplicidad de cautivos (Baudez y Mathews 1978).

Se distinguen por dos conjuntos de atributos: la indumentaria y la actitud. Es importante que aclaremos que estos conjuntos de atributos fueron determinados a partir del análisis de las esculturas de Palenque, Toniná y Yaxchilán (cf. González 2013); eventualmente los cautivos de otras entidades políticas podrían presentar elementos adicionales o prescindir de algunos de los aquí indicados, sin que esto cambie su calidad de prisioneros.

La indumentaria del cautivo generalmente la componen las orejeras de tela, que sustituyen a las piezas de piedra verde y, que pueden ser lisas, aserradas o con óvalos cortados en señal de “matado”; el arreglo del cabello, que es sujeto detrás de la cabeza en una coleta con un moño o tiras de tela que lo anudan. En cuanto a la vestimenta, la mayoría de los prisioneros son presentados con escasa ropa y sin joyas, sólo visten un pedazo de tela que cubre sus genitales y nalgas. Aunque las representaciones de cautivos desnudos existen, son escasas y constituyen casos extraordinarios, pues no sólo son mostrados desnudos sino con los genitales hipertróficos.


Figura 6. Detalle de un cautivo de la Casa A de Palenque. Fotografía: Israel G. Ozuna García.

Asimismo pueden portar algunos elementos accesorios culturalmente asociados con el significado de cautividad, tales como las cuerdas y telas anudadas, yugos, abanicos que apuntan al suelo, estandartes o lienzos “matados” y perforadores. Los casos excepcionales los constituyen los personajes sobresalientes de las élites, mismos que no necesariamente fueron despojados de sus joyas, tocados ni ropajes.


Figura 7. Monumento 172 de Toniná. Fotografía: Gabriela P. González del Ángel

En cuanto a la actitud, la mayoría de los cautivos son mostrados arrodilladlos, aunque también los hay sentados, postrados, contorsionados y de cabeza. Pueden llevar los brazos atados, detrás de la espalda, cruzados o llevarse alguna mano a la boca. En los casos en los que el gobernante acompaña al cautivo, éste puede estar mirándolo o estar siendo sujeto por el primero, puede tocarlo a él o algún elemento de su atavío e, incluso, besar su escudo. Ocasionalmente, pueden presentar otros elementos, tales como líneas o puntos indicativos de sangrado, ojales o círculos que indican su calidad de “matado”.


Figura 8. Dintel 45 de Yaxchilán. Tomada de Mathews (1997: 143).

No es este el espacio para abundar en torno al significado de estos elementos aislados ni los conjuntos de significados que la combinatoria de éstos genera. Por ahora, basta señalar que en las esculturas existe una distinción fuertemente marcada entre los cautivos y los captores; los primeros se muestran empequeñecidos (sentados, acostados, arrodillados) y, en algunos casos, en una escala reducida, débiles y empobrecidos al haber sido despojados de sus joyas y atavíos lujosos, así como humillados y despreciados. Además presentan diversas asociaciones con la muerte, como los ojales en telas, las marcas de sangrado y el estar de cabeza o contorsionado. Por su parte, los gobernantes en su papel de captores son mostrados de pie y con una rica indumentaria, erguidos, altos, fuertes y corpulentos, además llevan en su vestimenta cabezas trofeo[3].

Es decir, los cautivos llevan inscrito en sus cuerpos y vestimentas el control que sobre ellos se tenía. Se resaltan en ellos la cautividad, el sometimiento, la sumisión y la degradación simbolizadas por las ataduras, el despojo de sus ornamentos suntuosos, la pobreza de su vestido o su desnudez y, en ocasiones, por el gobernante que los sujeta o se muestra imponente junto a ellos.

 
Figura 9. Tablero XVII de Palenque. Fotografía: Gabriela P. González del Ángel.

Es importante señalar que a través de la indumentaria y la actitud representadas en estas esculturas, los vencedores pretendieron ontologizar, o naturalizar, la inferioridad del individuo cautivo y, a través de éste, la inferioridad política de sus enemigos derrotados. Asimismo, el cautivo en su calidad de víctima sacrificial, identificado por las marcas de “matado”, las señales de sangrado y otras metáforas de muerte, no sólo nos indica el destino que tuvo el personaje representado, sino la pretensión de aniquilar la entidad política de la que procedía.

No es gratuito que algunos cautivos conserven algunos atributos de poder, tales como tocados, pectorales, brazaletes u orejeras, pues estos elementos resaltaban el valor de la captura; es decir, permitían indicar la relevancia política del prisionero, pues los personajes así representados han sido identificados como antiguos gobernantes, líderes militares y otros individuos de la élite.

Todo esto nos permite afirmar que en la iconografía de los cautivos había inscrito un mensaje político claro y contundente a través del cual se realizaba la ontologización de la realidad: los subordinados estaban predestinados a serlo[4] debido a su supuesta inferioridad, de manera tal que la posición privilegiada de las élites era automáticamente legítima y natural.

 

Su función política

En las plazas principales de los distintos centros políticos, los gobernantes podían ser vistos, desde una gran distancia, por grandes audiencias contenidas en estos espacios teatrales o escénicos, entendidos aquí no como espacios lúdicos o recreativos sino como lugares de producción y reproducción de actos político-económicos.  Las plazas constituyeron uno de los medios de los cuales se valió la élite maya para la difusión de propaganda política y la visibilización de su poder. La teatralidad constituyó una estrategia política de reproducción de los discursos de poder, frecuentemente sostenida en la violencia que, ejercida mediante signos y símbolos, sirvió para generar una atmósfera de miedo e inseguridad (Inomata 2001, 2006; Inomata y Triadan 2009).

Estos espacios sirvieron no sólo para la ejecución de actos políticos de diversa índole, sino también para la perpetuación de los mismos a través de las esculturas que fueron colocadas en ellas. En este sentido, resulta sobresaliente que las esculturas de cautivos no siempre fueron colocadas en los mismos espacios: algunas fueron colocadas al interior de los edificios o en los vanos de entrada (dinteles, escalones y paneles), mientras que otras sí se colocaron en plazas, patios y canchas de juego de pelota (estelas, pilares y esculturas de bulto redondo). Esto nos permite inferir que estuvieron dirigidas a públicos distintos que se movían en espacios bien diferenciados: las élites y los invitados, que podían acceder a espacios más restringidos como templos, palacios y patios exclusivos, y el común del pueblo, al que se le concedía acceso a plazas y patios más amplios y distantes de las habitaciones de élite.

En los distintos gobiernos en los que estas manifestaciones fueron elaboradas, hubo algunos en los que las representaciones de cautivos fueron colocadas estratégicamente tanto en espacios públicos como privados: estelas en las plazas, dinteles y escalones en edificios más altos en Yaxchilán; pilares que miraban a la plaza principal y paneles dentro del palacio en Palenque; esculturas de bulto redondo en la plaza principal, y paneles y escalones en los edificios más elevados en Toniná. Este despliegue de cautivos tanto en espacios públicos como en los privados nos permite inferir que en estos gobiernos las representaciones de prisioneros constituyeron un mecanismo de legitimación generalizado; es decir, dirigido tanto a las élites como para el pueblo.

Por otro lado, en gobiernos sucesivos en las tres entidades, estas representaciones fueron colocadas principalmente en espacios exclusivos o privados, tales como patios y habitaciones dentro de los edificios. Este interés casi exclusivo en lo privado, nos lleva a afirmar que las esculturas constituyeron un medio de legitimación particular, dirigido a la élite local para conservar el derecho a gobernar.

Se observó también que las esculturas de cautivos aparecieron después de algún acontecimiento crítico para los gobiernos en cuestión: la instauración de un nuevo linaje, la derrota en la guerra o la captura de algún personaje sobresaliente y cuando los miembros de las élites locales entraron en pugna por el derecho a gobernar. Esto nos permite afirmar, que las esculturas de cautivos aparecieron tras las crisis de legitimidad de las élites y estuvieron destinadas a subsanar o solventar dicha falta de legitimidad a través de la intimidación de quienes las observaban.

Sin embargo, no sólo las esculturas de cautivos fungieron como mecanismos de control; la toma, exhibición y sacrificio de los prisioneros, igualmente, constituía un mecanismo ideológico de intimidación y legitimación, a través del cual las élites mayas fundaron su derecho en la violencia y lo justificaron a través de la ritualidad y la religión. De esta forma, los cautivos fueron incorporados a un discurso ideológico dominador donde el sacrificio, esa muerte institucional, sostenía la idea de superioridad de los gobernantes y sus familias. Más allá de estos personajes inmortalizados en las esculturas, las víctimas efectivas del sistema de dominación, los invisibilizados, fueron los grupos agroartesanales cuya fuerza de trabajo era transferida sistemáticamente a las clases en el poder.

Más allá de las propias esculturas de cautivos, consideramos importante estudiar el origen de las estrategias de ejercicio del poder y los distintos mecanismos a través de los cuales fueron ejercidas, pues difícilmente surgieron tal y como las observamos en el Clásico Tardío. A nuestro parecer, este despliegue de violencia no constituye una política innovadora, sino su perfeccionamiento y consolidación. Algunas de estas estrategias, en efecto, pudieron surgir en este momento histórico como consecuencia de condiciones contingentes y como resultado del desarrollo de las fuerzas productivas, pero otras deben ser resultantes de una larga tradición de ejercicio del poder (en sentido positivo à la Foucault [1992]) que durante el Clásico Tardío se trastocaron y conformaron como estrategias de dominación propiamente dichas.

 

Referencias bibliográficas

  • Baudez, Claude-François. “El botín humano de las guerras mayas: decapitados y cabezas-trofeo”, en Trejo, Silvia (ed.), La guerra entre los antiguos mayas. Memoria de la Primera Mesa Redonda de Palenque. CONACULTA – INAH, México, 2000, pp.189-204.
  • Baudez, Claude-François y Peter Mathews. “Capture and sacrifice at Palenque”, en Greene Robertson, Merle y Donnan Call Jeffers (eds.), Tercera Mesa Redonda de Palenque Vol. IV. Pre-Columbian Art Research Herald Printers, Monterey, 1978, pp. 31-40.
  • Bate, Luis Felipe. “Hipótesis sobre la sociedad clasista inicial”, en Boletín de Antropología Americana No. 9, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México, 1984, pp. 47-86.
  • Foucault, Michael. “Poderes y estrategias”, en Microfísica del Poder. Ediciones La Piqueta, Madrid, 1992, pp. 163-174.
  • González del Ángel, Gabriela Patricia. Violencia, poder y semiótica: las representaciones de cautivos en tres ciudades del Clásico maya. Tesis de licenciatura. Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, 2013.
  • Grube, Nikolai. “La figura del gobernante entre los mayas”, en Arqueología Mexicana Vol. XIX No. 110. Editorial Raíces – INAH, México, 2011, pp. 24-29.
  • Inomata, Takeshi. “The classic maya palace as a political theater”, en Ciudad Ruiz, Andrés, Josefa Iglesias Ponce de León y María del Carmen Martínez Martínez (eds.), Reconstruyendo la ciudad maya: el urbanismo en las sociedades antiguas. Sociedad Española de Estudios Mayas No. 6, Madrid, 2001, pp. 314-361.
  • _______. “Plazas, performers, and spectators. Political theaters of the Classic maya”, en Current Anthropology Vol. 47 No. 5. University of Chicago Press, Chicago, 2006, pp. 805-842.
  • Inomata, Takeshi y Daniela Triadan. “El espectáculo de la muerte en las Tierras Bajas Mayas”, en Ciudad Ruiz, Andrés, Luis Humberto Ruz Sosa y María Josefa Iglesias Ponce de León (eds.), Antropología de la Eternidad: la muerte en la cultura maya. Sociedad Española de Estudios Mayas – Centro de Estudios Mayas – Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM, Madrid, 2002, pp. 195-207.
  • Kaneko, Akira. El arte de la guerra en Yaxchilán. Tesis de Maestría. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 2009.
  • Martin, Simon y Nikolai Grube. Chronicle of the maya kings and queens: deciphering the dynasties of the ancient maya. Thames and Hudson, Nueva York, 2008.
  • Mathews, Peter. “La escultura de Yaxchilán”, en Colección Científica No. 368. INAH, México.
  • Schele, Linda. “Human sacrifice among the Classic maya”, en Benson, Elizabeth P. y Elizabeth H. Boon(eds.), Ritual Human Sacrifice in Mesoamerica. Dumbarton Oaks Library and Collection, Washington D.C., 1979, pp. 7-48.
  • Schele, Linda y Mary Ellen Miller. The blood of kings: dynasty and ritual in maya art. George Brazillier Inc. and Kimbell Art Museum, Nueva York, 1986.
  • Schele, Linda y David Freidel. A forest of kings: the untold story of the ancient maya. William Morrow and Company Inc., Nueva York, 1990.  
  • Stuart, David S. “La ideología del sacrificio entre los mayas”, en Arqueología Mexicana Vol. XI No.63. Editorial Raíces – INAH, México, 2003, pp. 24-29.


[1] Ponencia original presentada en el III Coloquio de Estudios Arqueológicos, Antropológicos e Históricos sobre la Guerra en Mesoamérica, llevado a cabo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en octubre de 2014.

[2] Recientes estudios de la Dra. María Eugenia Gutiérrez González, investigadora del Centro de Estudios Interdisciplinarios de las Culturas Mesoamericanas, están brindando nueva información respecto al papel que desempeñaron las mujeres mayas en la guerra, como guerreras propiamente, no sólo como cautivas.  A este respecto, cabe hacer mención del Monumento 99 de Toniná, donde se encuentra representada una mujer cautiva y que presenta atributos característicos de los guerreros cautivos (hombres).

[3] Para una explicación más profunda respecto a las cabezas trofeo, sugerimos al lector consultar el texto de Baudez (2000) citado anteriormente.

[4] Ejemplo de esto lo constituye el Dintel 8 de Yaxchilán donde la escena representada se ha interpretado como “el momento de la captura” de Cráneo Enjoyado y Kok Te’ Ajaw (Kaneko 2009; Martin y Grube 2008; Schele y Freidel 1990), pero en ella los “recién capturados” aparecen ya ataviados con atributos característicos de los cautivos.