Centro INAH Morelos
Introducción
Las denominadas marcas de canteros o marcas de identidad son símbolos labrados con cincel fino, buril o puntero en algunas piezas de piedra empleadas en las construcciones antiguas. Su estudio se remonta a mediados del siglo XIX iniciado por el arqueólogo francés M. Didron[1] en 1845 y, posteriormente, Viollet le Duc, Lacoste Revoil y Barbier de Montault, se interesan en su significado, constituyendo los primeros estudios con interpretaciones arqueológicas, sociales y tecnológicas sobre las marcas.[2] Lo anterior ya nos habla del interés que existía de tiempo atrás por saber que indicaban los signos lapidarios, primando la ubicación de estos con el fin de tener una idea mas clara del objetivo que tuvieron sus constructores.
La información que pueden proporcionar las marcas está ampliamente corroborada en varios países, particularmente en España, Francia e Inglaterra, en donde su estudio ha tenido un gran avance, lo que permite comprender las diversas etapas de construcción de un edificio monumental, sin embargo, no sirven para fechamientos absolutos, ya que tienen que ser tratadas a la par con información histórica de archivo, en donde se proporcione la fecha de inicio de la obra, o por medio de información documental secundaria que aporte datos sobre los diversos momentos de factura y sus posibles constructores. No obstante, el que se cuente con un registro detallado de la ubicación de las inscripciones y la cantidad de marcas en los distintos elementos constructivos pueden sumar en el conocimiento del avance de una obra o si ésta tuvo que ser suspendida por algún motivo, que podrá ser contrastado con la información documental que se obtenga de la fábrica del edificio. El análisis de las marcas ha permitido definir, si se obtiene un registro bien documentado, la zona del edificio en donde se comenzó a trabajar y el avance espacial que se fue desplegando en su construcción.
Marcas de canteros en Europa: señales de identidad o señales de obra
Según refieren los gliptógrafos, que en términos generales son las personas que estudian los grabados de las piedras antiguas, las improntas más tempranas tienen sus principios en uno de los más emblemáticos edificios del califato Omeya andalusí conocido como la Mezquita Aljama de Córdoba, en España, de las cuales han sido localizadas e identificadas más de setecientas marcas de canteros musulmanes correspondientes a las ampliaciones hechas a partir del año 961.[3]
En la Europa cristiana la costumbre de identificar con firmas personales la obra de los canteros, tuvo su origen a finales del siglo XI y principios del XIII, durante la época conocida como el “siglo de las cruzadas” en el que proliferó la construcción de catedrales, templos, ermitas religiosas y castillos. Estas marcas, según documentan los especialistas, se tallaban en algunos de los sillares de piedra y constituían no sólo la señal de identidad de cada gremio de canteros y del grupo al que pertenecían, sino que funcionaban como marcas de ejecución de obra en las que se indicaba si las piezas debían ser remates, dovelas, molduras o sillares, o si tenían que presentar un acabado pulido, flameado o cortado, entre varios de los procedimientos a seguir. Por lo tanto también se hacían signos de posición, de colocación, de orientación, señales de grosor, de juntas, marcas de lecho, marcas de montaje, marcas que indican la línea que se debe seguir.[4] En menor frecuencia estos símbolos compuestos de letras, monogramas o anagramas e incluso antropónimos, también fueron tallados en las construcciones de casas de alto estatus, puentes y acueductos.
Estas marcas correspondían al maestro de obra o a su taller, en donde solían trabajar toda una corporación de canteros dedicados a la talla de la piedra, como los escultores, los cortadores de piedra y los tallistas, entre otros, y dichas señales o marcas se hacían para identificar el trabajo que efectuaban durante una jornada a efecto de cobrar el salario. Entre los canteros o pedreros profesionales que trabajan propiamente la piedra (canto) había niveles de especialización, así como una diferenciación en los cargos ejercidos en la obra de cantería, y la primera división está formada por los sujetos que extraían la piedra de las canteras, los acarreadores y los que trabajaban a pie de obra en tareas constructivas, aunque también los había que laboraban en un taller como moldureros, entalladores y asentadores, en tanto que los oficiales de Fábrica serían el maestro mayor y su subordinado el aparejador, como refiere Rodríguez Estévez.[5]
En el continente europeo algunos investigadores sostienen (aunque en la actualidad sus planteamientos han sido superados), que ciertas marcas como el mango en espiral llamado ábacus, era símbolo templario que estaba reservado tanto al maestro del gremio de canteros como al Gran Maestre del Templo, sin embargo, con los años los estudios glípticos postulan que ningún signo lapidario transmitía mensajes cifrados o herméticos, sólo comprensibles por unos cuantos iniciados. Lo anterior fue motivado por el hecho de que el maestro de obras, cuando aparece en alguna representación plástica, es personalizado con la escuadra, el compás y la vara, herramientas de trabajo que han sido asociadas a los símbolos fundacionales de la masonería, ya que masones y templarios se vincularon en un momento de su historia, cuando los ejércitos de los Cruzados avanzaban contra los musulmanes en su trayecto hacia Jerusalén y requerían modificar los castillos donados por las órdenes religioso-militares unidas a las Cruzadas, o debían erigir fortificaciones que les protegiera de los ataques que tenían en su camino de la reconquista de Tierra Santa. En la escala del gremio de los constructores y por abajo del maestro de obras, se encontraban los maçons que eran los oficiales canteros y escultores, quizás de ahí la asociación.
Lo mismo ha sido planteado sobre cierta marca cruciforme que al parecer sólo se ha encontrado en edificaciones de templarios, al igual que la conocida como “torre de ajedrez”. Sin embargo, la semiótica del repertorio de marcas es abundante e imaginativo, ya que consiste en números, cruces, figuras geométricas, letras, llaves, números, símbolos de alquimia, animales y vegetales entre otros, y de lo que no cabe duda es de que se está frente a un lenguaje especializado y dirigido por los constructores de grandes fábricas, en donde la geometría fabrorum era el principio práctico de la construcción desde la Edad Media[6] (imagen 1).
Imagen 1. Marca de cantero con elementos geométricos en el pedestal de una de las columnas del Claustro Real del monasterio de Santa María da Vitória Batalha, Portugal (foto: Susana Gómez).
En la catedral de Toledo, comenzada a erigirse en 1463, la relación de marcas de canteros fue hecha por encargo en época muy posterior a la construcción de la catedral y en el registro se alude al año 1901 y a Ginés Angulo, Plácido Solana y Juan Guas, quienes al parecer, hicieron el registro de la ubicación de dichas tallas y forma de las marcas (imagen 2). Años después Izquierdo Benito [7] estudió el libro de fábrica de la construcción de la catedral de Toledo y observó que los pedreros firmaban en el libro con su marca al momento de recibir su salario, y no era debido a que fueran analfabetas, sino que era tan válida la marca del cantero como su propia firma. Rodríguez Estévez documenta que para el caso de la gótica Catedral de Sevilla, los datos importantes sobre su construcción, que va de 1433 a 1528, y todos los asuntos referentes a la obra, eran guardados en las Actas Capitulares así como en la contabilidad de la Fábrica dependiente del Cabildo, en los Libros de Mayordomía en donde se anotaban los salarios anuales del maestro mayor y del aparejador, de los jornales de la plantilla, así como de la compra detallada de materiales, y refiere que los canteros podían recibir un pago complementario cuando trabajaban a destajo: “Precisamente con el sistema de destajo están relacionadas la mayor parte de las marcas identificativas conservadas en el edificio, las cuales venían a acreditar el trabajo por el cual cobraba cada cantero”.[8]
Imagen 2. Relación de marcas de canteros en la catedral de Toledo, iglesia de San Andrés y convento de San Juan de los Reyes (anónimo, http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc8w4z1).
Durante el siglo XII, tanto los canteros como los albañiles lograron su derecho a agremiarse en una logia que contaba con escuela, biblioteca y archivo para guardar los planos de las construcciones efectuadas. Para la edificación de una templo, el dinero se obtenía de las rentas que la institución denominada “Fábrica” reunía por medio del obispo y de su cuerpo de clérigos o del Cabildo municipal. Los maestros de obras llegaron a ser tan famosos y solicitados que comenzaron a ocupar un lugar sobresaliente en la escala social y, debido a que el financiamiento para sus construcciones civiles se obtenía del promotor de la obra, que recaía en contadas ocasiones en casas nobiliarias que ostentaban escudos de armas, las marcas de identidad de algunos canteros posiblemente pretendían imitar la heráldica de dichos escudos.
En la románica Catedral de San Pedro de Jaca, García Omedes[9] identificó y registró un total de 430 marcas que corresponden a 31 signos diferentes y refiere que no encontró marcas por arriba del nivel de las impostas de las bóvedas de crucería de la nave central y tampoco en los sillares de la bóveda de media esfera del crucero, aunque si localizó varias marcas en las cabeceras sur y norte en varias dovelas de la embocadura del presbiterio y del ábside y en la zona alta del presbiterio de la cabecera central y en varias zonas referidas con detalle en su trabajo (imagen 3).
Imagen 3. Ubicación de las mascas en el perfil del muro de separación entre nave central y nave sur (tomado de Omedes, 2012).
En la ermita de estilo románico de Santiago de Agüero, en Huesca, hay varias marcas que representan una llave que se dice que es el recordatorio de las donaciones que hicieron cuatro sujetos de prestigio nacidos en Agüero que decidieron enclaustrarse como monjes. En este recinto se han documentado noventa y seis grabados y la marca que incorpora una llave representa a uno de ellos (imagen 4) que fue el clavero real (clavario o tesorero del rey) que decidió dar su dote de ingreso para avanzar en la fábrica de la ermita. El maestro de obra conocido como Maestro de Agüero o Maestro de San Juan de la Peña fue el ejecutor de la decoración escultórica de varias iglesias en la comarca aragonesa conocida como Cinco Villas y en otros claustros de Zaragoza,[10] pero nunca trabajó en la catedral de Santiago de Compostela por lo que las marcas de las llaves que aparecen en Santiago corresponden a otro maestro o a algún descendiente del maestro San Juan de la Peña, ya que las marcas se heredaban para poder identificar el taller o escuela a la que pertenecían.
Imagen 4. Llave que representa al clavero del rey. Ermita de Santiago de Agüero, Huesca (tomada de A. García Omedes, http://www.romanicoaragones.com/31-Sotonera/990414-AgueroSantiago092.htm
En la fábrica de la imponente y románica catedral de Santiago de Compostela, en Galicia, España, que se comenzó a erigir en 1075, laboraban cerca de cincuenta canteros bajo el mando del maestro cantero Bernardo el Viejo y su ayudante Roberto, de su hijo el maestro Esteban (denominado con la polisémica expresión de magister operis Sancti Jacobi) y de su nieto conocido como Bernardo el Joven y de ahí la gran profusión de símbolos lapidarios que se pueden observan principalmente en los fustes lisos del interior de la catedral (imagen 5). En el estudio que sirve para entender el significado de las marcas, existe un registro de cerca de dos mil trescientas señales que indican las diversas fases constructivas, y algunas de ellas se inscriben por primera vez en el transepto de la catedral, lo que indica que la obra se volvió a reanudar después de haber sido suspendida.[11]
Imagen 5. La marca del lado derecho, abajo, es semejante a la conocida como llave de Santiago de Agüero, anagrama de Petrus. También en este mismo arco toral de la catedral de Santiago de Compostela está representada la letra B, la P, la y invertida y esquematizada (foto: Susana Gómez).
Imagen 6. Marca de cantero sobre granito localizada sobre la cubierta de la nave de la
Las autoras de este notable trabajo hacen ver que no es casualidad el que se pueda observar la señal, ya que cada bloque cuadrado puede tener entre cinco o seis caras y se dejó a la vista el que presenta la marca para indicar a otro operario el montaje como testimonio del sistema constructivo y favorecer su correcta colocación (imágenes 6, 7 y 8).
Imagen 7. Marca de cantero en el interior de la nave de la catedral de Santiago de Compostela (foto: Susana Gómez).
imagen 8. Marcas talladas sobre las piezas de un arco toral en la catedral de Santiago de Compostela; la marca de abajo corresponde a la cruz potenzada y la otra es semejantes a las de la ermita de Santiago de Agüero (foto: Susana Gómez).
A partir de la metodología implementada, encontraron dos marcas diferentes en un mismo bloque: de la primera informan que era la identificación individual o del grupo al que pertenecían para efectos de pago y de la segunda forma correspondían a la manera en que estos bloques cortados debían ser montados. Por lo tanto, una primera marca es la que dejaron en una primera etapa los picapedreros; la otra marca la interpretan como del cantero que estaba trabajando en equipo o de uno de ellos que aprobaba el trabajo del otro (imágenes 9 y 10).
Imagen 9. Marca de cantero sobre granito localizada sobre la cubierta de la nave de la catedral de Santiago de Compostela (foto: Susana Gómez).
imagen 10. Diversas marcas de canteros en un arco de la catedral de Santiago de Compostela (foto: Susana Gómez).
Sin embargo, Huang[12] considera, con sobrada razón, que debido a la enorme cantidad de variaciones de marcas, ello invalida el aspecto utilitario de las mismas, proponiendo que sólo son signos de identidad de los canteros y no de los maestros de cantería, ya que muchas corresponden a letras por lo que propone efectuar un estudio semiológico con una diferenciación sistemática de las variantes de las marcas semejantes.
Marcas registradas en América
El desorden administrativo que prevalecía en 1530 en el Ayuntamiento de Nueva España, propició la pérdida del escaso archivo existente y se tuvo que esperar a la orden de Felipe II para dar arreglo a los Ayuntamientos de las Indias; no obstante, en 1692 un incendio en las Casas Consistoriales arrasaron con la mayor parte del archivo municipal,[13] por lo que las iniciales marcas de los canteros, si es que las hubo en esos primeros años de la Colonia, se perdieron irremediablemente. Si bien fue hasta 1599 que se estableció en la ciudad de México la Ordenanza de Albañilería[14] a petición de los mismos canteros y constructores en general que solicitaron a la autoridad virreinal que se normaran sus actividades y consolidaran el gremio, se tiene un amplio registro de maestros canteros que comenzaron las obras edilicias en la ciudad de México desde mediados del siglo XVI.[15]
Tovar y de Teresa reflexiona en que los frailes emplearon a los indígenas en la construcción de su extensa red de conventos, tan útil a los fines de la utopía ya que les “…les pareció maravilloso el arte que los indios producían, pues veían la belleza en el grado de devoción que le imprimían a sus obras, las cuales elogiaban con entusiasmo…”[16] Mas allá del aspecto romántico señalado por Tovar y de Teresa, es necesario reflexionar en que en la Nueva España se implementó primero el sistema de encomienda y posteriormente el de repartimiento forzoso en el que el 25% de los hombres indígenas de un pueblo estaban obligados a dar su trabajo obligatoria en los proyectos de obras públicas por una mínima tarifa en forma rotativa con otro grupo. Esta situación generó que en un principio tanto frailes como funcionarios utilizaran la mano de obra indígena en todas las construcciones sin necesidad de cuantificar el trabajo que cada cuadrilla efectuaba y, por consecuencia, no había necesidad de marcar el trabajo efectuado en la piedra.
Se debe reflexionar en el hecho de que al llegar a América los frailes, entre los que había varios constructores, contravinieron el orden instituido en Europa desde la época medieval en la que se establecieron gremios que reglamentaban los diversos oficios, este incumplimiento se dio primero por el desorden administrativo imperante y la necesidad apremiante de satisfacer las propias necesidades de obtener ciertos bienes de consumo, y por otro lado también fue debido a que los frailes de inmediato percibieron la gran destreza que los indígenas tenían en las actividades artísticas, por lo que echando mano del sistema de repartimiento se obligaba de forma coercitiva al indígena a trabajar.
Para América son insuficientes los trabajos publicados que refieran algún tipo de estudios gliptográficos. Salvo el artículo de Hermes Barbón[17] que describe algunas marcas localizadas en Arequipa y la ciudad de Cusco, los trabajos de Gutiérrez Viñuales[18] del templo de Santo Tomás en Chumbivilcas, Perú y el de Graciela Viñuales[19] del claustro de Santo Domingo del Cusco, también en Perú, podemos considerar que hasta ahora no se han hecho estudios sobre esta temática.
Se puede decir que son pocas las marcas que se han registrado en las edificaciones virreinales de México, quizás porque éstas, muchas o pocas, aún están a la espera de ser registradas por el ojo observador. Aunado a ello debemos considerar, y esto es de un peso indiscutible, que los edificios religiosos novohispanos generalmente fueron cubiertos con un revoque de cal tanto en el interior como en el exterior a efecto de decorarlos con todo el lenguaje de símbolos de los programas evangelizadores de las distintas órdenes religiosas que tendían a divulgar la doctrina cristiana en las paredes, lo que ha dificultado la vista de esas peculiares marcas.
Imagen11. Ubicación de varias marcas de cantería en las paredes interiores de la caja de agua del Carmen Alto, Oaxaca (Fernández y Gómez, 1998).
Para el caso de la ciudad de Oaxaca podemos mencionar que hay una gran cantidad de marcas, tanto en obras hidráulicas como de fábrica religiosa. Muchas de estas marcas lapidarias se ubicaron en las paredes interiores y en la cubierta del canal de la caja de agua ubicada en el costado suroeste exterior de la barda del templo del Carmen Alto que conduce el líquido a una de las entradas del ex convento de Santo Domingo (imagen 11). Otras marcas se localizaron con profusión en las losas del piso de la fuente de los lavaderos del ex convento de Santa Catalina de Siena (imagen 12 y 13) y otras más fueron observadas en el acueducto que va de San Felipe del Agua, pasa por Xochimilco y llega a la ciudad de Oaxaca[20] (imagen 3) para derivar el líquido en la caja de agua mencionada.
Imagen 12. Lavadero del ex convento de Santa Catalina de Sena, Oaxaca (foto: Susana Gómez).
Imagen 13. Planta arquitectónica de los lavaderos del ex convento de Santa Catalina de Sena, ciudad de Oaxaca (Fernández y Gómez, 1999).
Imagen 14. Acueducto de Xochimilco, conocido como Los Arquitos (foto: Susana Gómez).
En general, se puede mencionar que las marcas registradas tienen un denominador común, ya que son algo repetitivas y entre los signos representados figuran lo que podría ser un 4 invertido o de cabeza, una Y, una B, una O, una X, una P y una N o Z, dependiendo de la posición en la que se encuentre. Es plausible suponer que dichas marcas sean letras en griego, ya que se asemejan a la beta, épsilon, dseta, lambda, ómicron y psi. Debido a la poca información con que se cuenta para el caso novohispano, sólo podemos especular en que estas letras tienen su referente en un sistema de numeración por lo que beta=2, épsilon=5, dseta=7, lambda=30, ómicron=70 y psi=700, sin embargo, se desconoce si dicha letra corresponde al número de piezas que se debían hacer con una misma forma, o si es para indicar el volumen de segmentos trabajados y cobrar el jornal o sólo es una marca de identidad.
A pesar del pequeño catálogo de marcas con las que se cuenta, falta comprender el significado de cada una de ellas, ya que desconocemos si corresponden a los distintos procesos de construcción, a la forma en que serán colocadas las piezas en la estructura, a las indicaciones para que el siguiente cantero apareje en la posición correcta la pieza trabajada, o es la marca del cantero para que pueda llevar la cuenta de las piezas trabajadas por su cuadrilla.
Imagen 15. Tipología de las marcas de cantero registradas en varios monumentos de la ciudad de Oaxaca (Fernández y Gómez, 1999).
Cabe resaltar otro aspecto que ya hemos mencionado a lo largo del texto; se trata de la medición de la jornada de trabajo para efecto de salarios. Para Oaxaca se cuenta con el registro de dos pequeños relojes solares civiles muy sencillos y sin ninguna corrección. Uno se ubica en Santo Domingo Huendía (imagen 6), Tlaxiaco y el otro en Santiago Suchilquitongo (imagen 7), Valle de Etla. Estos relojes cuenta con doce líneas horarias en semicírculo que convergen con el gnomon y cada línea indica una hora a partir del centro (que marca las doce): a mano derecha del centro va de las doce a las seis de la tarde y del centro a la izquierda de las doce las seis de la mañana. Con ellos se podían registrar las horas trabajadas al día ya que fueron labrados a no más de un metro de altura en la pared externa de dos templos, con lo que se aseguraba desde las fases tempranas de la construcción el poder contar con el registro horario.
Imagen 16. Reloj solar semicircular de doce sectores iguales en la pared exterior del templo de Santo Domingo Huendía, Tlaxiaco (foto: Susana Gómez).
Imagen 17. Reloj solar en la pared exterior del templo de Santiago Suchilquitongo, Oax. (foto: Susana Gómez).
Conclusiones
La observación de las marcas en los edificios y obras monumentales como son las iglesias, conventos, palacios, acueductos y obras de envergadura monumental está condicionada al estado de conservación que guarde la obra y sobre todo al respeto que se halla tenido de las piezas originales de la construcción durante una intervención de restauración. La casuística del deterioro de la piedra puede ser debida no sólo al paso de los años, sino al material pétreo en que se trabajó y marcó la pieza, ya que no es lo mismo una roca ígnea, que una sedimentaria o metamórfica, por lo que la pérdida de la marca puede ser de forma diferencial en cada una de la materia prima.
Observamos que después de tantos años de estudio sobre trabajos de gliptografía, los especialistas no llegan a un acuerdo sobre el significado de las marcas y no sólo es suficiente con recopilar y hacer un análisis formal y sistemático, ya que se requiere contar con un buen corpus informativo sobre la historia del edificio y de los constructores en turno que operaron en los distintos sectores de la edificación. Y como ha dicho Fuster y Aguadé:
“Los signos grabados en la piedra cobran un nuevo sentido cuando son analizados en relación al contexto de cada edificio. Un sillar forma parte de un lienzo, que a su vez se encuentra en un paramento y éste en un conjunto que podemos considerar único. Es necesario conocer como trabajaban las diferentes categorías de canteros, artesanos, albañiles y oficiales que participaban en su construcción, que tipo de herramientas empleaban, las dificultades a las que se enfrentaban y cómo las resolvían, es decir, cómo se aplicaba la geometría para el labrado de las piezas regularizadas: la manera en que se organizaban y cuáles eran sus ideas y creencias”.[21]
En América falta por hacer un largo camino en cuestión de estudios gliptográficos de la etapa virreinal que servirían para tener un mayor y más profundo conocimiento sobre la prolífica etapa de construcción que comenzó desde el siglo XVI.
[1] Maurice Didron, “Signes lapidaires du Moyen Age”, Annales Archéologiques, vol. III, París, 1845, pp. 51-59.
[2] Raúl Romero Medina, “Revisión historiográfica de los signos lapidarios en España. El estado de la cuestión”, en Signum Lapidarium, Estudios sobre gliptografía en Europa, América y Oriente Próximo, Madrid, 2015, pp. 35-56.
[3] Juan A. Souto, “¿Documentos de trabajadores cristianos en la mezquita aljama de Córdoba?, Al-Qantara XXXI 1, enero-junio 2010, pp.31-75.
[4] Raúl Romero Medina, “Revisión historiográfica de los signos lapidarios en España. El estado de la cuestión”, en Signum Lapidarium, Estudios sobre gliptografía en Europa, América y Oriente Próximo, Madrid, 2015, pp. 35-56.
[5] Juan Clemente Rodríguez Estévez, “Canteros de la obra gótica de la Catedral de Sevilla (1433-1528)”, p. 55-56, Laboratorio de Arte, Revista del Departamento de Historia del Arte, núm. 9, Sevilla, 1996, pp. 49-71.
[6] Jiménez Martín (coord.), De Sevilla: Fundación y Fábrica de la obra nueva, Universidad de Sevilla, 2006: 306.
[7] R. Izquierdo Benito, “Noticias sobre canteros de la catedral de Toledo en el siglo XV”, Actes du Colloque International de Glyptographie de Saragosse 7-11 juillet 1982, Zaragoza, 1982, pp. 557-563.
[8] Juan Clemente Rodríguez Estévez, “Canteros de la obra gótica de la Catedral de Sevilla (1433-1528)”, Laboratorio de Arte, Revista del Departamento de Historia del Arte, núm. 9, Sevilla, 1996, pp. 49-71.
[9] Antonio García Omedes, “Catedral de San Pedro de Jaca. Marcas de cantero: un apoyo para los historiadores”, Huesca, junio 2012, en http://www.romanicoaragones.com/colaboraciones/Colaboraciones04367-JacaMarcas.htm (consultado el 3 de abril de 2018).
[10] José Luis García Lloret, “Un escultor románico en Aragón: el llamado Maestro de Agüero o Maestro da San Juan de la Peña. Estudio de sus primeras obras”, en Artigrama núm. 11, 1994-95, Universidad de Zaragoza, Zaragoza, pp. 523-526. en http://www.unizar.es/artigrama/pdf/11/6resumenes/resumenes.pdf (Consultado el 23 de abril, 2018).
[11] Alexander, Jennifer S. y Therese Martin, “Sistemas constructivos en las fases iniciales de la Catedral de Santiago: una nueva mirada al edificio románico a través de las marcas de cantería”, en El principio: Génesis de la Catedral Románica de Santiago de Compostela. Contexto, construcción y programa iconográfico, ed. J.L. Senra, Pontevedra, 2014, pp. 142-163.
[12] Lei Huang, “Constituer, ordonner et interpréter: autor du corpus de marques lapidaires de Sainte-Foy de Conques”, en Annales de Janua, Actes des journées d´études, núm. 2, Université de Poitiers, http://annalesdejanua.edel.univ-poitiers.fr/index.php?id=668 consultado el 6 de mayo, 2018.
[13] Ernesto de la Torre, “Los gremios en la Nueva España”, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, p. 314 tomado de www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/.../T5/LHMT5_031.pdf (consultado el 8 de mayo, 2018).
[14] Manuel Carrera Stampa, Los gremios mexicanos. La organización gremial en Nueva España 1521-1861, EDIAPSA, México, 1954.
[15] María del Carmen Olvera Calvo y Ana Eugenia Reyes y Cabañas, “El gremio y la cofradía de los canteros de la Ciudad de México”, Boletín de Monumentos Históricos, tercera época, núm. 2, diciembre, INAH, México, 2004, pp. 43-57
[16] Guillermo Tovar y de Teresa, Pintura y escultura en la Nueva España (1557-1640), Grupo Azabache, Italia, 1991, p. 28.
[17] Ferdy Hermes Barbon, “Segni e marche ad Arequipa e Cusco città delle Ande oriental”, en Signum Lapidarium, Estudios sobre gliptografía en Europa, América y Oriente Próximo, Madrid, 2015, pp. 513-572.
[18] Martín Gutiérrez Viñuales y Rodrigo Gutiérrez Viñuales, ”Marcas de Canteras en Chumbivilcas (Perú)”, Actas del III Coloquio sobre Gliptografía. Zaragoza, España, 1982, pp. 609-615.
[19] Graciela María Viñuales, “Marcas de canteros en el segundo claustro de Santo Domingo del Cusco (Perú), Actas del III Coloquio sobre Gliptografía. Zaragoza, España, 1982, pp.617-625.
[20] Enrique Fernández y Susana Gómez, Informe técnico de las excavaciones de la Plazuela del Carmen Alto, Sección de Arqueología, Centro INAH Oaxaca, 1998; Enrique Fernández y Susana Gómez, Informe técnico de las excavaciones de los lavaderos del ex convento de Santa Catalina de Sena, Sección de Arqueología, Centro INAH Oaxaca, 1999.
[21] Fuster y Aguadé, “Las marcas de cantería en el contexto de la arquitectura medieval: el alfabeto de un argot canteril”, en Signos lapidarios. Catálogo de marcas de cantería, file://localhost/http::www. http/::signoslapidarios.org: (consultado el 3 de abril, 2018)