Pablo González Casanova ha insistido en que vivimos un proceso renovado de dominación y reapropiación del mundo; una recolonización a través de la ocupación integral de nuestros países, estructurada en el ámbito nacional mediante reformas constitucionales y legales, y a través de disposiciones de hecho, realizadas todas ellas sin consultar a la sociedad y a los ciudadanos en particular. En el caso de México, se destacan, como ejemplos dentro de las primeras, la reforma al artículo 27 de la Constitución y sus leyes secundarias, que pusieron en venta las tierras ejidales y comunales, abrieron los territorios a corporaciones extranjeras y constituyen, en los hechos, la ruptura de la alianza social y el pacto político producto de una revolución armada que da lugar a la Carta Magna de 1917 y que costó al país un millón de muertos. De las segundas, tenemos al Tratado de Libre Comercio (TLC), la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), y la Iniciativa Mérida, que dañan gravemente la soberanía económica y política de la nación, sin que estos tratados y mecanismos injerencistas hayan sido sancionados por el Congreso de la Unión, ya ni que mencionar nuevamente a la ciudadanía afectada por los mismos.
Estas políticas, acciones y transformaciones legalizadas o fuera de la ley, impuestas por los gobernantes, al profundizar y extender la ocupación, han refuncionalizado nuestras naciones, sus territorios, sus recursos naturales y estratégicos, así como al patrimonio cultural de nuestros pueblos, al proyecto transnacionalizador y hegemónico del “imperialismo colectivo” encabezado por Estados Unidos[3], sus fuerzas dominantes y los sectores que dentro de nuestros países establecen gobiernos de traición nacional[4], que Marx identificaba como aquellos que ante una invasión extranjera, sacrifican el deber nacional por el interés de clase.
Por su parte, Camilo Valqui, en su libro Marx vive: Derrumbe del capitalismo, complejidad de una totalidad violenta, propone el concepto imperialización para describir esta reconfiguración mundial que conlleva la transnacionalización neoliberal. Esta imperialización es definida como el predominio económico, político, ideológico y militar del capital monopólico transnacional, que se extiende y profundiza: 1) en los recursos naturales y estratégicos del globo, 2) en la mega producción y los mega mercados, 3) en los flujos financieros, 4) en la investigación científica y tecnológica, 5) en las armas de destrucción masiva, 6) en los medios de comunicación masiva y 7) en las organizaciones internacionales, como el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), por ejemplo. Pero, paralela y dialécticamente a este predominio, también debemos tomar en cuenta su contraparte, esto es, el carácter pluridimensional de la crisis capitalista actual: económica, social, militar, política, geopolítica, moral, epistémica, cultural, intelectual, de alimentos, de materias primas, de energía y del ambiente.
Esta imperialización mantiene una dimensión militar, que en un trabajo reciente de mi autoría, Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos: manuales, mentalidades y uso de la antropología, denominó como terrorismo global de Estado[5] para caracterizar la política de violencia perpetrada por aparatos estatales imperialistas en el ámbito mundial contra pueblos y gobiernos con el propósito de infundir terror y en violación de las normas del derecho nacional e internacional. Sostengo que en el estudio y análisis del terrorismo se ha enfatizado el terrorismo individual y el de grupos clandestinos de todo el espectro político, obviando y dejando a un lado el papel del imperialismo estadounidense y los estados capitalistas en la organización del terrorismo interno y en el ámbito internacional. El terrorismo global de Estado violenta los marcos legítimos, ideológicos y políticos de la represión 'legal' (la justificada por el marco jurídico internacional) y apela a 'métodos no convencionales', a la vez extensivos e intensivos, para aniquilar a la oposición política y la protesta social a nivel planetario.
Valqui considera que la devastación mundial de seres humanos y naturaleza es propia del capitalismo desde su surgimiento, pero que en pleno siglo XXI, con la transnacionalización actual, se ha exacerbado exponencialmente la violencia sistémica y el anti humanismo que le caracteriza; sostiene que los procesos de reproducción del capital y su búsqueda insaciable por la ganancia son incompatibles con la vida tanto humana, como de la propia naturaleza, que este sistema destruye de manera integral. Así, el capitalismo transnacional es descrito como expoliador, despótico, depredador, genocida y terrorista, y se vive como una verdadera tragedia social, como lo podemos constatar en nuestro país. Esto es, el capitalismo en esencia fue, es y será violencia sistémica.[6] En esa dirección, las descripciones que hace Valqui del extractivismo minero, con su destrucción del medio ambiente, ríos, lagunas, flora, fauna, vida humana, biodiversidad, para el caso del Perú, México, Chile, etcétera, constituyen un material riquísimo para fundamentar las luchas contra la minería abierta que, como en Morelos, amenaza los territorios, especialmente los indígenas, acorde a las investigaciones realizadas por nuestro colega Eckart Boege.[7]
La imperialización, por otra parte, constituye una forma nueva de reparto del mundo entre Estados Unidos, Japón, Alemania, Rusia y China que puede llevar a guerras inter-imperialistas. No obstante, Estados Unidos, como poder hegemónico, ha instaurado en todo el planeta la barbarie como proceso devastador del género humano y la naturaleza. El terrorismo global de Estado o terrorismo trasnacional, cuenta con la complicidad de la ONU y los gobiernos supuestamente democráticos, que establecen, paradójicamente, una democracia despojada de todo contenido participativo, con violaciones permanentes a los derechos humanos, lo que viene a demostrar que históricamente capitalismo y democracia son incompatibles. La democracia tutelada por el capitalismo establece, asimismo, como principal soporte ideológico, una dictadura mediática, que impone un pensamiento único y un imaginario social que estimulan la reproducción de consumidores compulsivos, gente dócil y opacada, obediente, competitiva, conformista, individualista, narcisista.
En el análisis de esta reconfiguración mundial existen coincidencias con Valqui en otros rubros: por ejemplo, considerar al crimen organizado, a la economía mafiosa, ilícita, criminal, como otras formas de acumulación del capital trasnacional parasitario, a la que se le atribuye el 5 % del PIB global. El dinero denominado sucio va a parar a los grandes megabancos y empresas financieras. En el trabajo mencionado, he destacado que el narcotráfico es un arma contundente de recolonización y de imposición del terrorismo del imperialismo mundial, por otras vías distintas a las guerras neocoloniales. Por ello, estamos de acuerdo en asumir lo que Valqui denomina dialéctica de la totalidad capitalista, para descifrar como se entroncan las lógicas de acumulación de los capitales trasnacionales del narcotráfico con los grandes intereses geopolíticos de las oligarquías imperialistas en estas guerras de recolonización, como en los casos de Afganistán e Irak[8]. También, hemos venido insistiendo en la participación de la CIA, la DEA, y otros organismos de inteligencia, en el tráfico de drogas.
La reconfiguración mundial otorga un papel preponderante al Estado. En el ámbito de la metrópolis capitalistas, como instrumento de la oligarquía para mantener el complejo militar-industrial imperialista, los ejércitos, arsenales atómicos, bacteriológicos, químicos, sísmicos, genéticos, electrónicos, informáticos, complejos de seguridad, inteligencia, espionaje, fuerzas policiales, grupos paramilitares y comandos de despliegue rápido para enfrentar guerras de intensidad diferenciada, entre las que no se pueden excluir, reitero, conflictos militares entre súper potencias occidentales, y con China y Rusia, en competencia. En el nivel local del proceso de imperialización, si bien los Estados nacionales son reducidos en el ejercicio de su soberanía, no desaparecen, como afirman los ideólogos sistémicos. Estos simplemente ajustan su actuación para prestar un servicio más eficiente a las corporaciones transnacionales. El imperialismo actual produce en escala planetaria democracias subalternas puestas en manos de oligarquías locales.
Pilar Calveiro hace también importantes aportaciones a la comprensión de este proceso de recolonización, especialmente en su libro Violencias de Estado, la guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios de control global, (Siglo XXI editores, 2012). Aquí sostiene que vivimos en la actualidad una reorganización hegemónica planetaria basada en una violencia estatal que se despliega principalmente a través de dos grandes combates, definidos como guerras contra el terrorismo y contra el crimen; ambas habilitan el escenario bélico que requieren las dominaciones autoritarias, facilitando las formas más radicales de la violencia represiva. La guerra anti-terrorista permite mantener y expandir el nuevo orden global, mientras la llamada guerra contra el crimen “recurre a una reorganización jurídica y penitenciaria que conduce al encierro creciente de personas, en especial jóvenes y pobres, en aras de la supuesta seguridad interior de los estados. Ambas guerras se entrelazan, se construyen y se dictan desde los poderes centrales –ya sean estados-nación u organismos estatales supranacionales, y son instrumentos útiles para la reorganización global.”
Los rasgos más sobresalientes de esta reorganización hegemónica son, según Calveiro: el pasaje de un modelo bipolar a otro global, ambos con un fuerte componente autoritario; en lo económico, acumulación y concentración neoliberal dentro de un mercado globalizado; en lo político, debilitamiento de la autonomía del Estado-nación y el desarrollo de redes de poder estatal-privadas de carácter transnacional, así como la instauración de democracias procedimentales; en lo social, la incorporación de tecnología –en especial de comunicación- que modifica tiempo y espacio; en lo subjetivo, una individualidad blanda, aislada, en retracción hacia lo privado, como esfera de consumo de bienes y de cuerpos, todo ello con un uso importante y diferenciado de la violencia, que se articula con las nuevas formas de lo político, social y subjetivo.
Esta autora mantiene que las guerras sucias del siglo XX, prefiguran ciertos modos represivos del mundo global actual, con Estados Unidos a la cabeza, y con la imposición de un estado de excepción que articula una red represiva legal con otra ilegal, y en la que se va conformando un Estado criminal.
“Ganar la guerra sucia –afirma Calveiro-- fue una precondición para tener alguna posibilidad en la nueva fase de acumulación. Así fue como se invirtieron todos los recursos necesarios para asegurar la derrota de cualquier proyecto alternativo en América, una derrota que fue no sólo militar sino también política. Se selló entonces el triunfo de una nueva forma de organización nacional, acorde con la reorganización hegemónica global, que supuso: el vaciamiento de las economías mediante la imposición del modelo neoliberal, el vaciamiento de la política con la implantación primero de dictaduras de shock, pero enseguida de democracias formales e incluso autoritarias, producto de la eliminación de todas las formas de organización y liderazgo alternativos, y por último, el vaciamiento del sentido mismo de la nación y de la identidad Latinoamericana con la incrustación de nuevas coordenadas de sentido individualistas, mercantiles y apolíticas.”[9]
Es en este contexto global que hemos expuesto, que el patrimonio cultural, en su significado amplio: natural, tangible e intangible (lenguas, conocimientos o saberes, técnicas y diversas prácticas culturales de pueblos indígenas y heterogéneas culturas locales y regionales, las más de las veces subalternas), los monumentos y vestigios arqueológicos prehispánicos, los históricos coloniales y postcoloniales, los artísticos muebles e inmuebles, considerados bienes de dominio público y uso común; todo este legado que constituye la memoria de las naciones, de sus pueblos y componentes nacionales, regionales y locales, soporte también de sus identidades, está siendo agredido y amenazado por las privatizaciones, concesiones, aprovechamientos y disposiciones de particulares, empresas, corporaciones, desarrolladores urbanos, turísticos, delincuencia organizada, grupos de poder regional, nacional o trasnacional, que buscan su control, dominio y apropiación. En particular, se busca destruir el patrimonio comunitario que da cohesión a mecanismos colectivos que pretenden el interés general y el bien común, y que constituyen la última línea de defensa y resistencia de los pueblos frente a la acometida del capital.
La transnacionalización corporativa neoliberal, reiteramos, trata de imponer su mensaje unidireccional a través del dominio de los medios masivos de comunicación, la informática y las llamadas industrias culturales que intentan homogeneizar y uniformar a la humanidad a partir de su modelo de vida y la mediatización de la fecunda creación nacida del imaginario popular y del rico patrimonio étnico-lingüístico-cultural de nuestros países.
Los medios de comunicación masiva conforman, metafóricamente, las “tropas ideológicas” que intentan someter a la opinión pública con la desinformación, la contra información y la propaganda abiertamente sistémica; se transforman en tribunales de facto en los que comunicadores, locutores, editorialistas, expertos y analistas políticos condenan sumariamente toda oposición al orden establecido. A esto se ha denominado “dictadura o terrorismo mediáticos”, y a los mercenarios de los medios, “sicarios mediáticos”.
Ese modelo de la globalización excluyente requiere de una humanidad indiferenciada, sujeta a las leyes del mercado, al individualismo competitivo que proclama la ley del más fuerte (darwinismo social), alienada por el consumismo y el egoísmo posesivo. El capitalismo neoliberal necesita también de la propagación generalizada de un cosmopolitismo que erosione y destruya, si es posible, la identidad nacional[10], la defensa de la soberanía, el derecho a la autodeterminación, la salvaguarda de los recursos estratégicos y naturales, las autonomías indígenas, las democracias participativas; todo ello en aras de alcanzar el “paraíso terrenal” que significa la sociedad del mercado proyectada como el ideal a realizar por una sociedad de consumidores desclasados, apátridas y apolíticos. Se pretende que el mundo que ofrece la mundialización neoliberal en sus variantes estadounidense y europea sea el único posible, sin alternativa viable, y que la única opción realista debe ser el conformismo social y la resignación política.
En el V Congreso Internacional de Cultura y Desarrollo, efectuado en La Habana, se destacó:
“Nueva expresión de la violencia, la corriente homogenéizante amenaza con ahogar la diversidad cultural y con borrar el rostro de las naciones y de los múltiples sectores que conviven en ellas...En el día de hoy, defender la diversidad cultural equivale a contribuir a preservar el futuro de la humanidad” (V Congreso Internacional de Cultura y Desarrollo. En defensa de la diversidad cultural. La Habana, Cuba. 11 A 14 de junio de 2007 http://www.lacult.org/docc/Informe_Cult_y_Des_esp.pdf p, 1.)
Pese a esta maquinaria militar, policial, económica, cultural, ideológica y política desplegada por las fuerzas del mercado y sus asociados en el Estado y los poderes fácticos, tiene lugar en el ámbito planetario —y también en nuestro país— la resistencia de los explotados: pueblos originarios, afro descendientes, mujeres, homosexuales, jóvenes, obreros y aun sectores intermedios que conforman el pueblo nación, se manifiestan contra los efectos depredatorios del neoliberalismo.
En cada uno de nuestros países latinoamericanos, se han ido constituyendo los pueblos-nación a través de la participación de los distintos agrupamientos étnico-clasistas, objetivamente explotados y oprimidos, en las respectivas contiendas independentistas, contra las intervenciones extranjeras, luchas liberadoras, anti dictatoriales y de transformación social que fueron conformando a su vez una cultura nacional popular, por ende, representativa del cúmulo de rebeldías e insumisiones. Esta cultura nacional popular es el sedimento de las resistencias y del afán por un futuro donde la diversidad cultural sea patrimonio de la humanidad[11].
Sin duda, el complejo de paradojas capitalistas que sustenta, fragua y perpetúa la violencia de la totalidad capitalista es una verdadera bomba de tiempo de proletarios y pueblos que estallará y barrerá a los que dominan el mundo actual. Seguramente, se articularán todas las formas de lucha, revueltas, protestas, descontentos, agravios, paros, huelgas, movilizaciones, redes sociales, fuerzas anti sistémicas, insurgencias y movimientos revolucionarios; se promoverán transformaciones sociales y reformas importantes para acumular fuerzas estratégicas entroncadas con la revolución.
En esta dirección, compartimos la crítica afilada de Valqui cuando se refiere a los supuestos marxistas que esperan el fin natural del capitalismo y el triunfo también natural de la revolución y del socialismo, haciendo abstracción de los sujetos históricos y de la crítica de las armas, con un marxismo de cátedra, con los circos electorales como esperanza sexenal, el cretinismo parlamentario, en suma, la conciliación de clases de una república amorosa. Valqui, y coincido con él, no da lugar a ilusionismos reformistas a partir de su crítica a las izquierdas sistémicas que una vez en el gobierno sirven a las transnacionales, optando por capitalismos subalternos nacionalistas, por capitalismos moderados, o capitalismos de “rostro humano”, que en realidad constituyen mascaras útiles para encubrir la verdadera catadura de la claudicación a las ideas de trasformación social, como fue el caso de Lula, en el Brasil, y el Partido de la Revolución Democrática, que con su firma del Pacto por México, no sólo legitimó un gobierno impuesto por el mercado electoral y los poderes facticos, sino que está avalando otras contrarreformas neoliberales, como la laboral y la mal llamada “reforma educativa”.
En los ámbitos de la academia, me sumo a la crítica de quienes han renunciado a la teoría marxista del imperialismo, los llamados por Valqui espadachines ilustrados de la burguesía transnacional, y a quienes han abandonado los rigores de los análisis de clase, pero siguiendo cabalmente las advertencias de González Casanova en cuanto formular las redefiniciones de los conceptos fundamentales. Por ello, él destaca que no podemos quedarnos en el concepto tradicional de lucha de clases que conserva un sentido fabril y economicista del que no logra desprenderse. El concepto de explotación tampoco es suficientemente comprensivo. Ambos conceptos, el de clases y el de explotación, requieren ser complementados o superados por el de dominación y apropiación del excedente y de la riqueza a costa de los trabajadores y de los pueblos, en procesos de apropiación del plusvalor y del capital acumulado, y en procesos de distribución y apropiación inequitativa del excedente y de la riqueza. Ambos conceptos vinculan el poder político, represivo, informático, cultural y social con las relaciones de producción. Asimismo, no podemos quedarnos en el concepto de imperialismo sin señalar que en la etapa de la globalización las demarcaciones de las “fronteras”, de lo “externo” y lo “interno” (que a los nacionalistas les sirvieron para ocultar las contradicciones internas atribuyendo todos los males a las externas) se ha confirmado cada vez más a lo largo del mundo. En el interior de las naciones está lo exterior. En cada Estado nación se dan los vínculos y redes con otros Estados-nación, con el capital multinacional y transnacional, con el Estado global incipiente y con sus asociados locales. Las luchas tienen que darse en lo local, lo nacional y lo global, privilegiando unas y otras en forma práctica. Y sin descuidar ninguna.[12]
Conclusión
La defensa del patrimonio cultural pasa, entonces, por tomar conciencia del significado totalizador de esta recolonización que afecta las bases de reproducción de los pueblos y la sobrevivencia misma de la especie humana. Las dimensiones de la ocupación afectan todas las esferas de la vida humana y ponen en peligro los fundamentos materiales y territoriales de las formas colectivas de convivencia, exacerbando al máximo la polarización social y profundizando las condiciones de pobreza de millones de seres humanos.
Considero importante conocer a fondo el sistema de explotación-dominación que enfrentamos, pero es también fundamental confiar en la capacidad y voluntad de los pueblos para desarrollar estrategias de lucha que combinen creatividad con eficiencia, centralidad con autonomía, principios éticos con construcción de alternativas.
La izquierda actual, después de las experiencias traumáticas de la burocratización del socialismo real y la institucionalización de la izquierdas dentro de los esquemas de la democracia tutelada, se define en función de que tanto es capaz de mantener una posición de congruencia ética y coadyuvar a construir poder popular en formas de democracia participativa que impidan la utilización de aparatos políticos para el encumbramiento y ascenso social de unos pocos.
Nuestros enemigos son poderosos pero no invencibles. Si está en juego la sobrevivencia misma de la especie humana, confiemos en que las fuerzas de la vida y el valor de la dignidad prevalecerán por sobre la maquinaria capitalista de muerte y destrucción.
[1] Ponencia para el Coloquio Huellas y nuevos derroteros del patrimonio cultural, a efectuarse los días 11, 12 y 14 de junio, Delegación INAH-Morelos, Cuernavaca.
[2] Doctor en Antropología, profesor investigador de la delegación del INAH en Morelos
[3] Ver: Pablo González Casanova: “Los indios de México hacia el nuevo milenio”. La Jornada, México, 9 de septiembre de 1998. También: Grupo Paz con Democracia. Llamamiento a la Nación Mexicana. La Jornada, 16 de noviembre de 2007.
[4] Marx usa este término en el Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871, para referirse al gobierno de Thiers, que ante la insurrección de la Comuna de París, no duda en inclinarse por el interés de clase por sobre el deber nacional frente al invasor prusiano. Marx-Engels-Lenin. La Comuna de Paris. Madrid: Ediciones Akal, 2010, p. 6.
[5] Gilberto López y Rivas. Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos: manuales, mentalidades y uso de la antropología. México: Ocean Sur, 2013.
[6] "Marx vive: Derrumbe del capitalismo, complejidad de una totalidad violenta. Tomo II", de Camilo Valqui Cachi, México: UAG, UACM, 2012.
[7] Ver: Eckart Boege. “La minería industrial en territorios bioculturales de los pueblos indígenas. El despojo de los indígenas de sus territorios en el siglo XXI.” Rebelión, 4 de junio del 2013
[8] Notable en el caso de Irak, además del genocidio, el desplazamiento forzado de población y la virtual destrucción de toda la infraestructura estatal, es la devastación y el saqueo de su patrimonio cultural por las tropas de ocupación, mercenarios y coleccionistas, durante estos diez años de guerra.
[9] Pilar Calveiro. Violencias de Estado, la guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios de control global, Buenos Aires: Siglo XXI editores, 2012
[10] En el debate que se suscitó en torno a los libros de texto gratuito Mi libro de historia de México, para Cuarto, Quinto y Sexto grados de educación primaria en el año 2003, varios autores analizamos los intentos de omisión, distorsión o tergiversación de la historia de nuestro país para socializar a las nuevas generaciones en la amnesia y la asepsia de nuestra “identidad nacional”, la cual en estos libros es obra de las élites, criollos, intelectuales, poetas y literatos, con interpretaciones hispanistas, eufemismos y el intento obvio de minimizar al máximo toda mención de Estados Unidos que pudiera ser considerada ofensiva. Para ello, se omiten y falsean datos de las relaciones entre los dos países, marcadas por la guerra de conquista (1846-48) y sus despojos territoriales, las agresiones armadas filibusteras, como las de William Walker a Baja California y Sonora, y las efectuadas por las fuerzas armadas estadounidenses, como la ocupación de Veracruz en 1914 y la incursión a Chihuahua persiguiendo a Francisco Villa en 1916. Ver: Gilberto López y Rivas, “La amnesia conveniente; los libros de historia frente a los Estados Unidos” en Secuestro de la memoria. Un debate sobre los libros de texto gratuito de historia de México, México: Delegación D-II-1A-1, Sección 10, SNTE-Colegio Mexicano de Antropólogos, A. C., 1993. Pp. 95-100.
[11] Estas ideas y conceptos -pueblo-nación, cultura nacional popular, étnico-nacional, etcétera-- constituyen un aspecto importante de la llamada Cuestión Nacional que he desarrollado en otros textos: Gilberto López y Rivas. Nación y Pueblos Indios en el Neoliberalismo. México: Plaza y Valdés, 1995, 1996; Alicia Castellanos Guerrero y Gilberto López y Rivas. El Debate de la Nación, Cuestión Nacional, Racismo y Autonomía. México: Claves Latinoamericanas, 1992; Gilberto López y Rivas. Antropología, Minorías Étnicas y Cuestión Nacional. México: ENAH-Aguirre y Beltrán, 1998.
[12] Pablo González Casanova. De la sociología del poder a la sociología de la explotación. Pensar América Latina en el siglo XXI. Antología e introducción por Marcos Roitmann. CLACSO Coediciones-Siglo del Hombre Editores. Bogotá, 2009.