9, Mayo de 2012

El Primero de Mayo en América Latina. Memoria y presente

 

La crisis mundial no lleva los mismos  ritmos e impactos en los diversos países y continentes, los trabajadores en doce países europeos con mayor o menor grado, los trabajadores recibieron los influjos negativos sobre sus empleos, sus  salarios y sus derechos. En Grecia el Frente Militante de Todos los Trabajadores convocó a sus adherentes a un acto de solidaridad con los paristas de la Acería Griega que cumplen seis meses en resistencia, mientras las dos centrales obreras en la plaza Kotzia de Atenas bajo el lema : "Ninguno solo, juntos podemos triunfar". En España hubo masivas manifestaciones en 89 ciudades contra  el gobierno de Rajoy y el capital. En Francia el clima electoral tiñó de rojo y tricolor los mítines. Los mártires de la Comuna de París y de las 8 horas en Chicago desde la  izquierda  y Juana de Arco desde la derecha, han generado una polarización simbólica. Bajo tal contexto, el primero de mayo, motivó reflexiones, denuncias y movilizaciones. En los Estados Unidos aconteció un cambio notable gracias a  los trabajadores inmigrantes al apropiarse del 1 de mayo; recuérdese que  en dicho país el día de los trabajadores es diferido hasta septiembre.

En América Latina, Cuba se esmeró en convocar a una multitudinaria movilización de trabajadores, pero que en sus lemas se repite su falta de autonomía frente al Estado y el Partido, reeditando lastres análogos a los cribados en los extintos países socialistas europeos. Chile destacó por la  masiva movilización autónoma de sus trabajadores, mientras que en México fue decepcionante, no por las demandas de los manifestantes sino por la pérdida de  capacidad de convocatoria. En muchos otros países de la región se constata el  desdibujamiento de los límites de la acción sindical y política, la cual tiene que ver con: el debilitamiento de los sindicatos generado por las nuevas modalidades de contrato, el subempleo propio de la informalización de la economía, la ausencia del  principio rector del frente único clasista en las centrales de trabajadores, la seducción onegeista y el injerencismo de los líderes de los gobiernos populistas o de la oposición política entre las clases subalternas.


Día del Trabajo en Cuba. Foto de Javier Galeano / Reuters

El primero de mayo debe reingresar a la agenda de los trabajadores, en su mayoría no sindicalizados y de las izquierdas, toda vez que no existe, fuera del imaginario y de las tradiciones de los trabajadores de las diversas ciudades latinoamericanas y de otros continentes, una fecha tan simbólica y conmemorativa, como la del 1° de mayo. Puede ser un día festivo, de acción directa, de balance y renovación, según los casos. El recordatorio de la misma en su sentido más general, ha sido un factor de cohesión, es decir, un evento que reconcilia los intereses nacionales de trabajadores en general con los de contenido internacionalista. Sin embargo, la problemática contemporánea del trabajo formal e informal en un mundo cada vez más integrado bajo el soporte de las nuevas tecnologías, invita al diagnóstico sobre los modos de operar del capital, las organizaciones empresariales y los estados. La relación entre el costo de vida y el salario ya no son las mismas de antaño, incidiendo negativamente en la jornada laboral  y los modos de vida. Por otro lado, las condiciones de trabajo se han modificado y solo para algunas categorías de trabajadores calificados acusan algunas mejoras. En lo general, los trabajadores latinoamericanos resienten en el campo jurídico el recorte de derechos otrora conquistados por sus organizaciones y movimientos. En el campo sindical se constata que la huelga como principal forma de resistencia responde más a un canon tradicional con menor capacidad de convocatoria, fuerza y eficacia. Los sindicatos resienten una fuerte ofensiva empresarial en connivencia con gobiernos de diversos signos ideológicos y políticos. Los llamados gobiernos izquierdistas de la región no han revertido las políticas neoliberales sobre el empleo y la precarización del modo de vida de las clases subalternas.

Frente a lo anterior, recuperar la memoria del Primero de Mayo puede coadyuvar a una reflexión que vaya más allá de la actual coyuntura.


Así se vivio en Chile. Foto de Agencia EFE

Recordaremos que por encima de las diferencias ideológicas y culturales que han escindido a las organizaciones y movimientos emergidos de las clases subalternas, se acepta como símbolo general a los mártires de Chicago (1887) y ello tiene mayor actualidad; mundializar las preocupaciones, demandas y actos solidarios se llevan bien con la tradición de esta fecha. En menor medida se reconoce su condición de fecha exclusivamente obrera, así como la vigencia y defensa de la jornada de ocho horas de trabajo. La informalización y terciarización de la economía latinoamericana, aunada a la contracción de los parques industriales, ha modificado sustantivamente la composición social de los trabajadores urbanos, convirtiendo a los obreros industriales en un contingente de menor peso demográfico, sindical y político.

El papel de clase directriz en el universo laboral es motivo de controversia, la hegemonía ganada en el curso de la primera mitad de siglo XX, ha sido erosionada. La contracción de la tasa de sindicalización ha colocado en la agenda de debate al propio sindicato o por lo menos a sus estructuras, vida  orgánica y sus tácticas. Estas últimas no se han renovado frente a los desafíos que emanan de la nueva división internacional del trabajo del capitalismo tardío, ni a las necesidades de sus reposicionamientos entre lo local y  lo global. Y en lo que respecta a la jornada de las 8 horas, muchos trabajadores ya no la perciben ni la vivencian como un derecho. Esta última demanda surgida de la propia práctica de resistencia obrera a mediados del siglo XIX, cobró especial relevancia ideológica y política al ser aprobada en el I Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), en la ciudad de Ginebra, el año de 1866. Durante las tres últimas décadas, el proceso de flexibilización laboral al servicio del sector empresarial le ha inflingido un duro revés a los trabajadores, arrinconando a la jornada laboral de las  8 horas.

En América Latina, a partir de 1890, la praxis obrera del 1° de mayo ha venido siendo objeto de ritualización ideológico-política, tanto por las disímiles vanguardias sindicales y políticas, como por algunos Estados y gobiernos. Se trataba, pues de registrar esta singular fecha en su heterodoxa apropiación nacional, como un acontecimiento cultural constitutivo de la clase obrera y de sus segmentos gremiales y políticos. El estado y todos los grupos de vanguardia se habían empeñado en ritualizar faccionalmente el día del trabajo, buscando a través de esa praxis conmemorativa legitimar sus discutibles  hegemonías.


En Venezuela. Foto de Agencia EFE

En América Latina la jornada de trabajo fluctuaba entre las diez y catorce horas promedio. Los tiempos actuales sugieren una tendencia hacia la rearcaización de la jornada laboral. Tradicionalmente, la conmemoración del 1° de mayo, si bien aludía al sentido internacional de la demanda, acentuaba su significación según los países, y en el interior de éstos, según las regiones y ramas productivas u ocupacionales.

La lucha por la jornada de ocho horas giró en torno a una demanda más política que económica en la medida que ella garantizaría no sólo una contención a la sobreexplotación laboral, sino también una palanca para la politización y educación de los trabajadores. La lucha por la jornada de ocho horas era, en cierto sentido, la lucha por el beneficio de un tiempo necesario para el ejercicio de sus derechos, de la reforma social e incluso de la subversión.

La vida sindical y política exigía de sus militantes una premisa básica: la disposición de un tiempo marginal permanente que posibilitase su educación, adoctrinamiento, concentración, debate y acción colectiva, y que garantizasen el aprovechamiento del tiempo recuperado, según sus potencialidades culturales, reivindicativas y revolucionarias. Pero el tiempo libre que demandaba la vida política y sindical no podía ser monopolizado por ellas. La clase obrera aspiraba también a educarse, recrearse y divertirse. La Canción de las ocho horas reclamaba el tiempo libre porque los obreros no tenían: “Ni una hora para pensar. /Queremos sentir el calor del sol. /Queremos oler las flores. /Estamos seguros que Dios así lo quiere/ y vamos a conseguir las ocho horas/ (…) Ocho horas para lo que nos dé la gana”.{tip ::Foner, Phillip  S., “Los orígenes del primero de mayo (EE. UU.)”, EN El primer 1º  de mayo en el mundo, de AMCEHSMO, México, tomo I, 1983,  p. 277}[1]{/tip}


El 1° de mayo en Colombia. Foto de Agencia EFE

La conmemoración del 1° de mayo se ubica en el plano político en torno a la contradicción entre tiempo laboral exclusivo y el tiempo de descanso. Los socialistas y otras corrientes reformistas, antes de su reconocimiento como día libre, lo celebraron a través de veladas nocturnas de carácter festivo-propagandístico, en tanto que las corrientes anarquistas y sindicalistas revolucionarias ubicaron su celebración al interior mismo de la jornada de trabajo, subvirtiéndola vía la práctica huelguística frente a los patrones y en confrontación directa con el Estado.

El 1° de mayo de 1886 en las ciudades norteamericanas, la Federación Americana del Trabajo inició una gran jornada huelguística con el objetivo de conquistar el establecimiento de la jornada de las ocho horas de labor. En la Convención de 1884, la Federación ya había aprobado esta demanda como una reivindicación prioritaria para la clase trabajadora. Dos años más tarde el lema de la acción huelguística rezaba “Ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas para lo que nos dé la gana.”


Marcha en Bolivia. Foto de Agencia EFE

Unos trescientos mil trabajadores de unos once mil centros de trabajo de todo el país respaldaron la acción huelguística. La agitación laboral llevó a los sectores monopolistas y a las autoridades gubernamentales a orquestar una respuesta draconiana. Había que restablecer el orden social y la disciplina laboral. El momento propicio se presentó el 4 de mayo en la ciudad de Chicago. Los Revolucionarios Socialistas, organización anarquista, convocaron a un mitin de protesta en la plaza Haymarket; había que condenar la brutalidad policíaca ejercida contra los obreros de la fábrica Mc Cormick.

Hacia la finalización del acto obrero estalló una bomba que mató instantáneamente a un policía e hirió gravemente a otros cinco, quienes murieron más tarde y  causó heridas menores a unas cincuenta personas. Los titulares de los diarios, voceros del sector empresarial, aprovecharon la oportunidad para tergiversar la huelga y la demanda por las ocho horas, como actos propios de los lanzabombas. Ese mismo día, la Asamblea Polaca de los Caballeros del Trabajo, en Milwaukee, Wisconsin, se había movilizado al taller de laminado del norte de Chicago, ubicado en la vecina Bahía View, para clausurarla como medida de fuerza para presionar a los patrones a conceder la jornada de las ocho horas. En su camino fue interceptada por dos compañías del Ejército norteamericano, las que recibieron orden perentoria del mayor George Tracumer de abrir fuego a discreción. Ocho obreros polacos y un alemán cayeron muertos en la refriega.

En Chicago, los allanamientos domiciliarios en los barrios obreros por parte de la Policía se hicieron masivos. Así como fueron ocho los obreros inmolados en la avenida Lincoln, cerca de la planta de Mc Cormick, fueron también ocho los anarquistas detenidos para ser procesados y asesinados bajo farsa jurídica, acusados de ser los autores del atentado dinamitero: Albert Parsons, Ausgust Spies, Samuel Fielden, Eugen Schwab, Adolph Fisher, George Engels, Luis Lingg y Oscar Neebe. No importó que no hubiesen estado en la plaza Haymarket, salvo Fielden que fue el orador en el momento del atentado. Los siete primeros fueron sentenciados a la pena capital y Neebe a quince años de prisión.

En la propia Cuba, al conocerse en fatal veredicto de los jueces de Chicago que costaría la vida a los cinco líderes anarquistas, el Círculo de Trabajadores se movilizó llamando a la clase obrera cubana a solidarizarse con los sentenciados. El 2 de octubre de 1887 se instaló un Comité de Auxilio, el cual convocó a una asamblea obrera para el 8 de noviembre en el Arco Jané. Más de dos mil trabajadores acudieron al acto de protesta. Acordaron demandar al gobernador de Illinois el indulto y recaudar fondos para tareas de defensa y propaganda. El destacado dirigente anarquista Enrique Roig fue detenido por su activa campaña de solidaridad obrera. El 11 de diciembre, al mes de haberse realizado la ejecución de los anarquistas, en el Auditorio del Círculo de Trabajadores se realizó un homenaje, develándose un óleo en memoria de los líderes muertos.{tip ::Grobart, Fabio, “El primer 1º de mayo en Cuba”, en El Primer 1º de mayo en el mundo, de AMCEHSMO, México, tomo I, 1983, p. 165}[2]{/tip}


Marcha en España. Foto de Agencia EFE

La defensa de los acusados se convirtió en legítima contraacusación al Estado y a la burguesía norteamericana. El proceso se prolongó hasta noviembre de 1887. El día 10 se suicidó Lingg. Al día siguiente fueron ahorcados Parson, Spies, Engels y Fisher. En el último momento se les conmutó la pena de muerte por la de cadena perpetua a Fielden y Schwab.

La repercusión de este injusto proceso no sólo provocó reacciones de solidaridad e indignación en los medios obreros, sino que irradió a otros sectores populares de la sociedad. Intelectuales como el cubano José Martí, en ese entonces radicado en los Estados Unidos, después de un inicial desconcierto y condena a los anarquistas, reaccionó criticando el juicio y el veredicto, ya que había sido fraguados por “esas ligas agresivas de los industriales privilegiados por la parcialidad de la ley”.{tip ::Cantón, Navarro, José, José Martí, la clase obrera y el socialismo, en El movimiento Obrero cubano, del Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba, La Habana, Ciencias Sociales, vol. I, 1975, p. 100}[3]{/tip}

En los Estados Unidos, el movimiento obrero fue reagrupando poco a poco sus fuerzas y nuevamente promovió movilizaciones, mítines y acciones propagandísticas a favor de la jornada de las ocho horas. El 1° de mayo de 1890 los sindicatos adheridos a la Confraternidad Unificada de Carpinteros y Ebanistas, con el respaldo solidario de la Federación Americana del Trabajo, llevaron a cabo una huelga exitosa. La jornada de las ocho horas iba ganando batalla por batalla, según la nueva estrategia de la Federación Americana del Trabajo.

Los preparativos para conmemorar por primera vez a nivel internacional el 1° de mayo correspondieron a las corrientes socialistas adheridas a simpatizantes de la Segunda Internacional. Entre los delegados de los veintiún países representados en el Congreso de París participó un delegado socialista por Argentina, Alejo Peyret (1826-1902), inmigrante francés que llegó a Buenos Aires en 1852. Su labor como intelectual y propagandista de las ideas socialistas en Argentina y Montevideo, fue precursora. A través de su representación, el Club Socialistas Vorwaerts de Buenos Aires se enteró de los alcances del Congreso de París.

En julio de 1889 se llevó a cabo en París un Congreso Socialista Internacional, del que surgió la Segunda Internacional. En este evento se recogió la reivindicación obrera de la jornada de las ocho horas, por la que bregó la Primera Internacional y se valoró la significación histórica y política de los mártires de Chicago. La delegación francesa presentó la iniciativa de simbolizar el 1 de mayo de cada año con el contenido obrero y la dimensión internacionalista de la epopeya de Chicago. El congreso emitió una resolución por la que consideraba el 1 de mayo como día de la solidaridad mundial de los trabajadores, fecha en la que simultáneamente se debería reemplazar a los gobiernos de sus respectivos países a reconocer la legitimidad y vigencia de la jornada de las ocho horas de trabajo.

En los Estados Unidos, el día del trabajo en la tradición sindical se descentró del 1º de mayo, para conmemorarlo el primer lunes de septiembre. En los años recientes, los trabajadores migrantes lo han recuperado y dotado de relevantes tonos de resistencia y solidaridad latinoamericana hacia dentro y fuera de los Estados Unidos. En cada país de la región, este primero de mayo, ha probado que lo que hay de urgencias para los trabajadores, se ve opacado por los lastres e inercias del: sindicalismo faccional, del politicismo de sus dirigencias o de su incapacidad de reactualización. La hermandad local, nacional y  mundial viene continua su crónico y añejo proceso de deterioro.{tip ::Melgar Bao, Ricardo. El movimiento obrero latinoamericano I, CONACULTA, Alianza Editorial Mexicana, serie los noventa, México, 1988, pp. 195-209.}[4]{/tip}

 


Notas:

[1] Foner, Phillip  S., “Los orígenes del primero de mayo (EE. UU.)”, EN El primer 1º  de mayo en el mundo, de AMCEHSMO, México, tomo I, 1983,  p. 277

[2] Grobart, Fabio, “El primer 1º de mayo en Cuba”, en El Primer 1º de mayo en el mundo, de AMCEHSMO, México, tomo I, 1983, p. 165

[3] Cantón, Navarro, José, José Martí, la clase obrera y el socialismo, en El movimiento Obrero cubano, del Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba, La Habana, Ciencias Sociales, vol. I, 1975, p. 100

[4] Melgar Bao, Ricardo. El movimiento obrero latinoamericano I, CONACULTA, Alianza Editorial Mexicana, serie los noventa, México, 1988, pp. 195-209.

 

En el artículo “Haciendas y ríos”, Rafael Gutiérrez hace referencia