Estas reflexiones se generan, lejos del Perú, a raíz de la suspensión o privación del ejercicio de su ministerio, al sacerdote peruano Gastón Garatea Yori ss. cc., por parte de su propio obispo, el 10 del presente mes (mayo, 2012).
Conozco al Cardenal de Lima desde sus tiempos de cura raso en Abancay (sur del Perú), en los inicios de su feroz trayectoria pastoral como miembro del Opus Dei, su tenaz batalla contra aquellos textos docentes de avanzada de los meritorios jesuitas Idígoras y Bastos, sus convenientes cercanías a ciertos sectores de los militares peruanos en Ayacucho y otras andanzas más. Se puede decir, sin ánimos de señalar méritos, que siempre ha sido hombre de una sola pieza y una sola línea. Pertenece al clan de quienes jamás aceptarán que otra Iglesia, otra teología y otro tipo de relación con el mundo, auténticamente cristianos, son posibles. En el ambiente de la iglesia católica peruana de aquellos años, que un miembro del Opus Dei fuese designado Cardenal de Lima no tuvo nada de extraño. Pero sí que lo fuese un hombre del perfil intelectual y temperamental de Cripriani. Eran tiempos en que, no por casualidad, el Opus Dei era muy fuerte en el Vaticano y muy cercano a Juan Pablo II y a su proyecto de iglesia centralista, autoritaria y radicalmente clerical. También eran los días (que no han terminado) en que la propia iglesia amordazaba o vetaba a sus mejores teólogos.
Gastón Garatea, en el periodo que viene desde el momento en que terminó el gobierno de Alberto Fujimori y se impuso cierta voluntad de esclarecer tantas muertes y violaciones de derechos humanos ocurridos en su mandato, ha sido uno de los sacerdotes que más se ha distinguido por funciones y compromisos de justicia social, junto con equipos de personas de excelente calidad y entereza. La sanción eclesiástica a Gastón Garatea no proviene sólo de la bilis ultra ortodoxa de un cardenal del Opus. Seamos claros: este tipo de acciones se generan desde lo más profundo de un proyecto de restauración de la Iglesia Católica preconciliar impulsado desde Juan Pablo II quien, sin desmerecer los méritos que traía de su ministerio en la Polonia comunista, se creyó poseedor de una misión que venía desde el cielo: rescatar a la iglesia de los excesos derivados del concilio Vaticano II. ¿Qué excesos? Entre otros: la autonomía de las iglesias nacionales y diocesanas, la libertad de investigación de los teólogos, el avance en los nuevos planteamientos de la moral sexual y el control de la natalidad, la libertad de indagar y poner en cuestión el celibato sacerdotal obligatorio, cualquier teología con cierta dimensión social, etc. Frente a esos supuestos excesos, Juan Pablo II implementó un proyecto de iglesia centralista, autoritaria y absolutamente clerical que, hasta el día de hoy, amordaza y silencia a sus mejores personas, sobre todo si son clérigos. Desde entonces, en la iglesia católica, se eligen y nombran, para cargos de toda la línea jerárquica a quienes han demostrado entrar por el aro. Definitivamente: se prefieren a los sumisos antes que a los inteligentes y valientes. Estamos ante una institución que, al menos en sus más altas jerarquías, cree más en sí misma y en su poder, que en su misión. Por eso al cardenal le incomodan tanto sus sacerdotes que, como Garatea, han sido parte de instituciones tales como la Mesa de Concertación de Lucha contra la Pobreza, la Comisión de la Verdad y, más recientemente, mediadores en los conflictos mineros de Cajamarca. Tal pareciera que en los momentos más álgidos, preocupan más los desobedientes que piensan por si mismos, que los muertos.
Gastón Garatea Yori
El cardenal Cipriani es indicador de una crisis mucho más profunda que lo que puede significar la suspensión ministerial de un sacerdote en el Perú o en cualquier parte del mundo. Coincidiendo en el 2010, el jesuita egipcio Henri Boulard (3/I/2010) y el teólogo alemán Hans Kung (15/04/2010) condiscípulo de Benedicto XVI en la universidad, enviaron al actual Papa sendas cartas de alarma sobre el futuro de la actual Iglesia Católica.
Juan Luis Cipriani
H. Küng: “preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma”, os dirijo esta carta abierta porque “en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas”.
Henri Boulard: “Sabrá disculpar mi franqueza filial …pues mi corazón sangra al ver el abismo en el que se está precipitando nuestra Iglesia…”.
“Le agradeceré también sepa disculpar el tono alarmista de esta carta, pues creo que "son menos cinco" y que la situación no puede esperar más”.
En las respectivas cartas, los dos autores recogen, entre las cuestiones pendientes urgentes que le presentan al Papa, lo que el cardenal Cipriani ha considerado motivo de suspensión ministerial en el comportamiento y declaraciones de Gastón Garatea. Tal pareciera que los cinco minutos no serán suficientes.
El Vaticano sigue reproduciendo en sus nombramientos este modelo de iglesia. Me atrevo a pensar que los dos próximos Papas, hoy ya son obispos y caminan al paso del Vaticano. Puede ser que este modelo de iglesia esté ya garantizado para los próximos 50 años. Por tanto, será difícil que la crisis señalada por esos dos teólogos sea superada positivamente desde arriba. Si es así, sólo quedaría una alternativa para esta estructura vertical y autoritaria de la iglesia: la respuesta desde abajo! Sólo pensarlo producirá cierto vértigo a muchos ministros.
Así las cosas, me viene a la mente algo que hasta ahora nunca lo he visto aplicado a las iglesias. En el mundo de la antropología, en las últimas décadas, se ha hablado mucho del patrimonio cultural intangible de países e instituciones. Ciertos patrimonios culturales son declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO para favorecer su conservación. Me pregunto si la crisis a la que nuestros dos teólogos citados se refieren, no podría ser la base de una acusación en forma, de malversación de capital moral, intelectual e institucional que atenta contra los dos mil años de historia del cristianismo.
Mientras se dirime mi pregunta, me quedo pensando en una ocurrencia traviesa: ¿Qué haría el Cardenal Cipriani si 400 sacerdotes de su archidiócesis, en esta semana entrante, salieran a la Plaza de Armas de Lima portando el grito silencioso de una gran pancarta en la que se leyera: “¡NOSOTROS TAMBIÉN, CARDENAL!”? Porque todo indica que tendrá que ser desde abajo.