A principios de este mes de octubre de 2012, el mundo académico y en general, el mundo, ha descubierto una nueva ausencia. Una luz que se apagó. Para comprender la naturaleza de esa luz, quizá convenga hacer un poco de historia; después de todo, si algo iluminó esa luz fue precisamente la historia. Desde luego, hablamos de Eric Hobsbawm. Sin duda, desde 2001 vivimos en un mundo marcado por la impronta violenta, discursiva y mediática del terrorismo. Ni duda cabe que el fenómeno escaló desde entonces para convertirse en lugar común de los discursos, las políticas oficiales y las relaciones exteriores entre naciones como nunca antes lo había hecho. Como la historia nos enseña, en esto no hay nada plenamente arbitrario, aun cuando las políticas actuales y los personajes que las implementan tienen mucho de arbitrarios. Lo cierto es que este mundo que hoy vivimos, no surgió de la nada. El análisis histórico también nos lo enseña.
La escala global de los conflictos, no sólo de las políticas de contrainsurgencia implementadas por los gobiernos sino también las resistencias populares desencadenadas aquí y allá con diversos efectos, como respuesta a esas determinaciones, nos revelan más que otra cosa, el pleno desarrollo de un conglomerado de relaciones de poder y de alianza que no son nuevas en absoluto, pero que se insertan de lleno en la lógica de la expansión capitalista que desde hace algunos años alcanzó los límites estructurales para mantener su ritmo de crecimiento. Así pues asistimos a un momento crucial de la historia del capitalismo, en su fase imperial, marcada por sus extremos y desequilibrios fuera de control. El siglo XXI se está revelando como el pináculo de los extremos que caracterizaron al violento siglo XX, pero también como el parte aguas para un nuevo mundo que se gesta a nuestros pies.
Quizá el momento que vivimos, no nos resultaría del todo inteligible de no ser por el ojo crítico, atento a las contradicciones sociales como método de investigación histórica, de un destacado y erudito historiador inglés, como es Eric Hobsbawm (1917-2012), cuyo deceso a principios de este mes lamentamos, no sin antes rendir sencillo homenaje para quien enseñó a varias generaciones, a aguzar el ojo frente a los procesos históricos, y documentar aquellas contradicciones, explorando con audacia las posibilidades abiertas por el materialismo histórico, con erudición y sin incurrir en la repetición dogmática de pasajes marxistas. Hobsbawm nos ha mostrado a lo largo de su obra, con fundamento en la historia, que no hay resistencia popular ingenua ni fuera de lugar, que cada configuración política, social y económica, en sus contradicciones, genera sus propias marginalidades, sus propios críticos y sus propios desafíos. Que las resistencias surgen a veces de los rincones menos sospechados y bajo las expresiones más diversas.
El erudito se va, pero nos deja un legado crítico y muy bien documentado, donde se demuestra que las ciencias sociales en general y las ciencias históricas en particular, más allá de modas y cambios de enfoque, podrán abordar diversos fenómenos, pero jamás podrán prescindir del materialismo histórico sin merma de comprensión. Habrá campesinos hambrientos, comerciantes agobiados, industriales pretensiosos, mafiosos, migrantes, rebeldes y bandoleros para recordárnoslo.