040 - Noviembre - Diciembre 2015

A pesar de críticas y oposiciones, impusieron la Secretaría de Cultura

En el marco de nuestras democracias precarias en México y América Latina, la clase política en el poder ─de filiación neoconservadora y neoliberal─ se atribuye la facultad de promulgar decretos y leyes ajenas a la voluntad de pueblo, contrarias a los derechos ciudadanos y a los intereses de la nación al cierre de año. Políticamente, tienen la certeza que diciembre es un buen mes para sus tropelías revestidas de manto jurídico, aprovechando la desmovilización de diversos sectores de la población, entretenidos por sus vacaciones y las celebración de la guadalupana, las posadas, la navidad y el año nuevo.

Diciembre, mirado desde las alturas, se reviste de signos nefastos, toda vez que se procura cerrar los ciclos legislativos entre cabildeos mafiosos y “mayorías” parlamentarias para aprobar las leyes que no gozan del respaldo o la aceptación ciudadana. En otros casos, los parlamentarios aprueban delegar en la presidencia, fueros extraordinarios para legislar sin debate.

En el caso de la nueva ley que funda la Secretaría de Cultura, hubo acuerdos previos entre los integrantes del poder ejecutivo y el legislativo. Todas las agrupaciones políticas de derecha a izquierda cerraron filas votando a favor de la creación de la nueva entidad tutelar de la cultura en México. Deslices retóricos del secretario de Educación Pública en torno a su incapacidad de atender educación y cultura, acentuando su formal divorcio, o el presunto “rezago” de su creación… ¿Rezago? Pensará acaso en la diferida atención a las exigencias del poder financiero transnacional (Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo) asociado a la UNESCO, en las fallidas secretarías o ministerios de cultura creados durante los tres últimos lustros en los países llamados en “vías de desarrollo”, o en las corporaciones empresariales de industrias y bienes culturales.

Quizás lo anterior ilumine el lapsus tremens del flamante secretario de cultura, que se auto llamó secretario de turismo en su primera conferencia de prensa tras tomar posesión del cargo. Y a su vez, con ese antecedente, seguir los pasos del flamante secretario de Cultura Tovar y de Teresa al lado de Enrique de la Madrid Cordero, titular de la secretaría de Turismo y ex funcionario continental del controvertido banco HSBC no será difícil.  

Como ha ocurrido a lo largo de estos años de “reformas estructurales”, llevadas a cabo en el país sin consultar a los ciudadanos y sin tomar en cuenta a los sectores socio-étnicos directamente afectados, ahora tocó el turno al ámbito de la “cultura”, sometida desde septiembre pasado a una iniciativa de reforma institucional que sigue siendo indefinida, pero preocupante cuando se revisan con detenimiento las afirmaciones vertidas para justificarla.

Sin embargo, un elemento objetivo y nada desdeñable a tomar en cuenta y que permite advertir muy bien lo que sigue, es el procedimiento seguido para impulsar dicha iniciativa, en el que justamente se prescindió de los ciudadanos, tanto los no expertos como los expertos en los temas respectivos y a los representantes de los diversos gremios del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Con esa señal inequívoca, la clase política neoliberal y el grupo gobernante encabezado por Enrique Peña Nieto impusieron la Secretaría de Cultura, con un propósito fundamental si tomamos en cuenta el contexto de todo el proceso: desregular los bienes nacionales y el patrimonio cultural de los mexicanos para el usufructo privado y corporativo.

En particular, de nada sirvieron los fundados argumentos de los académicos del INAH, quienes a través de diversos medios de comunicación dieron a conocer sus razones para rechazar una iniciativa carente de base constitucional, que otorga al nuevo secretario poderes discrecionales para seguir obsecuentemente la política que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial establecen para la “cultura”, en el marco de lo que se ha denominado “economía cultural".

Fue significativo que ninguno de los partidos políticos representados en el Congreso de la Unión, incluyendo los que se auto-adscriben a la “oposición de izquierda” votara en contra de la iniciativa y que ésta pasara prácticamente incólume en ambas Cámaras.

A su vez, Enrique Peña Nieto aprovechó la entrega de los premios de Ciencias y Humanidades para rubricar el decreto de creación de la Secretaría, sin que en los discursos de los premiados hubiera siquiera un leve pétalo de crítica hacia semejante acto de oportunismo político de parte del iletrado presidente.


Enrique Peña Nieto toma la protesta de Rafael Tovar y de Teresa como secretario de Cultura

En las comparecencias a modo en la Cámara de Diputados, algunos creadores, literatos e incluso académicos aprovecharon la oportunidad para lanzar contra el INAH acusaciones infundadas de corrupción, cuando no ha sido esta lacra una característica estructural de la institución, sobre todo en lo que toca a los centenares de profesores-investigadores que por años han estudiado y defendido el patrimonio cultural de todos los mexicanos.

En contraste con la preocupación que externaron numerosos académicos a nivel nacional e internacional respecto a dicha iniciativa, y de lo cual es expresión el desplegado que apareció en el Diario La Jornada el 17 de diciembre y que reproducimos en este número, los precarios y escasos debates y escritos en algunos medios de comunicación sobre el tema de la Secretaría mostraron una inclinada tendencia de muchos de estos analistas y articulistas a concebir la “cultura” como “alta cultura”, que el Estado administra, apoya y trasmite a las masas sin-cultura, desconociendo las múltiples contribuciones de la disciplina antropológica sobre los conceptos de cultura y de patrimonio cultural. En particular, es totalmente dejado a un lado el hecho fundamental de que el patrimonio cultural, en su significado amplio, comprende lenguas, conocimientos y saberes, técnicas y formas de ser y hacer de todos los agrupamientos humanos, en un legado acumulativo inherente a la especie humana que agrupa entidades nacionales, regionales, socio-étnicas, ahora amenazadas gravemente por la actual fase depredadora y anti-civilizatoria del capitalismo transnacional.

Al margen de estos acomodos maquinados y de la superficialidad discursiva con que se les pretende justificar, el reto que tenemos enfrente es mayúsculo porque no remite sólo a la adecuación de instituciones y disciplinas para que sean más funcionales al proyecto de subordinación del bien común al interés privado en un solo ámbito de la vida social de los pueblos, sino en todos los terrenos. La llave ha sido un sistema legislativo ocupado por las franquicias partidarias, no sólo sumamente oneroso, sino ominoso en su disponibilidad incondicional y su autismo, en sus privilegios, en su frivolidad. No está, por supuesto, a la altura del pueblo de México, y su desempeño cargado de ficciones discursivas así lo demuestra.

Pero, ¿dónde está ese buen vivir que merece todo ser humano? ¿Le va a ser conferido por un “poder superior”? ¿De qué tamaño es la ingenuidad de aquel que espera algo de una clase política sumida en la corrupción y la impunidad? ¿Cuál es la magnitud del desatino de colocar esperanzas en los mercaderes de la vida y de la muerte que disponen a su vez de esa clase política y que se benefician de su servilismo?

Ese buen vivir y esa integridad tienen una dimensión cultural y por ello colectiva en el mejor sentido de la palabra; provienen de una práctica cotidiana de participación, apegada al sentir, a las necesidades, a las esperanzas y a los sufrimientos de nuestros pueblos, y también segura de su gran potencial y capacidad. Esa práctica es la única plataforma posible y ese el contexto del que partimos en este fin de año.

Por eso, este fin de año es un inicio.

El papel de las mujeres en una ciudad del Epiclásico: Xochicalco

Proyecto Xochicalco. Centro INAH Morelos

 

Las investigaciones sobre género en antropología han cobrado mayor importancia actualmente, en un interés que se ha extendido a la arqueología donde, a través de las evidencias rescatadas y de la interpretación de códices y fuentes, aumentan las interpretaciones que intentan retomar la cuestión de género y con ello, lo que en la mayoría de las veces se consigue, es definir la presencia de ciertas actividades que, por medio de analogías etnográficas, se atribuyen a determinado sexo.

La mayor parte de este tipo de interpretaciones, retoman las fuentes históricas escritas por españoles en el Siglo XVI, a partir de lo que observaron en las sociedades del Posclásico Tardío. Los autores de dichas fuentes, quienes eran obviamente hombres, principalmente militares o sacerdotes, tuvieron una tendencia a sesgar la información observada de acuerdo tanto a sus intereses particulares y a prejuicios de diversa índole.

Estas observaciones deben tomarse en cuenta al momento de utilizar las fuentes para la interpretación de los materiales arqueológicos y darles su justa dimensión, dejando también “hablar” a los contextos arqueológicos.

Lo anterior nos lleva a preguntarnos hasta dónde los arqueólogos investigan sobre asuntos de género sin reconocer la necesidad de recurrir a la analogía o la etnohistoria.

En arqueología podemos identificar el sexo mediante el auxilio de la antropología física y molecular en restos óseos de los individuos. Por otra parte, mediante la recuperación de contextos arqueológicos, logramos detectar ciertas actividades, como pueden ser la producción de instrumentos líticos o la preparación de alimentos, lo que indica la presencia única o predominante de determinado sexo en determinados espacios.

En dicho marco, la categoría “género o roles de género”, que asocia sexo y actividades, parece mucho más difícil de definir, si bien la iconografía se convierte, en este caso, en la fuente de información más confiable.

Revisaremos algunos materiales provenientes de la ciudad prehispánica de Xochicalco, lo que nos brinda algunos indicios sobre ciertos aspectos de la vida de las mujeres.

A 32 kms. de la ciudad de Cuernavaca en el estado de Morelos, se encuentra la ciudad arqueológica de Xochicalco. Este sitio, caracterizado por la complejidad que exhibe en su planeación urbana, se considera uno de los mejores ejemplos de los asentamientos del periodo Epiclásico (600 – 1100 d.C.). Aunque pensamos que muy probablemente la filiación étnica y lingüística de los xochicalcas haya sido nahua (Garza 2009:39-51), sí sabemos con certeza que quienes construyeron y habitaron esta ciudad, fueron herederos de un importante bagaje cultural múltiple, al que enriquecieron con nuevos elementos culturales que se integrarían a Mesoamérica. (Figura 1)


Figura 1. Plaza de la Estela de los Dos Glifos. Fotografía de Adalberto Ríos Szalay.

Como todo asentamiento urbano, Xochicalco fue habitado por personas de diferentes grupos dedicados a diversas actividades económicas y pertenecientes a distintas clases sociales. Aquellos que ostentaban el poder político y religioso, ocuparon los espacios ubicados en la parte superior del cerro, en el área que conocemos actualmente como la Acrópolis y las plazas adyacentes: la Plaza Principal, donde se encuentra la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, así como la plaza de la Estela de los dos Glifos. (Figura 2)

En dichos espacios se ha recuperado una serie de materiales arqueológicos, que nos permiten inferir el papel que las mujeres desempeñaron durante la vida de la ciudad.

La asociación entre lo femenino, la fertilidad y la tierra, es una idea cosmológica característica de los mesoamericanos, así como de innumerables sociedades que encontraron en la agricultura, su principal fuente de sustento.

En Xochicalco se han encontrado dos esculturas femeninas de relevancia, lo que sugiere que sus imágenes estuvieron presentes en la mente de los habitantes de la ciudad.

Una escultura hallada en un pequeño altar, posiblemente una deidad, está asociada directamente a la roca del cerro. Representa a una mujer sentada sobre sus piernas, ataviada con un camisa rectangular y falda o enredo que la cubre hasta los tobillos. A pesar del deterioro en los rasgos faciales, es posible distinguir la mutilación dentaria característica de la época, en la que los incisivos superiores sobresalen del resto de la dentadura (también conocida como “mutilación dentaria en forma de “T” y que es muy frecuente en las mujeres) (Figura 3).


Figura 2. Plano general de Xochicalco con los sectores mencionados en el texto..


Figuras 3 y 4. Escultura que probablemente representa a la diosa de la tierra y nicho donde se encontró.

Más que la escultura, es su contexto lo que llama la atención: el altar ubicado frente a un pequeño recinto excavado en la roca, parece semejar una cueva que sugiere la presencia de una diosa madre, una diosa de la tierra (Figura 4).

Otra figura, muy semejante, fue hallada al oeste de la ciudad, en el Cerro de la Malinche; consiste en una pieza de silueta cuadrangular, que al frente nos muestra una mujer en posición sedente con las manos sobre sus rodillas, ataviada con quechquemitl y falda. La representación de esta mujer se encuentra enmarcada por lo que parece el vano de un acceso a una estructura arquitectónica. En este caso, los elementos iconográficos que adornan este elemento nos sugieren una asociación con la vegetación y la fertilidad; plantas con flores y mazorcas de maíz se observan tanto en el frente como a los costados de la escultura (Figura 5).

 
Figura 5. Posible representación de Xochiquetzal debido a la cantidad de flores y plantas que adornan la escultura.

Una actividad que siempre se identifica con una función masculina es la guerra y respecto al tema, en Xochicalco, es la Pirámide de las Serpientes Emplumadas el monumento que nos muestra una amplia iconografía asociada al aspecto militar; tanto en los laterales de las alfardas, como en los muros de lo que fue el templo (parte superior), observamos la representación de personajes que portan escudos rectangulares y dardos o lanzas. En la esquina noroeste del templo, se aprecia una figura humana femenina de pie que porta lanza y escudo cuadrangular, y de su espalda cuelga la parte media superior de un mamífero, a manera de capa (Figura 6).

 


Figura 6. Dibujo de la representación de la guerrera, fotografía de la esquina noreste de la Pirámide las Serpientes Emplumadas. Fotografías de Mauricio Valencia Escalante.

Su vestimenta consiste en una especie de camisa y falda o enredo que la cubre hasta los tobillos, vestimenta propia de una mujer, porta una lanza, por lo que podemos afirmar que se trata de una mujer guerrera; el contexto en el que se representa en este monumento es acompañando a un numeroso grupo de guerreros. Cabe recordar que en Mesoamérica abunda la evidencia de mujeres guerreras y que además debió haber mujeres que acompañaran a los ejércitos (las antiguas “adelitas”: Garza, 1991:45).

En los códices genealógicos mixtecos, en crónicas de la conquista (Díaz del Castillo, 1985:441), así como en la piedra de Tizoc (op. cit: 45-46), se tienen múltiples ejemplos de esta labor desempeñadas por mujeres.

Objetos arqueológicos abundantes en los sitios arqueológicos, son las figurillas con representaciones de hombres y mujeres elaboradas en arcilla, pero en Xochicalco son mucho más abundantes en piedra y muy escasas en arcilla. Contamos con 487 piezas del tipo que denominamos xochicalca, porque hay otros tipos. Las 487, se pudieron clasificar por sexo con base en su indumentaria, ya que el sexo no está marcado. La indumentaria ya fue descrita en las esculturas, es decir, una camisa de forma cuadrangular que les tapa hasta los puños y una falda o enredo que les llega hasta los tobillos en el caso de las mujeres y las representaciones de hombres no llevan nada de ropa, algunas veces una banda arriba de la entrepierna. Esto facilita la identificación, ya que piernas y brazos desnudos siempre son de hombres y en total se identificaron 343 figurillas, de ellas 183 hombres y 159 mujeres, cifras que no permiten indicar cuál es la prevalencia del sexo (Figura 7).

 
Figura 7. Figurillas femenina (izquierda) y masculina (derecha) recuperadas durante las excavaciones del sitio. Fotografías de Mauricio Valencia Escalante.

Otros objetos que con frecuencia se encuentran decorados con representaciones femeninas y masculinas son los incensarios efigie, objetos de uso ceremonial presentes en diversas áreas de la ciudad, con variantes en cuanto a la forma general del incensario y a la alcurnia de las efigies representadas, ya que las del sector de Loma Sur llevan atuendos más sencillos y en los de los sectores superiores los atuendos más elaborados (Figura 8).

  


Figura 8. Incensarios efigie con personajes femenino y masculino. Arriba, personajes elegantemente ataviados y abajo con vestimenta más sencilla

Se considera que estas representaciones, tanto las figurillas como los incensarios efigie, podría ser un símil de lo que actualmente se hace en las familias actuales, que conservan las imágenes de los seres queridos en pinturas o fotografías.

Es interesante la distribución en que se encontraron estas piezas arqueológicas, ya que como la ciudad fue destruida y a pesar de que todo fue saqueado y arrojado, de todas maneras hay una cierta distribución homogénea que nos lleva a pensar que el sitio del hallazgo era el que tenían originalmente y que la equivalencia social era igual entre hombres y mujeres. Por otra parte, es interesante el hecho que estos objetos no eran exclusivamente de las élites, ya que el sector de la Loma Sur es la zona habitacional de las terrazas inferiores y ahí se encontraron también las piezas de este tipo.

 

Distribución de las figurillas y en incensarios efigie en Xochicalco.

 

Figurillas

 

Incensarios

Sectores

Mujeres

Hombres

 

Mujeres

Hombres

Acrópolis

8

8

 

1

0

Loma Sur

5

6

 

5

2

Sector A

2

3

 

0

0

Sector B

70

95

 

0

2

Sector C

2

3

 

0

0

Sector E

2

7

 

0

1

Sector F

1

0

 

0

0

Sector G

63

52

 

0

1

Sector H

1

2

 

0

1

Sector I

3

4

 

0

0

Sector J

1

0

 

0

0

Sector K

0

2

 

0

0

Sector N

0

1

 

0

0

Sector L

2

0

 

0

2

Total

160

183

 

6

9

 

Gracias al análisis de los restos óseos, llevado a cabo por los antropólogos físicos, se corrobora el sexo de los hallazgos de las osamentas en determinados contextos arqueológicos. La presencia de estos restos asociados a sitios relevantes de los grupos gobernantes ratifica la relación de mujeres con estos grupos en el poder. Esto queda demostrado por el hallazgo de varios restos de hombres, mujeres e infantes que se rescataron del Pórtico G5, ubicado en la plaza principal, frente a la Pirámide de las Estelas y que se presume huían de quienes destruían y saqueaban la ciudad (Figura 9).

Acorralados en el pórtico, estos individuos fueron ejecutados a golpes, como lo demuestran las pruebas realizadas por la Dra. Carmen Pijoan (comunicación personal). Fueron también despojados de sus pertenencias, ya que no se encontró ningún objeto asociado a sus cuerpos. Posteriormente, sus ejecutores quemaron el edificio que se derrumbó sobre sus cuerpos.

 
Figura 9. Restos óseos en el pórtico G5

Esta acción, que podría parecernos cruel, parece tener su explicación en el sentimiento que debieron despertar ciertas costumbres de los políticos o gobernantes xochicalcas; en el Pórtico I 4, que forma parte del acceso a la Plaza Principal, se ha logrado determinar la presencia de una singular decoración aparentemente ordenada por el grupo en el poder.

En este pórtico se encontraron restos óseos de 39 individuos, tanto hombres como mujeres, conformados por cráneos, pelvis y huesos largos, tanto de piernas como de brazos, perforados y amarrados entre las distintas partes de los huesos y a su vez colgados del techo, simulando una especie de títeres, que posiblemente advertían a visitantes y súbditos de la suerte a la que se enfrentaban aquellos que se atrevían a oponerse al gobierno (Garza et al, 2003,Vol I:191-198) (Figuras 10 y 11).

  
Figura 10. Pórtico I4 con restos humanos

 
Figura 11. Interpretación de la posición de los restos óseos del pórtico I4.

Hemos dejado al último la única escena histórica definida hasta el momento en Xochicalco, donde uno de los protagonistas más importantes es sin duda una mujer, de quien conocemos su nombre calendárico: la Señora 3 Mono.

El nombre de esta mujer se encuentra mencionado en la Lápida de Coatlán (expuesta en el Museo Regional Cuauhnáhuac) (Figura 12): Comenzaremos la lectura de dicha lápida, de manera arbitraria, por la esquina superior derecha, donde se ve un topónimo que consiste en una banda en forma de “U” con base y costados rectos. Probablemente representa un recipiente o un río cortado transversalmente; en su interior tiene un ave, que por la forma del pico y plumaje, puede ser un loro; en su conjunto se lee como el Lugar del Río del Loro.


Figura 12. Lápida de Coatlán. Museo Cuauhnahuac

Abajo de este topónimo se encuentra una casa, que junto con el anterior se lee como el Pueblo del Río del Loro. En el interior de la casa está la fecha “3 mono”. Como base de la casa hay dos líneas paralelas, en cuyo interior presentan huellas humanas, que marcan indudablemente un camino.

Andando sobre ese camino figura un hombre, cargando un bulto del que sale una cabeza. En códices y fuentes del XVI se hacen innumerables alusiones a que las novias eran trasladadas a cuesta a la casa del novio (Sahagún, 1956, II:155). Probablemente la fecha día “3 mono” sea el nombre de la novia.

El camino representado conduce a otro topónimo formado por tres lados rectos (lateral, base y tapa) y uno escalonado. En su interior presenta la cabeza de un ave, que en este caso no se puede identificar, pero como veremos más adelante es la cabeza de un guajolote y es el glifo nombre de Xochicalco (Garza, 2002:56-57).

Sobre el glifo escalonado vemos a un personaje sedente, adornado con un tocado de plumas y pectoral redondo, indicando su alta alcurnia. El glifo que lo acompaña se puede leer como “2 movimiento”. En la parte central y superior de la lápida se encuentra su sobrenombre: un hombre cargando un medio juego de pelota que en su interior tiene medio sol, y nuevamente el glifo “2 movimiento”, conjunto que interpretamos como el “Señor 2 Movimiento, Cargador del Universo” (Op. Cit).

En el centro de la lápida se observan una serie de fechas que leeremos de arriba abajo: año 4 Casa, día 10 Zopilote, probable fecha en que se concreta el enlace entre el linaje de la Señora 3 Mono, del Río del Loro y el linaje del Señor 2 Movimiento, Cargador del Universo del linaje de Totolhuacalco (Xochicalco) (Op. Cit.) y 13 años después en el año 4 Conejo del día 6 pierna arriba la Señora 6 Mono a Totolhuacalco.

Este evento fue de tal trascendencia que su representación se repite en otra lápida, encontrada en Xochicalco en 1994 (Figura 13), en la que podemos ver un personaje que se dirige a un palacio, en cuyo interior se encuentra una mujer sentada y la fecha año 2 Conejo y día 6 Pierna. (Figura 14). Recientemente se encontró una estela en el atrio de la iglesia del pueblo de Tetlama en Morelos, en las cercanías de Xochicalco, que también tiene representado al Señor 2 Movimiento y un largo camino, donde dos personajes llevan en andas a la futura esposa del señor de Xochicalco (Garza, 2015).

 
Figura 13. Lápida rescatada en Xochicalco en 1994.

 

 
Figura 14. Lápida de Tetlama

 

Conclusiones

La frecuencia de la representación de mujeres en diferentes contextos nos señala que su papel en las sociedades indígenas durante el pasado prehispánico, no se limitaba únicamente al ámbito doméstico, sino que también ocupaban un papel importante en la política, la economía, la guerra y la religión.

Lo anterior es uno de los rasgos comunes a la cultura mesoamericana en sus diversas variantes regionales; así, en el área Maya vemos representaciones de mujeres gobernando, dirigiendo e incluso conspirando desde las esferas más altas del poder. Entre los mixtecos o nahuas del Centro de México, en el posclásico, las mujeres también fueron guerreras y gobernantes, como lo vemos en los códices y esculturas.

Queda claro que la mujer desempeñó actividades diversas además de las otorgados de manera “natural”, como la maternidad, que si bien fue apreciada socialmente desde el punto de pista simbólico-religioso, no parece haber constituido una limitante para otras actividades y funciones de la mujer.

Lo anterior nos lleva a reflexionar sobre el impacto que tuvo el choque de culturas entre los mesoamericanos y los españoles. Para esta época y hasta hace poco, las españolas no podían heredar y usufructuar su herencia sin el permiso de sus maridos, en tanto, las mujeres mesoamericanas eran de hecho las herederas de las tierras, las cuales que pasaban de madres a hijas y la propiedad se mantenía en la misma familia. Se da el caso del casamiento entre hermanos para mantener esas propiedades y en ese sentido los maridos no conservaban ningún derecho sobre lo heredado. Por otra parte, en la época prehispánica, las mujeres se podían separar del marido, mientras que en España, incluso hasta hace pocos años no era permitido el divorcio.

Por otra parte, los conquistadores establecieron para las mujeres una serie de limitantes en cuanto a actividades económicas y el acceso a la tecnología. Por ejemplo, les era vedado el uso del telar de pie y el torno para la manufactura de la alfarería. En estos dos casos la mujeres indígenas seguían usando su ropa, que ellas elaboraban, y en cambio a los hombres los obligaron a usar pantalones de manta blanca de determinado número de hilos, lo que generaba cuantiosas ganancias a la corona Española

Desde el punto de vista metodológico, al abordar cuestiones de género, quizá la arqueología deba prestar mayor atención a los recursos que se allega como base primaria de información y apoyarse en diversas fuentes documentales y en la etnografía, analizando de manera crítica los modos de vida del pasado.

 

BIBLIOGRAFIA

Díaz del Castillo, Bernal

1985    Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Colección Austral         1274, Editorial Espasa-Calpe. España.

Garza Tarazona, Silvia

1991   La mujer Mesoamericana. Editorial Planeta Mexicana.

2002   “El nombre de Xochicalco antes del siglo XVI: ¿Totolhuacalco?”. Arqueología                Mexicana, Vol. X, núm. 55:56-57 Editorial Raíces. México.

2009   “Propuesta de la distribución lingüística de Mesoamérica para el Epiclásico (600 a 900)”. En: La lengua y la antropología para un conocimiento global del hombre. Homenaje a Leonardo. Manrique. Colección. Científica 550:39-51. INAH. México.

2015   “Una nueva estela de Xochicalco” Revista electrónica En el volcán Insurgente. www.enelvolcan.com/ediciones/2015/36-marzoabril-2015, pp.31-36.

Garza Tarazona, Silvia; Carmen Pijoan; Josefina Mansilla y Norberto González

2003   “Pórtico I4 de Xochicalco Morelos, México. Localización arqueológica de                       materiales esqueléticos”.Vol.I: 191-198. Antropología y Biodiversidad. Ma. Pilar        Aluja, Asunción Malgosa y Ramón Ma. Nogués editores. Madrid.

El arte de vivir y bien morir

Ahora que mi nieto Joel cumple 15 aurorales años; mis hijos y nietos se han reunido en mi casa para la celebración de su cumpleaños. Antes que se retiren, invito a Joel a pasar a mi biblioteca para conversar en intimidad.

Algo sorprendido y con su sonrisa de conejo vivaracho me mira. Le digo:

¿Recuerdas el cuento de Francisco Izquierdo Ríos que te regalé cuando aún eras niño? Diciéndote que mis cinco hijos habían leído ese cuento?

De inmediato, me respondió:

            Ah! Sí! El Bagrecito que surcó los ríos de la selva; en su travesía aprendió a sortear peligros y eludir acechanzas hasta que llegó al océano Atlántico mientras se iba haciendo adulto.

Claro, así fue. Ahora a mis 75 años y ya en el tramo final de mi vida quiero explicarte el Arte de vivir y bien morir; aunque no es fácil para mí expresarme con sencillez y amenidad porque no soy literato como Francisco Izquierdo Ríos, el autor del Bagrecito. Pero, lo intentaré conociendo tu afición al ajedrez. Afición que solo prendió en ti, después de haberle enseñado a mis cinco hijos y cinco nietos

Como tú sabes, en una lid ajedrecística se plantea una estrategia y se ejecutan tácticas y quien mantiene la iniciativa logra la victoria. Pero, en ese afán se cometen errores. Si el error se comete en la etapa de la apertura podría repararse en el medio juego; tan igual que un error cometido en la adolescencia, podría enmendarse en la edad adulta. Pero, un error en la vejez es irreparable como ocurre en los finales de la lid ajedrecística.

Como es lógico, los geniales ajedrecistas tienen una concepción de lo que es el ajedrez y la explicitan en las entrevistas. He aquí dos ejemplos.

 

¿Qué es el ajedrez?

  • Boris Spassky respondió:

El ajedrez es como la vida.

  • Robert Fisher respondió:

El ajedrez es la vida.

Para Spassky el ajedrez no era la vida o su vida. Spassky tenía una profesión y dedicaba mucho tiempo a otras aficiones como el atletismo, la natación, la música clásica rusa, la literatura, el tenis.... El ajedrez no lo encarceló, no lo aisló de la sociedad. Fue un ser humano y llegó a ser campeón mundial (1969-1972); aunque fue derrotado en el llamado “match del siglo”. Esa derrota fue, según Javier Cordero, porque tal vez le faltaba el 'instinto asesino' que poseía Fischer[1].

Para Fisher el ajedrez era toda la vida. Estaba encapsulado por el ajedrez y no tenía tiempo libre para otras actividades. No sabía bailar, enamorar, contar chistes; no fue a la universidad; sus conversaciones únicamente tenían como tema: el ajedrez. Desde niño fue un super especialista genial, llegó a ser una computadora de ajedrez y logró el campeonato mundial (1972-1975). Sin embargo, terminó su vida con alteraciones mentales.

En ese momento me interrumpe Joel para decirme:

Abuelito, el otro día escuché por radio Nacional la entrevista a un padre de familia que había acudido con su hijo de 18 años de edad, y tenista desde los cuatro. Todos los días entrenaba cuatro horas diarias, estaba con una dieta alimenticia energética y participaba en cuanto evento internacional había. Su padre le proporcionaba todos los recursos económicos que necesitaba para su preparación y viajes. Mencionó que la preparación de un tenista era cara. Indicó que las raquetas eran desechables en corto tiempo. La meta de ambos era lograr el máximo galardón mundial. En la entrevista habló mayormente el padre con mucho orgullo de su hijo y agregó que el gobierno no coopera en financiar a su hijo que estaba dando lauros al Perú.

Con una cariñosa palmada en la espalda lo felicité por la atinada interrupción al haber asociado a Fisher con el joven tenista. Aproveché para decirle:

El desarrollo personal de cualquier ser humano debe ser armónico, como el cuerpo humano; si no se origina un monstro con el crecimiento hipertrofiado de algún miembro u órgano y otro miembro pequeño y débil. Es como la economía de nuestro país: subdesarrollada.

Efectivamente, me dice Joel y vuelve a interrumpirme:

El joven tenistas del que te hablé, tiene en su cerebro una raqueta; que si logra el campeonato mundial, la raqueta va a ocupar todo su cerebro. Tal vez ¿el extraordinario futbolista Messi tiene en su cerebro una enorme pelota de futbol?

Mira Joel. Por tu manera de interrumpirme, aportando ilustraciones a lo que te estoy contando sobre la vida. Creo que ya podemos dialogar de igual a igual.

Bueno, como te seguía contando, esa desarmonía o deformación de la personalidad no solo ocurre en los deportistas sino también a cualquier hombre o mujer que se especializa profesionalmente y trabaja a dedicación exclusiva. Esto se originó cuando se empezó a producir bienes o servicios que se valoraban en el mercado mediante la división capitalista del trabajo, es decir, mediante el surgimiento de las profesiones u oficios.

Actualmente, en el mercado de trabajo tienen gran demanda los profesionales con alguna especialidad; por ejemplo, en la medicina, hay cirujanos que únicamente operan la mano; tal vez, en el futuro, se especializaran en operar el dedo. Ya hacen implantes en la mano de un dedo del pie.

Medio en broma y medio en serio se ironizaba a los médicos, diciendo que había unos especializados en el oído izquierdo y otros, en el derecho.

Quien advirtió tempranamente –en 1847- esa tendencia a la especialización en el trabajo de la naciente sociedad capitalista fue un notable economista y filósofo alemán de enorme barba: Carlos Marx, en su libro La miseria de la filosofía. A esos especialistas los llamó fachidioten. Los fachidioten son convertidos en celebridades y estimulados económicamente por las gigantescas empresas privadas.

Bobby Fisher tenía su cerebro convertido en un tablero de ajedrez con sus fichas; había asumido el ajedrez como la única razón de su existir. La figura de Bobby Fisher en el ajedrez mundial es inmortal. Cuando reproduzco sus partidas que han obtenido premios a la brillantez me ocasiona un gozo extraordinario. Sin embargo, la vida no solo es el ajedrez ni cualquier otra especialización profesional. Fisher, fuera del ajedrez era un idiota, era vulnerable. Aunque clamado y admirado por multitudes estaba encarcelado, acuartelado por el ajedrez. Es difícil imaginarse que un hombre genial, fuese, a la vez, también un idiota.

No solo la presente sociedad capitalista induce a la especialización; sino también al afán de lucro, la competitividad, el egoísmo y el consumismo. En el aspecto económico, da por resultado que el desempleo o la pobreza se extienda y la riqueza se concentre en los accionistas de las grandes empresas trasnacionales. En el aspecto, mental, las frustraciones de la población conducen a evadirse de la situación injusta y buscar refugio ilusorio en las enfermedades mentales, adición a las drogas, sectas religiosas o al suicidio. Esto conviene a los capitalistas porque no se les cuestiona ni están en peligro de un cambio que instaure la justicia social.

Bueno, Joel, creo que he hablado mucho; y para finalizar esta grata conversación, deseo que en tu vida llegues al océano Atlántico como el bagrecito y cuentes cómo es el mar a tus nietos. Ese es el arte de vivir para lograr una ancianidad saludable y saber morir con dignidad, pues, la ancianidad no se improvisa y la muerte es inevitable.

¡Ah! me estaba olvidando de entregarte tu obsequio; es un Cd. con una canción representativa de nuestra patria, El Cóndor pasa; y el libro El Alma matinal de mi querido José Carlos Mariátegui para que leas, Esquema de una interpretación de Chaplin.

Al despedirme, lo estrecho entre mis brazos, le acaricio su cabellera y le musito al oído: yo, como tú, también tuve 15 aurorales años.

FIN

Lima, Unidad Vecinal N°3, octubre del 2015.

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Fuentes:

El bagrecito, cuento de Francisco Izquierdo Ríos.

http://www.diarioinca.com/2009/08/el-bagrecico-francisco-izquierdo-rios.html

-El cóndor pasa

https://www.youtube.com/watch?v=7tIrD-QcqF4

4:04

-El alma matinal

http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/mariategui_jc/s/Tomo3.pdf

 

Imágenes:

http://www.chessintranslation.com/2012/01/karpov-kramnik-and-kasparov-on-spassky/

http://www.theweekinchess.com/

http://www.clarin.com/especiales/genio-loco-quiso-jugar-perdio_0_1331867060.html

http://www.futboldecabeza.com/entrenamiento-psicologico-para-competir/

https://verbiclara.wordpress.com/2009/04/20/reflexiones-sobre-la-crisis-2-el-profeta-isaias-tambien-lo-habia-dicho-por-carlos-vidales/

[1]http://www.ajedrezdeataque.com/04%20Articulos/26%20Spassky/Spassky.htm

El torneo de las palabras entre actores y escenarios sociales de la flora medicinal en México

Programa ASFM-INAH

 

Introducción

Como bien se sabe, los términos que utilizamos para describir e interpretar la realidad, las palabras de que nos servimos para comunicarnos e incluso para no hacerlo, reflejan la condición misma de quien las usa. Las palabras nos proyectan, proyectan nuestras expectativas y nuestra dinámica de vida. En la aproximación que los pueblos y sociedades establecen respecto a su entorno ambiental, el uso de la palabra es determinante. Un campo donde se expresa esta realidad es el que refiere a las plantas medicinales.

Exploro en lo que sigue algunos elementos ilustrativos de ese fenómeno, abordado desde un programa de investigación que se lleva a cabo en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, relativo a los diversos escenarios socioculturales de la flora medicinal de nuestro país y a los saberes que la enmarcan y que forman parte orgánica de nuestro patrimonio cultural.

En ese sentido, empezamos por advertir respecto a este término del “patrimonio cultural” que su conceptualización ha ido evolucionando, no solamente por su estrecha imbricación con el entorno ambiental y con la biodiversidad que posibilita los procesos civilizatorios y que deriva hoy en la figura del patrimonio biocultural como referente, sino en particular, al reconocer que es la población misma quien en primer término constituye ese patrimonio cultural, pues es ella quien lo genera y reproduce, por lo cual sus condiciones concretas de vida no sólo lo moldean, sino que permean su integridad.

 
Figura 1: Una perspectiva contextualizada del patrimonio cultural

Ahora bien, las principales líneas de indagación de las que se ocupa el programa de trabajo referido, derivan de la figura de los actores sociales que desde diversos ámbitos socioculturales, biológicos y políticos hacen uso de las plantas medicinales o se vinculan con ellas en alguna de sus múltiples facetas.

El primer escenario de esos actores sociales es el de la medicina doméstica y la autoatención, que constituyen el verdadero primer nivel de atención en México y en general en todo el mundo, y donde la mujer, sea madre, compañera, hija, abuela o hasta suegra de quien se enferma, es usualmente quien en ese primer contacto establece diagnósticos y aplica tratamientos. Es ella quien, sin formalismos, extiende o no el primer certificado de incapacidad laboral y envía o no al niño a la escuela y al marido a su trabajo. Se trata de realidades asistenciales estructurales pero escasamente reconocidas por el salubrismo oficial en nuestro país.

 
Figura 2: Líneas de trabajo del Programa Actores Sociales de la Flora Medicinal en México, del Instituto Nacional de Antropología e Historia

El segundo escenario es el propio de la medicina denominada “tradicional”, aunque no lo sea en un sentido estático, que es la ejercida por curanderos y parteras, a menudo en el marco de sus culturas originarias. En este conjunto puede también considerarse, aunque con sus particularidades, a aquellos que llevan a cabo acciones de atención mediante prácticas médicas que difieren de la biomedicina dominante.

El tercer escenario corresponde al propio de los circuitos de abasto de plantas medicinales en nuestro país, las cuales siguen siendo mayoritariamente de origen silvestre y donde opera una gama de recolectores, acopiadores y detallistas fundamentada en la diversidad fisiográfica de México, que permite y se expresa en redes de acopiadores regionales que aportan determinadas especies en una oferta diferencial, dependiente de su región de procedencia.

El cuarto escenario es un ámbito básicamente biomédico, donde médicos, farmacéuticos e investigadores constituyen actores sociales, potenciales o no, de la flora medicinal, en sus ámbitos laborales, a menudo institucionales.

Finalmente, el quinto escenario, tal vez es el más acotado de todos, se ubica también en el ámbito biomédico, y corresponde a la regulación sanitaria de las plantas medicinales y de sus derivados. Hay por supuesto otros escenarios de interés que aquí no toco directamente, aunque se encuentren íntimamente relacionados con los que he referido, siendo uno de ellos el de las empresas que generan y comercializan productos elaborados con plantas medicinales a diversa escala.

En todos esos escenarios, se percibe e interpreta la realidad de la flora medicinal a través de representaciones. En ese sentido, no es la flora en sí misma y como fin último o único el centro de nuestro interés, sino lo que ella motiva a través de los seres humanos en el seno de la sociedad y en sus diversos estamentos, porque la consideramos como una especie de ventana privilegiada que permite asomarnos a una pluralidad de dinámicas sociales y culturales significativas. La flora sirve, desde esa perspectiva, como un vehículo y a su vez como una instancia que desencadena o propicia en los seres humanos una serie de procesos, de relaciones, de apropiaciones o transacciones que al fin y al cabo remiten a la manera de construir significados y de hacer inteligible el mundo.

La flora, como la naturaleza y el medio físico en sí, es motivo multifacético de apropiaciones diversas; sus atribuciones de uso, sus propiedades, sus características adjudicadas reflejan a quienes las describen en sus diversos escenarios bioculturales, altamente contrastantes y eventualmente antagónicos. Las plantas, desde los mismos términos que se utilizan para designarlas, proyectan a quien las nombra.


Tal vez era esa, a los pies del soldado mexicano,
una mata de chaparro amargoso (Biblioteca del
Niño Mexicano, número 28, Maucci Hnos., México, 1899-1901).

Así, por ejemplo, tenemos el trayecto histórico de una planta medicinal que nace en el norte del país en el escenario de la medicina de los pueblos originarios, conocida como chaparro amargoso o bisbirinda, y que en ocasión de la intervención norteamericana de 1847, en el marco del despojo territorial que implicó, médicos del ejército invasor se llevaron a su país la planta, al haberse percatado del uso que contra las disenterías tenía entre los indígenas. De hecho, el general Zacarías Taylor introdujo su uso y lo propagó en Estados Unidos (López, 1928: 132). Pero sería hasta 1914 que un médico tejano publicó sus hallazgos sobre la “amargosa” en el Journal of the American Medical Association y es entonces que varios médicos mexicanos, luego de leer esos artículos en inglés, conceden crédito como terapéutica a la planta, vendida en mercados y banquetas de su propio país. Luego, el chaparro amargoso será procesado por una industria nacional, los “Laboratorios Garcol”, y su extracto será llamado “Castamargina” y promovido entonces entre los médicos contra las amibiasis de diverso tipo, incluso contra abscesos hepáticos provocados por amibas y hoy menos frecuentes, como “el sucedáneo nacional de la emetina” (Laboratorio Químico Central, 1939; Hersch, 2000: 159 y ss), que era la sustancia utilizada entonces para tratar esas afecciones, contenida en la raíz de la ipecacuana, un bejuco procedente del Brasil. Venos aquí cómo una misma planta es chaparra y amargosa, es un matorral que cambia de identidad cuando su extracto aparece en otro circuito social como “Castamargina”, término comercial que adquiere connotación científica al provenir de su género taxonómico combinado con la terminación propia de una sustancia química como la de muchos alcaloides, por ejemplo.

 
Anuncio de la Castamargina en la Gaceta Médica de México, en 1942.

Y es que plantas como el chaparro amargoso, la vergonzosa, la hierba dulce, la lengua de vaca, el zopilopatle, el vaporrub se llaman así portando ya en ello una primera carga de sociedad y de cultura, al tiempo que los diversos escenarios bioculturales de la flora contrastan, no sólo por las aproximaciones diferenciales que ellas motivan en los seres humanos en el marco de las particularidades fisiográficas de los territorios donde cohabitan, sino también como expresión del marco de los sistemas culturales donde la flora cobra sentido múltiple.

Cada escenario social, en este sentido y como parte de ello, además de ser un espacio biológico y cultural, implica una terminología particular que vehicula los significados asignados a la flora. Y cada planta, por consiguiente, presenta en su biografía cultural (Appadurai, 1991; Kopytoff, 1991) una dimensión lingüística o terminológica particular, reflejando con ello a su vez su itinerario a través de las comunidades humanas, es decir, su historia social. Nombrar a las plantas deriva de un ejercicio clasificatorio, sea espontáneo o muy elaborado, sea lego o docto, en un proceso no exento de acentos y de connotaciones relevantes en la relación que la sociedad entabla con ese ente biológico.

Las aproximaciones a la flora medicinal, como las que establecen los colectivos sociales respecto a la realidad natural de la que forman parte, remiten esencialmente a una dinámica de necesidades humanas, apremiantes o no, las cuales se plasman a su vez en una terminología que favorece su caracterización diferencial. En ese sentido, como un elemento referencial para la etnobotánica médica, hablamos de la sinonimia de las plantas medicinales, de especies diferentes que comparten un mismo nombre y, a su vez, de nombres diferentes adjudicados a una misma especie; y estas diferencias remiten a coordenadas históricas y culturales contrastantes. Es el caso, por ejemplo, del linaloe, del árnica, del gordolobo, de la doradilla que se usan en México, rebautizados como tales por los europeos al encontrar en especies de América características de otras plantas que ya eran de su conocimiento y utilizaban antes de llegar al continente americano.

La atribución de efectos iguales o similares a los de especies así nombradas fuera de México, así como cierta correspondencia básica con sus características organolépticas –es decir, que estimulan cualquier órgano sensorial– habrían de fundamentar dicha translación en la nomenclatura, motivada siempre, a su vez, por la necesidad de dar respuesta al requerimiento de dichos efectos; el aroma delicado de la madera del lináloe (Aquilaria agallocha) proveniente del sureste asiático y que ya Cristóbal Colón buscaba en su expedición a las Indias (Hersch y Glass, 2006:24-28), el uso externo de las flores de árnica (Arnica montana) “para facilitar el restablecimiento de la normalidad cuando, a consecuencia de una caída o un porrazo, conviene allanar chichones” (Font Quer, 1983: 828), el efecto benéfico en afecciones respiratorias buscado en las flores del gordolobo europeo (Verbascum thapsus), el astringente y diurético de la doradilla (Ceterach officinarum), entre otros, serían todos sustituidos respectivamente por el de la madera calada de lináloe, un copal aromático (Bursera linanoe), por el de las flores del árnica del país, menos tóxica (Heterotheca inuloides), por las flores de los gordolobos nacionales (como el Gnaphalium semiamplexicaule), por el de nuestra doradilla (Selaginella lepidophylla), que no es un helecho como el así nombrado en Castilla, pero que de manera similar “en tiempo muy seco sus frondes se encogen y apelotonan” (Font Quer, 1983:65).

Como bien se sabe, además de una aplicación y una funcionalidad, las palabras tienen su historia, lo que resulta fundamental también en el campo de la antropología médica. Se pueden mencionar entonces algunos elementos de ello en lo que sigue, tomando ciertos ejemplos de los diversos escenarios sociales de la flora en México.

 

Los escenarios de la flora son escenarios de la lengua

Hemos focalizado cinco grandes escenarios sociales de la flora medicinal en nuestro país, sin que ello implique su totalidad. En el primer escenario referido ya, el de la autoatención y en particular el de la medicina doméstica, las plantas ocupan un lugar como recursos en estrategias de sobrevivencia, y como tales se aplican de manera pragmática aunque correspondan a saberes de diverso origen: los que provienen de la tradición, de los consejos de la vecina en el momento de lavar o tender la ropa, de los discursos, prácticas y recursos de los médicos titulados o de los autohabilitados como tales, de los anuncios televisivos y de otras fuentes, como puede ser incluso lo que se escribe en los empaques de los medicamentos que se guardan en las alacenas de muchos hogares. De ahí que emerja una terminología heterogénea, asignada a los problemas de salud que motivan el uso de la planta, a la planta misma y a sus atribuciones.

La enfermedad puede ser o no caliente, fría o cordial, o puede ser nominada como “colesterol” o “presión” o “azúcar”; la planta puede ser “tética”, “agarrona”, dulce o amarga: el torneo de términos es inherente a las representaciones y prácticas puestas en juego, y ello vale para todos los escenarios socioculturales, que no lo serían sin nominaciones, sin palabras que reflejan el esfuerzo por hacer inteligibles esos saberes para quienes los portan. Y es que las madres en ocasiones expresan su perplejidad ante la terminología médica, como el caso de aquella joven que se pregunta cómo es que el médico le dijo que su hijo estaba enfermo por tener “el gato enterito” (es decir, gastroenteritis).

Así, en un segundo escenario, que es el de la medicina indígena, los términos, en su diversidad, remiten al derrotero al que se han visto conducidos los saberes de los pueblos originarios como efecto de su devenir histórico. Las plantas como recursos, las prácticas en que se inscriben y las representaciones que presiden a menudo esas prácticas o resultan de ellas operan en un medio terminológico que atestigua, en sus estratos, las diversas influencias sufridas por esos saberes a lo largo de generaciones. El “epistemicidio” al que se refiere Santos (2005) o sus gradaciones y alcances, o los efectos evidentes o tácitos de la colonialidad que implica la jerarquización impuesta y naturalizada de seres humanos, de saberes, de lugares y de subjetividades (Restrepo y Rojas, 2010) o a su vez, las luchas de resistencia provenientes de la necesidad de sobrevivir y del empecinamiento identitario, se reflejan también en los términos de una medicina que en mayor o menor grado ha sido expuesta a condiciones de precariedad para su propio desarrollo científico y tecnológico: ese mismo esfuerzo por hacer inteligible el uso de una planta o el padecimiento que motiva ese uso, es a su vez aplicado para dar cuenta de que no hay un solo camino para generar y sistematizar el conocimiento, de tal forma que para señalar eso en el campo que nos ocupa, se han generado a su vez otros términos de utilidad, y así se nos remite a las etno-medicinas, las etno-farmacologías, las etno-nosotaxonomías y las etno-semiologías diagnósticas, como delimitaciones de enfoque que dan cuenta de saberes acosados por siglos de colonialidad, que en el devenir de los años se han ido reformulando para persistir, lejos de esquemas estáticos y de transferencias intergeneracionales mecánicas.

De ahí que los actuales diagnosticadores y curadores de esas medicinas a menudo sincréticas, practicadas de los pueblos originarios y afrodescendientes, presentan rangos muy diversos de aculturación, con algunos de ellos consultando información por internet, mientras otros lo hacen aun atisbando granos de maíz colocados en una vasija, o haciéndolo en un vaso con agua donde han vertido el huevo luego de una limpia. Así, los motivos de atención incluyen terminologías y conceptos provenientes de la cosmovisión de esos pueblos, pero también, a menudo, provenientes de saberes incorporados paulatinamente. Se curan caxanes con caxancapatles y tlazoles con tlazoltomates, pero también disipelas que fueron alguna vez erisipelas, tropesías que fueron alguna vez hidropesías, disenterías mecas, ojeaduras, aires de panteón, garrotillos, en un abigarrado conjunto de problemas susceptibles de una gradación y un ordenamiento inteligible, tanto para el curador como para su paciente.

En cuanto al escenario socioambiental del abasto y la comercialización de plantas medicinales en nuestro país, cuyo origen sigue siendo predominantemente silvestre, con aún pocos ejemplos de plantas sometidas a domesticación y cultivo, un caso significativo es el de la valeriana mexicana, planta de efecto sedante y también denominada hierba del gato, por su intenso y desagradable olor. Esta planta (Valeriana edulis) no sólo tiene también un nombre importado, sino que la valeriana europea (Valeriana officinalis), siendo de la misma especie, compite con ella: la primera contiene proporcionalmente más valepotriatos y la segunda, más ácido valeriánico (Lorenz, 1990; Hersch, 1996:209-210). Ello nos remite a las definiciones de las propiedades de las plantas basadas en sus principios activos y no en la sinergia entre éstos. La valeriana mexicana y la europea se encuentran sujetas a la valoración diferencial que se hace de los efectos de sus componentes principales, lo que no es independiente de las variables que intervienen en su comercialización; es decir, la atribución de mayor efecto de uno u otro de los componentes llega a depender de la disponibilidad de la planta en el mercado (Uwe Schippmann, com. personal, 2003).

 
Los centros de acopio regional de plantas medicinales: otro escenario sociocultural. Foto: P. Hersch M.

Y son en efecto silvestres, es decir, etimológicamente provenientes de la selva, no casualmente, sino porque la farmacia moderna, en su apuesta por los medicamentos de síntesis, excluyó por muchos años a las plantas como tales, y muchas especies mexicanas de uso medicinal no le eran de interés como fuente de “principios activos”, como para derivar en su producción sistemática.

Es así que, como expresión de esa condición precaria desde el punto de vista industrial, numerosas especies se encuentran insertas en circuitos sujetos a las particularidades inherentes a su origen, que ocurre de manera natural y sin cultivo, en el ámbito de la espontaneidad, de lo no programado, de lo no domesticado, lo precapitalista, lo preglobalizado o lo comercialmente primigenio. La diversidad fisiográfica de México resulta entonces determinante en la estructuración refleja del sistema de provisión de las plantas al mercado.

Así, las redes de abasto se basan en el aporte diferencial de los acopiadores regionales en este país, proveyendo a los circuitos centrales de comercialización la diversidad de especies vegetales que conlleva también una diversidad terminológica y donde encontramos una especie de fósiles vivientes, como es el caso del “nido de perico” o “comején”, que figuraba en la primera Farmacopea Mexicana (Academia Farmacéutica de México, pág. 28) aparecida en 1846, y figura ahora como tal o como “comifén” también en la relación de existencias de acopiadores locales y regionales en el suroccidente poblano en 1988, consistente en una formación de termitas que se desprende de los árboles, denominada también “comegé” y consignado como “habitáculos del Fermes luteum” y de uso vulgar “tónico” y “astringente” por el farmacéutico Agustín Guerrero (1925: 56), tomado literalmente de la citada farmacopea.

 
Tlachinaste, comején, nido de perico. Foto: P. Hersch M.

En ese circuito de los abastos y procesamientos premodernos, los términos acompañan a las transformaciones de las plantas, como sucede con las combinaciones prehispánicas de especies medicinales, recicladas hoy para ser introducidas al mercado; tal es el caso del tlanechicolpatle, compuesto que se utiliza para tratar afecciones de la mujer. El término de tlanechicolpatli denota precisamente dos de las características más importantes del preparado, pues proviene del nahua tlanechicolli “cosas ayuntadas y recogidas, o amontonadas” (Karttunen, 1983: 284) y de pahtli, “medicina”.

Este tlanechicolpatli, que acaba siendo vendido en las ciudades como “Ovaritón” u “Ovaricol” en una cajita de cartón, constituye un ejemplo claro de las vicisitudes que las plantas medicinales tienen a lo largo de su biografía cultural, donde un término de origen nahua remoto acaba cediendo su lugar, para un mismo preparado semi-arcaico elaborado con plantas medicinales provenientes de la selva baja caducifolia (entre ellas cuachalalate, quina amarilla, zacatechichi, pericón, tlacopatle) y de otras regiones (gobernadora, cáscara de cacao), a un término comercial, tomado de un producto farmacéutico moderno que fue vendido en el país en los años cincuenta del pasado siglo veinte (Hersch 1996: 125). Así, el tlanechicolpatle, combinación ancestral de plantas con efecto benéfico en las menstruaciones, se disfraza de Ovaricol para realizarse comercialmente en los circuitos del naturismo urbano y semiurbano.

 
Ovaritón en el mercado de la ciudad de Oaxaca. Foto: P. Hersch M.

Los términos no sólo acompañan ese proceso de adecuación o de mimesis, sino que resultan determinantes en él. Es el caso de las numerosas combinaciones de especies medicinales que se ofrecen en mercados y en tiendas naturistas adecuadas en empaques de cartón o en frascos, refuncionalizadas con la ayuda de una terminología fármaco-popular estratégica. Estas combinaciones, siempre funcionales en el marco de las estrategias de sobrevivencia, se dirigen a la optimización de ciertas funciones fisiológicas en los aparatos circulatorios, digestivos, respiratorios o urinarios de sus consumidores, y ahí, de nuevo, los términos forman parte sustantiva del fenómeno, porque es vestida con esas atribuciones que la planta se presenta para su venta. Las atribuciones, las propiedades, las virtudes de las plantas medicinales y de sus preparados se expresan terminológicamente. Pero además, tenemos los términos que proyectan una visión de exotismo y/o de retorno a la naturaleza en boga, destinados a preparados herbolarios: Arvensis, Florizar, Tikal, Aulaga, Yagabil, Huitzol, Quinol, Sidronel, Pulmonar, Azteca, En línea, Varicel, Tepeyac, Riñosan, Estomacal, son ejemplos de este conjunto heterogéneo de preparaciones comerciales que sin embargo comparten entre sí el hecho de proyectar no sólo las características o las propiedades de las plantas en cuestión, sino las expectativas del posible cliente. Es por ello, a su vez, que la terminología que alude a sus efectos –que no necesariamente los preparados de plantas en sí– se acomoda también a un imaginario popular de la modernidad, para aparecer como Astroton H3, Soluto Vital, Relaxil, Figuran, Pensol Concentrado o Sexopronto.

Aun siendo francamente contrastantes con los anteriores, los escenarios socioculturales relativos al ámbito de la biomedicina, como el de los médicos y farmacéuticos en los sistemas formales de atención y en el espacio de la regulación sanitaria, la terminología juega en ellos a su vez un papel determinante en lo que toca a la lectura de los efectos terapéuticos de la flora.

Una cosa es hablar de las atribuciones de la planta, otra de sus propiedades y otra de sus indicaciones. Las aproximaciones a los efectos terapéuticos de la flora medicinal en ese medio se encuentran canalizadas a su vez en una terminología particular que refleja el soslayo progresivo de la mirada clínica y la emergencia de la aproximación experimental. Así, en las antiguas farmacopeas y en los textos clásicos de farmacia y de terapéutica, las plantas medicinales eran caracterizadas en función de los efectos observables directamente en los pacientes: las plantas o sus extractos pueden ser, entre otras muchas posibilidades, catárticas, depurativas, tónicas, béquicas, carminativas o balsámicas, mientras que los principios moleculares activos, característicos de la perspectiva analítica propia de la farmacología consolidada en el siglo pasado, tienen, entre otros, efectos hipoglicemiantes, antiinflamatorios, antihipertensivos, estrogénicos o vasodilatadores. Dichos efectos expresan a su vez otros aún más abstractos: los evidenciables en el nivel específico de la dinámica celular o de los receptores moleculares, por ejemplo. Estas caracterizaciones, a pesar de su terminología contrastante, no son contradictorias, sino potencialmente complementarias: acompañan precisamente el nivel en el cual fija su atención el observador. La paradoja es que la mirada del clínico, cualitativa y cuantitativa, integradora por necesidad, sintetizaría la caracterización de los efectos del vegetal o de sus extractos en el paciente, pero no es reconocida a suficiencia, dada la atomización de la perspectiva biomédica dominante, funcional a una poderosa estructura económica.

Por lo que respecta a la dinámica de regulación de productos naturales, hay también una vertiente semántica fundamental. Lo mismo puede decirse de las categorías regulatorias que llegan a operar como francos eufemismos, como es el caso del uso del término mixto “suplemento nutricional” para con ello dar una salida conveniente para algunos de los actores sociales e inconveniente para otros. Y es que esa peculiar figura del “suplemento alimenticio” resulta a menudo un subterfugio que permite en los hechos a la biomedicina institucional y al sector público eludir la responsabilidad de llevar a cabo investigaciones clínicas acordes con las modalidades de uso popular de las plantas, modalidades que recurren al uso de extractos totales de las mismas y no de principios químicos aislados; el énfasis exclusivo en éstos pasa por alto la integración de aportes complementarios, como si no existieran o fueran irrelevantes las sinergias o asociaciones de principios que modelan los efectos de las plantas.

Así, la planta entra al laboratorio –y al mercado– para ser desmenuzada en nuevas familias y categorías. El proceso analítico tiene sus propias reglas y su propia narrativa, cargada también de énfasis simbólicos aunque se le arrope de “objetividad”.

El remedio no es el medicamento, el medicamento herbolario no es el fitofármaco, el extracto total no es el principio activo molecular, y la receta estandarizada no es la prescripción magistral. Las palabras no son ingenuas. El “suplemento alimenticio” consagrado como categoría regulatoria, no se vende ni se compra porque sea capaz de alimentar o de suplir nutrientes, sino por su reclamo tácito como producto terapéutico pero inconfesable, en una cortada terminológica que permite no invertir en las comprobaciones e investigaciones que se le exigen al medicamento herbolario.

Detrás de toda esta terminología se encuentran aproximaciones no sólo contrastantes, sino a menudo contradictorias o incluso antagónicas, que remiten a su vez a racionalidades difícilmente armonizables. Se llega, en el ámbito regulatorio, a presenciar lides entre disciplinas en torno al efecto de una determinada planta, donde la terminología particular empleada por cada una de esas ciencias tropieza con modalidades epistemológicas a su vez diferenciales y excluyentes.

La realidad se define en el ámbito de la aplicación de los productos. La investigación clínica constituye no sólo el espacio que valida al medicamento como tal, sino el proceso que convierte a una sustancia o procedimiento cualquiera en una mercancía. Y ese proceso tiene su propia narrativa. El “principio activo” cobija y sintetiza un paradigma analítico de acercamiento a la naturaleza lejano de las modalidades de uso empírico, y lo “empírico” se carga de peroración descalificadora.

La hegemonía actual de ciertas aproximaciones de la química, que subordinan en este campo incluso a la medicina clínica, llega a establecer las propiedades terapéuticas de recursos que se definen en el ámbito artificial del laboratorio (Stengers, 1997), en un escenario descontextualizado difícilmente armonizable con la naturaleza relacional y sinérgica de la fisiología animal y vegetal. Y la terminología que acompaña esa lectura predominante, basada en un enfoque analítico, contrasta entonces con la propia del enfoque etnobotánico, al grado de llegar a pretensiones peculiares, como la de retirarle su nombre a la “cancerina” (Hemiangium excelsum) en la Farmacopea –el código oficial de farmacia– para que ese bejuco –llamado también “ixcate” por la apariencia semialgodonosa que toma su corteza machacada cuando se deja colgando al sol–, no genere expectativas en los consumidores de productos regulados, bajo el razonamiento de considerar explícitamente como “trivial” a éste tipo de términos populares como el de la “cancerina”; es decir, algo pueril, pequeñito, insustancial, vano, ligero, fútil, infundado… o bien, recurriendo ya a su etimología, algo común y corriente, pues lo trivial proviene del latín trivialis, de tres vías, con el sentido implícito de que es algo que puede encontrarse en todas partes, aun en los cruces de caminos (Gómez de Silva, 1989: 694).

¿Y es que cómo se le ocurre a esa planta aceptar el nombre de “cancerina”? ¿No entiende acaso que la siempre ingenua y trivial población va a creer con ello que cura el cáncer? La cancerina podría aludir en su defensa, con toda razón, que entonces hay que dejar de usar términos como democracia o soberanía, ambos tan equívocos o embusteros como el suyo. Pues es que “cáncer”, en la terminología médica popular, es con frecuencia un término genérico que refiere a problemas de la piel de tórpida evolución y no necesariamente el proceso maligno de proliferación celular a que se refiere el término en la biomedicina.

Ello nos recuerda esa definición dominante que subraya Foucault de los saberes populares como saberes ingenuos, provisorios o esencialmente equivocados y precientíficos, requeridos siempre de enmienda y que nos remiten, a fin de cuentas, a la genealogía del racismo (1992). Y es que ¿quién utiliza términos triviales, sino aquel que es trivial?

En cada escenario hay entonces una dinámica de términos que refleja perspectivas contrastantes, y esos términos constituyen una especie de llave para explorar sus contextos y su función, pues el término refleja pero a la vez participa activamente en la construcción de una realidad referencial.

 

El aporte de la dialogicidad en la etnobotánica y la antropología médica: Bajtín y lo dialógico como referente

Un elemento que proviene de la lingüística y nos ha sido de utilidad como referente en el trabajo con cada una de las cinco líneas de investigación ya referidas, se encuentra en los aportes del semiólogo ruso Bajtín cuando se ocupa de la alteridad, en particular cuando describe y analiza la tensión entre lo monológico y lo dialógico como dos polos o modalidades de aproximación a la realidad, extrapolables al campo de la etnobotánica y de la antropología médica, e incluso al dominio de los procesos diagnósticos y terapéuticos.

Lo dialógico como un horizonte de referencia preside nuestra reflexión y también algunas propuestas de intervención con actores sociales en sus diversos escenarios, sintetizando una definición de cómo podemos aproximarnos a esos otros y a la alteridad de sus representaciones, de sus prácticas y de sus recursos.

Señalo algo muy elemental aquí, al recordar el acento puesto por Bajtín en la existencia de prácticas significantes polilógicas o dialógicas, en oposición a las prácticas monológicas dominantes en diversos discursos. Si lo dialógico exhibe su pluralidad semántico-ideológica, lo monológico es una tendencia a suprimir todos los acentos ideológicos que no sean el dominante (Silvestri y Blanck, 1993: 63). Lo monológico conlleva el rechazo de una visión pluralista de la realidad: es algo concluso, cerrado. Y ese es un reto y una realidad que se nos presenta en cada escenario: en efecto, si en los escenarios socioculturales que nos ocupan, en tanto que producto social, “la palabra es siempre dialógica”, “en condiciones sociales determinadas puede aislarse, asumir un carácter monológico, puede volverse palabra a una sola voz” (Ponzio 1978: 29, citado en Silvestri y Blanck, 1993: 63), lo que conlleva riesgos de diverso tipo.

Así, los escenarios sociales de la flora medicinal en México remiten a situaciones comunicativas concretas, a situaciones objetivas donde lo contextual se encuentra con lo subjetivo (Silvestri y Blanck, 1993: 50). Esta situación desemboca en dinámicas que luego se plasman en prácticas determinadas por parte de amas de casa, de terapeutas indígenas y no indígenas, de recolectores, acopiadores y detallistas, de médicos, farmacéuticos, investigadores, reguladores sanitarios. Ellos se acompañan, como todo mundo, de una terminología, pero esta rica terminología heterogénea relativa a los múltiples aspectos de la flora de uso medicinal, salta a un campo de encuentros y desencuentros, en una especie de torneo de connotaciones que resultan fundamentales en la práctica de los actores sociales involucrados.

¿Qué tanto estamos entonces lidiando en esos escenarios también con problemas de discurso, de interacciones discursivas, de procesos de sentido y de comunicación, cuando todo ese cúmulo heterogéneo de palabras remite a un “entramado estratégico de acciones a través del cual los sujetos emergen, se definen y se modifican mutuamente”? (Lozano, Peña-Marín y Abril 1993).

            Se trata de discursos en confrontación que a su vez remiten a contextos en confrontación, lo que nos lleva a señalar otro referente fundamental, que es el de la contextualización de diversos saberes y aproximaciones en torno a la flora medicinal, en un proceso que parte de los variados términos correspondientes a esos escenarios. Es decir, la necesidad de explorar las relaciones sistemáticas entre contextos sociales y culturales y las estructuras y funciones del lenguaje en esos escenarios. Y si otro referente en estos escenarios sociales es el de su contexto, fueron justamente los lingüistas quienes han enfatizado la urgencia de tener en cuenta el contexto para desambiguar expresiones polisémicas (Lozano, Peña-Marín y Abril 1993: 48). Así, los procesos de descontextualización de los recursos, constituyen a su vez procesos de descontextualización terminológica, donde las palabras reciben connotaciones cambiantes de acuerdo con su entorno sociocultural. La planta puede ser mero recurso para aliviarse, para no agravarse o para no morir, o refleja a una deidad, o se vende de mil maneras, o constituye un insumo industrial, y acompañando esas dimensiones diversas, las palabras operan poderosamente.

Se trata al fin de definiciones de la realidad, de constructos sociales con un correlato terminológico, de narrativas y de racionalidades en competencia sobre sus “recursos” y sobre sus “efectos”: al final, en una polifonía, los signos se encuentran efectivamente adscritos a sistemas y procesos de significación contrastantes e incluso eventualmente antagónicos, en retículos múltiples y cambiantes: ya no es, en efecto, el signo ingenuo y atomístico que podemos equiparar con una determinada planta medicinal, sino redes que presiden ese signo o ese recurso, sistemas de significación en competencia. Así, estos escenarios sociales remiten a una vertiente semiótica escasamente analizada, en espacios y circuitos donde “el sentido se produce y a su vez produce”, como refiere Eco (1981: 641, en Lozano, Peña-Marín y Abril 1993: 16), y donde importa tal vez más lo que esos signos hacen que lo que representan (Lozano, Peña-Marín y Abril 1993: 16), en discursos diagnósticos y terapéuticos que remiten a sociedades, a través de textos escritos y orales que constituyen objetos relevantes de estudio, y que demandan hoy el concurso de la lingüística en un abordaje transdisciplinario.

 

Algunas conclusiones

Hay mucho por analizar en la vertiente lingüística de la antropología médica y de la etnobotánica. Ya un referente emblemático en esta tarea lo tenemos con los trabajos que realizó Francisco del Paso y Troncoso al ocuparse de la taxonomía nahua de la flora, destacando cómo los nombres de las plantas remiten a sus características y uso (cihuapatle o medicina de la mujer, tlazoltomate o tomate de basura, etc).

 
Flor de camarón (Caesalpinia pulcherrima): especie de uso medicinal procedente de la selva baja caducifolia, utilizada contra la tos. Foto: P. Hersch M.

Cada escenario social de los que se han esbozado aquí implica lenguajes particulares en una relación dinámica y en una práctica de interlocución. Esos lenguajes, haciendo una paráfrasis de lo señalado en su momento por Marx y Engels nacen, como la conciencia, de la necesidad (Marx y Engels 1971: 31, en Silvestri y Blanck, 1993: 30). Este papel motor fundamental de la necesidad, que nos liga con las condiciones concretas de la vida cotidiana, es el motor que subyace en la relación entre el ser humano y su entorno ambiental, de tal forma que la etnobotánica tiene en las nociones de dialogicidad, interlocución y contexto, una materia común de trabajo con la lingüística. Es en la identificación de las necesidades comunes que cae por su propio peso la división impuesta entre lo social y lo biológico.

En una sociedad actual como la nuestra, donde se topan tensiones y compromisos, definiciones y narrativas de la realidad tan contrastantes, y donde justamente la dialogicidad, la interlocución y la perspectiva contextual se encuentran acosadas, aparece en toda su relevancia la identificación de vías que permitan enfrentar la pretensión dominante de quienes hoy propugnan por la instrumentación de la población y de la vida a favor de intereses particulares ajenos al bien común.

La prescripción a ultranza de sentidos únicos y de enfoques unilaterales y excluyentes que acompaña a esos intereses particulares se apoya justamente en el desprecio de la dialogicidad y la interlocución, en la práctica sistemática de la descontextualización, en la proyección de elementos aislados de su contexto e incrustados en realidades a modo, en un proceso que impone sin ambages una aproximación monológica y conclusa en muchos campos. Ahí radica un desafío común de interlocución para todos nosotros.

 

Referencias

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Reseña del libro de Carmen Rea: Cuando la otredad se iguala. Racismo y cambio estructural en Oruro, Bolivia. El Colegio de México, 2015

El valor de la obra

Cuando la otredad se iguala. Racismo y cambio estructural en Oruro, Bolivia, es una aportación en los estudios sobre el racismo en América Latina. Esta obra recorre la historia del racismo en Bolivia para dar respuestas a preguntas claves relacionadas con la persistencia del racismo en la sociedad, en particular, en la ciudad de Oruro; dilucida las maneras en que éste se manifiesta en el tiempo y esclarece su relación con las estructuras materiales y simbólicas, sus cambios y permanencias.

Uno de los valores del texto se encuentra en la relevancia del tema en estos tiempos de guerras neocoloniales, que exigen profundizar en las formas del racismo en América Latina para profundizar rutas de reconocimiento del Otro y de convivencia intercultural.

Desde el punto de vista teórico, el trabajo de Carmen Rea es valioso porque hace una lectura crítica de fuentes clásicas y contemporáneas producidas en distintos contextos nacionales y culturales, y, sobre todo, logra un análisis de caso que enriquece la perspectiva de la investigación del racismo de las clases medias en América Latina. Destaca su imaginación sociológica y su perspectiva histórica social, así como su fundamento empírico, que otorgan una profundidad al fenómeno, sin la cual no es posible comprender su raíz colonial, sus continuidades y rupturas, así como el carácter estructural de la permanencia del racismo y el uso de herramientas de investigación ad hoc que demuestra el potencial que posee la combinación de técnicas cuantitativas y cualitativas en la investigación.

Subrayo la estrategia metodológica seguida para ir más allá de la coyuntura política, esto es, del racismo que se despliega con la llegada a la presidencia de Evo Morales, un presidente Aymara, que se produce en otras regiones de Bolivia. El trabajo incursiona profundo en los mecanismos con los que opera el racismo en el espacio de la vida cotidiana. El racismo no puede seguir siendo negado en nuestras sociedades. Efectivamente, éste fenómeno afecta a la sociedad en su conjunto y particularmente a los pueblos indígenas y afrodescendientes. Una sociedad racista y sexista no es nunca una sociedad libre de violencia. El racismo es en sí, una forma de violencia, que requiere construir la amenaza del Otro para justificar su acción, pues como ha argumentado Devalle, “la violencia tiene significado sólo si tiene un objeto”, y son “los valores de la inferioridad/ superioridad” los que “proveen” el objeto de la violencia, desde luego, en condiciones históricas específicas. De donde se desprende que el racismo construye objetos de violencia y se justifica a partir de un proceso de diferenciación y de paulatina deshumanización del Otro, que atraviesa por distintas fases hasta que en determinadas circunstancias se produce la negación absoluta de sus cualidades humanas y legitima su aniquilamiento.

La escritura del trabajo entreteje con gran rigor teórico-metodológico y empírico las categorías de análisis con los discursos de los protagonistas y conduce al lector a una realidad de tensiones y desencuentros entre bolivianos no indígenas e indígenas, con un alto nivel de violencia simbólica, así como a la comprensión de los procesos de orden social, económico, político y cultural que se encuentran en el origen del racismo y de las mentalidades de los sujetos racistas y racializados.

La obra trasciende el tiempo y el contexto en que se realiza la investigación, la ciudad de Oruro, Bolivia, en el nuevo milenio. Inicia exponiendo en el capítulo I, la constitución del sujeto y el orden social heredado. En el capítulo II, el debate contemporáneo sobre el imaginario nacional que se basa en la pregunta: ¿Más indígenas que mestizos o más mestizos que indígenas? En el capítulo III y IV, se exponen los procesos de racialización. El capítulo V trata la pérdida del monopolio de los espacios de reproducción de clase, y, por último, el capítulo VI aborda los cambios estructurales y la emergencia de una nueva pequeña burguesía indígena.

El debate teórico que presenta Carmen Rea en su introducción sintetiza y esclarece la naturaleza del racismo en el caso de Bolivia y, por ende, en la región latinoamericana, esto desde la perspectiva de Foucault y de trabajos como los de Segato, haciendo una lectura propia del fenómeno boliviano. Así, deja planteado que el racismo es un fenómeno condicionado histórica y socialmente, relacionado con la dominación económica y política, y, por tanto, precisa la autora, no hay un continuum entre colonia y formación de la nación. Esto no niega la raíz colonial, pero supone que se caracteriza por continuidades y rupturas, en el sentido de que se transforma en su lógica y formas de expresión, según tiempo y espacio.

Siguiendo a Foucault, Rea considera que el racismo es una técnica del biopoder, que regula vida y población, con el fin de hacerlas productivas para el capital, al tiempo que ejerce el derecho de muerte, esto es, separa lo que debe vivir de lo que debe morir, la eliminación física y “exclusión moral o política” del Otro, justifica la diferencia para separar y clasificar.

Deja claro la indisociable relación entre racismo y Estado-nación, entendiendo el “racismo como un modo de establecer diferencias, desequilibrios o censuras, apelando a la biologización de lo social (proceso de racialización)” y al Estado como un orden inacabado, un aparato burocrático no siempre coordinado y centralizado, que no es lineal en su funcionamiento, en el que existen negociaciones sobre la dominación y disputas por el poder (Escalona, 2011:45, citado en Rea).

Siguiendo a Segato (2007:29), sostiene que el racismo es una forma de producir alteridades, convirtiendo en Otros a determinados sujetos, por medio del discurso de las élites, lo que se reproduce en el ámbito familiar y en la vida cotidiana, y se transforma por la resistencia de los sujetos racializados.

Carmen Rea opta por el uso de lo racial, en lugar de raza, lo que puede superar un debate que aparentemente parece haberse agotado, y, en cambio, refiere a la diferenciación social que adopta el fenotipo, indicador de diferenciación, que hace posible observar al Otro como raza. Lo racial es un criterio de identificación/diferenciación, un recurso de biologización, pero también se racializan otros atributos culturales y sociales de origen étnico, religioso, etcétera. Los rasgos fenotípicos son negociables en determinadas circunstancias; lo racial se constituye en un recurso de lucha y un capital en el sentido bourdiano, en tanto posee un valor.

Rea coloca el blanqueamiento en el centro de lo que denomina Otrificación e Inferiorización en la ciudad de Oruro. El blanqueamiento implica una valoración de lo blanco en forma obsesivamente positiva y superior frente a sus opuestos, que son altamente menospreciados, lo indígena, lo negro, etcétera. Lo blanco es una condición de privilegio en la estructura social, es un indicador “subjetivo” de clase. De allí la aspiración al mestizaje, un discurso de poder que distingue a la población para justificar situaciones de privilegio.

Cuando la Otredad se iguala, título del libro, es profundamente significativo de una de las particularidades del racismo en períodos de crisis, coloca el análisis en el corazón de este racismo que se exacerba en tiempos de cambios económicos y sociopolíticos en la sociedad orureña, de visibilidad y emergencia política de los sujetos racializados. En otras palabras, la construcción del objeto del racismo se ve fuertemente favorecida por cambios económicos y políticos en la sociedad, que conducen a una mayor visibilidad e igualamiento del Otro, incluso percepción de desplazamiento, percibido o que se produce por un proceso de movilidad social y fortalecimiento del Otro en un lugar privilegiado del sistema de clases que modifica las jerarquías sociorraciales dominantes en la sociedad.

Persiste en el imaginario el deseo de un cambio del color de piel; pero lo que se origina es un mestizo blanqueado y el blanqueamiento es más cultural. De allí la denominación de cholo, a quien al igual que al indio, se le niega la igualación. Los cholos invaden los espacios antes exclusivos, por lo que las clases medias pierden exclusividad y el control de la otredad, señala la autora. Antes, según las élites, el indio estaba en su lugar, pero llega a la ciudad, espacio al que la clase media se aferra, produciéndose una re-significación de marcas culturales y fenotípicas que se acentúan en las escuelas.

Pensemos, en esta dirección, en el slogan xenófobo racista durante los años de la Gran Depresión en el siglo pasado: “Francia para los franceses”, por la presencia de trabajadores belgas en las minas del carbón, o en la xenofobia y el racismo en la Europa actual con respecto a la inmigración de sus excolonias en el Medio Oriente y África. Frente a la amenaza real e imaginada del Otro, la xenofobia y el racismo se vuelven más abiertos, particularmente ante el horror de los ataques terroristas recientes del Estado islámico, y la respuesta de un terrorismo de Estado, que los medios de comunicación masiva no identifican ni repudian.

Recordemos también la irrupción indígena en la ciudad de San Cristóbal, Chiapas, luego del levantamiento de los mayas zapatistas, antes espacio exclusivo de los coletos y san-cristobalenses, que hoy se torna multiétnico y pluricultural.

En el estudio La pequeña burguesía indígena comercial de Guatemala. Desigualdades de clase, raza y género, de Irma Alicia Velásquez Nimatuj, Serjus, (2002, 2011: 185), se plantea que:

“Contrario a lo esperado, el racismo termina convirtiéndose en un puente que une a la pequeña burguesía Quiché con el resto de mayas de escasos recursos, porque para un significativo sector ladino conservador de Guatemala, no importa que se puedan tener fuertes afinidades de clase con los miembros de esta pequeña burguesía comercial, “para ellos” – como dijo uno de los nietos de la familia Cotom Soch, “aunque nosotros tengamos pisto [para la élite ladina] no dejamos de ser indios”.

Los casos son innumerables. Lo interesante es que la obra de Carmen Rea analiza la complejidad y especificidad de la realidad de estudio, desarrollando planteos relevantes, antes formulados, pero que se desprenden necesariamente de un exhaustivo análisis e interpretación de los datos. Por ejemplo, Rea hace explícito que los cambios en la estructura social y económica en la ciudad de Oruro, producen una nueva relación entre clase y etnia, antes en correspondencia, y una crisis de identidades por la pérdida de privilegios, exclusividades, y procesos de igualamiento que provocan la puesta en marcha de mecanismos de racialización y cierre de fronteras identitarias a causa de su transgresión. En el caso de Oruro, esto sucede por el “acceso [de los Aymaras] a bienes materiales y culturales, y a espacios antes exclusivos de las clases medias, como la escuela.

La ruptura de la relación entre clase y etnia, antes en correspondencia, se produce en otros contextos. Es el caso de las escuelas de élite en Mérida, Yucatán, en las que se pretende la exclusividad, documentado por Eugenia Iturriaga, en su tesis sobre Las elites de la ciudad blanca: racismo, prácticas y discriminación étnica en Mérida, Yucatán, 2011.

Esta misma disputa por los espacios antes exclusivos puede observarse cuando la irrupción se produce en el ámbito de la política. Así el racismo se instrumenta con recursos del poder, según las clases que perciben la amenaza de pérdida de sus privilegios, y se manifiesta en distintas formas y niveles.

En Bolivia, Carmen Rea reconoce que los cambios políticos han abierto más espacios de participación de indígenas precisamente en el ámbito político, y también en los espacios económicos, sociales y culturales de la sociedad boliviana, pero no se ha modificado el orden social racializado, su base sigue siendo el blanqueamiento racial y cultural.

Reitero y con esto termino, el trabajo aproxima al conocimiento profundo de los mecanismos con los que opera el racismo en la vida cotidiana, entre las clases medias, en la lucha por recursos, en la instrumentación de lo racial, en la invasión de espacios de exclusividad, en la pérdida del control de la otredad, todo lo cual, exacerba el racismo. Esta obra será un referente obligado en los estudios sobre el racismo en la región latinoamericana, por lo que felicito a Carmen, y exhorto a los estudiantes a su lectura.