Los viajeros suelen ver con cierta cuota de ingenuidad los paisajes naturales y al hacerlo, sin tener clara conciencia de ello, reafirman añejos estereotipos culturales. Contados son los viajeros que con más tiempo y espíritu de observación descubren en el entorno natural las huellas de sus semejantes: envases de plástico o de metal, guijarros o fragmentos de objetos más antiguos, restos de construcciones variadas y dispersas. Algo similar sucede con las miradas simplistas acerca de las actividades económicas en las zonas rurales, al referirlas como si estuviesen suspendidas en el tiempo, significándolas como ahistóricas, naturalizadas, esencializadas. Lamentablemente, cuando los etnógrafos, caen atrapados en las telarañas del presentismo reproducen parecidas representaciones y creencias acerca de los espacios rurales locales o regionales. Por lo anterior, resulta deseable impulsar un enfoque interdisciplinario sobre dicha problemática, analizando de otro modo las relaciones entre cultura y naturaleza del presente regional, sin renunciar a develar sus vasos comunicantes con el tiempo precedente. Estamos a buen tiempo, de prestar sostenida atención al desarrollo de los proyectos predatorios de las mineras canadienses en el Estado de Morelos, que repiten lo que otras empresas realizan en otras regiones de México, o en otros países. No nos debe sorprender que el capital minero, o de otro tipo, al erigirse en polo de inversión y explotación generen mecanismos de control y subordinación en los pueblos, compre los favores de la burocracia estatal y federal y convierta en corifeos suyos a algunos académicos. El capital, la política y el saber carecen de neutralidad.
El caso que analizamos nos remite a otro espejo regional donde operan parecidas y convergentes fuerzas e intereses predatorios de naturaleza y cultura. El capital predador es uno y diverso, transnacional o nativo y por ende, alberga contradicciones en su seno, pero nunca mayores a las desarrollan frente a las minorías étnicas y clase subalternas y a la propia naturaleza. Más allá de la distancia temática y temporal con las preocupaciones morelenses actual sobre la minería, el lector atento podrá descubrir vetas de reflexión sobre las excrecencias del capitalismo realmente existente en nuestro país. Destacaremos el drama del impacto ganadero en la región istmeña de Veracruz, como modo ecocida y etnocida. Mírese de otro modo en ese espejo del capital lo que la minería, en términos de mayor envergadura puede representan para la naturaleza y la cultura morelense.
Entre 1988 y 1994 realizamos periódicas incursiones etnográficas constatando que el proceso de desforestación de esta zona del trópico húmedo y la implantación mercantil de ciclos agropecuarios mercantiles, fue acompañado de la desestructuración cultural de los popolucas, tan devastador como el que PEMEX generaba en el modo de vida de las poblaciones nahuas. La categoría rectora de análisis se centra en la tierra – y el agua- como medios de producción, como bienes de vida enlazados a la cultura y como factor de estructuración y recomposición del poder regional, alienación y resistencia.
Economía depredadora y territorialidad étnica
En este contexto regional se ubicaba la zona industrial petroquímica más relevante del estado de Veracruz y del sureste del país. En este ámbito localizamos una red urbana altamente jerarquizada: Minatitlán-Coatzacoalcos-Acayucan, frente a su hinterland rural indo-mestizo. El desarrollo portuario fluvial de altura de Coatzacoalcos contrastaba con un paisaje rural dominado y en crisis ecológica y económica por la acción de la ganadería extensiva, la entronización de nuevos cultivos forrajeros, la fruticultura, el café y el tabaco, en perjuicio del cultivo tradicional maicero y del uso racional indígena del ya abatido bosque tropical.[1] Los datos censales nos permiten trazar un cuadro comparativo de los procesos de cambio en la región istmeña con particular incidencia en la población popoluca.
A lo largo de la década de los setenta del siglo pasado la población popoluca resintió cambios en su inserción en la PEA a escala municipal y regional istmeña. Hasta 1980, la PEA regional ocupada en actividades agropecuarias representaba el 62.5 por ciento, seis puntos porcentuales arriba del promedio de su población rural. En los municipios de Soteapan, Sayula y Hueyapan de Ocampo, el 77 por ciento de la PEA se ubicaba en la agricultura.[2] Este panorama se modificó de manera visible según los datos censales de las dos décadas siguientes.
Tomando como referencia los datos de 1990 sobre la representación de la población popoluca en la PEA a nivel municipal y de localidad, constatamos que en todos los municipios la población económicamente inactiva se hizo más representativa que la activa en un orden que fluctuaba entre 15.9 y 7.1 puntos porcentuales por encima de la PEA municipal. En promedio, la PEA se ubicaba en un 24.4 por ciento de la población de los municipios analizados. Veamos esta situación según los municipios que registran localidades con densidad popoluca mayor al 30 por ciento de sus poblaciones: Acayucan 31.6 por ciento (943); Hueyapan de Ocampo 35.2 por ciento (3,999); Sayula 40.2 por ciento (3,805) y Soteapan, 33.3 por ciento (6,900).
Y evaluadas las actividades por sector económico para las localidades popolucas de cada municipio, se comenzaba a manifestar de manera definida su perfil predominantemente agropecuario monopolizando las actividades laborales del sector primario, salvo Sayula. Según los datos de 1990 el panorama ocupacional fue como sigue: Acayucan 84.6 por ciento (612); Hueyapan de Ocampo 89.8 por ciento (2,489);Sayula 34.38 por ciento (762) y Soteapan 89.1 por ciento (4,338).
En el caso de Sayula, dada su ubicación estratégica en la red carretera y mercantil de la región istmeña, las actividades del sector secundario absorbieron para 1990 el 18.4 por ciento de las localidades con mayor población popoluca, y el sector terciario se colocó 13 puntos sobre el sector primario al registrar el 45.8 por ciento. Por lo anterior, el caso de Sayula no guarda parangón con los demás municipios con alta densidad popoluca. Estos datos son relevantes porque registraban un cambio sustantivo a lo largo de la última década, toda vez que en 1980, la agricultura y la ganadería, representaban el 54.9 por ciento de la PEA municipal, acentuándose esta tasa porcentual en las localidades con mayor presencia popoluca.
Las poblaciones popolucas de los municipios de Oluta, Sayula y Texistepec ubicadas en terrenos planos en los que la desforestación en función de la penetración del monocultivo y de la ganadería se expandió gradual e inexorablemente bajo el sistema de tumba, roza y quema. Un espacio que hasta el último cuarto del siglo XIX, expresaba un nítido perfil de bosque tropical, a inicios de los años noventa del siglo XX mostraba otro paisaje. En el hinterland de la carretera transítsmica, así como en los márgenes del río Coatzacoalcos y sus afluentes: la floresta cedió paso a las pasturas, los cultivos comerciales y a algunos bolsones de tierras rojizas y estériles que se proyectaban hacia las estribaciones serranas.
El proceso de ganaderización de la agricultura del istmo veracruzano, acusaba por esos años una tendencia similar en ciclos y modalidades a la seguida más al sur, en el estado de Tabasco durante las décadas que van de los cincuenta a los setenta de este siglo. [3] En otras palabras, el espacio popoluca al quedar integrado a un espacio interregional económico que trascendía los límites del estado de Veracruz, y que se encontraba estructurado por los polos de desarrollo petrolero y ganadero, fue rudamente golpeado.
La ganaderización del espacio popoluca, no sólo ha abatido actividades tradicionales vinculadas a la caza, la pesca y la recolección favoreciendo la tala de los bosques, así como un proceso de diferenciación social conflictivo. La alteración de los propios cultivos de la región istmeña resintió la presión de la ganaderización agrícola, al contraerse la producción maicera en favor de los cultivos forrajeros. El maíz soporte del universo cultural popoluca fue herido de gravedad. El caso istmeño reprodujo el tenor general de un nuevo descalabro ecológico durante los años setenta afectando toda la selva húmeda del sureste al ritmo de la expansión ganadera.[4]
Una estimación prueba la segmentación del espacio económico istmeño al constatar que a principios de 1990 : el 50 por ciento de la población estaba dedicado a la ganadería, un 27 por ciento a la agricultura , un 13 por ciento a las áreas forestales y un 10 por ciento a la actividad industrial.[5]
La realidad agropecuaria revelaba ya para 1980 la división existente entre producción agrícola del ciclo corto y monocultivo con relación a la ganadería bovina, y en favor de esta última modificando el patrón existente hasta mediados de los años setenta. Hasta los primeros años del setenta, la mayor superficie de cultivo en la región se dedicaba al cultivo del maíz (55.2 por ciento), la caña de azúcar (26.5 por ciento) y el frijol (10.5 por ciento).El 7.8 por ciento restante se distribuía entre los cultivos menores de: arroz, café, chile, ajonjolí y frutales.
Este panorama cambió cualitativamente. Al decir de Velasco Toro:
"Al acentuarse el deterioro de la economía campesina por el impacto inflacionario del crecimiento industrial petroquímico que no cuidó instrumentar un plan de desarrollo regional equilibrado, la producción de básicos empezó a descender aceleradamente, al grado que para principios de los ochenta ,el cultivo de maíz registra una caída de -7.5 % y la de frijol de -76 % .En contrapartida ,la superficie dedicada a cultivos como la caña de azúcar, café y frutales experimentó un crecimiento promedio de 7.5 %, al absorber importantes espacios que eran sembrados con granos básicos."[6]
En 1981 según estimados de la SARH, 132,851 hectáreas se dedicaban a la ganadería con pastos naturales o cultivados en la región, es decir un 40.9 por ciento de la superficie de labor. La ganadería privada agrupaba entonces un 68 por ciento de las tierras bajo este régimen y la ganadería ejidal ascendía al 30 por ciento. Las variaciones en materia de superficie de pastoreo marcaron una diferencia entre ambas modalidades de tenencia de la tierra. En el caso de los ejidatarios mestizos el promedio de hectáreas es de 6.5 con pastos naturales o inducidos, en los ganaderos con estancias en propiedad superó las 50 hectáreas promedio de pastos naturales, inducidos o cultivados. En el caso de la mayoría de los ejidatarios popolucas se vieron inducidos por necesidad y subalternidad a rentar sus tierras a los prósperos ganaderos mestizos o a los mestizos ejidatarios que no se daban abasto con sus superficies de pastura. Por esas fechas, Sayula destinaba el 61 por ciento de las tierras ejidales a la ganadería y Soteapan el 40 por ciento de las propias. [7]
La expansión ganadera no sólo fue percibida por los popolucas en su acepción nefasta de depredación de la montaña, el otrora dominio inalterable de los chaneques, sino también como palanca desestructuradora de los tradicionales cultivos de maíz, sustento real de la identidad mítica de Homshuk la principal deidad tutelar de los popolucas. El testimonio de Domitilo Santiago, popoluca de Soteapan es harto elocuente al respecto:
"Nos rodean los potreros y en mi familia (de veinte miembros) sólo tenemos tres hectáreas para el maíz y como media de frijol aparte. Aunque quisiéramos sembrar más maíz y frijol, ya no tendríamos más terreno ya que los ganaderos tienen casi todo con potrero."[8]
Los grupos ganaderos y el poder
De las primeras cinco asociaciones ganaderas locales, merecen destacarse dos de ellas que incidieron fuertemente sobre la reorientación económica de los popolucas: las asociaciones ganaderas de Acayucan y Oluta. Inicialmente la ventaja estratégica de Oluta sobre Acayucan, se afincaba en que la estación de ferrocarril del mismo nombre, aparecía como el principal medio de embarque de ganado. Esta situación se revirtió más recientemente en favor de Acayucan.[9] No obstante lo dicho, una revisión histórica podría arrojar nuevos datos sobre los polos de la ganadería istmeña. Al respecto, un reporte de Rubén B. Domínguez a la sazón presidente municipal de Acayucan, a principios de la década los cincuenta señalaba un panorama diferente en cuanto a la gravitación ganadera según los municipios: 1)San Juan Evangelista, 2)Texistepec ,3) Acayucan, 4)Oluta, 5) Sayula y 6)Soconusco. [10] Nótese que con la excepción de Soteapan, todos los demás municipios aparecían configurando el espacio étnico de los popolucas. La ganadería istmeña parece tener una historia tan antigua como el proceso colonial. Las haciendas "Corral Nuevo" y "Almagres" según un anciano popoluca de Sayula, estaban "cubiertas de ganado" en los tiempos del Porfiriato.[11]
La diferenciación social en Sayula deja tempranos indicios de su eslabonamiento con la ganadería. A nivel municipal la antropóloga Calixta Guiteras, registró un significativo incremento a partir de los años treinta en el ganado vacuno luego de la brusca caída de los años de la Revolución, al pasar de 488 cabezas en 1930 a 1618 cabezas en 1940. Al mismo tiempo habría que marcar una fuerte contracción del ganado porcino en dicho período al pasar de 1,550 cabezas en 1930 a 978 en 1940. En la encuesta ganadera de Guiteras de 1950, se reportan sobre una muestra de 100 casas visitadas al azar, sólo cinco familias que poseían ganado vacuno, en cantidad que no sobrepasaba las cinco cabezas por unidad doméstica. Decía también nuestra antropóloga, que en el pueblo de Sayula, cabecera municipal del mismo nombre, al parecer se registraban sólo 32 familias propietarias de ganado vacuno, es decir un 5 por ciento de su población. Las escalas marcaban una ostensible diferenciación social: 1 familia con 80 cabezas, 5 familias de 30 a 40 cabezas, 1 familia con 25 cabezas y 20 familias de 1 a 10 cabezas. Las cinco familias restantes no aparecen registradas.[12] Un reporte de mediados de los años setenta, menciona que los indígenas no excedían en promedio las 3 o 4 reses por familia. En las comunidades mestizo-popolucas de Santa Rosa Loma Larga y Sabaneta del Municipio de Hueyapan de Ocampo, el popoluca que más cabezas de ganado vacuno tenía, llegó a 40.[13]
La ganadería en la zona popoluca quedó bajo el control omnímodo de la denominada Asociación Ganadera de Sayula, entidad montada principalmente por un grupo de ganaderos migrantes procedentes de Alvarado, asociado a un grupo nativo vinculado a la familia Alemán. A esta asociación pertenecían a mediados de los años setenta, 612 socios de los cuales un 40 por ciento eran ejidatarios en su mayoría mestizos con un promedio de 20 a 40 cabezas, mientras que los más prósperos ganaderos popolucas de Sayula no rebasaban el límite de 10 cabezas. Las distancias se acrecientan entre los agremiados si tomamos como referencia que el 3 por ciento de los socios, poseían en propiedad hatos de más de 15,000 cabezas de ganado, siguiéndoles en importancia los que contaban con 5,000 cabezas en promedio y que representan al 10 por ciento de los socios.[14]
Los popolucas han sufrido la expansión ganadera de muchas formas: con la modificación de su hábitat y de los usos de sus parcelas, así como del tradicional régimen de trabajo familiar y comunitario. Muchos ejidatarios popolucas dependían a través del sistema de aparcería de los ganaderos y caciques locales. Sin lugar a dudas, la mediería siguió jugando el rol de control económico y político de los popolucas y mestizos pobres y de medianos recursos. Los grandes ganaderos limitados por las tasas normativas que fijan los límites de los hatos ganaderos en 400 cabezas para extensiones no mayores de 200 hectáreas, recurrieron a los prestanombres pero principalmente al sistema de mediería, para acceder a la tierra ejidal y frenar la potencial conflictividad social que propiciaría un régimen de concentración de la propiedad agraria. Las modificaciones al artículo 27 constitucional promovidas por Salinas de Gortari y justificadas por el antropólogo Arturo Warman, estimularon una mayor voracidad de tierras por parte de los medianos ganaderos mestizos que en los grandes ganaderos, que seguían privilegiando sus formas de control de tierras de pastoreo con menor riesgo social.
La pugna por el control de la Unión de Ganaderos de la Región Sur de Veracruz al filo de 1970, reveló que esta corporación que aparecía como el principal polo de poder económico y político regional, había entrado en crisis haciéndola extensiva a las fricciones intermestizas en el seno de los municipios popolucas. Nacida y sostenida al amparo del presidente Miguel Alemán, originario de Sayula, consolidó el cacicazgo familiar a través del liderazgo del ganadero y empresario del transporte Amadeo González Caballero, hasta su deceso en junio de 1970. La lucha por la sucesión se libró bajo un nuevo contexto, en el que el principal polo de poder económico y político pasó a manos de los petroleros de Coatzacoalcos-Minatitlán. El clientelismo político ampliado por este sector, al ritmo de una nueva fase de expansión urbana, terminó por desplazar la hegemonía ganadera.
Durante 1971, los grupos ganaderos intentaron ampliar sus redes de clientelismo político al seno de los municipios popolucas, a fin de lograr una nueva hegemonía en la UGRSV. Las Asociaciones Ganaderas Locales fantasmas promovidas por el grupo de Sayula (Victoriano Andrade Delgadillo y Jorge Caballero) para enfrentar al grupo liderado por Guillermo Trolle, se apoyaron para su reconocimiento en las presidencias municipales de Sayula y de Soteapan, así como de otras entidades municipales mestizas (Chinameca y San Juan Evangelista). El propio municipio de Sayula fue acusado de usurpar funciones al promover el reconocimiento faccional de grupos ganaderos mestizos de Acayucan y Oluta.[15]
La ganadería y las mudanzas del modo de vida popoluca
La agricultura para la economía de los popolucas tenía como centro al maíz, pero apreciaban otros cultivos aleatorios como parte de sus estrategias de vida como: el frijol, el ajonjolí, el arroz y los frutales, sin desdeñar la incidencia de algunos cultivos comerciales como el café y la caña de azúcar. La expansión cafetalera, antes del abatimiento que trajo consigo su crisis, afectó a un buen número de familias popolucas por los altos costos de producción (insumos y mantenimiento), así como por las trabas burocráticas de INMECAFE y la voracidad del sistema de coyotaje y acaparamiento del grano.
Los cultivos del maíz y del frijol, fueron los soportes de su subsistencia familiar y comunitaria. La caza y la pesca variaban en su significación según las zonas de asentamiento. La parte baja o llana registraba durante el periodo estudiado una mayor incidencia de la pesca de mojarra, bobo y juile, dada la red fluvial que la atravesaba (Huazuntlán, Hueyapan, Mezcalapa y Suchiapa afluentes del Coatzacoalcos). En cambio, era más importante la caza en la parte alta que se proyecta sobre las estribaciones serranas de Santa Martha y Los Tuxtlas. Esta zona sólo contaba con el rio Canapa y algunos ojos de agua. Pero el agua, no representaba problema, dada la alta tasa de precipitación pluvial inserta en un ciclo largo de lluvias recurrente. El clima templado y una mayor vegetación compuesta de coníferas, encinos, ceibas y cedros entre otros, dejaban margen aunque cada día más estrecho, para la recolección y caza.
Los popolucas recolectaban en la zona de montaña diversos productos estacionales comestibles, pero también insumos para sus prácticas artesanales o de sanación (medicinales). La recolección tradicional de miel de abeja que implicaba el corte del panal silvestre que pendía de los árboles para luego colgarlo del alero de la casa y abrirlo durante los meses de marzo y abril, ha resentido el abatimiento de la flora y la introducción de algunas técnicas mestizas de la apicultura, según registraban algunos estudios comparativos a inicios de los noventa.[16]
Uno de las plantas más cotizadas es el denominado "chocho" o "chucho" que los popolucas lo consumen asado o guisado, y eventualmente crudo, previa limpieza de sus espinas; también se comen sus flores. Otro arbusto silvestre de la zona de montaña que es objeto de recolección por ser comestible y ornamental es el denominado "tepejilote" que crece en los peñascos y a la sombra de los árboles. Tanto el "chocho" como el "tepejilote" no rebasan los dos metros de altura. Los popolucas recolectan también las semillas y la envoltura blanca de la vaina cimarrón; el junco que es un tipo de bejuco espinoso; los frutos del árbol "cartagena", etc. [17]
Los rasgos de esta economía de los grupos domésticos popolucas, parecen tener líneas de continuidad histórica muy marcadas. Andrés Iglesias reportaba que para 1850 los popolucas de Soteapan, combinaban sus cultivos de maíz y frijol, con otros menos tradicionales y vinculados al circuito mercantil: la caña de azúcar, el arroz, el algodón y las piñas. Además la crianza de ganado porcino y caballar estaba bastante extendida. Resaltaba también este viajero la importancia de la caza y la pesca (bobos y camarones), así como la captura de chapulines.[18]
La ganadería de las familias popolucas era de carácter extensivo demandando una tasa muy alta de pastoreo en zonas de agostadero (1 1/2 hectárea por cabeza) en donde predominaba el zacate privilegio (guinea) introducido por los ganaderos, además de las pasturas nativas, alcanzando en promedio las cuatro cabezas por unidad doméstica. Los ganaderos mestizos introdujeron en la región otras muchas variedades importadas: estrella de áfrica, elefante, merquerón, alemán, pangola, jaragua y bermuda. Sin embargo, a fines de los ochenta, preferían las variedades guinea y pará por su mayor rendimiento para el engorde. Se desconoce el impacto de estos forrajes sobre la flora y la fauna regional, pero hay indicios confiables que no fueron nada buenos. A lo anterior, se aúna el impacto, tampoco evaluado del sobrepastoreo de los pequeños ganaderos popolucas y mestizos en los agostaderos.
Esta actividad ganadera de los popolucas si bien era de subsistencia, aparecía subordinada al control que ejercían los ganaderos mestizos sobre el forraje, la asistencia técnico-crediticia, los precios y comercialización, el sistema de mediería y el arrendamiento de tierras ejidales. Los apoyos a la ganadería entre los popolucas fueron erráticos, precarios y conflictivos. Al respecto, fueron elocuentes los casos de los ejidos de: Las Palomas, Amamaloya, Mirador, Saltillo, Hilario Salas y El Tulín en el municipio de Soteapan ;Sabaneta, Emiliano Zapata, Santa Rosa Loma Larga y Nacaxtle en el municipio de Hueyapan de Ocampo. En general, las entidades crediticias orientaban el crédito hacia las comunidades y ejidatarios mestizos. En 1975, el Fideicomiso Ganadero Ejidal, invirtió 15.5 millones de pesos en contratos de asociación en participación, aportando 3 mil cabezas de ganado para igual número de hectáreas de 322 ejidatarios. Bajo esta modalidad los ejidatarios ponían su trabajo, la tierra y el forraje, así como la responsabilidad crediticia, que en la mayoría de los casos los terminó por arruinar. Mientras que para el mismo año, el Banco de crédito Rural otorgó 200 mil pesos a dos comunidades indígenas de la región istmeña, para la campaña contra la garrapata y la instalación de corrales de manejo.[19]
El Censo Agrícola de 1960, reportaba para Soteapan 1,105 cabezas de ganado vacuno, que una década más tarde se había incrementado aproximadamente en un 25 por ciento, era en su mayor parte propiedad de mestizos. El antropólogo Félix Báez, advertía ya una tendencia ascendente en la ganadería vacuna que consideraba que iría alterando la actividad ganadera tradicional, más vinculada a la cría porcina, caballar y mular. Para 1965, el ganado vacuno era visible en la cabecera municipal, no así en las localidades serranas. Pero, el desarrollo de los poblados de Perla del Golfo y Zapotitlán, fueron estimulando la expansión de la frontera de la ganadería vacuna en el área, lo que explicaría que ya a fines de los sesenta en localidades como Magallanes, Piedra Labrada y Zapoapan, se encontrasen significativos cultivos de forraje (zacate pangola) en lugar de maíz.[20]
El Distrito de Temporal Nº 8, había elaborado a principios de los ochenta algunos programas sectoriales de incentivo a la ganadería en las localidades popolucas. Particularmente destacaban en la Zona I, Texistepec con un programa de cría para la producción lechera. Y Soteapan, en la Zona IV, con un programa de engorda para la producción de carne. En realidad, el programa de la zona I, fue ficticio ya que el ganado además de no ser "lechero" se destinó al igual que el de la Zona IV, a abastecer las demandas del mercado de carne de las ciudades de México, Puebla, Toluca y Veracruz, al mismo tiempo que favorecen a los acaparadores e intermediarios mestizos de la región.
Al igual que lo que acontece con las comunidades étnicas a escala nacional, en la región istmeña los circuitos mercantiles están marcados principalmente por las relaciones asimétricas existentes entre mestizos y popolucas, aunque involucran una gama más diversa de relaciones interétnicas. La densidad histórica de estas desiguales relaciones de intercambio se remonta al siglo XVI, a partir del contacto colonial. A mediados del Siglo XIX, un viajero perspicaz anotaba que los excedentes agrícolas de los popolucas de Soteapan eran llevados a los tres principales poblados mestizos de la región: Acayucan, Chinameca y Minatitlán.[21]
A principios de los noventa constatamos que las prácticas comercial-usurarias en la región eran monopolizadas por los ganaderos y los coyotes mestizos que controlaban la comercialización de granos (maíz, café, frijol, etc.). En el siglo diecinueve, los comerciantes mestizos de Acayucan y Chinameca, reforzaban sus mecanismos clientelares mercantiles con los popolucas de Soteapan, a través del compadrazgo. El bautizo de los niños popolucas celebrado el día de la fiesta de San Pedro, fijaba los términos de un intercambio ritual asimétrico, por el que el comerciante mestizo:
"…regala a sus compadres (popolucas) algunas botellas de aguardiente y cuatro reales de jabón, y recibe en cambio un cerdo bien cebado, cuatro reales de panela, tres bobos frescos o salpresos y una gran jícara de huevos, amén de otros obsequios no menos valiosos, que no autoriza la costumbre. La ganga que ofrecen estos compadrazgos hace que algunos caballeros de la industria de los pueblos mencionados los comprendan en el número de sus especulaciones."[22]
Esta dinámica afectó incluso el sistema de intercambio tradicional a nivel local que se complejizó por el inevitable proceso de monetarización y las escalas de precios que imponían los polos urbanos. Los vendedores ambulantes eran principalmente mestizos que venían de fuera (Chinameca, Acayucan, Minatitlán), aunque no faltaban algunos popolucas, zapotecos y nahuas que recorrían los pueblos de la zona popoluca. Sin embargo, los vecinos que recurrían al intercambio cotidiano lo hacían en función de las diferencias relativas de sus ocupaciones y actividades económicas. Así por ejemplo en Soteapan se cambiaba : una pieza de pan por cinco mazorcas, o dos huevos de gallina. [23] En la comunidad zoque-popoluca de San Fernando, un buen número de viviendas se abastecía de refrescos que servía de soporte de una circunstancial actividad de venta, préstamo o trueque intravecinal.
El estrecho eslabonamiento de la economía con otros ámbitos de la cultura popoluca, se evidenciaba incluso en sus planos más simbólicos, en los cuales la ganadería ha dejado profunda huella.Como hemos hecho referencia en los acápites sobre la contracción y subversión del espacio popoluca, y la ganaderización de la economía istmeña, las deidades tutelares popolucas tendieron a adquirir un nuevo tejido de oposiciones simbólicas, así como una gran volatilidad espacial e incluso la sensación en algunos casos de su propia muerte. A raíz del colapso de la producción maicera de 1989 en la localidad de Sabaneta, municipio de Hueyapan de Ocampo, desapareció una imagen de piedra de Homshuk que ritualmente orientaba las buenas o malas cosechas. Dicen los nativos del lugar que después de una tormenta de tres días, un gran rayo lo desapareció y que por ello las cosechas habían decaído año con año. Algunos lugareños piensan que la "muerte" de Homshuk se debió al descuido de las prácticas rituales hacia él y a la expansión ganadera a costa de los campos tradicionalmente maiceros. [24] Sin lugar a dudas, los antagonismos reales entre la ganadería y los cultivos del maíz, han incidido en la polaridad de elementos simbólicos del universo mítico popoluca. No es casual que ya en una versión del mito de Homshuk de mediados de los años setenta, este héroe cultural apareciese enfrentando todavía con éxito al toro, un enviado de Centello, en torno al manejo y uso del espacio.[25]
Cierre de palabras
Hasta aquí hemos reseñado a grandes trazos, el papel hegemónico de la ganadería en el proceso de desestructuración del entorno ecológico y del universo etnocultural de los popolucas. El capital predador, reiteramos, tiene muchos rostros, pero guarda unidad. Por lo anterior, debemos recuperar una visión unitaria sobre su carácter y sus lógicas diferenciadas, asociadas o en conflicto de intereses. El capital forestal no estuvo divorciado de este controversial proceso de ganaderización regional, tampoco de los intereses expansivos del narco, ni de las mil y un corruptelas de la burocracia estatal y federal.
La historia regional da cuenta de otros ciclos ganaderos más restringidos que se desarrollaron, dejando pendientes varias preguntas sobre las líneas de continuidad de esta modalidad de economía depredadora. Los ciclos del café, de la caña de azúcar y de la explotación petrolera y maderera, guardan entre sí líneas de continuidad y enlace. Lo que les subyacen a estos ciclos y procesos son las voces y actos de resistencia y rebeldía de los popolucas, tan poco estudiados.
Notas:
[1]Velasco Toro, José. Marginalidad en las regiones con población india en Veracruz. Veracruz 1986, IIESES, p.30.
[2]Velasco Toro, José Ibíd. p.31.
[3]Barbosa Ramírez, René, La ganadería privada y ejidal. Un estudio en Tabasco. México 1974, Centro de Investigaciones Agrarias.
[4]Pérez Espejo, Rosario, Agricultura y Ganadería. Competencia por el uso de la tierra. México, D.F.1987,EDCP-IIE/UNAM, p.19.
[5]Blanco, José Luis/Cruz, Florentino. Los Hijos de Homshuk. De la autosuficiencia al desabasto del maíz en el Sur de Veracruz. Acayucan 1990, Unidad Regional del Sur de Veracruz-DGCP, p.9.
[6]Velasco Toro, José. Ob.cit. p.33.
[7]Velasco Toro, José. Ob.cit. p.33.
[8]Blanco, José Luis/Cruz, Florentino. Ob.cit. p.22.
[9]Mendoza Neri,Jesús. Ganadería y otras actividades económicas en el Sur del Estado de Veracruz-LLave. (Notas de una estancia de campo en la región. (1983) en Documentos 9: Religión y Vida Económica, Acayucan, Unidad Regional Sur de Veracruz-DGCP. , pp.45-46.
[10]Guiteras Holmes, Calixta. Sayula un pueblo de Veracruz. La Habana 1990.Editorial de Ciencias Sociales, p.40.
[11]Idem.
[12]idem.
[13]Münch, Guido. Etnología del Istmo Veracruzano.p.92.
[14]Münch, Guido.Ibid.p.96.
[15]Mendoza Neri,Jesús.Ob.cit.p.46.
[16]Cruz y cruz, Galdino. Estudio de la producción de miel en tres años consecutivos, en los municipios de Soteapan, Mecayapan y Pajapan, pertenecientes a los grupos étnicos del sur de los Tuxtlas del estado de Veracruz, México,D.F.1992,UNAM, tesis de licenciatura de Médico veterinario zootecnista.
[17]Unidad Regional de Acayucan/ DGCP. Medio Ambiente y Economía de los Zoque-popolucas, México, D.F. 1983,DGCP, pp.5-8.
[18]Iglesias, Andrés. Soteapan en 1856, México, D.F. 1973, Colección Suma Veracruzana, pp.13-14.
[19]Münch, Guido. Etnología del Istmo veracruzano. p.87.
[20]Báez-Jorge, Félix. Ob.cit. p.102.
[21]Iglesias, Andrés. Soteapan en 1856, México, D.F. 1973, Colección Suma Veracruzana, p.11.
[22]Iglesias, Andrés. Ob.cit., p.25.
[23]Unidad Regional de Acayucan/DGCP. Medio Ambiente y economía de los zoque-Popolucas. p.18.
[24]Blanco, José Luis/ Cruz, Florentino. Ob.cit. p.17.
[25] "El santo y espíritu del maíz”, versión de Benjamín Pascual, narrador zoque-popoluca. Texto reproducido en Agua, Mundo, Montaña. Narrativa nahua, mixe y popoluca del Sur de Veracruz de los Técnicos Bilingües de la Unidad Regional Sur de Acayucan, México, D.F.1985, Premia Editora, La Red de Jonás, p.24-25.