Etnoliteratura en América Latina1 (introducción al texto precedente)

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Alicia Castellanos y Ricardo Melgar Bao, autores del trabajo conjunto sobre autores latinoamericanos, lamentan el retraso con el que América Latina ha llegado a reflexionar sobre la relación entre antropología y literatura, a pesar de la existencia de una casi inundación de la producción de textos narrativos y poéticos escritos por antropólogos, que los dos estudiosos denominan “Antropoliteratura” o “Etnoliteratura”, clasificación que también incluye escritos análogos producidos por escritores que no son antropólogos profesionales. Su reflexión remedia una deuda pendiente de la cultura académica con la antropología de inspiración literaria.

Castellanos y Melgar se encuentran, de hecho, entre los primeros en intentar poner orden en estos espacios de encuentros, interferencias y contaminaciones, distinguiendo la “antropología de la poesía” (probablemente parte de una “antropología de la literatura” como la concebimos especialmente en Italia y en Francia), de una “antropología poética” (también una especificación de lo que llamaríamos “antropología literaria”). Se distingue entonces la categoría de “antropólogos que escriben poemas íntimos”, que no parecen ser considerados productos antropológicos (aparte, por supuesto, de la contribución que aportan al conocimiento del autor-antropólogo) y, finalmente, de los “escritos etnográficos poéticos o románticos ”, que en gran medida coinciden con lo que denominamos “literatura de inspiración antropológica ”, refiriéndose más al campo literario que al antropológico. Sigue siendo fundamental la distinción entre “antropología poética” o “literatura”, lo que ubica una producción etnoantropológica que hace uso de ciertos motivos, métodos de conocimiento, técnicas retóricas y constructivas y formas expresivas de la poesía y de ficción, y la “antropología de la poesía / literatura”, que indica estudios caracterizados por un enfoque de productos literarios con categorías tomadas de la antropología, es decir, un estudio que tiene productos literarios como “estrategia de investigación y análisis, una especie de etnografía del imaginario que indaga en la subjetividad del autor, para revelar sus referentes simbólicos, su modo de enunciación y significación de la emocionalidad, su predilección por ciertos tropos, y su función relacional con otro tipo de relaciones míticas oníricas”: algo similar a lo que se viene haciendo en Italia desde hace algunas décadas en términos de reflexiones y prácticas hermenéuticas, gracias también a las iniciativas y el trabajo de investigadores de la Universidad de Salerno, coordinados por Domenico Scafoglio.

El excelente ensayo de Castellanos y Bao adquiere pleno sentido, si se lee a la luz de las experiencias norteamericanas, evocadas aquí en los estudios de Alessandra Broccolini, Lia Dragani, Patrizia Del Barone. La pasión por la literatura que genera el fenómeno de los antropólogos poetas es intensa en todas partes, pero parece más difusa y extensa en las realidades hispanoamericanas. Tanto los antropólogos latinoamericanos como los estadounidenses se convierten en poetas también porque estudian pueblos todavía predominantemente inmersos en una dimensión que interpretan como poética: se trata de un caso excepcional de esa “contaminación con el objeto”, ilustrada varias veces en los ensayos de esta revista.

Entonces comienzan las diferencias: los norteamericanos tienen ante sus ojos los magros restos de las tribus indígenas, al margen de la sociedad y la historia norteamericanas, dentro de las reservas que los antropólogos poetas hacen coincidir con los “parques nacionales” donde el mundo moderno, según una feliz metáfora de Lévi-Strauss, confinó el pensamiento salvaje y la poesía. Pero las reservas indígenas son sólo el punto de partida de andanzas que llevan a los antropólogos estadounidenses por el mundo, en busca de otras islas de poesía, de lo que queda de un “mundo primitivo” que ven y viven como alternativa al mundo moderno y que encuentran también en la poesía de las vanguardias de Occidente e incluso en la cultura underground: una historia que comienza con los antropólogos letrados de “Al- cheringa”, estudiados por Patrizia Del Barone, que se interesan por los nativos como portadores de una poesía auroral, al igual que otros pueblos “primitivos”, marginales, excéntricos de la tierra, a los que dirigen su atención para sus experimentos poéticos.

Los antropólogos hispanoamericanos, en cambio, aparecen firmemente arraigados en su territorio e inmersos en un mar vivo de pueblos que han hecho toda la historia de un continente: no sólo “testigos” autóctonos de un pasado cultural, sino también pueblos “trasplantados” (afroamericanos) y pueblos “nuevos”, mestizos, criollos: estos mundos culturales mixtos, interactivos, contaminados, representan un recurso para la antropología y, al mismo tiempo, la oportunidad de verificar la adecuación de sus herramientas tradicionales para darles una representación plausible. La elección de la literatura, no solo estudiada sino también practicada, se convierte en una de las formas fuertes de resolver el problema. Pero, ¿por qué la literatura?

Muchos investigadores hispanoamericanos comienzan sus estudios como etnógrafos indigenistas y es en el terreno que ellos mismos comprenden la importancia de la literatura, cuando se dan cuenta de que en el trabajo etnográfico, la ciencia cuenta tanto como la memoria, y la memoria histórica de los pueblos que ellos estudian está tejido de mitos y rituales: un gigantesco aparato simbólico que sólo puede representarse con otro aparato simbólico igual–mente sofisticado, como es la literatura, que además proviene del mismo horizonte mítico y ritual y hereda su función. Por supuesto, esta herencia simbólica se puede interpretar con las categorías científicas de la antropología, como siempre lo han hecho los investigadores y estudiosos occidentales, pero los antropólogos latinoamericanos son parte de esa historia, su antropología es una autoantropología, una antropología de uno mismo, que permite / exige sólo la distancia suficiente del propio objeto para crear un metalenguaje capaz de comunicarlo. En esta original versión posmoderna del trabajo antropológico, no se trata sólo de dialogar con el objeto, de modificarse modificando, sino de buscar, redescubrir, reconstruir una identidad común junto con el objeto, que es, al mismo tiempo, pasado y presente, conocimiento y pasión, verdad y belleza: una totalidad que puede entregarse a un nuevo género, a un género renovado con la ayuda de las herramientas expresivas y cognitivas de la literatura. Es en este orden de ideas y en este orden emocional donde se ubican tanto la “antropología poética”, sea la experiencia de los antropólogos poetas, sea el fenómeno extremo de la antropología que se resuelve en la poesía. La reivindicación de la subjetividad conduce a un nuevo protagonismo, reforzado por la co-presencia o por la con-fusión del doble papel, científico y poético.

También para los hispanoamericanos, la renovación de la escritura científica pasa por la deconstrucción de la concepción positivista del trabajo antropológico, pero la orientación predominante parece ser la solución de la “antropología poética”. Así es para Carrasco, quien, como leemos en el ensayo de Castellanos y Bao, propone respecto al modelo literario “el predominio de la enunciación o del sujeto y “la libertad de elección de referencias empíricas, imaginarias, emocionales, verbales”, compatibles con el respeto a la autonomía disciplinaria de la antropología, y así también para Elías Sevilla Casas, quien confiere a sus escritos etnográficos un estilo literario a partir de metáforas, introduciendo en el ensayo poemas de autores y narrativas, haciendo uso de numerosas referencias multidisciplinares para sustentar sus argumentos.

Sin embargo, como sucede en situaciones altamente innovadoras y experimentales, no siempre nos detenemos en el momento adecuado. Basta empujar las concesiones a la literatura más allá del límite donde la identidad disciplinaria comienza a disolverse, para encontrarse en un terreno de relevancia literaria mucho más que etnoantropológica; como lo hizo el médico antropólogo Manuel Zapata Olivella, quien, además de realizar estudios etnográficos sobre las culturas de los negros de Colombia, acabó dedicándose por entero a los estatutos y códigos literarios en su investigación sobre la historia y la cultura del caribe.

Otras veces, en cambio, existe el riesgo opuesto, el de recurrir a los lenguajes habituales de la investigación antropológica: Ashley Hammersley cree que “el uso de la retórica y la poética en la escritura etnográfica es fundamental, siempre que no prevalezcan sobre el “elemento racional”, en la creencia de que la etnografía “debe mantener su estatus de autoridad como trabajo de investigación académica”, y Esteban Krotz reitera enfáticamente que “la antropología no es literatura”, porque “la escritura antropológica debe dar cuenta de la realidad observable, para lo cual debe privilegiar la claridad sobre la elegancia, indicar con precisión la fuente de cada dato y cada idea, basar cada argumento y conclusión en hechos empíricos observables e incluir la referencia a su propia subjetividad sólo en la medida que ello ayude a clarificar la percepción y representación de lo observado”. Los límites de la presencia del investigador en el texto antropológico quedan, por tanto, fijados, en controversia con las posiciones posmodernas que “sustituyen el estudio de la realidad sociocultural por la introspección del erudito”. Son los problemas que atraviesa la crisis de la antropología de la segunda mitad del siglo XX, de los cuales se aclaran algunas cuestiones teóricas importantes en los ensayos de este número, sin cuestionar, no obstante, la idea de que el investigador es parte del campo y que la representación de una realidad sociocultural es también una autorrepresentación, un retrato del investigador.

 

[1]      Piera de Luna, Simona (2013), “Presentazione del ‘Quaderno’ 2”, Quaderni di antropologia e scienze umane, Antropologi Poeti / 1, 1(2): 13-16 /Universidad de Salerno, Nápoles, Italia (traducción de Paul Hersch Martínez).