33, Septiembre-Octubre de 2014

La intervención militar de Estados Unidos en la Revolución Mexicana

[1]

Si consideramos los hechos de guerra —al final del siglo XIX y comienzo del siglo XX— es posible observar que la revolución mexicana fue sólo una zona dentro de la gran turbulencia mundial. La marca distintiva de esa época fue un doble proceso; por un lado, las luchas de liberación y, por otro, el reparto del mundo entre las potencias imperialistas.

En efecto, aquella fue una época de insurgencia de los pueblos y las clases trabajadoras. El primer mapa de este trabajo muestra los conflictos populares armados de 1898 a 1919. En el caso de China, por ejemplo, se incluye la rebelión bóxer de 1899-1901; revolución republicana de 1911, rebelión de Sun Yat-Sen de 1913 y revuelta antiimperialista de 1915-1916. Asimismo, se puede apreciar que, en ciertas zonas del mundo, la insurgencia es mayor: Asia, Africa, América Latina y Europa del Este.

Por otro lado, entre 1898 y 1920, Estados Unidos llevó a cabo 50 intervenciones armadas en todo el mundo. La mayor parte de ellas, 30, ocurrieron en en México, Centroamérica y el Caribe. Otras 13 operaciones militares fueron en Asia; seis en Medio Oriente y Africa; y una en Europa, durante la Primera Guerra Mundial.

El rasgo distintivo de esas acciones fue derrotar a los pueblos que lucharon por su liberación y, así, disputar a otras potencias el reparto del mundo. Un documento reciente de la División de Defensa Nacional y Asuntos Exteriores expone que los propósitos contrainsurgentes de Estados Unidos fueron claros, en repetidas operaciones armadas de esa época: Cuba, 1898, 1906-1909, 1912 y 1917-1922; Samoa, 1899; Filipinas, 1899-1901; China, 1900, 1911, 1912 y 1912-1941; Colombia, 1901 y 1902; Panamá, 1901, 1902, 1903-1914, 1904, 1912 y 1918-1920; Honduras 1903, 1907, 1911, 1912 y 1919; Siria, 1903; República Dominicana, 1903, 1904, 1914 y 1916-1924; Nicaragua, 1898, 1899, 1910 y 1912-1925; México, 1913, 1914, 1916-1917 y 1918-1919; Haití, 1914 y 1915-1934; Guatemala, 1920; y la Unión Soviética, 1918-1920.[2] De ese modo, si a mediados de 1914 el ejército regular de Estados Unidos tenía solamente 200 mil efectivos; a finales de 1916 enlistó 24 millones de hombres y pasaron al servicio de las armas 4.3 millones.

Desde el punto de vista de los hechos de guerra, ése fue el contexto internacional de la revolución mexicana. Tales intervenciones de Estados Unidos constituyeron la marcha militar de un nuevo imperio; posibilitaron el despojo, la contrarrevolución y la estructuración de las fuerzas armadas más poderosas que jamás haya conocido la humanidad.

 

1911. Plan de guerra general contra México

A finales de 1910, sólo se disputaba la presidencia de la república. Después del fraude electoral, el movimiento antirreeleccionista proclamó una rebelión para llevar a Francisco I. Madero al gobierno.

Muy pronto, sin embargo, en el sur del país irrumpió la multitud insurrecta y ésta abrió la brecha de la revolución social. Las acciones directas eran frecuentes por todos los rumbos surianos, en especial, contra las haciendas azucareras, fábricas textiles y grandes comercios de la zona; los archivos municipales se incendiaban, las cárceles eran abiertas, los trabajadores presos fueron liberados y azotados los caciques. Por donde quiera surgía la bola zapatista: ¡Abajo haciendas! ¡Viva pueblos! ¡Muera el Supremo Gobierno!

Durante los meses de febrero y marzo de 1911, la revolución del sur tuvo la forma de levantamientos locales multitudinarios. En cada lugar se produjo la insurrección contra la injusticia, con motivos específicos como los del pueblo mixteco, en Oaxaca y Guerrero; los campesinos de la zona azucarera en Morelos y Puebla; los comuneros de Milpa Alta, Xochimilco y Tláhuac; o los obreros de Contreras, Tizapán y Miraflores, en el Distrito Federal y el Estado de México.

Poco a poco, sucedió lo extraordinario y las insurrecciones locales comenzaron a unificarse en una revolución social generalizada. A finales de marzo de ese año, los jefes rebeldes de diferentes lugares acordaron constituir el Ejército Libertador del Sur y eligieron a Emiliano Zapata como jefe, un hombre bien conocido —en luchas agrarias, fiestas regionales y jaripeo— por su valentía, habilidad y buen trato con la gente.

La unidad y la atinada elección de la jefatura potenciaron la rebelión popular. Así, a las pocas semanas de ese acontecimiento fundacional, la bola suriana ya era una fuerza insurrecta considerable; por lo mismo, pudo conquistar muchas poblaciones y haciendas, así como la fábrica de Metepec, Puebla, que era la industria textil más importante de la república. Inmediatamente, los rebeldes surianos pusieron sitio a la ciudad de Cuautla, Morelos.

En ese contexto, Estados Unidos desplegó su fuerza militar en la frontera de México, amenazando con invadir el país. Pero lo más significativo es que, al mismo tiempo, la oficina de inteligencia militar elaboró la actualización (1911) del Plan de Guerra General contra México.

Los zapatistas no tenían una semana de haberse levantado en Villa de Ayala, cuando el general William W. Wotherspoon comunicó al jefe del Estado Mayor del ejército de Estados Unidos, que las 27 tareas  para actualizar el plan estaban terminadas, o a punto de concluirse. “Usted sabe que los planes de guerra están basados inicialmente en la suposición de que la guerra será conducida por los Estados Unidos prácticamente en contra de un pueblo unido”, escribió Wotherspoon el 16 de marzo de ese año. “Todos los datos están aquí y estamos trabajando sobre modificaciones para estar listos en caso de que sea hecho un requerimiento súbito”.[3]

A fin de llevar a cabo la ocupación de la república, el ejército de Estados Unidos contempló utilizar varias divisiones de la milicia organizada junto con el ejército regular y apoyo de la marina. Al interior de México, se realizaron estudios del material ferroviario necesario para transportar suministros; estudios tácticos y mapas para las líneas de avance; informes acerca de las fuentes de alimentos, ferrocarriles y caminos, planes navales para ocupar los principales puertos mexicanos y establecer un bloqueo total en el Pacífico y el Golfo de México.

Asimismo, el plan de guerra general incluyó un estudio detallado de las inversiones extranjeras —especialmente, minería y petróleo— que pudieran ser atacadas por la resistencia mexicana a la invasión.

En conjunto, según el legajo de documentos, los objetivos territoriales de Estados Unidos eran cuatro:

1. Zonas estratégicas por su ubicación geopolítica: Baja California y el Istmo de Tehuantepec.

2. Regiones mineras y metalúrgicas, principalmente: Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí, Aguascalientes y Guanajuato;

3. La zona petrolera de aquel tiempo: Tamaulipas y el norte de Veracruz.

4. Las rutas de la invasión: desde Acapulco y el puerto de Veracruz hacia la capital de la república; de Nogales a Guaymas; Ciudad Juárez a Chihuahua; Piedras Negras a Monclova; Nuevo Laredo a Monterrey; Monterrey a Torreón; Tampico a San Luis Potosí y Coatzacoalcos a Salina Cruz; así como el control de los demás puertos del Pacífico y del Golfo, para imponer un bloqueo naval completo contra México.[4]

El 10 de agosto de ese año, el ejército federal invadió el estado de Morelos, para liquidar a la revolución del sur. El general Victoriano Huerta iba al mando de la operación y llevó, adjunto a su Estado Mayor, al agregado militar de la embajada de Estados Unidos, capitán Girard Sturtevant. El 1° de septiembre siguiente, se llevó a cabo el primer intento para asesinar a Emiliano Zapata, en Chinameca.

 

Operaciones abiertas y encubiertas

El 21 de abril de 1914, una flota norteamericana compuesta por 29 barcos de guerra, 10 buques de transporte militar, dos de aprovisionamiento y tres barcos hospital, atacó y ocupó el puerto de Veracruz. Al día siguiente, Washington ordenó el desplazamiento de otros 24 buques, dos divisiones de torpederos y demás embarcaciones de apoyo hacia las costas mexicanas del Pacífico y del Golfo. En las semanas siguientes se mantuvo el amago militar de Estados Unidos sobre los puertos de Mazatlán, Sinaloa; San Blas, en el Territorio de Tepic; San Gerónimo y Salina Cruz, Oaxaca; Tampico, Tamaulipas, y Tuxpan, Veracruz. Previamente, bajo una orden girada el 17 de abril de ese año, el gobierno yanqui había dispuesto la movilización de 75 buques, 695 cañones y 65,850 hombres hacia el puerto de Tampico.[5]

Este fue un despliegue militar enorme, incluso para la fuerza naval de los Estados Unidos. Según datos oficiales, en diciembre de 1914, ese país contaba con 224 unidades navales de combate en activo: 34 barcos de guerra, 28 cruceros, 50 destructores, 19 torpederos, 36 submarinos, 28 botes artillados, 26 naves auxiliares y 3 monitores. Otro dato que permite sopesar la magnitud de la fuerza naval estadounidense que intervino en México es el que proporciona Eric Hobsbawm. En ese año, Gran Bretaña tenía 64 barcos de guerra, Alemania 40, Francia 28, Austria-Hungría 16 y Rusia 23.[6]

Para imponer a Victoriano Huerta en el Palacio Nacional, Estados Unidos sólo movilizó tres naves de guerra. Un año y dos meses después, en la debacle del régimen huertista, Washington llevó a cabo una de las mayores operaciones de fuerza naval que hubiera realizado antes de la Primera Guerra Mundial.

Los esfuerzos militares del imperio naciente se incrementaron, en este periodo, en proporción directa al crecimiento de la revolución. En 1914, a diferencia de 1913, la rebeldía estaba en ascenso en todo el país y sus núcleos más radicales, el villismo y el zapatismo, podían efectivamente triunfar.

Además, el esfuerzo era mayor porque las ambiciones de Estados Unidos eran mayores. Después de las invasiones a Filipinas, Hawai, Venezuela, Panamá, Nicaragua, Cuba y Puerto Rico, ese verano de 1914, el poderío naval norteamericano se aseguraba con el inicio de las operaciones del Canal de Panamá. El sueño del mercadeo marítimo interocéanico, anhelado desde 1523, finalmente se hizo realidad bajo la hegemonía de la nueva potencia. En ese contexto, antes de la operación militar en las costas mexicanas, el senador William Borah proclamó triunfalmente: “Puedo decir sólo que si la bandera de los Estados Unidos llega a ser izada en México, nunca será arriada. Este es el principio de la marcha de Estados Unidos hasta el Canal de Panamá”.[7]

El imperialismo y la contrarrevolución hacían mancuerna, es una sola estrategia. El antiguo ejército federal estaba aniquilado y se anunciaba el triunfo revolucionario. En esas condiciones, desde el mes de mayo, el general de las tropas invasoras estacionadas en Veracruz, Frederick Funston, consideró la eventualidad de avanzar hasta la capital de la república con el propósito de impedir que ésta cayera en manos de la revolución del sur. Así lo expuso en una comunicación dirigida a Washington: “He sido informado de que extranjeros y habitantes de la ciudad de México se unirán en la petición de que las tropas norteamericanas ocupen la ciudad para impedir la carnicería y el pillaje de Zapata... Si se rehúsa el consentimiento [de parte del gobierno de Huerta], iremos a pesar de todo y suprimiremos cualquier fuerza opositora... Los zapatistas se encuentran muy activos en los suburbios. El principal temor es que la chusma tome el control... Los zapatistas probablemente tomarían parte en el saqueo si se impusiera la chusma”.[8]

En forma simultánea, el gobierno de Estados Unidos propició un acuerdo entre huertistas y carrancistas, en las Conferencias de Niagara Falls y, luego, se firmó el Tratado de Teoloyucan. La revolución del sur ya ocupaba posiciones de montaña, en el Distrito Federal, cuando el usurpador Victoriano Huerta huyó del país; inmediatamente, en la línea de fuego de Xochimilco, las tropas federales fueron remplazadas por carrancistas.

El 23 de noviembre de 1914, bajo secreto, los constitucionalistas recibieron en Veracruz un enorme arsenal del ejército de Estados Unidos, al momento de hacer el desalojo y entrega del puerto. Muchas de las armas que sirvieron a Obregón, para derrotar a Pancho Villa en batallas posteriores, tuvieron esa procedencia.[9] La descripción parcial de uno de los depósitos da una idea de la guerra que vendría: “8,458 rifles, 3,550 carabinas, 1,650 escopetas, 3,375,000 cargas de munición (inclusive con balas expansivas), 632 rollos de alambre de púas, 380 bultos de maquinaria militar pedidos por el arma de artillería del ejército mexicano, tres mesas para armeros, nueve aparatos de radio de onda corta, 2,034 pistolas, seis cajas de granadas de mano, 1,250 de cianuro sódico (que combinado con el ácido sulfúrico o nítrico producían gas tóxico)”.[10] Una parte del material de guerra que recibió el carrancismo fue el que contrató Huerta, pero llegó a Veracruz después del derrocamiento de la dictadura. Además, hay indicio de que también se transfirió una parte del arsenal del propio ejército invasor. Un reclamo hecho por un sargento de Fort Monroe, Virginia, indica que no regresaron aproximadamente 140 toneladas cúbicas de equipo vario, cuatro toneladas cúbicas de bagaje, seis cañones de desembarco y 75 toneladas cúbicas de parque.[11] Y estos son datos parciales, debido a que los inventarios de armamento, que el ejército de ocupación administró en Veracruz, desaparecieron de los archivos.

Pero, aún así, quedan los archivos de los almacenes carrancistas en Veracruz. Por ellos, es posible saber que al iniciar el año decisivo de 1915, en esos almacenes sólo había 1.4 millones de cartuchos y 1 721 fusiles y carabinas. Después, los embarques procedentes de Estados Unidos proporcionaron al ejército de Carranza: 25.3 millones de cartuchos y 53 749 fusiles y carabinas, entre otros materiales de guerra, recibidos sólo en el puerto de Veracruz y sólo durante nueve meses, enero-septiembre de ese año.

Luego de liquidar al ejército de la oligarquía y luego del emblemático encuentro de Emiliano Zapata y Francisco Villa, en Xochimilco; al calor de innumerables combates, a finales de 1915 se materializó el viraje irreversible. Por un lado, la División del Norte fue disuelta y, por otro, el Ejército Libertador fue cercado en Morelos.

En breve tiempo, marzo de 1916, sobrevino la invasión carrancista de Morelos y, en forma simultánea, una nueva invasión del ejército de Estados Unidos. El objetivo señalado por los gobiernos de Venustiano Carranza y Woodrow Wilson, en forma explícita, fue exterminar al zapatismo y exterminar al villismo. Ambas campañas, además, terminaron al mismo tiempo, estuvieron sincronizadas. Aunque, también, ambas fracasaron en conseguir su propósito, globalmente, el proceso revolucionario de México quedó en una situación defensiva durante los años de guerra que siguieron.

Desde el punto de vista de la trayectoria zapatista, con la pérdida de la capital de la república en agosto de 1915, también se rompió la línea convergente entre las luchas de los pobres del campo y la ciudad. Luego de meses en que el carrancismo aplicó la estrategia de guerra económica, cerco y hambre, las mujeres insurrectas de la capital y los campesinos revolucionarios fueron masacrados. La revolución social, que arribó al punto más alto en las jornadas de junio de 1915, fue ahogada en sangre con las armas y municiones de los Estados Unidos empuñadas por los carrancistas.

* * *

A finales de 1918, dio inicio una nueva campaña militar sobre el estado de Morelos. Esta vez, se empleará el afán de los zapatistas por lograr la unificación revolucionaria, para montar una emboscada al general en jefe del Ejército Libertador. Emiliano Zapata fue asesinado en Chinameca, el jueves 10 de abril de 1919.

Al día siguiente, uno de los periódicos más importantes de la capital dio la noticia en primera plana, con grandes letras rojas a ocho columnas: “Murió Emiliano Zapata: el zapatismo ha muerto”. Ése fue el doble significado que se quiso imponer al trágico acontecimiento.

Todos los diarios de Nueva York publicaron la noticia. The New York Herald editorializó el asesinato de Emiliano Zapata con una incitación abierta dirigida a Venustiano Carranza: “Si la actividad de las tropas del gobierno de México continúa, no es remoto predecir que Villa quedará también suprimido... El derecho a existir de cualquier gobierno de México, depende de la habilidad que demuestre para exterminar a sus enemigos”.[12]

La guerra de exterminio fue la forma global como el poder enfrentó a la revolución social. Se aplicó sobre la población zapatista, predominantemente indígena, sobre los jefes rebeldes, sus familias y arrasó la economía del maíz. Tal estrategia operó sobre la sangre, los afectos y la milpa.

El cadáver de Zapata fue exhibido en Cuautla y a través de fotografías. Miles de personas desfilaron delante del cuerpo. “Dice un guacho: ora sí cabrones, ya quedaron huérfanos, ya su padre se lo llevó la chingada. Despídanse de su jefe”.

En ese momento, para la resistencia zapatista, la cuestión no era producir un emblema sino, salir del callejón sin salida que se impuso con el rostro de la muerte. Y sucedió lo extraordinario. La gente salió del encuadramiento y desplazó la mirada; buscó en la mano, en las piernas o en el pecho, señales que autentificaran su propia verdad: “No es Zapata, cabrones”. En medio del dolor y la rabia, la resistencia logró restaurar su propia movilidad: Zapata vive, la lucha sigue.

Y la lucha sigue: de un lado, los acaparadores de tierras, los ladrones de montes y aguas, los que todo lo monopolizan, desde el ganado hasta el petróleo. Y del otro, los campesinos despojados de sus heredades, la gran multitud de los que tienen agravios o injusticias que vengar, los que han sido robados en su jornal o en sus intereses, los que fueron arrojados de sus campos y de sus chozas por la codicia del gran señor, y que quieren recobrar lo que es suyo, tener un pedazo de tierra que les permita trabajar y vivir como hombres libres, sin capataz y sin amo, sin humillaciones y sin miserias.

El general en jefe Emiliano Zapata.
Tlaltizapán, Morelos, 29 de mayo de 1916.



[1] Profesor investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

[2] Ellen C. Collier, Foreign Affairs and National Defense Division, Congressional Research Service, “Instances of Use of United States Forces Abroad, 1798-1993”,  Library of Congress, Washington, 7 de octubre de 1993. www.fas.org/man/crs/crs_931007.htm

[3] General W. W. Wotherspoon al Mayor General Leonard Wood, jefe del Estado Mayor del ejército de Estados Unidos, 16 de marzo de 1911.

[4] “Memorándum confidencial del general W. W. Wotherspoon al mayor general Leonard Wood, jefe del Estado Mayor del ejército de Estados Unidos, Washington, d. c., 16 de marzo de 1911, y otros documentos relativos al plan”, (en total 69 páginas), Records of the War Department, General and Special Staffs, Military Intelligence Division Files, National Archives and Records Administration, Record Group 165.

[5] Gastón García Cantú, Las invaciones norteamericanas en México, Ediciones Era, México, 1980, pp. 294-298. Este autor señala que, al día siguiente de la invasión de Veracruz, en Salina Cruz hubo desembarco de marines yanquis, el 22 de abril de 1914. El dato de Mazatlán (un acorazado y un crucero) fue tomado de un telegrama de Alvaro Obregón a Venustiano Carranza, citado por Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y la revolución constitucionalista, INEHRM, México, 1985, t. II, p. 465.

[6] Ellen C. Collier, cit. Eric Hobsbawm, La era del imperio 1875-1914, Crítica, Buenos Aires, 2001, p. 359.

[7] Citado por Gastón García Cantú, op. cit., p. 295.

[8] General Frederick Funston, Veracruz, al Adjutant General, Washington, D. C., 7 de mayo de 1914, citado por John M. Hart, El México revolucionario, Alianza Editorial Mexicana, México, 1992, p. 406.

[9] Cfr. John Mason Hart, op. cit., pp. 409-415.

[10] John M. Hart, op. cit., pp. 413-414.

[11] Sargent George H. Hahn, Fort Monroe, Virginia, 24 de diciembre de 1914, citado por John M. Hart, op. cit. p. 414.

[12] “Las revoluciones en México han dejado de ser una industria productiva.- Con muy buen criterio habla The New York Herald de la muerte de Zapata”, El Universal, 19 de abril de 1919.