Número 3

3 El jardín vino a expresarse en los grandes espa - cios arbolados de las casas de los pueblos de Morelos al grado que la geografía vino a diferenciarlos. Éstos, por sus diversas calidades de floras y en consecuen - cia de faunas, atrajeron las miradas del Estado y del capital para producir desarrollos en su afán de atraer el turismo a toda costa. Leemos en los textos históricos y religiosos, el aprecio que los babilonios, semitas y árabes orien - tales guardaron por los edenes. Leemos desde la América nuestra, la patrimonialización prehispánica de sus terrazas, andenes y jardines. A través de las creencias religiosas amerindias, árabes y judías, he - redamos ese aprecio por el entorno natural. Cierto es, que a veces, en Occidente se convirtió en obse - sión académica-religiosa, lo muestra el códice de los monasterios medievales apoyando la secrecía de los textos bíblicos. Lo muestra el bestiario de Cristo y el florilegio mariano. Esta visión axiológica de la naturaleza, pasó a la cultura occidental en brazos del cristianismo bajo el nombre del Paraíso, iniciando así y a su modo, el mito de la creación humana. A partir del siglo XVI dialogó y se cruzó con otros mitos amerindios o de origen africano. Pero los mitos no expresan ni la verdad ni la mentira, son solo escalones de la construcción de la historia. Sin embargo, celebran la vida, la naturaleza, el agua, aunque sancionen las transgresiones. EnMorelos, al igual quemuchos otros escenarios, particularismos culturales aparte, las poblaciones crecieron sobre las tierras de cultivo. La arquitectu - ra redujo las dimensiones de sus espacios libres, en - tre ellos los jardines al ritmo del avance depredador del capital inmobiliario. Como en los viejos tiempos cuando el vencedor prendía fuego y sembraba sal en la tierra conquistada, hoy en el ocaso del actual sis - tema social, el capital prende fuego a la naturaleza y contamina la tierra sembrando la destrucción en los países conquistados. La creación de empresas de - preda los campos donde propone sus establecimien- tos, tal el caso de San Luis Potosí (buscar otros na - cionales), y Cuernavaca y sus bordes: en Civac. En los otrora campos arroceros de Acapantzingo tenemos un fraccionamiento de lujo y muchas construcciones de estilos arquitectónicos devaluados. * * * Haciendas, artesanías, viajes… y alertas en el volcán E n este tercer número de En el Volcán , presenta - mos tres artículos que reflejan la amplitud posi - ble de temas que ocupan a la mirada antropológica e histórica. Los tres artículos se encuentran a con - tinuación engarzados como facetas de una realidad siempre en transformación. La figura de una anti - gua hacienda morelense y de sus muchos recovecos significativos, entra aquí en contacto con el mundo creativo de la elaboración de artesanías, al tiempo que se añade a ello la memoria de Ignacio Manuel Altamirano, a propósito de dos viajes a Cuautla, el primero Al viejo estilo, en carruaje a fuerza de bestia viva y el segundo a lomo de ferrocarril. Tiempos de productos artesanales, de hacien - das rebosantes de implicaciones, de viajes a otro ritmo hoy extraño, parecen contrastar en su auten - ticidad con momentos actuales de incertidumbre que nos han de mantener alertas. Alertas porque ni las artesanías, ni las haciendas morelenses, ni los viajes de un ilustre Altamirano necesitaron nunca de una peculiar figura, denominada “delegado”, la cual poco a poco o de sopetón aparece ahora por ahí, ominosa. Alertas, ante la mediocridad de delegados ram - plones, de menos de medio pelo, mareados porque se subieron a un ladrillo minúsculo, vulgares por sus vulgares 16 costados, siempre serviles hacia “arriba” y déspotas hacia “abajo”. Alertas también ante el maridaje de la amargura y el oportunismo que priva en la entraña de quie - nes oficiosamente se acomodan a perpetuidad en los circuitos académicos, apuntalando, con el espinazo

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