5, Enero de 2012

Palabra y violencia: sobre una epistemología del terror

 

A la memoria de Adolfo Sánchez Vázquez,
ese apasionado por la verdad y la justicia,
mi maestro.

 

 

“Si hemos caminado y hemos llegado así, en silencio, es porque nuestro dolor es tan grande y tan profundo, y el horror del que proviene tan inmenso, que ya no tienen palabras con qué decirse”, afirmaba Javier Sicilia en el Zócalo de la Ciudad de Mexico el 8 de agosto de 2011.

En efecto, las correlaciones entre una empresa de destrucción y el espacio de las palabras no son fáciles ni evidentes. Hay una exclusión recíproca entre palabra y violencia. Y sin embargo, al mismo tiempo, el compromiso ético de hablar, de dar testimonio, de nombrar contra el silencio es un punto de partida. Porque en materia de violencia callar es mortífero.

Pero asimismo hablar no es inocente. Y convocar la violencia al espacio de lo hablable es peligroso. Por una parte, en virtud de la dimensión colonizadora de la teoría. De ese lado por el que ella crea la ilusión de que ya sabemos de lo que se trata, y que se manifiesta en la tentación del amontonamiento estadístico de las cifras de los asesinados, los desaparecidos, los desollados, los colgados, los decuartizados. Sin nombres y sin rostro. De ese lado por el que quedamos atrapados en la exposición del número de los desempleados, los expulsados, los desechados y los amenazados, de las fábricas de pobres, de las guerras contra los pobres y entre los pobres, de los cielos privados y los vastos infiernos al asedio, del desmantelamiento de las leyes y la invasión de los fuera de la ley. De esa demolición masiva de los lazos sociales que atraviesa hoy todas las construcciones colectivas  -desde la Nación hasta la palabra- , y que apunta a instituir el pánico mutuo en el único vínculo colectivo de sobrevivencia disponible{tip ::Cfr. Galeano, Eduardo,"Los prisioneros", La Jornada, Mexico, 11-08-1996}[1]{/tip}.

Llegados ahí vemos alzarse el otro lado peligroso del discurso en torno a la violencia: la captura de las palabras por el sadismo del texto. Como otra de las formas que asume el colapso teórico, esa captura acecha siempre en el surco angosto que media entre el horror y el acto de pensamiento. Y al mismo tiempo, sin embargo, es justamente dentro de esa grieta donde ha de construirse el conocimiento. Donde éste ha de arriesgarse, y ser capaz de crear un intervalo entre el horror  y su reflexión.

“El silencio es el lugar donde se recoge y brota la palabra verdadera. Es la hondura profunda del sentido…es esa tierra interior y común que nadie tiene en propiedad y de la que… puede nacer la palabra que nos permita decir el nombre de nuestra casa”, continúa el poeta.

Y sí, porque es precisamente en ese hueco donde el pensamiento ha de construir el poder de simbolizar el patrimonio mortífero que está testimoniando, y heredando. De elaborarlo, para hacerlo significable y por ende transmisible. De quebrar la invisibilidad que produce el recuento macabro de las cifras. De interrumpir la negación, el olvido y la venganza que destila la captura sádica del discurso. De nombrar y sancionar la violencia y el crimen inscribiendo una memoria y construyendo una historia.

“si no hacemos esto solamente podremos heredar…una casa llena de desamparo, de temor, de indolencia, de cinismo, de brutalidad y engaño, donde reinen los señores de la muerte…la complacencia y la complicidad con el crimen”, concluyó Javier aquel día

Los que venimos de alguna experiencia de Terror de Estado sabemos que las violencias masivas producen catástrofes sociales, y que éstas incluyen lo epistémico. El Estado moderno, como Estado de derecho, tiene el monopolio de la violencia y el terror legítimos. Y si bien él constituye asimismo, como Estado democrático, un ámbito de inscripción de las luchas, las resistencias, las conquistas y la presencia populares, no es menos cierto que las correlaciones cambiantes de las fuerzas sociales que el Estado condensa material e idealmente se registran en un sistema de aparatos y de leyes que articula internamente con la violencia. La ley conforma el orden represivo y la organización de la violencia ejercida por el Estado. Instituye los espacios de aplicación y los objetos de la violencia. Estructura las condiciones de funcionamiento de la represión, designa sus modalidades y encuadra sus dispositivos. Lejos de la escisión-oposición entre ley y violencia, la ley constituye el código de la violencia pública organizada. De ahí que la cuestión de los límites o las garantías que el Estado, como Estado de derecho, pone contra su propia violencia sea siempre una cuestión abierta, que se juega en el campo de la correlación de fuerzas sociales. De la presencia organizada y el poder efectivo de los grupos subalternos en la trama estatal, en cuanto el Estado tiene el monopolio de la violencia física y legal, en orden a la administración de la muerte y la vulneración de los cuerpos individuales y sociales{tip ::Cfr. Poulantzas, N., Estado, poder y socialismo, Mexico, Siglo XXI, 1979.}[2]{/tip}. Esto tanto en los términos materiales inmediatos de la represión, como en los no menos materiales -por mediatos- de la gestión de la economía, de la urdimbre social y la cultura, por cuenta propia y a cuenta de los sujetos sometidos a su ley.

Cuando la violencia estatal -en el complejo sentido apuntado- es ejercida contra una parte de la sociedad civil, y tiene por objeto –empírico, demostrable- la eliminación de una categoría o grupo de sus ciudadanos -en las formas múltiples y diversas que admite el concepto de "eliminación"-, actúa según el método del genocidio{tip ::Definición de Actos Genocidas, Asamblea General de Naciones Unidas, 1948: "Actos genocidas son aquellos cometidos con la intención de destruir total o parcialmente grupos nacionales, étnicos, raciales y/o religiosos. Ellos son: a) asesinato de miembros del grupo; b) causar serios daños corporales o mentales al grupo; d) infligir deliberadamente condiciones de vida calculadas para generar daños físicos totales o particulares..."}[3]{/tip}.

Pero la máquina de muerte que administra el Estado no tiene sólo un alcance parcial. No se limita al exterminio o mutilación de uno o algunos grupos. La violencia de esa acción mortífera, cualquiera sean sus formas, sus objetos específicos, los dispositivos y los aparatos de su ejercicio y su modulación, entraña invariablemente el borramiento del asesinato. Es decir, la violencia de la denegación{tip ::Cfr. Kaës, R.,"Rupturas catastróficas y trabajo de la memoria", en Violencia de Estado y psicoanálisis, Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1991.}[4]{/tip}, que constituye siempre un momento interno del ejercicio del poder dominante en que se articulan la ley, el terror y la legitimación de la violencia. Ésta es la catástrofe epistémica, del orden del saber, que apareja con el terror como política de Estado, y confiere a éste su alcance masivo: no sobre uno, o algunos grupos, sino sobre todos. Lo que está en juego aquí no es sólo el exterminio de determinados sectores sino, en lo esencial, la invisibilización del crimen: su expulsión del campo de la memoria de los sobrevivientes. Para éstos, y por medio de ellos para el conjunto que forman con las generaciones que los preceden y le siguen, esa violencia pone en suspenso lo simbólico. Agujerea como sin-sentido, y corporiza en el sin- lugar. Alcanza, para destruirlas, a la memoria y al territorio de lo social{tip ::Sobre los temas del lugar de la memoria y la territorialización en la conformación de la Nación, entendida como modalidad específica de articulación social, cfr Rivadeo, A. M., Lesa Patria. Nación y Globalización, FES Acatlan, UNAM, 2010.}[5]{/tip}.

Lo que se borra como no habiendo tenido, o no estar teniendo lugar, no tiene lugar donde inscribirse para ser pensado, y para articular los cuerpos y los cursos de las historias individuales con los de la historia colectiva. Por eso la construcción de la categoría de "desaparecido" – producto de nuestra América, y que no en vano se pronuncia en español- expresa un trabajo de resistencia contra el borramiento en lo espacial, lo histórico y lo simbólico. Esa categoría es un significante de la violencia de Estado. Mejor aún, un significante mantenido contra la denegación del pensamiento. Sostener abierta la cuestión de los desaparecidos es rehusarse a la expulsión de sus muertes fuera de lo pensable, y por tanto rechazar el enquistamiento sin término de la violencia. Y otra cosa esencial: es repeler la complicidad en el asesinato del pensamiento.

Por supuesto que la catástrofe social producida por las dictaduras terroristas de Estado de nuestra América en el siglo XX reviste diferencias importantes y múltiples con respecto a la violencia y al terror desplegados hoy por los Estados neoliberales, particularmente por el de nuestro Mexico actual. Pero he elegido no ese tema, de suyo imprescindible y por hacer, sino el de las continuidades. Una discontinuidad que no obstante quiero enfatizar es la de que en estos últimos la posibilidad de hablar y conocer existe, al menos de modo parcial y por regiones, en cuanto no convoca la inminencia de la aniquilación física inmediata y segura. Sin embargo, los trasvasamientos, las continuidades, resultan inquietantes. La irrupción del horror comporta la concurrencia de dos elementos contrastantes. Por un lado, la brutalidad. Y por otro la impostura de la racionalidad (de la ley, en sentido amplio). En ese aparejamiento, el peligro o la amenaza se experimenta siempre en los extremos: la estridencia o la obturación. Nunca se sabe  -saber en la dimensión de oposición al desconocimiento, a la mutilación de la evidencia-, nunca se sabe si el riesgo se sobreestima, o se subestima.

Pienso en la violencia propia de las políticas neoliberales que, como sabemos, demuelen el tejido social, y vacían la democracia hasta pulverizarla. En Mexico, articuladas al lugar geoestratégico que Estados Unidos le asigna como campo de batalla de su “seguridad interior”, han acabado por sedimentar en el horror de un desangradero. En relación a la violencia económica neoliberal Vivian Forrester se preguntaba en los años 90: “¿es preciso merecer vivir, o sea ser rentable, explotable, para tener derecho a vivir?; ¿pero qué pasa con el derecho a vivir cuando se prohíbe cumplir con ese deber, cuando lo que se impone se vuelve imposible?” Y afirmaba: el neoliberalismo cierra en forma permanente los accesos al trabajo...En estas circunstancias ¿es normal, es lógico imponer lo que no hay? ¿Es siquiera legal exigir lo que no existe como condición necesaria de la sobrevivencia?{tip ::Cfr Forrester, V., L horreur économique, Paris, Fayard, 1996.}[6]{/tip}. Hoy sabemos mucho más acerca de la quiebra civilizatoria que comportan las políticas neoliberales: el desfondamiento salarial, la precarización del trabajo, la privatización masiva de los bienes nacional populares y los recursos naturales, la inminencia permanente de los colapsos económicos que se abate como catástrofe siempre anunciada sobre los grupos subalternos, los negocios legales e ilegales del poder con todo, apalancados sobre la expropiación del presente, el pasado y el porvenir de las sociedades. Ésta no quiere ser una lista exhaustiva, pero es necesario señalar someramente, junto a los económicos, los horrores políticos propios del neoliberalismo. Los amafiamientos de toda índole del poder político estatal nacional-transnacional, vertebrados sobre la despotenciación, el vaciamiento y la pantomimización de los poderes de las instituciones democráticas. Las políticas secretas y sus aparatos paralelo-clandestinos, protegidos contra esas instituciones democráticas; la deslocalización del poder respecto al control, la presencia y la participación organizada de los grupos subordinados; las elecciones fraudulentas; la pulverización de las Constituciones en lo que ellas registran de construcción democrático-popular; la multiplicación de autoridades ad hoc que no responden a ningún electorado. Y la impunidad de los responsables, que enuncia: es la "única política posible", “no hay alternativa”.

Lo siniestro, decía Freud, es ese lugar donde la actualidad alucinada y el desconocimiento de la percepción alcanzan una distancia ínfima. Y además, sostenía, buscar experiencias y percepciones en esa zona es una de las fuentes de la eficacia del terror. Porque la amenaza coloca la evidencia en un sitio donde la distancia entre lo que "no puede ser" y sin embargo "es", no resulta fácil de discriminar. Donde el criterio de realidad sobre lo espantoso es equívoco y funciona en el exceso: lo que es, es imposible de creer. Esto empuja al discernimiento hasta los límites del letargo y la estupidez: "no pasa nada"{tip ::Freud, S., “Lo siniestro”, en Obras Completas, T. III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981.}[7]{/tip}

Así, si hay una frase que haya consagrado en el decir histórico la distancia entre los que atravesaron el horror y quienes pudieron evitarlo es esa de las víctimas, que afirma: "ustedes no pueden saber". Y que coincide siempre en espejo con la de los indemnes:"nosotros no sabíamos". ¿Qué manifiesta y qué oculta esta antinomia aparente, que insiste, atraviesa el tiempo, el contexto y las geografías, desde el holocausto hasta la globalización neoliberal actual? Qué, si no el muro de silencios que separa universos de experiencia que han dejado de tener una medida común entre sí. El terror que producen las políticas neoliberales en nuestros días apunta a quebrar la medida común de lo humano que habíamos logrado construir a través de organizaciones, derechos, valores, instituciones, prácticas, todo lo que podríamos condensar en los conceptos, las obras y los sueños colectivos de la democracia como soberanía popular efectiva. Ese terror comporta una reconformación generalizada del campo del poder, de lo político, lo social, los espacios y las historias colectivas, en la que se manifiesta la sombra, la huella, y el anuncio de un crimen. Por eso, sin la elaboración, sin la sanción simbólica y práctica de ese despeñadero, la guerra parece devenir irreversible: la guerra contra los pobres, pero también la guerra de los pobres contra otros más pobres. La guerra de los asustados contra los que sobran. Las xenofobias y la multiplicación de los enjaulamientos de todos los que sienten que tienen algo que perder, aunque sea nada. La extranjerización, el fuera-de-lugar masivo de todos los “otros”, que por supuesto somos todos.

No es poca cosa para los poderes dominantes haber llevado a todos esos hombres y mujeres a mendigar un trabajo, cualquier trabajo, a cualquier precio, a donde sea. Aún a costa de la muerte, en ese extranjero global, gigantescamente ampliado, que es hoy la patria de los pobres como anverso orgánico de la patria global del capital. Tampoco es poca cosa tener a su merced a los que aún tienen trabajo, o derechos. Obligarlos a aceptar su precarización, el desmantelamiento de todas sus organizaciones, sus inscripciones sociales, sus derechos, sus espacios y sus historias como condición para el empleo. Haber puesto a los jóvenes en la más absoluta vulnerabilidad material, social y cultural –ni trabajo ni educación, esa nada que cobra cuerpo en las multiplicadas formas de la muerte que nos asedian. Pero hay más: a legitimar, junto a esas situaciones, otro mecanismo paradigmático del terror: la responsabilización del agredido.

En esta línea, volvamos a la figura de la desaparición forzada, condensación paroxística de los mecanismos del terror. Ahí la perpetuación del des-conocimiento de su muerte articula con la prescripción a la familia para que ella asuma el acto de nombrarlo-instituirlo muerto. Igualmente, en el caso de la violencia neoliberal que acuerpa en nuestros des-empleados, des-echados, a-terrados, criminalizados de todo tipo, la superfluidad respecto de lo humano no es un juicio que emita el Estado, o el mercado. Como se sabe, el mercado en cuanto entidad inmanente no decide nada por sí solo, porque es un mecanismo cuya lógica y acción están articuladas y subordinadas a una construcción político-social, que hasta hoy continúa condensándose en el Estado. La intervención de éste, por medio de la acción o la omisión, sí es, en cambio, decisiva. Pero el Estado neoliberal no emite un juicio de aquella índole. Naturaliza la exclusión, privatiza la responsabilidad, culpabiliza a las víctimas y gestiona su inimputabilidad con la invocación-construcción del Mercado-Sujeto. Pero no declara la exclusión de lo humano del desechado, salvo si el desechado adquiere el carácter de "enemigo", categorización política que depende de una Teoría de la Seguridad, ya desde los años 70 de índole transnacional y centrada en la aniquilación del "enemigo interno". Hoy y aquí esa categoría corporiza de modo privilegiado en el "narcotraficante" – y el "terrorista", mejor aún si es posible una combinación de ambas-. En Mexico, el Estado ha declarado una guerra a este enemigo complejo y multidimensional, condensación de muchas de las violencias que venimos examinando. Propio de la dinámica de toda guerra, ella se extiende a los que nombran y denuncian el arrasamiento civilizatorio que comporta. Y, por supuesto, a los que puedan atravesarse en su trama siniestra, que somos todos. Ha desatado con ello un horror masivo que desgarra y desangra todo el cuerpo nacional.

Afirmaba Armando Bartra el año pasado:

“nos amanecemos con las cifras de los matados. Muertes individuales, intransferibles, pero sin nombre y sin rostro. Como no tienen nombre ni rostro los matadores. Víctimas unos y otros de una misma derrota moral, porque los asesinos no son traidores, no son enemigos de la patria: los asesinos son tan jóvenes, desamparados y a la intemperie como los asesinados. Decenas de miles de matadores, decenas de miles de matados: el rostro desollado de la patria….Anomia en sus dos sentidos: carencia de reglas y falta de palabras…”{tip ::Bartra, A., Ética y política en tiempos airados”, en La Jornada, Mexico, 18 Septiembre 2010.}[8]{/tip}

Confirma Paco Ignacio Taibo II este año:

“Logro descubrir, leyendo todos los periódicos locales de Acapulco, los previos oficios de los 15 hombres aparecidos sin cabeza: son dos adolescentes, un lavacoches, un chofer de recogida de basura, un mecánico, dos desempleados, un policía municipal y tres albañiles: las infanterías del cartel de Acapulco…!”{tip ::Taibo II, P. I., “8 Tesis y muchas preguntas”, en La Jornada, Mexico, 15 enero 2011.}[9]{/tip}

Desde dentro del narco, Marcos Camacho, Marcola, actualmente preso, sostiene lo siguiente en una entrevista hecha por el canal O Globo de la televisión brasileña:

“Más que eso, (máximo dirigente del cartel de Sao Pablo “Primer Comando de la Capital” (PCC)) yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas…¿Qué hicieron? Nada. Ahora ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social” A la pregunta del entrevistador acerca de una posible solución, responde: “¿Solución, cómo? Sólo la habría… con una transformación psicosocial profunda en la estructura política del país… ¡Agarren a “los barones del polvo” (cocaína)! Hay diputados, senadores, empresarios, hay ex presidentes en el medio de la cocaína y de las armas. ¿Pero, quién va a hacer eso?... Nosotros somos hombres-bombas. En las villas-miseria hay cien mil hombres-bombas. Estamos en el centro de lo insoluble mismo. Ustedes en el bien y el mal y, en medio, la frontera de la muerte, la única frontera. Ya somos una nueva “especie”, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes… La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa comúnmis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país… Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles… Ya surgió un nuevo lenguaje. Es eso. Es otro lenguaje. Está delante de una especie de post miseria…Nosotros no nos olvidamos de ustedes, son nuestros “clientes”. Ustedes nos olvidan cuando pasa el susto de la violencia que provocamos”. El entrevistador insiste: “Pero ¿no habrá una solución?” Marcola responde: “Para acabar con nosotros… solamente con una bomba atómica en las villas miseria. ¿Ya pensó? ¿Ipanema radiactiva?” Y concluye: “Ustedes sólo pueden llegar a alguna transformación si desisten de defender la “normalidad”..,Ustedes precisan hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero a ser franco, en serio, en la moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él …y… ya trabajamos dentro de la mierda. Entiéndame, hermano, no hay solución. ¿Saben por qué? Porque ustedes no comprenden ni la extensión del problema” {tip ::Cfr http://www.fmdelasamericas.com/index/item,1416/sección (subrayados nuestros)}[10]{/tip}

Como en el caso de estos "enemigos", en el de los desaparecidos y en el de los múltiples excluidos por las políticas neoliberales la declaratoria de expulsión de lo humano espera poder instituirse a través del prójimo del desechado, una vez dislocados los vínculos sociales entre éstos. Más de treinta años después, las madres siguen repitiendo:"vivos los llevaron, vivos los queremos"."Están locas!", decían. Ellas contestaban: “es justo para no volvernos locas!”.{tip ::Cfr Bonafini, H., Historias de vida, Buenos Aires, Fraterna, 1985.}[11]{/tip} En la misma línea se coloca lo que expresan nuestros indios, esos profesionales de la resistencia al borramiento y a la complicidad con el crimen, y por ello profesionales de la esperanza, cuando dicen ---no treinta, quinientos años después- : nunca más un México, un mundo, una humanidad sin nosotros. Sin todos nosotros, incluyendo a nuestros muertos y a los todavía por nacer. O lo que es lo mismo, y sugiere Marcola: habrá humanidad para todos, o no la habrá quizás para nadie.

El ejercicio del horror provoca siempre sin-sentido. Culpabilización de las víctimas ("por algo le habrá ocurrido eso") Desamparo. Soledad. Denegación. Repudio (“hay que exterminarlos en caliente”) Un siniestro abanico de recursos psíquicos para poner el horror afuera, y permanecer alucinatoriamente más allá de su alcance. Borramiento del crimen. Obturación del pensamiento. Porque el terror no atañe sólo de la pérdida o la mutilación de la vida, sino esencialmente a la pérdida misma de lo perdido. Golpea sobre "la memoria significante colectiva que estructura la humanidad de un grupo inscribiendo a sus muertos", dice Piralian{tip ::Cfr Piralian, H., "Genocide et transmision. Sauver la morte". Rapport au Colloque Centre National de Recherche Scientifique-MIRE, Rencontres avec la psychanalyse,les fonctions du pére, Paris, mayo de 1987.Cit. por Käes, R.,Op Cit.}[12]{/tip}. Tributo de dolor, el terror en todas sus formas marca, pero al mismo tiempo obstaculiza el trabajo de la memoria, al quebrar los vínculos sociales actuales, pasados y futuros. Y abre, asimismo, a una extraña clase verdad: lo que aún no se ha experimentado, y se teme como futuro, es algo que ya ha ocurrido. Una verdad que exige la elaboración minuciosa de algo así como una geografía y un memorial de lo impensable. In-dignarse contra la violencia y la injusticia. Nombrar e inscribir a los excluidos. Reconstruir los por qué, los quiénes, los lazos horizontales y transversales del pasado, el presente y el futuro. Reapropiarse la historia y los espacios. Señalar, responsabilizar y penalizar al agresor -que no es nunca una mano invisible-. Estas, creo yo, son algunas de las líneas por las que discurre, hoy como ayer, la empresa humana, esencialmente pública y colectiva, de la construcción democrática como resistencia, límite y alternativa a las múltiples formas del terror.

 

Notas

1.- Cfr. Galeano, Eduardo,"Los prisioneros", La Jornada, Mexico, 11-08-1996.

2.-Cfr. Poulantzas, N., Estado, poder y socialismo, Mexico, Siglo XXI, 1979.

3.-Definición de Actos Genocidas, Asamblea General de Naciones Unidas, 1948: "Actos genocidas son aquellos cometidos con la intención de destruir total o parcialmente grupos nacionales, étnicos, raciales y/o religiosos. Ellos son: a) asesinato de miembros del grupo; b) causar serios daños corporales o mentales al grupo; d) infligir deliberadamente condiciones de vida calculadas para generar daños físicos totales o particulares..."

4.-Cfr. Kaës, R.,"Rupturas catastróficas y trabajo de la memoria", en Violencia de Estado y psicoanálisis, Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1991.

5.-Sobre los temas del lugar de la memoria y la territorialización en la conformación de la Nación, entendida como modalidad específica de articulación social, cfr Rivadeo, A. M., Lesa Patria. Nación y Globalización, FES Acatlan, UNAM, 2010.

6.-Cfr Forrester, V., L horreur économique, Paris, Fayard, 1996.

7.- Freud, S., “Lo siniestro”, en Obras Completas, T. III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981.

8.- Bartra, A., Ética y política en tiempos airados”, en La Jornada, Mexico, 18 Septiembre 2010.

9.- Taibo II, P. I., “8 Tesis y muchas preguntas”, en La Jornada, Mexico, 15 enero 2011.

10.- Cfr http://www.fmdelasamericas.com/index/item,1416/sección (subrayados nuestros)

11.-Cfr Bonafini, H., Historias de vida, Buenos Aires, Fraterna, 1985.

12.-Cfr Piralian, H., "Genocide et transmision. Sauver la morte". Rapport au Colloque Centre National de Recherche Scientifique-MIRE, Rencontres avec la psychanalyse,les fonctions du pére, Paris, mayo de 1987.Cit. por Käes, R.,Op Cit.