11, Julio de 2012

Editorial: Algunas lecciones del proceso electoral: Los movimientos ciudadanos: entre la cultura de la sumisión y los poderes fácticos

 

“Mira Bartola,
ahí te dejo esos dos pesos
pagas la renta,
el teléfono y la luz.
De lo que sobre,
coges de 'ay para tu gasto
guárdame el resto
para hecharme mi alipus.”
Chava Flores

Las elecciones del 2012 han mostrado el desgaste grave de las vías electorales en el marco de una correlación de fuerzas sociales y políticas incapaz de derrotar el fraude estructural que desde el Estado y los poderes fácticos se instrumentó antes, durante y después de la jornada electoral y que seguramente pretende imponer en la presidencia de la República a Enrique Peña Nieto, quien no obstante sus evidentes cortedades intelectuales y su condición de analfabeta funcional, garantiza la continuidad y profundización de la ocupación neoliberal de nuestro país, las “reformas estructurales”, la privatización de PEMEX, la guerra social y contrainsurgente disfrazada de “guerra contra el narcotráfico”, y las alianzas estratégicas con Estados Unidos.

Es previsible que el Tribunal Electoral de la Federación, en correspondencia con la conducta cómplice y vergonzosa del Instituto Federal Electoral, encontrará las formas legaloides para desechar las denuncias presentadas por AMLO y las agrupaciones partidistas que lo apoyan, que señalaron la compra y manipulación de millones de votos, la actuación facciosa de los medios masivos de comunicación y el rebasamiento escandaloso de los topes de campaña, además de todos los mecanismos tradicionales y cibernéticos de defraudación electoral,  y que, en consecuencia, con base en la Constitución y las leyes, solicitaron la nulidad de la elección presidencial.

Una reflexión crítica sobre las elecciones mexicanas tendría que tomar en cuenta las propuestas que desde la sociedad civil y los jóvenes agrupados en el movimiento #Yo soy 132, lleven a una ruptura del régimen de partidos de Estado como el que se pretende imponer ya por tercera ocasión a los afanes del pueblo mexicano por transitar por la vía electoral hacía un cambio de régimen. Este es un buen punto de partida para cualquier discusión sobre la coyuntura electoral, sobretodo porque muchos analistas alertaron sobre el peligro que se corre frente a las formas de representación de la democracia tutelada que propicia el capitalismo neoliberal, en la cual los grupos dominantes y los poderes fácticos, incluyendo los monopolios mediáticos y el crimen organizado, imponen sus candidatos, mientras que, como sostiene Marcos Roitman,  los partidos se convierten tarde o temprano en “ofertas” de gestión técnica del orden establecido. Esta hipótesis cobra relevancia sobre todo después de sufrir uno más de los traumas electorales y asumir la necesidad de mantener objetivos estratégicos de mayor calado que vayan más allá de la lucha por la “democracia”, entendida sólo como el respeto a la voluntad popular limitado al sufragio.

Los esfuerzos focalizados a la participación social y organización política pero restringidos a los eventos electorales muestran hoy sus graves limitaciones, al tiempo que la magna tarea de organización cotidiana demanda una atención y un esfuerzo continuados que siguen pendientes en muchos rubros.  No cabe duda que la espera de transformaciones sociales basada en el mero ejercicio del voto, convierte al sufragio en una especie de acto mágico que permite luego a muchos un desentendimiento absoluto respecto a esa esfera fundamental en la vida de los seres humanos. No cabe duda además, que bajo tales circunstancias, el travestismo político seguirá siendo una moda cínica y algo mafiosa, que va de expresidentes como Fox, pasando por Ruth Zavaleta, Rosario Robles, Manuel Espino y muchos otros, como el vergonzante Graco Ramírez,  el flamante gobernador electo del estado de Morelos, con su interesado guiño a Peña Nieto, que lo deja en pelotas, tanto como su pasado político. Es también de esta especie camaleónica Irragorri, cambiando de camisetas políticas como si fueran modelos marca. La moral pública está por los suelos y los jóvenes se han sublevado, quieren subvertir ese anti valor que reina en nuestro medio de quien no transa no avanza.

La cultura política mexicana, en sus propias contradicciones, valida e impugna las excrecencias del proceso electoral de 2012. Sin embargo, la correlación de fuerzas se inclina en favor de las élites dominantes, las que ejercen los poderes fácticos que se sirven de la maquinaria mediática del duopolio Televisa-TV Azteca de las familias Azcárraga y Salinas Pliego, la cual penetra en la mayoría de los hogares mexicanos, tanto por sistema abierto o de cable, sin distinción de clases en sus alcances, pero sí en sus objetivos y en su arbitraria y manipuladora direccionalidad.

La política mexicana vive su crisis más profunda, al ver escindida la cultura de la sumisión y desgastada la maquinaria mediática de la dominación. En este proceso, sin embargo, observamos con preocupación que la intelectualidad universitaria, en general, y la del INAH, en particular,  hayan quedado a la zaga del movimiento estudiantil, tan a la zaga y anémica de fuerzas que los integrantes de nuestro colectivo En el Volcán, oscilamos entre la consternación y la vergüenza.

Nuestra intelectualidad crítica, desde hace un par de décadas, salva su conciencia moral con intermitentes pronunciamientos en campos pagados en los diarios nacionales o regionales, o reproducidos en las secciones gratuitas de cartas al Director. Resulta lamentable su escasa participación en la promoción y participación en los debates académicos sobre el drama nacional y sus perspectivas de futuro. El torremarfilismo de la intelectualidad universitaria es resultado de los nuevos tiempos, de sus desencantos ideológicos, de la fractura de sus sindicatos y de sus redes solidarias, de su contentamiento con la política de la zanahoria (SNI y programas de estímulos), de su soñada adscripción a algún estrato de la “nobleza cultural”.

 

 

La perversa seducción de las imágenes

La autoridad mediática, como la política, construye en su retórica y en su manejo de imágenes un nosotros figurado, una identidad colectiva a la medida de sus intereses; aquella que acepta la realidad virtual que nos presenta. La realidad que vivimos es otra, diferente a la que se pretende incrustar en nuestro imaginario social. La capacidad corporativa de persuadir a las clases subalternas  se apoya en dispositivos que tienen anclajes culturales muy fuertes y eficaces: las imágenes y los números entre otros.

A través de las imágenes se construye al ganador, a la celebridad, al poder mismo, y, al mismo tiempo, se execra y repudia a los disidentes, a los rebeldes, a los contestatarios, a los revolucionarios. Se construye también puntualmente a los “perdedores” en los comicios electorales de 1998, 2006, 2012. Tienen el pecado original de representar a las izquierdas, ni siquiera a todas, sino a aquellas que respetan el sistema político y sus instituciones. Los poderes fácticos en México no son, en sentido estricto, nacionales: tienen mucho de nativo pero también de extranjero. No basta nacer en el país para ser nacional, para ser mexicano en sentido estricto y representar de algún modo los intereses de la nación. La patria de Slim no es la patria de los mexicanos; para él es un territorio más para sus inversiones y sus ganancias. La patria de Calderón –si acaso la tiene- no parece ser México, sino la de los banqueros, la de los empresarios nativos transnacionalizados, la de las corporaciones imperialistas. La patria de Peña Nieto no será diferente a la de Calderón.

En este contexto, los poderes políticos y mediáticos saben que una imagen vale más que mil palabras, según reza un dicho popular. Tienen la plena convicción de que la imagen destila certidumbre y eficacia en una cultura mexicana que tiene mucho del barroco y del neobarroco contemporáneo. No se equivocan las élites dominantes al usar el poder de las imágenes; saben que ellas cuentan con la fuerza de la afirmación y de la negación, de la veneración o del rechazo, la de la seducción o la del miedo.

La autoridad política y mediática reitera el uso de la imagen bajo la máscara de la seriedad  y de una podrida solemnidad con el propósito de disciplinar el pensamiento de los mexicanos, el de los de abajo, para usar la metáfora de Azuela o el de la prole, según la hija despeñada. Si una imagen expresa lo que mil palabras, una imagen repetida cientos o miles de veces horada nuestro imaginario social. Debemos mentalizar, reconocer que el enemigo está en nuestros hogares, que cotidianamente martilla a favor de la cultura de la sumisión de muchas maneras, siendo la principal la desinformación y la construcción del estigma sobre quienes impugnan el orden establecido. La cultura de la sumisión se expresa tanto en el imaginario como en la fuerza de la tradición que orienta los comportamientos. La cultura de la sumisión es inducida por los poderes fácticos en las clases subalternas. La cultura de la sumisión está preñada de las imágenes inducidas por la cultura dominante, imágenes que son reproducidas por nosotros en nuestros imaginarios.

A contracorriente, la cultura ciudadana dista de ser pasiva. # Yo soy 132 representa el hartazgo juvenil de las clases medias y medias altas que se ha extendido a otros estratos sociales y que a pesar de su heterogeneidad ha sobrevivido a los ataques físicos priístas, a los intentos de cooptación de sus líderes, a los estigmas mediáticos del duopolio. # Yo soy 132 representa también la más importante fisura en el sistema de dominación política mediática del México contemporáneo.

Las redes sociales,  a través del twitter y del Facebook, así como a través de los muros callejeros, han hecho circular caricaturas de Peña Nieto, grafitis, archivos sonoros con rolas alusivas al fraude electoral y al poder mediático, videos críticos en YouTube, sin olvidar las multitudinarias marchas ciudadanas en las que la crecida presencia juvenil indica que asistimos a un relevo generacional en los movimientos sociales y sus formas de expresión. Las caricaturas de Peña Nieto no sólo revelan creatividad, sino la fuerza corrosiva de todo orden, de todo poder, gracias también al humor, la ironía, la risa colectiva.

 

 

El  poder y la magia de los números

La autoridad mediática y política usa y abusa de las cifras; muchos artilugios sabe y sabe también de su fuerza seductora ante las clases subalternas. La fuerza de las cifras suscita estupefacción, sorpresa, malestar, pero de tanto repetirlas y verlas, disciplina el pensamiento. La fuerza simbólica de los números, independientemente de su formato (porcentajes, cifras indexadas, etc.,) tiene un anclaje cultural profundo en todas las culturas, por ende también en la nuestra. Recuerdan la rola del Chava Flores, dedicada al macho mexicano que, haciendo cuentas –en este caso electorales- le toma el pelo a la Bartola. Recuerdan cómo en 1998 las clases dominantes trataron al pueblo mexicano como si fuese un conglomerado de Bartolas, bombardeándolas con mágicas cifras y con un par de pesos para aturdirlas y someterlas.

En 2006 el IFE, a través de la maquinaria mediática del duopolio y un envilecido manejo pesetero, nos bartoleó de nuevo, sazonando su juego con sus conteos ascendentes. Eran exclusivamente los matemáticos quienes tenían clarísimo que el cálculo de probabilidades volvía imposible creer que sólo hubiesen movimientos en los  flujos de votos hacia Calderón y López Obrador, los dos punteros, mientras que los que quedaban rezagados sostenían flujos tan constantes que parecían sin pulso estadístico. La magia del software no hace milagros: truca. Ingenuo es creer en la neutralidad de los programas de cómputo manejados por humanos que representan intereses y apuestas. Ingenuo es creer en la neutralidad de instituciones como el IFE. Ingenuo es creer que el ejecutivo representa a todos los mexicanos. Ingenuo es creer que el Congreso representa la voluntad legislativa de la mayoría de la población. Ingenuo es creer que unos jueces pagados cada mes con escandaloso e injusto exceso, van a poner en entredicho esa prebenda y los muy posibles “cañonazos” neo-obregonistas a ellos dirigidos. El juego de sustituciones que subyace a las instituciones “representativas” reproduce la coartada del poder. En realidad Bartola es una identidad impuesta, pues la real anda a calle abierta echando lava: su indignación es justa y su razón, imbatible en el terreno de las ideas y los argumentos. De otro lado, reina la mentira maquillada, la misma sopa mediática del poder.

 

 

Obrar conforme a derecho es la voluntad de la derecha

Resulta paradójico que quienes desde los poderes fácticos y mediáticos celebran la sujeción a la norma laica, constitucional, estatal, municipal, la crean intocable, objeto de veneración y sumisión. Salvo, cuando los resquicios de una ley que es voluntad de los grupos de poder les permite la apropiación descarada de los recursos públicos y el tráfico de influencias, entre otras linduras. Decía no sin razón Walter Benjamin, que la violencia no es sólo constitutiva al Estado, sino también al derecho, y he allí su paradoja, su contradicción.

La ley promulgada por las clases dominantes manda, o es la voluntad y la tradición del pueblo quienes mandan. La fuerza de costumbre del pueblo tiene función normativa: de ella abreva el derecho positivo. No obstante, el derecho que se impone es el de la correlación de fuerzas en las calles, en los procesos democráticos y revolucionarios que establecen una nueva constitucionalidad, en la posibilidad de neutralizar los aparatos armados de los grupos dominantes por los altos costos políticos que tendría la represión generalizada, en el ejercicio de una hegemonía que se extiende por las clases subalternas que deciden asumir la dignidad sobre el temor, la épica sobre la farsa, la verdad sobre la manipulación.

En el artículo “Haciendas y ríos”, Rafael Gutiérrez hace referencia