11, Julio de 2012

011 - Julio 2012

La elección

 

Agradecemos al colega Javier Pérez Siller
el que nos haya hecho llegar este poema,
dedicado por el Consejo Editorial de En el Volcán,
en sentido homenaje a todos nuestros compatriotas,
en particular a quienes recientemente vendieron su voto por hambre.

Poema titulado "La elección". ¡Una joya!

Poema anónimo publicado en El cronista del Valle, de Brownsville, Texas, el 26 de Mayo de 1926.
La hipótesis del escritor Antonio Saborit, es que fue escrito por
Guillermo Aguirre y Fierro (potosino, autor del "Brindis del bohemio").

Totalmente disfrutable. Saludos electorales para este 2012.

Consejo Editorial

 

La elección

El león falleció ¡triste desgracia!
Y van, con la más pura democracia,
a nombrar nuevo rey los animales.
Las propagandas hubo electorales,
prometieron la mar los oradores,
y… aquí tenéis algunos electores:
Aunque parézcales a ustedes bobo
las ovejas votaron por el lobo;
como son unos buenos corazones
por el gato votaron los ratones;
a pesar de su fama de ladinas
por la zorra votaron las gallinas;
la paloma inocente,
inocente votó por la serpiente;
las moscas, nada hurañas,
querían que reinaran las arañas;
el sapo ansía y la rana sueña
con el feliz reinar de la cigüeña;
con un gusano topo
que a votar se encamina por el topo;
el topo no se queja,
más da su voto por la comadreja;
los peces, que sucumben por su boca,
eligieron gustosos a la foca;
el caballo y el perro, no os asombre,
votaron por el hombre
y con dolor profundo
por no poder encaminarse al trote,
arrastrábase un asno moribundo
a dar su voto por el zopilote.
Caro lector que inconsecuencias notas,
Dime: ¿no haces lo mismo cuando votas?

En el artículo “Haciendas y ríos”, Rafael Gutiérrez hace referencia

La Lucha contra el capital depredador minero: Tres poemas y una canción

 

En la literatura y la canción popular han
quedado registrada las luchas de los
mineros contra el capital depredador
en México, América Latina, España
y en el mundo. Presentamos a nuestros
lectores una selecta muestra de ello.

 

Discurso a Cananea

Carlos Pellicer

 

No he de hablar de la sangre
ni de su prodigioso contenido;
ni del puño cerrado que gobierna
del lado izquierdo el regadío exacto
para que todo el cuerpo se alimente
sin que órganos o músculos carezcan
de cuanto equilibrando necesitan.

No he de hablar de la sangre,
viajera silenciosa,
el invisible y entubado pez,
vivo millón de gotas líquidamente augusto,
disciplinado al ritmo aparatoso
de un pequeño universo,
origen de razón y poesía.

La sangre,
la de los vasos siempre generosos,
la energía circulante a cada instante,
la que hereda zafiros, lodazales,
crepúsculos llorados en recuero
de amanecidos truenos militares.

No he de hablar de la sangre,
la aurora injustamente derramada
como el vino que espera al invitado
que va a llegar, pero que no ha llegado
porque un tzentzontle ha muerto en su ventana
cuando él iba a salir…

No he de hablar de la sangre
con que el niño al nacer mancha
su acto de nacimiento.

La sangre oculta en la mirada
del hombre socavón que circula en la mina,
la sangre que suda todos sus minerales.

La sangre oculta en la mirada
del hombre derrotado
en el salón de vidrio de la “justicia” humana.

La sangre oculta en la mirada
del minero dilapidado como riqueza anónima,
razonado por la avaricia
glóbulo empobrecido
en la arterioesclerosis de la mina.

La sangre oculta en la mirada
del que después de la protesta inútil
-los niños, la mujer, la calandria y el perro-
regresa al tiro envuelto en sombras miserables,
en trombas minerales,
en laringe de gases
y entre gallos de amanecer
así arrastrados como perros muertos
al rico basurero de la mina.
Dentro del gran oído de la mina
se escucha el rito de los hombres
que necesitan ocio y poesía;
hombres fragmentos de escombros,
hombres mendrugos
debajo de la mesa de capital jauría.

Canana, Cananea,
de tus tiros partieron
los primeros alientos de una aurora
que no ha dado la luz que necesito
para decir, de pueblo en pueblo,
que ya no hay tuberculosis producida por hambre
ni banquete de bodas de ciento diez mil pesos;
que ya no hay grandes puercos
que hocean entre la sangre y la traición
-¿verdad, Señor y Dios mío Jesucristo?-
que así Pérez Jiménez y Trujillo y Somoza y Batista
y Rojas Pinilla y Castillo Armas
-el inefable “azul” de Guatemala-
(¡sean, pues, más bandidos pero menos ridículos!)
me impiden con su estiércol caminar por mi América.

Canana Cananea, ¿imaginas el día
en que venga a decirte a tu oído de cobre,
que no habrá más reuniones con visos de naufragio
en Panamá, donde el primer Roosevelt
cometió el panamá
que dejó sin su brazo glorioso a Colombia?
¿Allá, donde Bolívar llora más aún que en Caracas?

Tu sangre y tu protesta son el árbol que aguarda
su banderín de pájaros,
rodeados girasoles de salud y belleza
poblados de palabras que convengan al hombre.

Canana Cananea,
tu nombre suena a arenas movidas por el agua
en que se baña el día surgido de tu pecho,
joven como el tumulto que agrupa tu escultura
apretada de brazos con que abrazas a México.

Sobre muros que duelen pintó Diego Rivera
la entrada y salida de la mina.
Chorrean dolor y rabia y vergüenza. Yo vi
pintarlos, cuando el día brotaba de mis manos
y entre huracanes de águilas rompí mi corazón.

Para encumbrar luceros tengo la voz a ti.
Tus noches minerales acarrean relámpagos
que abren en un fulgor las tormentas del mundo.
Llevo la cuenta de túneles de avaricia y cansancio
y en el rayo de sol que de Tabasco tengo,
he de contar un día, cuando vuelva a Tabasco,
lo que pesa el diamante que arrancaste al subsuelo:
huelga de Cananea,
¡alborea! ¡alborea! ¡alborea! ¡alborea!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los mineros salieron de la mina

César Vallejo

 

Los mineros salieron de la mina
remontando sus ruinas venideras,
fajaron su salud con estampidos
y, elaborando su función mental
cerraron con sus voces
el socavón, en forma de síntoma profundo.
¡Era de ver sus polvos corrosivos!
¡Era de oír sus óxidos de altura!
Cuñas de boca, yunques de boca, aparatos de boca (¡Es formidable!)
El orden de sus túmulos,
sus inducciones plásticas, sus respuestas corales,
agolpáronse al pie de ígneos percances
y airente amarillura conocieron los trístidos y tristes,
imbuidos
del metal que se acaba, del metaloide pálido y pequeño.
Craneados de labor,
y calzados de cuero de vizcacha,
calzados de senderos infinitos,
y los ojos de físico llorar,
creadores de la profundidad,
saben, a cielo intermitente de escalera,
bajar mirando para arriba,
saben subir mirando para abajo.
¡Loor al antiguo juego de su naturaleza,
a sus insomnes órganos, a su saliva rústica!
¡Temple, filo y punta, a sus pestañas!
¡Crezcan la yerba, el liquen y la rana en sus adverbios!
¡Felpa de hierro a sus nupciales sábanas!
¡Mujeres hasta abajo, sus mujeres!
¡Mucha felicidad para los suyos!
¡Son algo portentoso, los mineros
remontando sus ruinas venideras,
elaborando su función mental
y abriendo con sus voces
el socavón, en forma de síntoma profundo!
¡Loor a su naturaleza amarillenta,
a su linterna mágica,
a sus cubos y rombos, a sus percances plásticos,
a sus ojazos de seis nervios ópticos
y a sus hijos que juegan en la iglesia
y a sus tácitos padres infantiles!
¡Salud, oh creadores de la profundidad...! (Es formidable.)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El Maestro Huerta

(De la mina “La Despreciada”, Antofagasta)

 

 

Pablo Neruda

 

Cuando vaya usted al Norte, señor,
vaya a la mina “La Despreciada”,
y pregunte por el maestro Huerta.
Desde lejos no verá nada,
sino los grises arenales.

Luego, verá las estructuras,
el andarivel, los desmontes.
Las fatigas, los sufrimientos
no se ven, están bajo tierra
moviéndose, rompiendo seres,
o bien descansan, extendidos,
transformándose, silenciosos.
Era “picano” el maestro Huerta.
Medía 1.95 m.
Los picanos son los que rompen
el terreno hacia el desnivel,
cuando la veta se rebaja.
500 metros abajo,
con el agua hasta la cintura,
el picano pica que pica.

No sale del infierno sino
cada cuarenta y ocho horas,
hasta que las perforadoras
en la roca, en la oscuridad,
en el barro, dejan la pulpa
por donde camina la mina.

El maestro Huerta, gran picano,
parecía que llenaba el pique
con sus espaldas. Entraba
cantando como un capitán.

Salía agrietado, amarillo,
corcovado, reseco, y sus ojos
miraban como los de un muerto.

Después se arrastró por la mina.
Ya no pudo bajar al pique.
El antimonio le comió las tripas.
Enflaqueció, que daba miedo,
pero no podía andar.

Las piernas las tenía picadas
como por puntas, y como era
tan alto, parecía
como un fantasma hambriento
pidiendo sin pedir, usted sabe.
No tenía treinta años cumplidos.

Pregunto dónde está enterrado.
Nadie se lo podrá decir,
porque la arena y el viento derriban
y entierran las cruces, más tarde.
Es arriba, en “La Despreciada”,
donde trabajó el maestro Huerta.

 

 

 

En el Pozu

(Canción de los mineros asturianos)

 

En el pozo María Luisa,
tranlaralará, tranlará, tranlará.
murieron cuatro mineros.
Mirai, mirai Maruxina mirai,
mirai como vengo yo.
murieron cuatro mineros.
Mirai, mirai Maruxina mira,
mirai como vengo yo.

Traigo la camisa roja
tranlaralará, tranlará, tranlará.
de sangre de un compañero.
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
de sangre de un compañero.
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.

Traigo la cabeza rota,
tranlaralará, tranlará, tranlará.
que me la rompió un costero.
Mira, mirai Maruxina mirai,
mirai como vengo yo.
que me la rompió un barreno.
Mirai, mirai Maruxina mirai,
mirai como vengo yo.

Santa Bárbara bendita,
tranlaralará, tranlará, tranlará.
Patrona de los mineiros.
Mirad, mirad Maruxina mirad,
mirai como vengo yo.
Patrona de los mineiros.
Mirad, mirad Maruxina mirai,
mirai como vengo yo.

Mañana son los entierros,
tranlaralará, tranlará, tranlará,
de esos pobres compañeros,
Mirai, mirai Maruxina mirai,
mirai como vengo yo.
de esos pobres compañeros,
Mirai, mirai Maruxina mira,
mirai como vengo yo.

En el artículo “Haciendas y ríos”, Rafael Gutiérrez hace referencia

Número 11, Julio de 2012

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