Editorial 66: Disciplinamiento para la sumisión

Iniciado el tercer año de aquello que para algunos constituye un neoliberalismo recargado, por cierto llamado 4T, y con el respaldo de encuestas que muestran más que un alto índice de popularidad del gobierno o del patriarca que lo encabeza, la vigencia de la voluntad de cambio que se expresó en el país categóricamente en el 2018, se vislumbra sin embargo un endurecimiento que apunta a blindar, contra todo posible obstáculo, los megaproyectos presidenciales diseñados y decididos al margen de la voluntad de las comunidades locales, y también al margen de una exigencia de diálogo y de una elemental conservación cultural y ambiental, confrontando y descalificando toda voz que difiera con lo ya verticalmente dispuesto, por cuestionable que sea a la luz de apreciaciones objetivas. Comprender la enorme dimensión histórica y política de la encomienda popular del 2018, y honrar la exigencia de justicia que la sustenta: ese debiera ser el único megaproyecto a blindar, el mandato-eje, el solo imperativo medular que demanda protección y reafirmación cotidiana… en el elegante y elocuente silencio de los hechos.

Sin embargo, algo obstruye los canales auditivos o las vías neuronales que deberían transformar y enviar las señales nerviosas a los centros intracraneanos correspondientes: en circuito cerrado, no hay escucha a otra voz que no sea la propia o sus ecos, y para ello se reclama feligresía, no ciudadanía. El feligrés acata. El ciudadano se exige congruencia, y desde ahí la exige. Pero no habiendo ni una sola transformación valedera, la de la evolución de feligresía a ciudadanía, sino esa continuidad unidireccional, saben bien los trepadores incrustados desde el sexenio previo en algunas instituciones que el halago y la sumisión incondicional al “superior jerárquico” son los peldaños de su escala y los ingredientes para cuidar lo más preciado de que disponen en esta vida: su cargo.

En tanto, quienes al interior de la actual estructura gubernamental mantienen clara, contra viento y marea, esa encomienda de transformación, ese mandato popular, ese reclamo de coherencia por una sociedad de justicia, de comunicación horizontal, de emancipación, de acceso parejo a oportunidades, de cese de atropellos, han de sortear no sólo las contradicciones y excesos discursivos cotidianos, ni la bien pagada y racista campaña mediática de falsedades y descrédito contra cualquier transformación que incomode -virtualmente o no- los intereses y privilegios de los nostálgicos del sistemático abuso político y económico, sino también tienen que esquivar las disputas entre alianzas forjadas al interior mismo del gobierno, ante la adelantada carrera presidencial en Morena, ante el cúmulo de intereses venales en juego de quienes instrumentalizan esa agrupación política y ante la inocultable corrupción y negligencia que siguen privando en entidades como la Fiscalía General de la República, y que calan en la opinión pública porque develan la persistencia del legado tóxico de los sexenios de pesadilla precedentes, conformado por las desapariciones forzadas, el alto índice de feminicidios, la ampliación de zonas del país controladas por el crimen organizado y la escandalosa impunidad que priva en México.

Ese blindaje a iniciativas que generan una resistencia fundada, esa que no nace de camarillas políticas ni económicas apegadas a privilegios que no terminan sino de la misma voluntad de transformación expresada en el 2018, podría ser la explicación de una forma de gobierno fincada en decretos y acuerdos que rompen el orden constitucional, con tal de allanar el camino para la consecución de los objetivos presidenciales, en especial sus inconsultos megaproyectos.

En este marco, otro recurso de control es el disciplinamiento social puesto en marcha desde el inicio del sexenio, como lo sugiere el título del texto de David Huerta, el interlocutor abdicante: por una parte, el no diálogo como gobernanza, como política de invisibilización y descrédito de quienes emiten mensajes no sintonizados con la frecuencia monológica del presidente, una de cuyas divisas pareciera ser la del servilismo abyecto; por la otra, una versión de Neolengua orwelliana, diseminada por el Gran Hermano en sus emisiones matutinas y replicada machaconamente por los medios gubernamentales, por sus aliados mediáticos, sus redes de bots, su partido y su feligresía, Neolengua que designa y perfila a los enemigos (incluido en este cajón cualquiera que ose formular principios o análisis divergentes de la línea marcada, a pesar de su fundamento) endilgándoles motes y propósitos aviesos, estereotipos fácilmente comprensibles para el pueblo bueno

El disciplinamiento, o la búsqueda de éste, es también el propósito de los códigos de conducta, cartillas morales, reglamentos con los que se pretende modelar la opinión y conducta de la población o de grupos muy definidos, como es el caso de quienes trabajan en el área académica y de investigación del INAH; en este caso, adicional a pretender que dichos grupos hagan suyas regulaciones o normas, se les disciplina de forma menos abstracta, mediante la pauperización de sus condiciones laborales y contractuales, o no menos importante, a través de la vulneración de las funciones sustantivas de la institución. La obediencia a un código de ética debiera de ser exigida, en primer lugar, a quien exige esa obediencia, y a las instituciones mismas que apremian a firmarlo, pues ¿con qué cara exigen apego a un código de ética quienes lo violentan de manera cotidiana en su relación con la institución que tienen la encomienda de conducir, aquellos que, sumisos, operan su desmantelamiento mismo? En términos generales, reflexiones como la que presenta Grace Salamanca en este número abordan este fenómeno.

No es exagerado, por ello, constatar un aire de obediencia servil, de códigos de ética sacados de un agujero, de solemnes mentiras, de simular que se disimula y de disimular que se simula, de indignaciones histriónicas, declaraciones previsibles y huecas, clichés y lugares comunes, imposturas discursivas, todo lo cual conforma en su conjunto una atmósfera intoxicante que reclama inmunizaciones, cercos sanitarios, sanitizaciones y ensalmos antivirales y anticrotálicos.

Pero otra manera más hay de disciplinar el pensamiento: es el recurso espectacular, del que ha echado mano el gobierno, trastocando a menudo eventos históricos, tradiciones, fechas cívicas o celebraciones populares con el pretexto de promover y enaltecer las tradiciones nacionales, pero apropiándoselas simbólicamente al mismo tiempo. En fechas recientes esta ramplona combinación de espectacularidad y simbolismo adquiere tonos más elaborados, trabajados a fondo en una tarea de franca propaganda ideológica, como es el caso de los promocionales audiovisuales que plantean una estrecha relación de los militares actuales con los guerreros prehispánicos en el espacio de la zona arqueológica de Teotihuacán, por ejemplo, ocupada por elementos del ejército mexicano armados, en violación a los reglamentos del INAH para estos sitios, y que coreográficamente dispuestos despliegan en lo alto de la pirámide una bandera nacional. Se llega a lo grotesco cuando en el audiovisual se fuerza una identificación del macuahuitlue, el arma más asociada visualmente con los guerreros mexicas, con el fusil y la carabina FX05 Xiuhcóatl (serpiente de fuego), fabricados por la Sedena a razón de 30 mil unidades por año. La espectacularización se redondea con otras imágenes alegóricas a la patria y al pasado apoyadas por una banda sonora ad hoc (https://twitter.com/sedenamx/status/1444149457931669507  y https://ms-my.facebook.com/Srio.DefensaNacionalMx/videos/morelos-la-tierra-de-la-eterna-primavera/639115767223895/).

Además de esta arbitraria asociación que sugiere que el ejército es parte de “nuestras raíces” desde tiempos precolombinos, se constata que personal del Instituto Nacional de Antropología e Historia, institución que recientemente cumplió 80 años de trabajo en el estudio, preservación y protección del patrimonio cultural del país, ha estado colaborando con la Secretaría de la Defensa Nacional en la confección de estos peculiares promocionales destinados a la exaltar a las fuerzas armadas.

Esto sucede en un momento en que se observa un acelerado proceso de militarización del país, en completa contradicción contra las promesas de campaña del actual presidente y su partido político, manifiesta en un aumento considerable de sus presupuestos anuales como no lo había tenido antes, en el involucramiento de personal castrense en tareas de seguridad pública, construcción y administración de aeropuertos civiles, tendido de vías férreas y administración de los fondos del mal llamado “Tren Maya” para pensiones del personal militar, en el control de puertos y aduanas, la construcción de más de 200 sucursales del Banco del Bienestar, la participación de militares en excavaciones paleontológicas y arqueológicas, entre otras misiones que sin embargo, evidentemente, competen a otras varias secretarías de Estado, como las de Salud, Comunicaciones y Transportes, etcétera.

En otro promocional de la serie, vemos a militares patrullando en el Jardín Etnobotánico del INAH, camuflados y armados, en acecho, y a continuación se usa a la zona arqueológica de Xochicalco como escenografía, al estilo de una producción “histórica” de Hollywood, lo que tiene un significado especialmente doloroso para la memoria histórica de las luchas populares del estado de Morelos, ya que no fue, la del promocional, la primera vez que los militares ingresaron armados a ese sitio arqueológico. El 23 de mayo de 1962 soldados del ejército mexicano ultimaron ahí al dirigente agrario Rubén Jaramillo, a su esposa y sus tres hijos. Al fondo del estacionamiento central de la zona arqueológica, en el lugar del crimen, se erigió un modesto monumento levantado por seguidores jaramillistas; ahí, cada año se hacen ceremonias en memoria de las luchas libradas por el campesinado y se reclama por justicia para un crimen de Estado que, como otros muchos, sigue en la impunidad y en el olvido de la historia oficial. ¿Intenta el régimen, al tiempo que promueve la exaltación al militarismo, borrar de la memoria colectiva este crimen impune haciendo promocionales militaristas en el territorio donde ocurrió el crimen de Estado? Por lo pronto, se consigna que desde la memoria histórica de los pueblos también hay intervenciones audiovisuales que rescatan a sus próceres regionales, como el documental de Jaime Rogel, digno de consulta, Rubén Jaramillo, a la sombra de Zapata ( https://www.youtube.com/watch?v=B4Jvoxrymwk&authuser=0 ).

 

Este número de En el Volcán Insurgente, además de los textos referidos de David Huerta, El deterioro del lenguaje y el interlocutor abdicante, y de María Grace Salamanca, La ética como máscara: el imperialismo moral del norte global, presenta una elección de diecisiete poemas nacidos de la pluma de Bernardo Beco Baytelman, quien, en la difícil condición del exilio a raíz del golpe de Estado de 1973 en Chile, impulsó con dedicación y creatividad la visionaria creación en el barrio de Acapantzingo, en Cuernavaca, del Jardín Etnobotánico del INAH, también antes mencionado[1]. Los antecede una breve introducción, de la escritora Eliana Albalá, su viuda, quien ha tenido la generosa deferencia de compartirlos con nuestros lectores.          

A su vez, en torno a la figura de la magnífica compañera Raquel Padilla, fallecida hace ya dos años, se presentan dos textos: el de Rosa María Garza Marcué, Mujer que ama, cree y espera. A dos años de su feminicidio, y el de Rigoberto Rodríguez Benítez, Comentarios a Los partes fragmentados (2018) y a Misiones, historia e identidad (2019), de Raquel Padilla. Le sigue el artículo de Víctor Hugo Villanueva Resistir en pandemia, el caso de Damnificados Unidos de la Ciudad de México. Un apartado de este número, a continuación, reproduce, con autorización de sus autores, cuatro de las reflexiones que se presentaron en torno al Reglamento de la Ley Orgánica del INAH publicado el 24 de mayo del presente año, en el marco de un foro sindical realizado para su análisis. Cierra este número, como anexo informativo pertinente, la Declaración pública del XVI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social llevado a cabo este año en Santo Domingo , República Dominicana. En ese mismo tenor, en otro video preocupante (https://www.youtube.com/watch?v=teJMHmfWQbE) se utiliza el juramento del guerrero yaqui como referente castrense, en una reducción tan escandalosa carente de respeto.  Precisamente los textos sobre Raquel Padilla en este número denotan la dimensión de un juramento yaqui, muy lejana de esta instrumentación banal.

 

[1]    Consúltese en esta revista: http://www.enelvolcan.com/feb2012/105-bernardo-baytelman-jorge-angulo-y-alfredo-barrera-en-los-antecedentes-del-jardin-etnobotanico-en-cuernavaca