El deterioro del lenguaje y el interlocutor abdicante

Presentación del Maestro David Huerta en el Seminario Patrimonio Cultural: Antropología Historia y Legislación, coordinado por Bolfy Cottom, de la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Mesa de análisis, Ciencia y Cultura: balance de la política pública a dos años de la llegada del actual gobierno federal (8 de diciembre de 2020). Publicación autorizada por su autor.

 

Presentación del autor por Bolfy Cottom: Refiero algunos datos, sólo algunos datos curriculares del maestro Huerta. Él es profesor, periodista, poeta y ensayista. Es premio de poesía “Carlos Pellicer”, el cual se le otorgó en 1990. Premio “Xavier Villaurrutia”, en 2006. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores, de la Fundación Guggenheim, y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes del FONCA, que, por cierto, está extinguido prácticamente. Desde 2005 es profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, y también es profesor de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. En 2010 la editorial Cooper Canyon publicó una extensa antología de sus poemas, preparada y traducida por Mark Schaffer con el título: Before Saying Any of the Great Words. En 2013, el Fondo de Cultura Económica publicó su obra poética reunida en dos volúmenes que suman más de mil páginas, con el título: La mancha en el espejo. Recientemente ha sido nombrado director de la Cátedra Octavio Paz de la Universidad Nacional, que tendrá su sede en el Colegio de San Ildefonso. En noviembre de 2019, le fue otorgado el premio de la Feria Internacional del Libro de Literatura en Lenguas Romances. Querido maestro David, muchas gracias por estar con nosotros y te escuchamos si eres tan amable.

 

David Huerta: Muchas gracias. Voy a leer unas cuartillas que preparé, confiando en que más adelante podamos hablar de algunos de estos temas. Comienzo:

 

El deterioro del lenguaje es la primera señal de una crisis latente. En ese largo momento, pues el deterioro es lento, gradual, nadie sabe si la crisis alcanzará el punto en el que un estallido o una ruptura sea inevitable. El estado mismo de latencia del proceso impide saberlo. Es posible que las fuerzas contrarias a ese deterioro sean capaces de neutralizar la erosión y el desgaste; pero, por otra parte, puede que el deterioro destruya irreparablemente enclaves esenciales de convivencia, comunicación y productividad. Todo esto es más o menos sabido, pero en México, vivimos ahora en medio de una circunstancia singular. La creciente erosión del lenguaje está rodeada por una ausencia espectral. Es la ausencia de un interlocutor. En las esferas principales del poder político, se ha renunciado a la interlocución. No se trata de que el interlocutor esté ausente, es decir, que físicamente no esté ahí, donde haría falta para que hubiese un diálogo, un debate, una serie de planteamientos que permitan avanzar o poner sobre la mesa ese deterioro lingüístico del que hablo, así como sus consecuencias. Lo que ocurre en nuestro país es más grave. Es la renuncia voluntaria a esa interlocución, interlocución necesaria para evitar el deterioro irreparable del lenguaje. La ausencia voluntaria de un interlocutor socava de entrada, o parece socavar de entrada, las intenciones de una reunión como esta. ¿Cómo decir lo que queremos decir, si hablamos para nadie?; mejor dicho, para el que no quiere escucharnos, darnos un mínimo de crédito, tomar en serio lo que decimos. Estas palabras no son en absoluto una queja o un lamento, son una denuncia. Si hablo del deterioro del lenguaje, tengo que explicar un par de cosas para que ese planteamiento tenga algún sentido.

En primer lugar, ¿dónde advierto ese deterioro?, y en segundo termino, ¿cómo lo relaciono con el estado de la cultura en nuestra comunidad? El deterioro lingüístico tiene su origen en el interlocutor. Lo llamaré interlocutor abdicante, del que he hablado ya. No importa que se trate de una persona encumbrada o de sus subordinados, de un sujeto singular o plural. No es posible el debate por dos razones; el interlocutor político ha renunciado al dialogo sobre el problema y en él se localiza el origen de ese mismo problema. Esto puede dar una idea de la gravedad de nuestras circunstancias. Con dos adarmes de nacionalismo mágico y pintoresquista, una pizca de nociones generalizadoras y, vistas de cerca, falsas, no puede establecerse un diagnóstico sobre la cultura en México que tenga un mínimo valor. Se puede, en cambio, entusiasmar a los simpatizantes y a los ya convencidos. ¿Convencerlos de qué? Entre otras cosas, de la razón que tiene el interlocutor abdicante cuando se niega a dialogar con nosotros. Los convence además del valor intrínseco de sus posiciones, pues utiliza un lenguaje empapado de sentimentalismo que apela continuamente a los impulsos primarios y al rencor social, establece dicotomías infranqueables y alienta el irracionalismo, cuyos frutos podridos son el fanatismo ideológico, la ceguera política y sus innumerables efectos en el horizonte amplio y diverso de la cultura; efectos evidentemente destructivos.

Además de esa pobreza intelectual, está lo que no tengo más remedio que llamar “fraseología orwelliana”. Convoco a estos renglones, así, al escritor George Orwell, autor de una novela con título de fecha: 1984; historia que, a pesar de llamarse así, nos espera ominosa en un porvenir incierto, y nos acecha amenazante en el presente. El lenguaje orwelliano es el de las frases paradójicas cuya bonanza presenciamos ahora en México. Los ejemplos son bien conocidos: la libertad es la esclavitud, la verdad es la mentira. La difusión y el afianzamiento o imposición, desde arriba, de ese lenguaje, ocurre ahora mismo en nuestro país. Cualquiera puede comprobarlo la mañana que así lo deseé. Escuchará el espectáculo cansino de las dicotomías, los reduccionismos, las simplificaciones, que permiten el avance reiterado del deterioro lingüístico; y al lado de él, de sus consecuencias: el empobrecimiento de las mentes, el predominio de una violencia soterrada que poco a poco va saliendo a la superficie y acompaña a la otra, la violencia de los delincuentes. Todo ello, efecto de la desfiguración de las palabras. Daré solamente dos ejemplos que me han impresionado en estos dos años.

A fines del pasado enero de 2020, en el Zócalo, las víctimas sobrevivientes de la violencia criminal quisieron acercarse a dialogar con las autoridades. Los simpatizantes del gobierno los insultaron con estas palabras, entre otras injurias. Les dijeron: “Ustedes mataron a sus hijos para luego cobrar.” Esas palabras no merecieron más que un solo comentario desde lo que suele llamarse, con cursilería, la más alta tribuna. Son los riesgos, se dijo ahí a la mañana siguiente, de vivir en una democracia. El interlocutor abdicante aprobó explícitamente, así, esa degradación del lenguaje, que aquí he llamado discretamente, deterioro. Segundo ejemplo. Al referirse a una entrevista con un antiguo funcionario electoral; un simpatizante del gobierno, habló así de ese funcionario. Lo llamó: este judío-polaco es un corrupto. Cuando las palabras son utilizadas de esa manera por los poderosos o sus seguidores, apenas quedan posibilidades para pensar seriamente en prosperidad cultural alguna. Podrían buscarse interlocutores, los hay; una prueba de ello es lo que sucedió —lo que sigue sucediendo— con el proyecto para el Bosque de Chapultepec. Las autoridades hicieron como que oían y no hicieron el menor caso, en el mejor estilo de los gobiernos del pasado, por cierto. Le han entregado ese proyecto a un solo artista de méritos muy discutibles, aunque de indiscutible proyección en el súper monetizado mercado del arte moderno y han ignorado las voces críticas que han tratado de levantarse contra el proyecto.

Hablaré por último de algo que me importa especialmente. He dicho en algunas ocasiones cómo las salas de redacción de las revistas y los suplementos culturales fueron mi universidad, puesto que en la UNAM no pude llevar a cabo una carrera normal y recibirme. Cuando hablo de esas salas de redacción como mi universidad, no olvido nunca mencionar mi paso por las oficinas del Fondo de Cultura Económica, otro espacio educativo y formativo de largos alcances en mi vida y en la vida de muchos colegas. El hecho de que el Fondo de Cultura Económica esté agonizando, pues todo lo que ahí sucedió entre 1936, año de su fundación, y 2018 es considerado ignominioso por las autoridades actuales, permite ver con claridad las nociones de cultura que privan en México. En términos económicos y administrativos, el Fondo de Cultura Económica es mucho más pequeño que el Instituto de Bellas Artes o el Instituto Nacional de Antropología e Historia; pero es enormemente significativo, como lo dijo el maestro Matos hace un momento, en la proyección de los escritores mexicanos en América Latina; lo fue para España durante los años de la dictadura franquista. Sin el Fondo de Cultura Económica, seríamos más pobres, más débiles, menos capaces de pensar con claridad. Lo que ahora pasa por ser esa editorial no es ni siquiera una caricatura del Fondo de Cultura histórico.

Recomiendo, por último, la lectura, que es muy fácil de hacer en la internet, del documento Para salir de terapia intensiva preparado por la Universidad Nacional Autónoma de México, bajo los auspicios de la Cátedra Internacional Inés Amor en Gestión Cultural. El subtítulo es significativo: “Estrategias para el sector cultural hacia el futuro”; lo cual no deja de ser desalentador porque es como si ya se hubiera perdido el presente. Sí, tenemos que pensar en lo que ocurra más adelante, porque lo que está ocurriendo ahora parece ser destrucción y deterioro constantes; entre ellos, el tema que quise tocar, que es el del desgaste, la erosión del lenguaje, entre nosotros. No es que no haya ocurrido antes, con gobiernos anteriores, pero que ahora tiene estas características que he tratado de abundar. Muchas gracias por escucharme, aquí termino.

 

Comentarios añadidos por el autor a raíz del diálogo en la presentación:

Se han ido retirando los recursos financieros al Instituto Nacional de Antropología e Historia; de modo que con un escándalo que apenas puede uno articular, pues las zonas arqueológicas del país empiezan a quedar desprotegidas. Eso es precisamente lo que creo que podemos llamar muerte cerebral; estamos perdiendo vinculación con nuestro pasado, y a mí me gustaría trasladar esta situación al ámbito editorial. Sí, las actuales autoridades del Fondo de Cultura Económica han expresado en algunas ocasiones, así lo he leído, lo he escuchado, que los libros sobre literatura no tienen ningún sentido. Esto afecta, específicamente, a una colección que se llama Lengua y Estudios Literarios; ya ha empezado a afectar a esa colección, en la que hay estudios sobre literatura verdaderamente extraordinarios que han dado alimento a los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras y de muchas otras universidades. Es un hecho que estos libros han empezado a ser descatalogados. Eso significa, así como lo ha dicho del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el principio de la muerte cerebral del Fondo de Cultura Económica. Una editorial, cualquiera que tenga un mínimo contacto con estas tareas —las tareas editoriales, la hechura de libros, la composición y fabricación de libros y su difusión—; cualquiera de estas personas sabe que una editorial es su catálogo, es el pasado de ese trabajo editorial que se refleja en el catálogo.


David Huerta. Fuente: https://www.eluniversal.com.mx/sites/default/files/2019/09/03/david_huerta-fil.jpg

El catálogo del Fondo de Cultura Económica ha empezado a agonizar con la descatalogación de estos libros sobre literatura y una de las más importantes colecciones, tan importante, como Eduardo Matos y Sergio Raúl Arroyo lo saben, Bolfy, tú también lo sabes, y en general cualquier lector medianamente informado sabe la importancia de los libros de historia, los libros negros del Fondo de Cultura Económica. Esa importancia es equivalente en el campo de la literatura a la que tienen los libros de Lengua y Estudios Literarios, que se están empezando a descatalogar. Ese es el principio de la destrucción del Fondo de Cultura Económica. Es muy fácil consultar en la red, con simplemente teclear el título del libro, Para salir de terapia intensiva. Es un libro colectivo que animó la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, una obra convocada por esta Cátedra Inés Amor en Gestión Cultural. Es un libro enormemente valioso. Creo que es muy fácil consultarlo.

Y bueno, mi opinión sobre el código de ética, la guía moral y la muy desfigurada Cartilla moral, de Alfonso Reyes, que empezó a distribuirse gratuitamente hace algunos meses, en el primer año de gobierno… Refleja una voluntad de intromisión del gobierno actual en la vida privada de la gente para decidir si va a ser feliz y cómo, de acuerdo con las ideas del gobierno, o no va a ser feliz. Desde luego la función positiva del gobierno según este programa, es hacer felices a las gentes. Esto es enormemente peligroso y nos pone en relación directa con todo lo que aparece en la novela de George Orwell que mencioné. No es asunto del gobierno la felicidad o la tristeza de la gente. No es asunto del gobierno. Que el gobierno actual no entienda esto y se empeñe en distribuir códigos de ética, guías morales y obras como la de Alfonso Reyes que tuvo un momento histórico, fue escrita para los militares; me parece pues motivo de escándalo. Esto no debería formar parte de un programa de gobierno. Hasta ahí llego.

 

Vínculo al evento: https://www.youtube.com/watch?v=0ujD4n75eDM&t=79s