Comentarios a Los partes fragmentados (2018) y a Misiones, historia e identidad (2019), de Raquel Padilla

Colegio de Historiadores de Sinaloa, AC

 

Al reflexionar sobre la vida y la obra de Raquel Padilla Ramos, se advierte que supo integrar en sus proyectos de investigación, con inteligencia y sabiduría, estos cuatro elementos: naturaleza, sociedad, pensamiento y espiritualidad; se comprometió profundamente con el conocimiento y la comunidad, haciendo de ciencia y compromiso, de razón y pasión, una unidad indisoluble. El alto rigor académico de sus investigaciones y su pasión por la cultura y el espacio yaqui así lo evidencian y confirman. Pasión que iba más allá del estudio de su historia y su antropología, pues hizo suyo el juramento yaqui de defender siempre nación y pueblo, valle y río, sierra y costa, autonomía y cultura, cultura expresada en su lengua, su religiosidad, sus danzas y en entre otras formas de expresión.

Raquel produjo una obra monumental tanto por su amplitud como por la calidad de su contenido, siendo la etnia yaqui y su territorio su principal objeto de estudio. Aquí retomo las palabras de Izaskun Álvarez, de la Universidad de Salamanca, para resaltar la relevancia y gran valor de su producción historiográfica: “Sería imposible abordar una investigación sobre los yaquis sin leer con profundo agradecimiento cada una de sus obras, la capacidad analítica y la escrupulosa profesionalidad que vierte en cada proyecto que emprende… nos hacen creer que la historia bien escrita es posible”.

Refiriéndonos a Los partes fragmentados. Narrativas de la guerra y la deportación de los yaquis, Raquel empieza por explicarnos los términos del título de la obra, las secciones de la misma y las fuentes para su investigación. Por partes fragmentados de la guerra y la deportación yaquis, ella entiende las piezas de comunicación, los testimonios escritos y orales dejados por autoridades civiles, religiosas y militares y por los indígenas y sus familias, los partes de victimarios y víctimas, desde el siglo XIX, especialmente desde el porfiriato hasta los primeros años del siglo XXI. Distingue tres secciones de su obra. La primera establece las premisas teóricas; la segunda contiene la historia yaqui a partir de fuentes escritas archivísticas, hemerográficas y bibliográficas, y la tercera enriquece esa historia a partir de testimonios orales, la especialidad de la cultura yaqui, arribando a novedosas conclusiones mediante integración de historia convencional, historia oral e historia cultural, después de haber pasado sus fuentes por el tamiz de la teoría.

Raquel, como se dice de protagonistas de las revoluciones científicas, pudo ver más lejos porque se levantó sobre hombros de gigantes. Ella tomó lo mejor de autores internacionales, nacionales y locales para buscar “en las narrativas yaquis los hechos que a lo largo de la guerra y la deportación (ya como prisioneros o reclutas forzados mediante la leva) quedaron plasmados en su memoria y han sido recontados, reelaborados y resignificados”. Del registro de esa memoria cambiante, ella pasa a su propia interpretación y contribuye a la comprensión de la cosmovisión yaqui y de su espíritu guerrero en defensa de su espacio, de su gente, de su libertad y de su cultura.

Para revisar la historiografía, las fuentes escritas y los partes orales, con una mirada distinta, más sensible, Raquel aprovecha las aportaciones de estudiosos asiáticos, europeos y americanos que han escudriñado procesos sociales en India y en Italia, que han estudiado el comportamiento de dominados y dominadores, de oprimidos y opresores, de sectores subalternos y de élites en sus conflictos. De ellos Raquel entiende que la memoria social, convertida algunas veces en metáfora, cambia o enriquece la historia académica y la historia oficial, que las comunidades llevan el luto y el duelo de distintas maneras, que las formas de resistencia de los oprimidos, de los perseguidos, de los condenados al destierro y a la leva adoptan frecuentemente formas ocultas o subrepticias en el gesto, en la palabra y en la acción para resistir, para sobrevivir, para seguir defendiendo sus recursos naturales, sus formas de organización, su autonomía, su lengua y su religiosidad, como es el caso de la etnia yaqui. En estos temas teóricos y metodológicos para la reconstrucción de la historia cultural y de la historia oral yaqui, Raquel se apoya en Shaid Amín, J. Winter, J.C. Scott y Alessandro Portelli, así como de Carmen Castillo.

Para ofrecernos a la vez una visión panorámica y sintética de la historia yaqui, Raquel se apoya en clásicos como A.P. de Ribas, F. del Paso y Troncoso y E.H. Spicer, Los yaquis. Historia de una cultura, entre otros; así como en los trabajos de D.E. Enríquez y de ella misma, especialmente de su libro Progreso y Libertad. Los yaquis en la víspera de la repatriación (2006).

Se apoya también en colegas que laboran en instituciones académicas de Sonora y de otros estados del país como Esperanza Donjuan, J.L. Moctezuma, Ana Luz Ramírez, Zulema Trejo, Zulema Bujanda, G. López Castillo y de los ya fallecidos J.C. Montané y S. Ortega Noriega, entre otros muchos. Con algunos de estos académicos, Raquel publicó libros, capítulos de libro y artículos de revista y presentó ponencias que luego publicaría.

Regresando a la metodología con la que construye Raquel su discurso historiográfico a partir de la teoría, la oralidad y el enfoque de la historia cultural, nos detendremos brevemente en algunos pasajes citados por Raquel de la obra de J.C. Scott, Los dominados y el arte de la resistencia. Discursos ocultos. Ahí encontramos que “Cada grupo subordinado produce a partir de su sufrimiento, un discurso oculto que representa una crítica del poder a espaldas del dominador”. El discurso oculto de los grupos subalternos es el que le interesa destacar: “un discurso tras bambalinas, que consiste en lo que no se le puede decir directamente al poder”. Eso busca y encuentra en los testimonios orales y escritos yaquis.

Por lo que toca a la historia oral, que corrige y enriquece a la historia académica y a la historia oficial, Raquel parte de considerar que la oralidad es, entre otras cosas, “el primer y más puro producto de la memoria social, gestada para ser compartida, comprendida (y) significada en común”. La historia oral, dice Raquel, ha sido desdeñada por los científicos por su supuesta falta de veracidad fáctica, omisión de datos, magnificación de otros, falsedad. En realidad, dice, las fuentes orales cubren el vacío de otras fuentes, el vacío de sensibilidad hacia el otro. A decir verdad, subraya, muchas de las reconstrucciones históricas que se hacen a partir de la Historia (como ciencia) adolecen de lo mismo. Aquí, pues, Raquel reivindica el valor social y académico de la historia reconstruida a partir de fuentes orales, complemento de las escritas y de las monumentales, entre otras cada vez más diversas.

Su apología de la historia cultural la encontramos en varios lugares de su obra postrera, sírvanos de ejemplo la siguiente cita: “existen creencias compartidas en relación con el pasado que en nuestra condición de investigadores no nos interesan como verdaderas o falsas, sino como respuestas o explicaciones a hechos específicos pretéritos”. Aquí, Raquel enfatiza lo subjetivo, lo simbólico, en la construcción de la identidad y en la disposición a la acción.

Desde muy temprano en su libro, Raquel pone sobre el tapete sus hipótesis de trabajo a probar. Primero nos precisa que “el pueblo yaqui no respira por la herida de la guerra, la recuerdan, pero han aprendido a sobrevivir a pesar del pasado y sin olvidarlo, y obtener de este un beneficio social, expresado en la soberbia cultural de pertenecer a una etnia sobreviviente o persistente en términos de E. Spicer”. Esta última parte podríamos entenderla como la expresión del orgullo yaqui de pertenecer a una etnia resiliente. La referencia a la resiliencia yaqui la hará en otros trabajos.


(Fuente: https://www.gob.mx/cms/uploads/article/main_image/66596/cdi-etnografia-yaquis-web.jpg

Después, luego de recordarnos que en su trabajo se encuentra un equilibrio entre lo hablado y lo escrito, no de verdades ni de mentiras, sino de sentimientos y sentidos, de las pasiones y emociones, afirma contundente: “La historia yaqui no se obstina en dejar rastro escrito ni funda su recuerdo en la erección de monumentos y obeliscos, sino que se cimenta casi única y exclusivamente en la memoria y la narración, en la tradición emanada de la experiencia sensorial y la enseñanza oral, y de hecho, de la lucha por la supervivencia, aunque también en la sacralización de ciertos espacios”.

Enseguida, Raquel juega con el título del famoso libro del sacerdote jesuita A.P. de Ribas (1645) y relativiza los triunfos de la Santa Fe en los temas de la evangelización, reducción en misiones, aprovechamiento de la mano de obra y utilización de la producción y riqueza excedentes para la expansión misional. Nos señala que la relación de religiosos y yaquis estuvo caracterizada por políticas de acercamiento armonioso, de tolerancia, condescendencia y respeto. En el caso de los padres, nacida tal vez del miedo y del instinto de supervivencia. La actitud digna de los yaquis les permitió mantener la libertad de pensamiento y acción y preservar gran parte de la herencia prehispánica en sus prácticas rituales y religiosas. El espíritu libertario yaqui, manifiesto desde el inicio mismo de la colonización y expresado en la rebelión de 1740, será aún más evidente después de la expulsión de los jesuitas en 1767, continuará durante la guerra yaqui y permanecerá hasta ahora.

Del primer acercamiento a la historia yaqui, Raquel arriba a tres conclusiones preliminares. La primera: la importancia del contexto ecológico, espacio ambiental, para la construcción de la cosmovisión yaqui: valle, sierra y costa, atravesados por un río, a veces fuente de abundancia y otras de destrucción. Aquí mismo, Raquel registra las reducciones de la etnia yaqui en ocho pueblos (Cócorit, Bácum, Tórim, Vícam, Pótam, Ráhum, Huírivis y Belem) y nos advierte el tránsito de la intención jesuita de construir 8 misiones privilegiando estructuras materiales producidas por los hombres a la formación de ocho pueblos tradicionales, espacio para la producción y reproducción de su cultura y de su organización política, sobre la base de preservar y defender sus tierras y sus aguas.

Una segunda conclusión de Raquel tiene que ver con la caracterización de las relaciones interétnicas tolerantes y condescendientes entre los padres jesuitas y los yaquis, que permitieron la hibridación religiosa, el mestizaje religioso, dando origen a la ritualidad católica yaqui. El catolicismo yaqui sería una expresión de la religiosidad popular.

Una tercera y última conclusión preliminar se refiere a la permanencia del catolicismo yaqui posterior a la salida de los jesuitas, como ya habíamos advertido. Dentro de la especificidad del catolicismo yaqui resalta la inclusión o visibilización de la mujer como agente activo en la reproducción de los rituales. Ellas no sólo se incorporan en las tareas de limpieza, el adorno de los espacios de culto y de la ramada, sino que también acicalan y visten vírgenes y santas y participan como cantoras.

Ya en el siglo de la desazón, durante la guerra yaqui, de la década de los 20 del siglo XIX, el inicio de la vida independiente, a esa misma década del siglo XX, Raquel encuentra la inquebrantable decisión yaqui de defender territorio y autonomía. Al escudriñar el pliego petitorio de la rebelión de 1740 y proclamas de la década revolucionaria, ya en el siglo XX, apoyada en la historiografía y en la orientación metodológica de J.C. Scott, Raquel encuentra que es imposible desligar la cultura yaqui, su organización religiosa, sus fiestas e inclusive su lengua, del territorio que ocupan, concebido en forma integral: tierras de cultivo, río, ocho pueblos, costa, mar y sierra. Para los yaquis, nos dice, su vida y sus sentimientos están ligados a todos estos elementos.

En la rebelión de 1740, los yaquis formulan demandas políticas, económicas y sociales y critican a los misioneros jesuitas y a las autoridades civiles y militares. Esas demandas, como es usual, se encaminaban a la defensa de la tierra y la autonomía. En 1913, en proclama a los habitantes del Yaqui, los jefes y militares yaquis firman bajo el lema “Libertad y tierras” y reivindican el derecho a la alimentación, a la subsistencia y a tomar alimentos de donde los encontraran. Reivindican también su pacifismo y postulan que su lucha pretende “reconquistar nuestros derechos y nuestras tierras arrebatadas por la fuerza bruta y para ello cooperamos con los demás hermanos de la República que están haciendo el mismo esfuerzo de recuperar dichos derechos y castigar a los caciques del pueblo humilde y productor”. Cinco años más tarde, en proclama de 1918, los jefes militares yaquis se dirigen a los hijos de Sonora bajo considerandos que legitiman su lucha por tierra y libertad. Consideran: 1) que hay una falta de respeto a las leyes humanas, como en la Inquisición; 2) que el mal gobierno obedece a grandes hacendados nacionales y extranjeros, y 3) que el gobierno mantiene una guerra contra el yaqui y precisan: “Si ustedes quieren paz con nosotros, nosotros también la queremos con ustedes. Se necesita que ustedes respeten los derechos que a esta tribu le pertenecen, es decir, que no hagan daño a los yaquis, entonces los yaquis no harán daño a nadie y así reinará la paz y la tranquilidad eterna”.

Al llegar a la parte medular de su trabajo sobre guerra, sierra, deportación y muerte, Raquel empieza por utilizar la metáfora del terremoto para caracterizar la guerra del yaqui como un desastre natural. Ese desastre causa menos daño si la comunidad se dota de las bases firmes para enfrentarlo. La espiritualidad yaqui, nacida de una cosmovisión ligada a su espacio natural le permitirá a los yaquis sobrevivir y manifestar su resiliencia. Ya al inicio de su obra Raquel nos había dicho que el pueblo yaqui no respiraba por la herida de la guerra, que la recordaban pero que su esfuerzo estaba puesto en soportar el vendaval, cambiando y estableciendo alianzas para sobrevivir y preservar sus recursos. En esta parte de su trabajo, Raquel nos muestra las raíces del despojo de sus tierras, de la deportación y el exterminio. El objeto del deseo de los hacendados locales y extranjeros, principalmente estadounidenses es la tierra y el agua de los yaquis. F. del Paso y Troncoso lo dejó muy claro cuando señaló que el combate a los yaquis, para tener éxito, tendría tres vertientes: la deportación, el exterminio y la colonización de sus tierras.

Esas negras pretensiones pronto se harían realidad. Castigaban a un pueblo de reconocidas habilidades para la guerra y para el trabajo. A principios del siglo XIX se decía “Los indios yaquis son… los que sostienen las provincias tanto de víveres como por su personal trabajo en minas y haciendas tanto de beneficio de plata como (ganaderas y agrícolas) y también en los placeres de oro pues a todo son muy inclinados”. Un siglo después, el propio Del Paso y Troncoso reconocía que “Los yaquis son necesarios en el Estado, no sólo son útiles porque se les paga muy cortos sueldos y son fuertes y constantes para el trabajo, sino porque son absolutamente indispensables”. La relación de expresiones favorables a los yaquis son muchas. Sólo incluiremos un fragmento de la que formuló el poeta A. Nervo y que recoge Raquel. Nervo los caracteriza como “viriles, altos, bellos (como estatuas de bronce), duros para el trabajo y buenos agricultores, cazadores máximos… y, sobre todo, combatientes indomables siempre./ Su historia desde los tiempos más remotos puede condensarse en esta palabra: guerra./ Iracundos, corajudos, indomables, de tenacidad bravía. Los hacendados campechanos se disputaban sus brazos para el trabajo”.

El motivo principal del relato del poeta es destacar la belleza de la mujer yaqui y en especial de una de ellas, a quien la tristeza y la nostalgia de un alma enamorada llevaron al sacrificio, a dejarse morir. Raquel, desde luego, dedica espacio a las mujeres yaquis, como ya lo había hecho en sus trabajos previos. Una breve cita bastará para advertir la importancia que concede a las féminas yaquis: “La responsabilidad que las yaquis se echaron a cuestas no tenía límites ya que además del trabajo en la cocina comunal o en el corte de pencas, su actividad más importante era ser la reproductora principal de su cultura, haciendo hincapié en que cada detalles se aproximara a lo propiamente yaqui, como los ritos funerarios y los bautizos, y enseñando a los niños la lengua materna en el destierro, hablándoles de sus añoranzas, de la Tierra, de los ocho pueblos y del río. En suma, las mujeres fueron las que más se preocuparon por desarrollar una conciencia histórica que les permitiera recrear sus elementos organizacionales”.

La segunda mitad de Los partes fragmentados recupera los partes orales, los testimonios orales, para la construcción de una historia oral que enriquece la historia generada de fuentes archivísticas y hemerográficas. Aquí, de la narrativa de los yaquis sobrevivientes del destierro y la leva y de sus descendientes emerge una historia que muestra la vigencia del juramento yaqui en defensa de su espacio, de su gente y de su cultura. Aquí se trasluce la importancia de la mujer en la producción y reproducción de la cultura yaqui, especialmente de sus danzas, de su religión, de los valores y de la práctica de la fraternidad.

El ayer y el ahora muestran similitudes cuando las voces yaquis se refieren al despojo de tierras y al exterminio. He aquí unas breves citas compartidas por don Lolo con Raquel: “Existe una mafia aquí en Sonora que trata de quitarnos la tierra”, “A nosotros, la única tendencia política es de exterminarnos, y hasta la fecha existe” y “Nos querían exterminar porque nos querían quitar la tierra”. Antes, sigue diciendo don Lolo, se aprovechaba el agua del río, no había hambre, había justicia, se practicaba la solidaridad y la fraternidad, se respetaban los derechos.

Si el penúltimo capítulo, “Palabras de mujer”, tuviéramos que resumirlo en una frase, escogeríamos aquella contenida en el epígrafe sobre la orientación de las nuevas generaciones de yaquis, frase también válida para todos: amar su hábitat, defender su tierra, respetar a los demás y respetarse a sí mismos.

Si en el epílogo de su obra Raquel enfatiza el carácter simbólico de las danzas y su relación directa con la naturaleza, a la vez que reivindica otras prácticas cotidianas y el paisaje urbano como parte esencial de su cultura, en el capítulo precedente y último de su magnífica obra resume magistralmente sus hallazgos de casi tres décadas por la antropología e historia yaquis. Integra teoría y metodología; fuentes orales, muestras de calidez y sensibilidad, y fuentes documentales, frías y burocráticas; integra razón y pasión y arriba a novedosas conclusiones para diferenciar el desarrollo material y el espiritual. Atrapados globalmente en el primero, Raquel y los yaquis reivindican el segundo, enarbolando el juramento yaqui: soportar estoicamente, el dolor, el sacrificio y la muerte para defender valle, sierra y costa; el río; rituales, danzas, religión y formas organizativas político-militares; para defender territorio y autonomía.

Los partes fragmentados. Narrativas de la guerra y la deportación yaquis y el último volumen de la serie coordinada por ella, Misiones, historia e identidad. Un viaje histórico y antropológico por las misiones del noroeste de México, muestran el rigor académico y el compromiso social de Raquel, muestran su espíritu libertario y justiciero. Su obra constituye un legado a las ciencias antropológicas e históricas, al arte literario y a la ética y marca el antes y el después de la investigación sobre la historia y la cultura yaquis.