(Comentarios al libro de Gilberto López y Rivas)
El día 28 de mayo pasado, al pronunciar un discurso frente a los cadetes recién graduados de la academia militar de West Point, Nueva York, Barack Obama, el Presidente de los Estados Unidos dijo: “Estados Unidos es la nación indispensable. Eso fue así durante el siglo pasado y probablemente lo será el próximo. Cuando un tifón golpea Filipinas, unas niñas son secuestradas en Nigeria o unos hombres enmascarados ocupan un edificio en Ucrania, el mundo espera ayuda de Estados Unidos. La opinión internacional importa, dijo, pero Estados Unidos nunca debe pedir permiso para proteger a su gente, su patria y su forma de vida, añadió.”
Recordar esta declaración de fe del mandatario de la nación imperialista por excelencia en un acto de la naturaleza del que hoy nos convoca, tiene sentido por la estrecha relación que guardan con el libro que Gilberto López y Rivas nos ha ofrecido desde hace dos años: “Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos. Manuales, mentalidades y uso de la antropología”. Muchos de los aquí presentes sabemos que Gilberto López y Rivas es un militante de izquierda nato y profesionalmente es Doctor en Antropología, pero seguramente algunos ignoran que su grado académico lo obtuvo estudiando en la Universidad de Utah (Ph. D.), Estados Unidos, lo que seguramente le permitió ir conociendo al monstruo desde dentro, como decía José Martí, nuestro mayor latinoamericanista.
Como militante izquierda y profesionista social, en la década de los 80’s fue asesor del Gobierno revolucionario de Nicaragua en cuestiones relacionadas con los derechos de los pueblos indígenas de la costa Atlantica, proceso que culminó con la creación de las regiones autónomas de ese país, y permitió a los sandinistas de entonces desactivar la contrarrevolución impulsada por el gobierno norteamericano y reconocer los derechos de los pueblos indígenas. A finales del siglo pasado fue Diputado Federal en dos periodos legislativos. En el último formó parte de la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa) del Congreso de la Unión, que fungía como coadyuvante para encontrar una paz justa y digna en Chiapas. Casi al mismo tiempo, fue asesor del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), durante las Mesas de Derechos y Cultura Indígena, Democracia y Justicia, que se realizaron entre los años de 1995 y 1996.
Con esa experiencia, es fácil entender que los temas recurrentes de sus preocupaciones intelectuales y militantes de las últimas décadas sean los derechos de los pueblos indígenas y la relación de estos con los Estados de los que forman parte, por un lado; y por el otro, las políticas intervencionistas de los Estados Unidos en el mundo y la resistencia de los pueblos. Este trabajo lo ha llevado a publicar más de una docena de libros propios, sin contar los capítulos de libros colectivos, ensayos y artículos periodísticos con que periódicamente nos ilumina en La Jornada. Es en este último rubro donde yo ubicaría la temática de “Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos” que, como su subtitulo lo indica, se ocupa de la visión que los gobernantes del país vecino del norte tienen de su papel en el mundo y sus esfuerzos contrainsurgentes para lograrlo, donde las ciencias antropológicas tienen un papel importante.
Desde la primera parte del libro, denominada “Terrorismo global de estado”, Gilberto identifica el actual terrorismo de estado con el fascismo y a este con “el terror de la burguesía para proteger sus intereses estratégicos, utilizando –dice- las variantes nacionalistas, el apoyo de clases medias descontentas y sectores descalzados del movimiento”. No lo expresa pero es fácil constatar lo que afirma en las recientes agresiones a Bolivia, Venezuela, o Cuba, países que claramente no se ajustan a la “la forma de vida” norteamericana, como dijo el Barack Obama en días pasados.
En esta parte, a mi modo de ver, está claramente expresado lo que distingue al libro de otros que sobre el tema se han escrito, porque a diferencia de aquellos, no se ocupa del terrorismo como acción de individuos, sino como política de Estado, de los Estados Unidos, con lo cual pone de relieve la nuevas formas intervencionistas del imperialismo capitalista en todo el mundo. Diríase que, a su modo, desarrolla a tesis foucoultiana de que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”, o lo que es lo mismo, la inversión de la lógica de la guerra, expuesta hacía años por Karl Von Clausewitz, en su teoría y práctica de la guerra.
Un tema recurrente en la mayor parte de la obra es el papel que los aparatos estadounidenses de contrainsurgencia están asignando a la antropología. Sabedores de que los antropólogos se ocupan más que otros profesionistas de las cuestiones humanas y su entorno, los operadores de estos aparatos los han incluido dentro de sus equipos, con la misión de explicar los comportamientos sociales, culturales y políticos de los habitantes de los países donde desarrollan sus actividades, con la finalidad de que les faciliten sus tareas. Pero así como hay profesionistas que se prestan a servir de instrumento de intervención, también existen otros que han denunciado este hecho, dentro de los cuales, considero, se ubica “Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos”.
Algunos de estos profesionistas y sus instituciones encubren sus actividades pero otros no se ocupan de eso. Dentro de estos últimos, el autor analiza el caso de la Universidad de Chicago que en julio de 2007 publicó el Manual de contrainsurgencia (No. 3-24), de lectura “obligatoria para entender la mentalidad de los intelectuales de la guerra contra el terrorismo”, según el autor. Del manual tomo una cita incorporada en el libro: “Se espera que los Soldados y Marinos sean constructores de naciones, lo mismo que guerreros. Ellos deben estar preparados para ayudar a restablecer instituciones y fuerzas locales de seguridad y asistir en la reconstrucción de los servicios básicos. Ellos deben de ser capaces de facilitar el establecimiento de la gobernabilidad local y el imperio de la ley”.
Mientras leía esta cita, vino a mi mente un boletín de la Embajada norteamericana en nuestro país, fechado el 10 de octubre del 2011, titulado “Estados Unidos y SEDESOL Reafirman Compromiso para Construir Comunidades Fuertes y Resistentes”. El documento daba cuenta de una visita que el entonces recién nombrado Embajador de los Estados Unidos en México, Anthony Wayne, hizo a la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL): ocasión en que declaró: “A través de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID), el gobierno de Estados Unidos respalda la meta de SEDESOL de eliminar la pobreza mediante el desarrollo integral, incluyente y humano, y mejorando las condiciones sociales, económicas y políticas tanto en áreas rurales como urbanas, los cuales atajan la esencia del Pilar IV de la Iniciativa Mérida”.
Si uno recuerda que desde hace décadas la USAID es la fachada que la CIA utiliza para otorgar fondos y contratos a terceras partes que promueven sus operaciones, no tiene razón para sorprender que meses después de esta visita, el gobierno mexicano echara a andar su “Cruzada contra el hambre” cuyos principales operadores son los integrantes de las fuerzas castrenses del país y los empleados de la Comisión Nacional para el Desarrollo de os Pueblos Indígenas (CDI) sus guías.
Más recientemente, con la aparición de los grupos de autodefensa en el estado de Michoacán, para defenderse del crimen organizado, ante la ausencia de Estado que lo hiciera, John Kerry, el Secretario de norteamericano declaró, el 17 de enero, que su país estaba muy preocupado por la situación y estaba dispuesto a ayudar para remontarla. Con esa ayuda a sin ella, lo cierto es que a partir de entonces y siguiendo en mucho lo que el Manual de contrainsurgencia (No. 3-24) aconseja, el gobierno mexicano comenzó a tomar medidas para someter a su control las autodefensas, sin que ello implicara que la situación de inseguridad en la región haya terminado.
Otro documento que se analiza en el libro es la Guía para del asesor de fuerzas especiales, del cual uno de sus críticos señala como “el manual de etiqueta de la contrainsurgencia”, en el cual se “advierte al personal militar que el mundo entero no es como los Estados Unidos”. Si el asunto no fuera tan serio, uno podría imaginar que para los operadores de la contrainsurgencia mexicana la mentada guía debe funcionar como el Manual de Urbanidad buenas costumbres, de Manuel Antonio Carreño, con el que se formó por muchos años al personal que operaria las empresas privadas y en algunos casos todavía se usa.
Un tercer documento que se estudia es el programa de investigación denominado The Minerva Research Iniciative, cuyo objetivo es lograr “una comprensión más profunda de las dinámicas sociales, culturales y políticas que dan forma a las regiones de interés estratégico (para el gobierno de este país) alrededor del mundo.
También se analiza el Manual de campo 31-20-3, tácticas, técnicas y procedimientos de defensa interna para las Fuerzas Especiales en el extranjero, mismo que “cubre al detalle todas las facetas de la guerra contrainsurgente, monitoreada por los militares estadounidenses: las actividades previas a la misión intervencionista, loa análisis preliminares, los permisos para el entrenamiento, el despliegue en la nación huésped, los programas de instrucción de las tropas, las operaciones tácticas, el control de las poblaciones, las operaciones conjuntas, las actividades posteriores a la misión, así como anexos que van desde consideraciones legales (sic), operaciones de inteligencia, fuerzas de autodefensa civil (paramilitares), establecimiento de bases, técnica de minas, etcétera.”
Me pregunto si este Manual habrá sido leído y atendido por quienes prepararon y llevaron a cabo la agresión a los zapatistas en la comunidad de La Realidad, donde perdió la vida el maestro Galeano, o las agresiones que todos los días se dan contra los pueblos yumanos, yaquis y rarámuris del norte del país, o los coras en Nayarit, o los Wixaritari en Jalisco y San Luis Potosí, o los mixtecos y zapotecos de Oaxaca, o los nañú del Estado de México, o de cualquier parte del país donde los pueblos resisten las embestidas del capital, ansiosos por apropiarse de su biodiversidad y demás recursos naturales, para incorporarlos al mercado.
Si he dicho todo esto es para tratar de convencerlos que leer “Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos. Manuales, mentalidades y uso de la antropología”, de Gilberto López y Rivas, vale la pena, no solo porque está bien escrito y nos da un panorama del papel que a sí mismo se han asignado los gobernantes de los Estados Unidos en su locura de dominar al mundo, a la cual se refería el Presidente Barak Obama hace cuatro días; sino también porque mucho de lo que ahí se dice ya está sucediendo en nuestro país y si queremos evitar que impugnan sus planes tenemos el deber de saber cómo piensan hacerlo para armar la resistencia.