Conocí a Ricardo un mediodía del año sesenta y siete, en la ciudad de Huánuco, fue Carmelo Trujillo quien nos presentó, estaban conversando en la puerta de la Universidad cuando llegué. Carmelo se despidió y nos quedamos con él como dos viejos camaradas; ahí me contó que estaba tramitando su traslado, me preguntó si había conocido a Javier Heraud, le contesté que lo había leído pero que sí conocía a César Calvo.
Huánuco es una ciudad ubicada en la mitad de la ruta que une la carretera Lima-Huánuco-Pucallpa, es el puente entre la costa del Pacífico con la selva amazónica, es un valle interandino ubicado entre tres cerros y dos ríos, ciudad de clima templado, era justamente lo que buscaba Ricardo para una experiencia vital.
Ricardo Melgar y Edmundo Panay. Foto: Archivo familiar
Ese intercambio breve pero muy confiado y abierto sirvió para identificar nuestras coincidencias políticas. La primera impresión que dejaba era la de ser una persona extrovertida, cultivada, amante de las letras.
Así, desde el momento en que nos conocimos nos hicimos amigos con la sola credencial de la idealidad común, nos habíamos identificado en nuestras concepciones, se integró a nuestro núcleo en la universidad y también con nuestros amigos de la ciudad, donde alternábamos la canción y la poesía, con gran parte de ellos Ricardo formaría la agrupación literaria “Javier Heraud”.
El local central de la Universidad estaba ubicado en la cuadra cinco del jirón Dos de Mayo, una de las calles principales, a cinco cuadras de la Plaza de Armas, él domiciliaba en el jirón 28 de Julio cuadra doce, todos los días tenía que cruzar la Plaza de Armas en su ruta universitaria.
La presencia de la juventud estudiosa de la naciente universidad era la expresión de dinamismo en el panorama de la cuatricentenaria ciudad huanuqueña, era la nueva generación que empezaba a marcar época en la historia de nuestro pueblo.
Claro está que en los primeros años la población estudiantil era preponderantemente huanuqueña, como tal era fácil identificar a alguien venido de fuera, el mismo que era visto con interés y curiosidad, los limeños y los de la selva eran identificados fácilmente, así como los estudiantes de las provincias occidentales.
Hace dos años, la Promoción 1968 de Educación de la “Hermilio Valdizàn”, a la que pertenecemos, celebró sus Bodas de Oro editando un libro, lo comprometieron a que hiciera un artículo, en uno de sus párrafos nos dice: “los limeños nos sentíamos más cómodos en las redes de nuestros pares huanuqueños y/o de otros contingentes regionales migrantes. Entre los estudiantes destacaba la minoría regional amazónica”.
De esta manera Ricardo se integró al ambiente universitario huanuqueño y a la vida de la ciudad, muy receptiva y afectuosa con el viajero.
A todo esto se vendría a sumar su participación en los primeros juegos florales universitarios, que fueron jubilosamente ganados por él, con el seudónimo de “Crislù el esperpento trovador”.
Después escribiría una crónica “Huánuco visto desde el fondo de mis ojos”, que fue difundida en el ámbito universitario y en las dos radioemisoras citadinas, hecho que sirvió para consolidar su presencia intelectual e identificarse con la colectividad huanuqueña que lo miraba con aprecio y simpatía, lo conocían como “El poeta”
Entonces ya se sabía de su cercanía al núcleo dirigencial de los estudiantes valdizanos, Pedro Lovatón y Julio Soto.
Tendría activa participación en las medidas de lucha y movilizaciones al lado de la dirigencia estudiantil del FER cuando tomamos la carretera central, lo recuerdo gigante en el puente de Huancachupa en la barricada, junto a dirigentes estudiantiles y campesinos que apoyaban la acción de masas.
Desde ahí era fácil verlo como un huanuqueño más en diferentes lugares, sino en el local central era posible encontrarlo en el café “Medrano”, donde solía reunirse con los docentes universitarios Luis Millones, Véder Retiz, Manuel Velásquez Rojas, entre otros.
Ricardo viajaba cada cierto período a Lima hasta cuando se graduó de Profesor en Filosofía y Ciencias Sociales con la tesis sobre la angustia. Luego tendría lugar su retorno definitivo a la ciudad capital, la comunicación telefónica entonces era difícil y se fueron alejando los contactos epistolares. Supimos que era docente en la Escuela de Arte Dramático, luego nos enteramos que estaba en Méjico, el tiempo transcurrió mientras dejábamos de comunicarnos.
Habrían de pasar más de dos décadas para volvernos a ver, antes tuve la feliz sorpresa de una llamada telefónica, a través de la cual concertamos la presentación de una ponencia común sobre Esteban Pavletich, escritor huanuqueño latinoamericanista, en un Congreso Antropológico realizado en Huancayo. Nuevamente había surgido la figura y la obra de este autor en nuestra relación amical.
Con él, de ruta a la Incontrastable ciudad de los huancas, nos encontramos en Lima, después de varias décadas. El tiempo había transcurrido inexorable pero la amistad se mantenía incólume. Retornábamos de esta manera a nuestra relación amical y al intercambio de nuestras vivencias académicas y culturales, hasta que me invitó a participar en Aclapades (Asociación Cultural Latinoamericana Pacarina del Sur) .
Desde entonces nos encontrábamos en las reuniones Aclapades en cada uno de los viajes que realizaba de Méjico a Lima, mientras que interviajes solíamos contactar epistolar y telefónicamente.
Entonces empecé a conocer su diversa y significativa producción investigativa, su aporte sociológico y antropológico, ligado a una perspectiva ideológica latinoamericana, así como el notorio prestigio que había alcanzado en el espacio intelectual del continente.
Me daba la impresión que las ciencias sociales, especialmente la antropología, habían ocupado el espacio del poeta,
Una de sus principales preocupaciones era la vigencia de la Revista “Pacarina del Sur”, la permanencia de ella en el espacio académico latinoamericano figuraba dentro de sus intereses más importantes.
En este escenario vamos a encontrar su inquietud por el pensamiento y la acción de Esteban Pavletich, huanuqueño luchador latinoamericanista, a quien él conociera personalmente, y cuya trayectoria la seguirá en diversos espacios investigativos hasta hacer realidad el ensayo “Esteban Pavletich Estaciones del exilio y Revolución mejicana”, obra que “cubre sus años de exilio, entre 1925 y 1930”.
Esta obra Ricardo la entregaba implícitamente a Huánuco, ciudad donde tuvo una experiencia de vida, había sido presentada en Lima y se hacían los contactos para su presentación en la ciudad de Huánuco.
Se marcha habiendo alcanzado prestigio continental, dejando una huella grande y profunda, una producción bibliográfica muy significativa para la nueva generación de jóvenes del continente, su pensamiento claro, dialéctico.
Se va amando a la humanidad para la que quería un destino nuevo, una sociedad justa y solidaria, una América libre y soberana, donde los cholos nos sintamos orgullosos de ser libres y ser cholos.
Ricardo, gracias por tu legado de saber y humanidad, y por la defensa de la identidad de los pueblos. Te recordaremos siempre, pensador insumiso del continente, seguiremos en la lucha.